viernes, 29 de diciembre de 2017

VIII. El tigre negro


Apenas habían tocado las tres de la mañana cuando Yanez, seguido por Sandokan, Tremal-Naik y por los seis malayos llegaba delante del palacio real, para emprender la cacería del terrible kaala-bagh o sea, el tigre negro.
Desde el día anterior habían alquilado tres grandes tciopaya, o sea carros indios tirados por una pareja de cebúes, no siendo conveniente que un hombre blanco y además inglés, fuera a una cita a pie y sin una escolta numerosa.
El mayordomo de la corte había preparado todo para la gran cacería.
Tres magníficos elefantes, que sostenían sobre sus poderosas espaldas cómodas cajas destinadas a los cazadores, privadas de las pequeñas cúpulas a fin de no obstaculizar el fuego de las carabinas y montados cada uno por un mahout, estaban detenidos en medio de la plaza, circundados por una docena de behra, o sea de pajes que tenían por los collares a una cincuentena de malísimos perros, de estatura baja, incapaces de hacer frente a una bestia tan peligrosa, pero necesarios para descubrirla.
Detrás de los elefantes estaban dos docenas de shikaris, o sea batidores, armados solamente de picas y casi desnudos, a fin de ser más ágiles para escapar después de haber desanidado a la bestia.
—Estamos listos, sahib —dijo el mayordomo inclinándose profundamente delante de Yanez.
—Y yo estar contentísimo —respondió el portugués dignándole apenas una mirada—. ¿Buenos elefantes?
—Probados y habituados a las grandes cacerías, sahib. Escoja el que más le convenga.
—Aquel —dijo Tremal-Naik, indicando el más pequeño de los tres paquidermos y que tenía formas masivas, poderosas y dos colmillos soberbios—. Es un merghee de buena raza.
Los mahout habían arrojado las escalas de cuerda.
Yanez, Tremal-Naik y Sandokan tomaron el lugar en la caja del merghee, Kammamuri con los malayos en las de los otros, junto al mayordomo que debía dirigir la batida.
—¡Adelante! —dijo Yanez al mahout.
Los tres paquidermos se pusieron enseguida en marcha mandando tres formidables barritos, seguidos enseguida por los shikaris y por los behra que conducían los perros, los cuales ladraban a garganta pelada.
En menos de media hora la tropa estuvo fuera de la ciudad, porque los elefantes avanzaban a buen paso obligando a la escolta a correr para no quedar atrás y se dirigió a través de boscajes que se extendían, casi sin interrupción, hasta los alrededores de Kamarpur.
Yanez, después de haber encendido su eterno cigarrillo y de haber bebido un largo sorbo de arrack, se había sentado delante de Tremal-Naik diciéndole:
—Ahora tú, que eres indio y que has pasado tantos años en los Sundarbans, nos explicarás qué es este tigre negro. Nosotros conocemos los borneanos y allí negros no hemos visto jamás, ¿verdad Sandokan?
El pirata que fumaba plácidamente su chibuquí, arrojando al aire, con lentitud medida, nubes de humo, hizo con la cabeza una seña afirmativa.
—Aquel que nosotros los indios llamamos kaala-bagh no es verdaderamente negro —respondió Tremal-Naik—. Tiene el manto semejante al de los otros: dado que son los más feroces, nuestros aldeanos creen que encarnan a una de las siete almas de la diosa Kali que como saben se llama también la Negra.
—No se trataría por consiguiente mas que de uno de aquellos terribles solitarios que los ingleses llaman man’s eater, o sea comedores de hombres.
—Y que nosotros llamamos admikanevalla o admiwala kanâh.
—Una bestia siempre peligrosa.
—Terrible, Yanez —dijo Tremal-Naik—, porque aquellos tigres son normalmente viejos, por lo tanto acostumbrados a todas las astucias y de una voracidad espantosa. No pudiendo, a causa de la edad que los privan del impulso juvenil, cazar antílopes o bueyes salvajes, se emboscan en los alrededores de las aldeas y se esconden en las proximidades de las fuentes en espera de que las mujeres vayan a tomar agua. Son de una prudencia extraordinaria, conocen lugares y personas, atacando preferentemente a seres débiles y escapando a aquellos que podrían hacerles frente.
—¿Viven solos? —preguntó Sandokan.
—Siempre solos —respondió el bengalí.
—Son entonces difíciles de capturar.
—Cierto, porque son prudentísimos e intentan evitar siempre a los cazadores.
—Dado que aquel tigre me es necesario, lo capturaremos —dijo Yanez.
—Te vuelves insaciable, amigo —dijo Sandokan, riendo—. Primero era la piedra de Shalágram que te era necesaria, hoy es un tigre y ¿mañana qué será?
—La cabeza del rajá —respondió Yanez tapándose.
—Oh, de aquella, me ocupo yo. Un buen golpe de cimitarra y te la llevo todavía casi viva.
—Y los sijes que velan por el príncipe, no los cuentas.
—¡Ah sí! Me has hablado de aquellos guerreros. ¿Qué gente son, amigo Tremal-Naik? Tú debes conocerlos un poco.
—Guerreros valerosos.
—¿Incorruptibles?
—¡Eh! Según —respondió el bengalí—. No debes olvidar, ante todo que son mercenarios.
—¡Ah! —dijo Sandokan.
—¡Eh hermanito! —exclamó Yanez—. ¿Por qué te interesan aquellos sijes?
—Tú tienes tus ideas, yo tengo las mías —respondió el Tigre de la Malasia, que continuaba fumando—. ¿Aquellos también son adoradores de Visnú y de las piedras de Shalágram, amigo Tremal-Naik?
—No adoran ni a Shivá, ni a Brahma, ni a Visnú, ni a Buda —respondió el bengalí—. Ellos no creen mas que en Nanak, un religioso que a principios del siglo decimosexto se hizo de un gran nombre y que fundó una nueva religión.
—Querrías convertirte también en un sij.
—No lo aconsejaría —dijo Tremal-Naik, bromeando— porque estaría obligado, para ser admitido en aquella secta religiosa, a beber del agua que ha servido para lavar los pies y las uñas del sacerdote.
—¡Ah! ¡Puercos! —exclamó Yanez.
—Y a comer sirviéndose de un colmillo de jabalí, al menos las primeras veces.
—¿Por qué? —preguntó Sandokan.
—Para acostumbrarse a superar la repugnancia que todos los musulmanes tienen por los cerdos —respondió Tremal-Naik.
—Que se lo queden ellos el colmillo porque no tengo ningún deseo de convertirme en sij —dijo el Tigre de la Malasia—. Simplemente tengo una idea para aquellos guardias. ¡Bah! Lo pensaremos después. Estamos en los bosques bajos. Abramos los ojos. ¿Es en estos, verdad Tremal-Naik, que prefieren habitar aquellos terribles solitarios?
—Sí, los matorrales de los bananos y las tierras húmedas de las grandes hierbas —respondió el bengalí.
—Mantengámonos en guardia entonces.
Los tres elefantes, que procedían siempre con buen paso, habían llegado a una inmensa llanura que estaba interrumpida aquí y allá por grupos de mehendi, arbustos no más altos de dos o tres metros, de corteza blanquísima y reluciente y las ramas finísimas; por pequeños bananos y por pequeños matorrales de buteas frondosas, de tronco nudoso y robusto, coronados por un denso pabellón de hojas aterciopeladas de un verde azulado y bajo las cuales pendían enormes racimos de un espléndido color carmesí.
A gran distancia, y generalmente en medio de pequeñas plantaciones de añil y sombreadas por matorrales de mangifera, se divisaba alguna cabaña. Animales, en cambio, no se veían: solamente bandadas de bulbul, aquellos pequeños, graciosos y batalladores ruiseñores indios, volaban fuera al acercarse los elefantes y los perros, mostrando sus plumas salpicadas y su cola roja.
—¿Será este el reino del tigre negro? —preguntó Yanez.
—Lo sospecho —respondió Tremal-Naik—. Veo allá abajo estanques y aquellas malas bestias aman el agua porque saben que los antílopes van a saciarse después del ocaso.
—¿Lograremos descubrirlo antes de que la noche descienda?
—¡Uf! Lo dudo.
—Le prepararemos una emboscada.
—Perderías inútilmente tu tiempo. Los kaala-bagh no se dejan sorprender y podrías poner cabritos todo lo que quieras e incluso cerdos, sin decidirse a acercarse.
—Esperemos —concluyó Yanez—. No tenemos prisa.
Hasta el mediodía los elefantes continuaron avanzando a través de aquella llanura que parecía que no terminaba más, pasando entre grupos de bananos, mehendi y mangiferas, sin haber dado nunca algún signo de inquietud; luego el mayordomo que montaba un magnífico makna, o sea un elefante macho sin colmillos, dio la señal de parada para servir el desayuno a los huéspedes de su señor.
Los shikaris levantaron en pocos minutos una amplia y bellísima tienda de seda roja en forma de pabellón y cubrieron el suelo con blandos tapetes de Persia, mientras el babourchi, o sea el cocinero de la expedición, ayudado por algunos sai, es decir lacayos, hacía descargar del makna del mayordomo sus provisiones a fin de servir un desayuno frío.
Yanez, Sandokan y Tremal-Naik se habían apresurado a tomar posesión de la tienda, siendo el calor intensísimo. Kammamuri y los seis malayos de la escolta, se habían en cambio refugiado bajo un inmenso tamarindo que esparcía, bajo sus larguísimas y flexibles ramas una sombra benéfica.
El aire de la mañana había aguzado extraordinariamente el apetito de los cazadores, de modo que los huéspedes del rajá hicieron mucho honor al karī batakh que bañaron abundantemente con cerveza y toddy, la dulce y picante bebida india que es gratísima también a los paladares europeos.
El mayordomo, después de haber controlado la distribución de los víveres, los había alcanzado, no obstante, sentándose a una cierta distancia del milord inglés.
—Te esperábamos —dijo Yanez, que se había tendido sobre un amplio cojín de seda roja para fumar con mayor comodidad—. ¿Y este tigre dónde lo descubriremos?
—El jangal samraat (rey de la jungla) a esta hora descansará en su madriguera —respondió el mayordomo—. No será hasta el atardecer o temprano a la mañana que lo encontremos. No le gusta el sol, milord.
—¿Sabes aproximadamente dónde lo encontraremos?
—Hace cuatro días, fue visto en los alrededores del estanque de Jhanji; es más, allá devoró a una mujer que conducía una vaca a fin de que abrevase.
—¿La vaca escapó a tiempo?
—El bagh no se ha ocupado del animal. Ahora que está acostumbrado a la carne humana no desea mas que aquella.
—¿Tendrá su cueva en aquellos alrededores? —preguntó Sandokan.
—Sí, debe encontrarse entre los bambúes de la vecina jungla, porque también hace algunas semanas, ha sido encontrado dos veces por un shikari.
—¿Esta noche podremos encontrarnos en aquel estanque?
—Antes del ocaso llegaremos —respondió el mayordomo.
—¿Quieres que tendamos una emboscada allí? —preguntó Sandokan volviéndose hacia Yanez y Tremal-Naik—. Si aquella bestia es tan astuta y desconfiada, no se dejará arrimar por los elefantes.
—Era eso lo que pensaba también —dijo el portugués.
—¿A qué hora reanudaremos los movimientos? —preguntó Tremal-Naik al mayordomo.
—A las cuatro, sahib.
—Podemos aprovechar para tomar una siesta entonces. No estamos seguros de descansar esta noche.
El mayordomo hizo traer otros cojines, luego bajar delante de la tienda una gran tela también de seda, a fin de que pudiesen reposar más tranquilos.
Incluso los shikaris y los conductores de los perros, aprovechando la gran calma que reinaba bajo las plantas y que ningún peligro los amenazaba, se habían adormecido. Velaban en cambio los elefantes, ocupados en hacer fondo a un montón de hojas y de ramas de pipal, de las que son golosísimos, no habiendo quizá encontrado suficiente la ración provista por sus mahout, aún cuando estuviese compuesta por veinticinco libras de harina amasada con agua, una libra de manteca clarificada y de media libra de sal para cada uno.
A las cuatro, con una precisión cronométrica, toda la caravana estaba lista para reanudar los movimientos.
La tienda en un instante había sido levantada y los elefantes, que recién habían sido untados con grasa en la cabeza, en las orejas y en los pies, se mostraban de buen humor, bromeando con sus mahout.
—¡Adelante! —había gritado Yanez que había vuelto a tomar su lugar con Sandokan y el bengalí.
La caravana se movió a buen paso, siempre con la primer orden. Los shikaris, no habiendo todavía llegado al lugar de la cacería, se mantenían últimos junto a los conductores de los perros y a los sirvientes.
El país daba señas de cambiar. Los grandes árboles desaparecían para dar lugar a inmensas extensiones de hierbas palustres, gruesas y derechas como hojas de sable que los botánicos llaman typha elephantina, porque son muy queridas por los elefantes que las comen hasta el hartazgo, y por grupos de bambúes espinosos, de solo unos metros de altura, pero en cambio muy gruesos.
Era el principio de la jungla húmeda, el reino del acto bagh beursah (el señor tigre) como lo han llamado los poetas indios.
Animales de caza pequeños y grandes, espantados al acercarse aquellos tres colosos acompañados por tanta gente armada, brincaban de vez en cuando fuera de aquellos bambúes, alejándose a carrera precipitada.
Ahora eran los sambar, especie de ciervos, más grandes que los europeos, de pelaje moreno violáceo en el dorso y blanco argénteo bajo el vientre y la cabeza armada de cornamenta robusta, que daban saltos maravillosos, desapareciendo en pocos instantes a los ojos de los cazadores; ahora en cambio eran los nilgó, los antílopes indios, grandes casi como un buey de mediana estatura, no obstante, de formas elegantes y finas y de pelaje grisáceo; ahora jaurías de perros salvajes, grandes como los chacales a los que se asemejan mucho en la forma de la cabeza y que son famosos cazadores de gamos, a los que destruyen en gran número.
También algún búfalo de las junglas, arrancado de su descanso por los barritos de los elefantes, se arrojaba con ímpetu furibundo, fuera de los matorrales de bambú, mostrando su cabezota corta y cuadrada, armada de cuernos ovales y fuertemente comprimidos, que se curvaban hacia atrás. Se detenía un momento, bien plantado sobre sus poderosas patas, escudriñando con ojos inyectados de sangre la caravana, agitado quizá por lanzarse a una carga desesperada y hacer estragos con los shikaris y los pajes, luego se alejaba a medio galope, volviéndose de vez en cuando atrás y también deteniéndose como para decir: un bhainsa de la jungla no tiene miedo.
El sol estaba próximo al ocaso y los elefantes comenzaban a dar signos de cansancio a causa de la pésima naturaleza del suelo que cedía fácilmente bajo sus grandes patas, cuando Yanez, desde lo alto de la caja, más allá de una pequeña jungla formada exclusivamente por plantas espinosas, vio centellear una extensión de agua.
—He aquí el estanque del tigre negro —dijo.
Casi en el mismo momento una viva agitación se manifestó entre los perros. Tiraban de los collares y ladraban furiosamente formando un alboroto ensordecedor.
—¿Qué es entonces? —preguntó el portugués al mahout.
—Los perros han olfateado la pista del kaala-bagh —respondió el indio.
—¿Habrá pasado por acá?
—Ciertamente, sahib. Los perros no ladrarían así.
—¿Y cuándo pasó? ¿Recientemente?
—Solo los perros podrían saberlo.
—¿Tu elefante no da ningún signo de agitación?
—Ninguno hasta ahora.
—Avanza hacia el estanque. Le daremos la vuelta para ver qué comportamiento tienen los perros.
—Sí, sahib —respondió el mahout alzando su corta pica armada lateralmente de un gancho muy agudo.
El elefante que se había detenido un momento, reanudó el camino apartando con su formidable trompa los bambúes. Estaba todavía tranquilo, sin embargo debía haberse percatado también que avanzaba en el dominio del tigre porque no tenía más el paso apresurado como antes.
Los perros, bajo una tempestad de latigazos, no aullaban más, no obstante, de vez en cuando, intentaban romper las cuerdas para lanzarse a través de las typha.
—¿Habrán olfateado precisamente a la bestia? —preguntó Yanez, que parecía inquieto, volviéndose hacia Tremal-Naik.
—Creo que el mahout no se ha engañado —respondió el bengalí—. Por precaución haremos bien en preparar las carabinas. Se ha dado algunas veces que los tigres solitarios en vez de huir se han arrojado imprevistamente encima de los cazadores.
—Preparémonos, Sandokan.
El Tigre de la Malasia vació su chibuquí y tomó su carabina de dos tiros, montó los gatillos poniéndosela luego entre las rodillas. Yanez y Tremal-Naik lo habían imitado, luego habían apoyado contra el borde de la caja tres picas de corta medida que tenían, no obstante, hojas bastante anchas y con los bordes afiladísimos.
—Tú Sandokan, vigila sobre el mahout, yo miro a la derecha y tú Tremal-Naik a izquierda —dijo Yanez cuando aquellos preparativos fueron terminados—. Cuento más con nosotros tres que con toda esta gente.
—Y con Kammamuri y con nuestros malayos —añadió el Tigre de la Malasia—. No son hombres de dar la espalda en el momento del peligro.
Aún cuando todo indicase que aquellas junglas hubiesen sido recorridas por la terrible bestia, los elefantes llegaron sin malos encuentros a la orilla del estanque y dieron la vuelta quitando solamente algunas parejas de pavos y a una media docena de ocas salvajes, grandes como las europeas, con el cuello en cambio más largo, las alas bordeadas de negro, la cabeza adornada con un penacho.
Aquel estanque no tenía más que una circunferencia de quinientos o seiscientos metros y servía de reservorio para algunos minúsculos torrentes que se perdían en las cercanas junglas.
Las plantas acuáticas, los jhil, que se asemejan al loto común y que producen un gran tubérculo bastante apreciado por los indios, lo habían invadido en buena parte.
—Acampemos aquí —dijo Yanez al mahout.
Arrojó la escala y descendió con sus compañeros. El mayordomo lo había enseguida alcanzado para atender sus órdenes.
—Haz levantar la tienda y preparar el campamento.
—Sí, milord.
—Una pregunta antes.
—Habla.
—¿Hay otros estanques en los alrededores?
—Ninguno. No hay mas que un río, pero está muy lejos aún.
—De modo que los nilgó y los búfalos están obligados a venir aquí a saciar la sed.
—A las aldeas no se acercan nunca y luego aquellas fuentes son demasiado frecuentadas por los hombres y las mujeres.
—No necesito ahora mas que una buena cena.
Los shikaris, los pajes y los sirvientes, ayudados también por los malayos que estaban bajo la dirección de Kammamuri, en menos de un cuarto de hora prepararon el campamento alrededor de un magnífico nim, de tronco enorme y de follaje oscuro y denso, que con sus inmensas ramas lo cubría casi todo.
Tratándose de una parada en aquel lugar de quizá varios días, los shikaris para protegerse de las sorpresas del terrible kaala-bagh, con bambúes cruzados, habían formado como una barrera todo alrededor, atándolos estrechamente.
La tienda, aún cuando no fuese efectivamente necesaria, había sido levantada contra un árbol, o sea casi en el centro del campo.
La cena, muy abundante, porque el babourchi había cargado de provisiones el tercer elefante destinado más al servicio de la caravana que a enfrentar a la peligrosa bestia, fue enseguida preparada e incluso rápidamente devorada por los cazadores.
—Milord —dijo el mayordomo entrando bajo la tienda, después de que Yanez y sus compañeros hubieron terminado de comer—. ¿Debo hacer encender fogatas alrededor del campamento?
—Cuídate de hacerlo —respondió el portugués—. Espantarías a la bestia y entonces ¿dónde iremos a buscarla? Hemos venido aquí para cazarla, no ya para tenerla lejos.
—Puede caer sobre el campo, milord.
—Y estaremos listos para recibirla. Has colocar centinelas detrás de la cerca y no te preocupes por nada más. ¿Tienes algo de grasa?
—Ghee (manteca clarificada) que podrá servir igualmente.
—¿Y cajas de lata?
—Sí, las de la carne en conserva para ti y para tus compañeros.
—Llena tres o cuatro de manteca, pon dentro un pedazo de tela o una cuerda, has encenderlas y colocarlas alrededor del campamento, a la distancia de trescientos o cuatrocientos pasos.
—Haré lo que quiera.
—¿Qué quieres hacer con aquellas cajas Yanez? —preguntó el Tigre de la Malasia cuando el mayordomo se hubo alejado.
—Atraeremos al bagh —dijeron Tremal-Naik y el portugués.
—¡Ah astutos!
—El olor de la grasa o de la manteca se expande a grandes distancias y llegará a las narices del tigre —continuó Tremal-Naik—. Hacía así cuando era el cazador de la jungla negra y las bestias llegaban siempre e incluso en buen número.
—Amigos, tomemos nuestras armas y vayamos a emboscarnos fuera del campo —dijo Yanez—. Estoy seguro de que aquella bestiucha caerá esta noche bajo nuestros tiros.
—Estoy listo —dijo el Tigre de la Malasia.
Tomaron sus carabinas y las municiones, se pasaron en el cinturón el kris que sabían, los dos piratas especialmente, manejar mejor que cualquier otro y dejaron la tienda.
—Tú ocúpate del campamento y confía más en mis hombres que en tus shikaris —dijo Yanez al mayordomo que había regresado.
—¿Y tú, milord, a dónde vas? —preguntó el indio con estupor.
—Nosotros iremos a descubrir al kaala-bagh.
—¡De noche!
—No tenemos miedo. Adiós: pronto oirás nuestras carabinas.
Advirtieron también a Kammamuri de velar atentamente, luego los tres valerosos salieron del campo, tranquilos como si fuesen a cazar agachadizas.
Era una de aquellas espléndidas noches que se ven solamente en la India.
Las estrellas florecían en el cielo purísimo, despejado de cualquier nube y la luna se elevaba por encima de las oscuras florestas que se extendían más allá del Brahmaputra, proyectando sus rayos azulados sobre la jungla que circundaba el estanque.
Yanez y sus dos compañeros, sobrepasando las cajas llenas de manteca clarificada que ardían crepitando y lanzando de vez en cuando resplandores de luz vivísima, se adentraron entre los cañaverales y los arbustos de la jungla hasta que hubieron encontrado un pequeño espacio descubierto, un minúsculo claro donde no crecían más que unos pocos mehendi.
—He aquí un magnífico sitio —dijo el portugués, bajando la carabina—. Desde aquí podemos vigilar el campamento y también la jungla. Se diría que las plantas no lo han invadido para complacernos.
—Es verdad —respondió Sandokan.
—¡Calla! —dijo en aquel instante Tremal-Naik.
—¿Qué has oído?
La respuesta no la dio el bengalí. Fue un “hu-ab” terrible, formidable, que atronó en la noche tranquila como un tronido que sacudió incluso las firmes fibras del Tigre de la Malasia.
¡La respuesta la había dado el kaala-bagh!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Cuando nombra al “nim”, en el original dice “pipal nim”, pero son 2 árboles diferentes. Por eso dejé solamente el último nombre.

Terminamos el año con un capítulo lleno de referencias, muchas de ellas, nuevas.

Kaala-bagh: “Kala-bâgh” en el original, significa “negro-tigre” en hindi.

Mahout: “Mahut” en el original, es aquella persona que maneja y conoce a un elefante. Proviene del hindi “mahaut” y “mahavat”, que significa “montador de elefantes”.

Behra: “Behras” en el original, según el libro Crooked Paths Made Straight (Isabelle L. D. Grant, 2016), es una palabra urdu que deriva del inglés “bearer” (portador). Introducida en la época del Raj (“gobierno” en hindi) británico, se utiliza para designar una posición de servicio.

Merghee: Es una de las dos castas del elefante asiático, según los bengalíes. Proviene del hindi “mrigi”, “antílope” y su principal uso es la caza.

Kali: “Kalì” en el original. En el hinduismo es una de las diosas principales, considerada consorte de Shivá. Representa el aspecto destructor de la divinidad.

Man’s eater: Así en el original, en inglés, “comedor de hombres”.

Admiwala kanâh: No hay referencia para esta forma que utiliza Salgari.

Buda: Puede significar “inteligente” o “iluminado”. Su nombre real era Siddharta Gautama, fue un asceta y sabio​ en cuyas enseñanzas se fundó el budismo. Nació en la actual Nepal entre el 563 y el 483 A.C. y vivió 80 años.

Nanak: “Nanek” en el original, se trata de Gurú Nanak Dev Ji (15/4/1469 — 22/9/1539), fue el fundador del sijismo y el primero de los diez gurús sijes.

Mehendi: “Mindi” en el original, es el nombre hindi de la alheña (Lawsonia inermis), arbusto de la familia de las oleáceas, de unos dos metros de altura, ramoso, con hojas casi persistentes, opuestas, aovadas, lisas y lustrosas, flores pequeñas, blancas y olorosas, en racimos terminales, y por frutos bayas negras, redondas y del tamaño de un guisante.

Buteas frondosas: “Butee frondose” en el original, es otro nombre de la Butea monosperma, especie de planta medicinal perteneciente a la familia de las leguminosas, nativa del Asia del sur tropical, de Pakistán, la India, Bangladés, Nepal, Sri Lanka, Birmania, Tailandia, Laos, Camboya, Vietnam, Malasia y Indonesia occidental.

Añil: “Indaco” (índigo, traducido literalmente) en el original, es un arbusto perenne de la familia de las Papilionáceas, de tallo derecho, hojas compuestas, flores rojizas en espiga o racimo, y fruto en vaina arqueada, con granillos lustrosos, muy duros, parduscos o verdosos y a veces grises. De esta planta se obtiene naturalmente el color índigo.

Mangifera: Nombre científico del género de los mangos.

Bulbul: Ruiseñor. Debe tratarse del bulbul orfeo (Pycnonotus jocosus), que habita en la India.

Makna: Nombre con el que se conocen en India a los elefantes machos sin colmillos.

Babourchi: Cocinero musulmán en bengalí.

Sai: La casta Sai, Sayee o Sain, es una comunidad mendigante musulmana que se encuentra en los estados de Bihar y Uttar Pradesh al norte de la India.

Tamarindo: Árbol tropical, originario de África que puede alcanzar los 20m de altura.

Karī batakh: “Curree bât” en el original, es pato al curry en hindi.

Jangal samraat: “Jungaul barsath” en el original, busqué las palabras que definirían a “rey” (o “emperador” en este caso particular) y “selva” en hindi.

Jhanji: “Janti” en el original, es una pequeña zona rural de Assam atravesada por el río homónimo, a unos 300 km al este de Guwahati.

Libras: 1 lb = 0,45359237 kg, por lo tanto 25 lb equivalen a 11,34 kg; 0,5 lb equivalen a 0,23 kg.

Typha elephantina: “Thypha elephantina” en el original, es una especie de planta herbácea acuática emergente robusta, perenne, rizomatosa, con hojas muy erectas, dísticas y bifaciales. Se utiliza para tejidos y como alimento.

Acto bagh beursah: “Acto bâgh beursah” en el original, no encontré referencia para este término.

Sambar: “Samber” en el original, también conocido como sambhur (Rusa unicolor) es una especie de cérvido de tamaño medio y pelaje castaño que vive en el sureste de Asia.

Nilgó: También llamado toro azul, es el Boselaphus tragocamelus. Es un antílope de gran tamaño y cuerna pequeña común en los bosques de la India. El nombre “nilgó” quiere decir en hindi, “toro azul”.

Perros salvajes: Se refiere al Cuon alpinus, más conocido como cuón o perro salvaje indio, difiere del género Canis por el reducido número de molares y mayor número de pezones. Tiene mismo tamaño y gran parecido con el coyote.

Gamo: Mamífero rumiante de la familia de los Cérvidos, originario del mediodía de Europa, de unos 90 cm de altura hasta la cruz, pelaje rojizo oscuro salpicado de multitud de manchas pequeñas y de color blanco, que es también el de las nalgas y parte inferior de la cola; cabeza erguida y con cuernos en forma de pala terminada por uno o dos candiles dirigidos hacia delante o hacia atrás.

Bhainsa: Búfalo en hindi.

Jhil: Palabra en hindi que significa estanque. No existe una planta con ese nombre, seguramente se trate de un error o invento de Salgari. Tal vez se refiera a la Trapa natans o castaña de agua.

Loto: Nombre vulgar de las nelumbonáceas, hierbas acuáticas perennes.

Nim: Nombre común del árbol “Azadirachta indica”, perteneciente a la familia Meliaceae originario de la India y de Myanmar. Puede alcanzar de 15 a 20 metros de altura y posee follaje abundante todo el año. Su tronco es corto y recto y puede alcanzar 120 cm de diámetro.

Ghee: “Ghi” en el original, es una especie de mantequilla clarificada empleada en la cocina india y paquistaní. Originalmente se obtenía de leche de búfala.

Agachadizas: “Beccaccini” en el original, son aves limícolas, semejantes a la chocha, pero de alas más agudas y tarsos menos gruesos, que vuelan inmediata a la tierra, y por lo común están en arroyos o lugares pantanosos, donde se agachan y esconden.

9 comentarios:

  1. Hola,
    Cuando Salgari escribe "curree bât" probablemente se refiere a "karee batakh" que en el idioma hindi significa "pato al curry", un plato típico de Assam.
    Si abre este enlace https://tinyurl.com/y69ed7u2, puede leer un post que anuncia la apertura de un nuevo restaurante indio, cuyas especialidades incluyen "Karee batakh mumbee".
    Saludos,
    Luigi

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    1. ¡Muchas gracias Luigi por tu aporte! Ya actualicé la entrada a "karī batakh". Utilicé karī porque es la palabra que representa al curry en hindi.
      Además, actualicé el resto de las veces que apareció la palabra "curry" por "karī", ya que en el original, Salgari lo nombraba como "carri", así que sospecho que intentaba utilizar la palabra hindi.

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    2. Hola, encontré la definición de la palabra behra en el capítulo 10 de este libro:
      "Crooked Paths Made Straight" de Isabelle L. D. Grant (enlace: https://tinyurl.com/y5qqnkgl)
      Esto es lo que se dice:
      «I was never sure of the word behra. Spelling it did not help, for, as is usually he case with Urdu, each person spelled it in a unique way. (Urdu is written phonetically from right to left on the page.) I was told to spell the word however I liked. I could choose between bera, berm, beyra, or behra. The origin of the word, I found, was the British "bearer". Since the days of the Raj, the servant was the purveyor, the bearer of food, of messages, of clothes. A behra had a job; he had lodging somewhere in the home or compound of his master. The position of behra was a coveted one, for it connoted security and prestige. Class among the behras is inevitable. The lucrative job of cook-behra paid one hundred rupees a month, or twenty of our dollars, while the lowest in the order, the sweeper, usually receives about thirty rupees, or six dollars a month.»
      Saludos,
      Luigi

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    3. Nuevamente Luigi: ¡Muchas gracias por la ayuda! Ya puse la aclaración y la referencia correspondiente.

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  2. Hola Fernando,
    De nada, fue un placer.
    Digo otra cosa también. Creo que Janti sea en realidad Jania, un pequeño pueblo que está en el distrito de Barpeta, en Assam (https://tinyurl.com/y32v3b8f). Estoy bastante seguro de eso, sea porque es el único lugar en Assam que tiene un nombre bastante similar a Janti, sea porque en ese pueblo hay realmente un estanque (o algo muy similar), como se puede ver en esta imagen https://tinyurl.com/y3h7qtj4
    Existe la posibilidad también de que Salgari se inventó este topónimo, por supuesto, pero yo no creo que sea así.
    Saludos,
    Luigi

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    Respuestas
    1. Luigi, como bien decís existe la localidad de Jania. En su momento la había encontrado, pero la descarté porque la misma se encuentra al oeste de Guwahati y del otro lado del Brahmaputra. Tené en cuenta que al inicio del capítulo dicen que pasan por Kamarpur, que queda al este de Guwahati y del mismo lado del río. ¡Gracias igualmente por la información!

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    2. Mirando en el mapa, acabo de encontrar otra localidad con nombre similar y que sí está hacia el este: Jhanji. Pero queda a más de 300 km de Guwahati.

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    3. Creo que tienes razón, Jhanji (no había visto ese lugar) es más parecido que Janti.
      Además, hay algunos estanques en los alrededores de Jhanji (o al menos así parece en Google Maps).
      En mi opinión, la distancia (incluso si es de 300 km) no importa mucho, porque Salgari no siempre tenia en cuenta la geografía: si tenia que desplazar a un lugar para las necesidades narrativas, lo desplazaba sin problemas. Por ejemplo, en las descripciones de las rutas que hacen los prahos, se encuentran a veces inconsistencias geográficas.
      Al final hablamos de una obra de fantasía, aunque contenga elementos reales. Sin mencionar que las fuentes a las que Salgari recurrió no siempre eran confiables.
      Saludos,
      Luigi

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    4. ¡Es verdad que es ficción! Igualmente no dejan de llamarme la atención ciertas referencias bastante imprecisas con respecto a distancias, tiempos empleados y fechas cuando en otras cosas es muy preciso. Así y todo, no deja de ser fascinante y desafiante.

      Gracias nuevamente, ¡ya hice el ajuste!

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