viernes, 13 de octubre de 2017

I. Milord Yanez


La ceremonia religiosa, que había hecho acudir a Gauhati, una de las más importantes ciudades del Assam indio, a millares y millares de devotos seguidores de Visnú, llegados de todas las aldeas de las sagradas aguas del Brahmaputra, había terminado.
La preciosa piedra Shalágram, que no era mas que una concha petrificada, del género de los cuernos de Amón, de color negro, pero que en su interior ocultaba un cabello de Visnú, el dios conservador de la India, había sido vuelta a conducir a la gran pagoda de Karia, y probablemente ya escondida en una alacena solo conocida por el rajá, sus ministros y el gran sacerdote.
Los caminos se despejaban rápidamente: pueblo, soldados, bayaderas, ejecutantes, se apresuraban para regresar a sus casas, a las barracas, a los templos o a los albergues para comer, después de tantas horas de marcha alrededor de la ciudad siguiendo al gigantesco carro que llevaba al envidiado amuleto y sobre todo, a aquel cabello que todos los estados de la India envidiaban al afortunado rajá de Assam.
Dos hombres, que se destacaban vivamente por sus vestimentas bastante diferentes de las que llevaban puesta los indios, descendían lentamente uno de los caminos centrales de la populosa ciudad, deteniéndose de vez en cuando para intercambiar una palabra, sobre todo cuando no había cerca de ellos ni pobladores, ni soldados.
Uno era un bello tipo de europeo, sobre la cincuentena, con la barba entrecana y abundante, la piel un poco bronceada, todo vestido de franela blanca y teniendo en la cabeza un gran fieltro semejante al sombrero mejicano, con pequeñas bellotas de oro alrededor de la cinta de seda.
El otro en cambio, era un oriental, un extremo oriental, a juzgar por el color de su piel, que tenía lejanos reflejos aceitunados, ojos negrísimos, ardientes, barba todavía negra y cabellos largos y rizados que le caían sobre los hombros.
En vez del hábito blanco, vestía una riquísima casaca de seda verde con alamares y botones de oro, llevaba pantalones largos de igual color, botas altas de piel amarilla con la punta realzada como las de los uzbekos y de la ancha faja de seda blanca le colgaba una magnífica cimitarra, cuya empuñadura estaba incrustada de diamantes y rubíes de un valor ciertamente inmenso.
Espléndidos tipos ambos, de estatura alta, capaces de hacer frente solos a veinte hindúes.
—¿Entonces, Yanez? —preguntó de pronto el hombre vestido de seda, deteniéndose por décima vez—. ¿Qué has decidido? Mis hombres se aburren; tú sabes que la paciencia no ha sido nunca el fuerte de los viejos tigres de Mompracem. Hace ocho días que estamos aquí para mirar los templos de esta ciudad y la corriente poco limpia del Brahmaputra. No es así que se conquista un reino.
—Tú siempre tienes prisa —respondió el otro—. ¿Los años no lograron calmar nunca la sangre ardiente del Tigre de la Malasia?
—No creo —respondió el famoso pirata, sonriendo—. ¿Y a ti no te arrancaron tu eterna calma?
—Querría, mi querido Sandokan, poner hoy mismo las manos en el trono del rajá y arrancarle la corona para ponerla sobre la frente de mi bella Surama, pero la cosa no me parece demasiado fácil. Hasta que algún afortunado acontecimiento no me permita acercarme a aquel prepotente monarca, no podremos intentar nada.
—Aquel acontecimiento se lo busca. ¿Se habrá apagado tu fantasía?
—No lo creo, porque tengo una idea fija en el cerebro —respondió Yanez.
—¿Cuál?
—Si no damos algún gran golpe, no entraremos jamás en buenos tratos con el rajá que detesta a los extranjeros.
—Estamos listos para ayudarte. Somos treinta y cinco, con Sambigliong, y mañana estarán aquí también Tremal-Naik y Kammamuri. Me han telegrafiado hoy que dejaban Calcuta para alcanzarnos. Afuera la idea.
En vez de responder, Yanez se había detenido delante de un palacio, cuyas ventanas estaban iluminadas por cestas de alambre de hierro llenas de algodón embebido en aceite de coco, que llameaban crepitantes.
De la planta baja, que parecía servir de albergue, salía un barullo endiablado y a través de las ventanas se veían numerosas personas que iban y venían atareadas.
—Estamos —dijo Yanez.
—¿Dónde?
—El primer ministro del rajá, Su Excelencia Kaksa Pharaum no dormirá tan fácilmente esta noche.
—¿Por qué?
—Con el alboroto que hacen debajo de él. ¡Qué mala idea ha tenido de ir a vivir sobre un albergue! Podría costarle caro.
Sandokan lo miró con sorpresa.
—¿Tu idea partiría de este albergue? —preguntó.
—Me lo sabrás decir más tarde. Como he jugado con James Brooke, que no era un estúpido, haré una fea broma también a Su Excelencia Kaksa Pharaum. ¿Tienes hambre, hermanito?
—Una buena cena no me molestaría.
—Te la ofrezco, pero te la comerás solo —dijo Yanez.
—Te vuelves un enigma.
—Desenvuelvo mi famosa idea. Tú entonces cenarás en otra mesa y sea lo que sea que suceda no intervendrás en mis cosas; solo cuando hayas terminado de cenar irás a llamar a nuestros cachorros y los harás pasear, como tranquilos ciudadanos que gozan de la frescura nocturna, bajo las ventanas de Su Excelencia el primer ministro.
—¿Y si te amenazan?
—Tengo bajo la faja dos buenas pistolas de dos tiros cada una y en un bolsillo tengo mi fiel kris. Mira, escucha, come y finge ser ciego y mudo.
Dicho esto dejó a Sandokan, más que nunca estupefacto por aquellas palabras oscuras, y entró resueltamente en el albergue, con una gravedad tan cómica que en otras ocasiones habría hecho reventar de la risa a su compañero, aún cuando por naturaleza no hubiese sido nunca demasiado alegre.
Aquella cantina no era tan frecuentada, como Yanez había creído.
Se componía de tres salones, amueblados sin lujo, con muchas mesas y muchos bancos y un gran número de sirvientes que corrían como locos, llevando jarras de vino de palma y de arrack y grandes cazuelas de barro repletas de arroz condimentado con pescados del Brahmaputra, fritos en aceite de coco y mezclados con hierbas aromáticas.
Sentados en las mesas no había mas de dos docenas de indios, pertenecientes, no obstante, a las altas castas, a juzgar por la riqueza de sus vestimentas, en su mayoría katoch y rajput descendidos de las altas montañas del Daphla y del Landa para pedir algún perdón a la preciosa concha petrificada, que ocultaba en su interior el cabello de Visnú.
La imprevista entrada de aquel europeo parecía que hubiese producido un pésimo efecto sobre todos aquellos indios, porque las conversaciones cesaron inmediatamente, y la alegría producida por las abundantes libaciones del vino y del arrack arakanés se esfumó de golpe.
El portugués, a quien nada se le escapaba, atravesó las dos primeras salas y habiendo entrado en la última fue a sentarse a una mesa, que estaba ocupada por cuatro barbudos katoch que tenían en las anchas fajas un verdadero arsenal entre pistolas, puñales y talwar bastante encorvados y afiladísimos.
Yanez los miró bien al rostro, sin dignarles el saludo y se sentó tranquilamente de frente a ellos, gritando con voz estentórea:
—¡De comer! ¡Milord tiene mucha hambre!
Los cuatro katoch, a los cuales no debía gustarles demasiado la compañía de aquel extranjero, tomaron sus cazuelas de barro semi llenas de karī, se alzaron de golpe y cambiaron de mesa.
—Buenísimo —murmuró el portugués—. Dentro de poco los haré o reír o llorar.
Un garzón pasaba en aquel momento, llevando un plato lleno de pescado, destinado a otras personas.
Se alzó rápidamente y lo aferró por una oreja obligándolo a detenerse. Luego le gritó al rostro:
—Milord tener mucha hambre. ¡Pon aquí, bribón! Es la segunda vez que milord gritar.
—¡Sahib! —exclamó confuso, y un poco irritado, el indio—. Este pescado no es para usted.
—¡Llamarme milord, pillo! —gritó Yanez, fingiéndose irritado—. Yo ser gran inglés. ¡Pon aquí plato! Buen aroma.
—Imposible, milord. No es para ti.
—Yo pagar y querer comer.
—Solo un momento y te sirvo.
—Contar momentos en mi reloj, luego cortar a ti una oreja.
Sacó de un bolsillo un magnífico cronómetro de oro y lo puso sobre la mesa, mirando fijo las agujas.
En aquel momento Sandokan había entrado, sentándose en una mesa que se encontraba al lado de una ventana y que no había sido ocupada.
Llevando puesto un traje típico oriental y teniendo la piel de color, nadie había hecho gran caso de él. Podía pasar por un rico hindú del Lahore y de Agra, llegado para asistir a la célebre ceremonia religiosa.
El famoso pirata malayo apenas se había sentado que tres o cuatro jóvenes sirvientes se le pusieron alrededor, preguntándole afectuosamente qué deseaba por cena.
—¡Por Júpiter! —exclamó Yanez, arrojando con malhumor el cigarrillo que apenas había encendido—. Ha entrado después que yo y ahí están todos alrededor para servirlo. Un europeo no podrá hacer nunca nada bueno en este país, a menos que sea un astuto matriculado. ¡Ah! ¡Es así! Verán lo que sabrá hacer milord... Moreland. Tomemos el nombre del hijo de Suyodhana. Suena bien en los oídos. ¡Ah! ¡Uf! ¡Hay para beber!
Una garrafa, ordenada ciertamente por los cuatro katoch que antes ocupaban la mesa, se encontraba en el medio, junto a una taza.
Yanez, sin preocuparse de sus propietarios, la aferró y se la arrimó a los labios, bebiendo un largo trago.
—Verdadero arrack —dijo luego—. ¡Exquisitísimo a fe mía!
Estaba por devolverlo, cuando uno de los cuatro katoch barbudos se acercó a la mesa, diciéndole en un pésimo inglés:
—Disculpe, sahib, pero aquella garrafa me pertenece. Tú has apoyado en el jarro tus labios impuros y pagarás el contenido.
—Llámame, milord, ante todo —dijo Yanez, tranquilamente.
—Sea pues, mientras tú pagues aquel licor que yo he ordenado para mí —respondió el katoch con acento seco.
—Milord no pagará por nadie. Encontrar garrafa en mi mesa y yo beber hasta no tener más sed. Dejar tranquilo a Milord.
—Aquí no está en Calcuta ni tampoco en Bengala.
—A milord no le importa en absoluto. Yo ser grande y rico inglés.
—Razón de más para pagar aquello que no le pertenece.
—Vete al diablo.
Luego, viendo pasar a otro garzón que llevaba un plato lleno de fruta cocida, lo tomó por el cuello, aullándole:
—¡Aquí! Pon aquí, frente a milord. Pon o milord estrangular.
—¡Sahib!
Yanez, sin esperar más, le arrancó el plato, se lo puso delante y después de haber dado al garzón un empujón que lo mandó a golpear la nariz contra una mesa cercana, se puso a comer, barboteando:
—Milord tiene mucha hambre. ¡Pillos indios! ¡Mandar yo aquí cipayos y cañones y bum sobre todos ustedes!
A aquel acto de violencia, realizado por un extranjero, un amenazador murmullo había escapado de los labios de los indios, que estaban cenando en la cantina.
Los tres katoch también se habían levantado, teniendo las manos apoyadas en sus largos pistolones y mirándolo ferozmente.
Solo Sandokan reía silenciosamente, mientras Yanez, siempre imperturbable, devoraba concienzudamente la fruta cocida regándola de vez en cuando con el arrack que no había pagado, ni quería pagar.
Cuando hubo terminado, aferró casi al vuelo a un tercer garzón, arrancándole de la mano una cazuela de barro llena de karī, condimentado con un magnífico pescado.
—¡Todo esto para milord! —gritó—. ¡Ustedes no sirven, y yo agarro, by God!
Esta vez un alarido de indignación se había alzado en la sala.
Todos los indios que ocupaban las mesas habían brincado en pie como un solo hombre, fastidiados por aquellas continuas prepotencias.
—¡Fuera el inglés! ¡Fuera! —gritaron todos, con voz amenazadora.
Un rajput de aspecto pícaro, más audaz que los otros, avanzó hacia la mesa ocupada por el portugués y le indicó la puerta, diciéndole:
—¡Vete! ¡Basta!
Yanez, que ya estaba atacando el pescado, alzó los ojos sobre el indio, preguntándole con perfecta calma:
—¿Quién?
—¡Tú!
—¿Yo, milord?
—¡Milord o sahib, vete! —retomó el rajput.
—Milord no ha terminado todavía la cena. Tiene mucha hambre todavía, querido indio.
—Ve a comer a Calcuta.
—Milord no tiene deseos de moverse. Encuentra aquí cosas muy buenas y yo milord comer todavía mucho, luego todo pagar.
—¡Arrójalo fuera! —aullaron los katoch, furibundos.
El rajput alargó la mano para aferrar a Yanez; pero este le arrojó al rostro el pescado que estaba comiendo, cegándolo con la salsa con pimienta que lo rodeaba.
A aquel nuevo acto de prepotencia, que sonaba como un desafío, los cuatro katoch a los cuales Yanez había bebido el arrack, se habían lanzado contra la mesa aullando como endemoniados.
Sandokan se había también alzado, poniendo las manos dentro de la faja; pero una mirada rápida de Yanez lo detuvo.
El portugués por otra parte, era capaz de vérselas sin la ayuda de su terrible compañero.
Ante todo, arrojó encima de los katoch la cazuela de barro del karī; luego, habiendo aferrado un taburete de bambú lo alzó, revoleándolo amenazadoramente sobre la barbilla de sus adversarios.
El movimiento fulmíneo, la estatura del hombre y más que nada cierta fascinación misteriosa que ejercen casi siempre los hombres blancos sobre los de color, habían detenido el impulso de los katoch y de todos los otros hindúes, que estaban por tomar parte en la defensa de sus compatriotas.
—¡Salgan o milord inglés mata a todos! —había gritado el portugués.
Luego, viendo que sus adversarios estaban inmóviles, indecisos, dejó caer el banco, extrajo dos magníficas pistolas de doble cañón, decoradas con arabescos y engarzadas en plata y madreperla y sin más las niveló, repitiendo:
—¡Salgan todos!
Sandokan fue el primero en obedecer. Los otros, tomados por un súbito pánico y también para evitarle a su gobierno, ya no muy bien visto por el gobernador general y virrey de la India, graves complicaciones, no tardaron en batirse en retirada, aún cuando todos poseyeran armas.
El propietario de la cantina, oyendo todo aquel alboroto, fue rápido a acudir empuñando una especie de asador.
—¿Quién eres tú que te permites estropear los sueños de Su Excelencia el ministro Kaksa Pharaum que habita arriba y que pone en fuga a mis clientes?
—Milord —respondió Yanez con toda tranquilidad.
—Milord o campesino te invito a salir.
—Yo no haber aún terminado mi comida. Tus boys no servirme y yo tomarles los platos. Yo pagar y tener por eso derecho a comer.
—Ve a terminar tu cena a otro lugar. Yo no sirvo a los ingleses.
—Y yo no dejar tu albergue.
—Haré llamar a los guardias de Su Excelencia el ministro y te haré arrestar.
—Un inglés jamás tiene miedo de los guardias.
—¡Fuera! —aulló el cantinero furibundo.
—No.
El asamés hizo acto de alzar el asador, pero enseguida retrocedió hasta el umbral de la puerta.
Yanez había empuñado las pistolas que había depuesto sobre la mesa y se las había apuntado hacia el pecho, diciéndole fríamente:
—Si tú dar un solo paso, yo hacer bum y matarte.
El cantinero cerró con estrépito la puerta, mientras los katoch y los rajput que también habían acudido de las dos salas, gritaban:
—¡No lo dejemos escapar! ¡Es un loco! ¡Guardias! ¡Guardias!
Yanez había estallado en una gran risotada.
—¡Por Júpiter! —exclamó—. He aquí como se puede procurar una cena gratuita junto a un altísimo personaje del rajá de Assam. Me la ofrecerá, no tengo dudas. ¿Y Sandokan? ¡Ah! Se ha ido: buenísimo, ahora podemos reanudar la comida.
Tranquilo e impasible, como un verdadero inglés, se había sentado ante otra mesa sobre la que se encontraba otra cazuela de barro con curry, engullendo una cucharada.
No obstante, no había llegado a la tercera, cuando la puerta se volvió a abrir con gran estrépito y seis soldados que tenían turbantes inmensos, anchas casacas flameantes, pantalones amplísimos y babuchas de piel roja, entraron apuntando sobre el portugués sus carabinas.
Eran seis hombres, altos como granaderos, y barbudos como bandoleros de montaña.
—Ríndete —le dijo uno de ellos que tenía plantada sobre el turbante una pluma de buitre.
—¿A quién? —preguntó Yanez, sin dejar de comer.
—Somos los guardias del primer ministro del rajá.
—¿Dónde conducir a milord?
—De Su Excelencia.
—Yo no tener miedo de Su Excelencia.
Se volvió a poner en el cinturón las pistolas, se alzó con toda flema, puso sobre la mesa un montoncito de rupias para el tabernero y avanzó hacia los guardias, diciendo:
—Milord dignar Su Excelencia ver gran inglés.
—Danos las armas, milord.
—Yo no dar nunca mis pistolas: ser regalo de graciosísima reina Victoria mi amiga, porque yo ser gran milord inglés. Yo prometer no hacer daño al ministro.
Los seis guardias se interrogaron con las miradas, no sabiendo si debían forzar a aquel original a consignar las pistolas; pero luego, temiendo cometer algún gran disparate, tratándose de un inglés, lo invitaron sin más a seguirlos ante el ministro.
En la vecina sala se habían reunido todos los clientes, listos para prestar apoyo a los guardias del ministro.
Viéndolo aparecer, una salva de imprecaciones lo recibió:
—¡Háganlo ahorcar!
—¡Arrojen por la ventana al inglés!
—¡Es un ladrón!
—¡Es un bribón!
—¡Es un espía!
Yanez miró intrépidamente a aquellos energúmenos, que fanfarroneaban porque lo veían entre seis carabinas y respondió a sus invectivas con una clamorosa risotada.
Habiendo salido de la cantina, los guardias entraron en un portón vecino e hicieron subir al prisionero una marmórea gradería que estaba iluminada por un lamparón de metal dorado, en forma de cúpula.
—¿Aquí habitar ministro? —preguntó Yanez.
—Sí, milord —le respondió uno de los seis.
—Yo tener prisa de cenar con él.
Los guardias lo miraron con estupor; pero no osaron decir nada.
Habiendo llegado al rellano lo introdujeron en una bellísima sala, decorada con elegancia, con muchos sillones de seda floreada, grandes cortinas de percal azul y graciosos muebles, ligerísimos y taraceados con marfil y madreperla.
Uno de los seis indios se acercó a una placa de bronce suspendida sobre una puerta y la percutió repetidamente con un martillo de madera.
El sonido no se había aún disipado, cuando la cortina fue alzada y un hombre apareció, fijando enseguida sus ojos, más con curiosidad que con malhumor, sobre Yanez.
—Su Excelencia el primer ministro Kaksa Pharaum —dijo uno de los guardias—. Saluda.
—¡Ahó! —dijo Yanez, quitándose el sombrero y ofreciendo la mano derecha, como para estrechar la mano al poderosísimo ministro.
Kaksa Pharaum era un hombre de cincuenta años, pequeño, delgado como un faquir, con la piel bastante bronceada, la nariz retorcida en forma de gancho como el pico de un ave rapaz, que se escondía en buena parte entre una espesísima barba que le subía hasta casi los ojos.
Había dejado el rico traje de corte, porque llevaba puesto un simple dhoti de seda amarilla con bordados rojos que le descendía, como una bata, hasta las babuchas de piel roja oscura.
Aún cuando hubiese visto la mano de Yanez, se cuidó bien de tocarla, es más, se apartó un poco, para comprender mejor a aquel extranjero al que no deseaba otorgarle ninguna confianza.
—¿Eres tú el que ha provocado tanto alboroto en la cantina? —preguntó.
—Haber sido yo —respondió Yanez.
—¿No sabía que aquí habita un ministro?
—Yo saber una sola cosa: tener mucho hambre y ver a otros comer sin mí.
—¿Y por eso ha hecho nacer media revolución y me ha molestado?
—¿Cuando tú Excelencia tener deseos de cenar tú comer enseguida y yo no?
—Yo soy un ministro...
—Y yo ser milord John Moreland, gran par de Inglaterra, amigo grande de la reina Victoria emperatriz de toda la India.
Oyendo aquellas palabras, la frente del ministro, poco antes arrugada, se serenó.
—¿Tú eres un milord?
—Sí, Excelencia.
—¿Y no se lo has dicho al cantinero?
—Haberlo gritado a todos y ninguno quererme dar de comer. No hacer así nosotros en Inglaterra. Dar de comer también a hindú.
—¿De modo que no ha podido cenar, milord?
—Solo pocos bocados. Yo tener todavía mucha hambre, grandísima hambre. Yo escribir esta noche al virrey en Bengala que no poder cumplir mi difícil misión, porque asameses no dar a milord de comer.
—¿Qué misión?
—Yo ser gran cazador de tigres y haber aquí venido para destruir todas malas bestias que comen hindú.
—De modo que tú, milord, has venido para rendir valiosos servicios. Nuestros súbditos se han equivocado en tratarlo mal, no obstante yo remediaré todo. Sígame, milord.
Hizo señas a los guardias de retirarse, volvió a alzar la cortina e introdujo a Yanez en un gracioso gabinete, iluminado por un globo de vidrio opalino, suspendido sobre una mesa ricamente preparada, con platos y cubiertos de oro y plata, llenos de variados manjares.
—Estaba a punto de cenar —dijo el ministro—. Milord te ofrezco hacerme compañía, así te compensaré la mala educación y la malevolencia del cantinero.
—Yo agradecer a su Excelencia y escribir a mi amigo el virrey en Bengala tu gentil acogida.
—Te estaré agradecido.
Se sentaron y se pusieron a comer con envidiable apetito, especialmente por parte de Yanez, intercambiándose de vez en cuando algún cumplido.
Es más, el ministro llevó su cortesía hasta hacer servir a su convidado de la vieja cerveza inglesa que, aún cuando muy ácida, Yanez se cuidó bien de no tomarla de un trago.
Cuando hubieron terminado, el portugués se derribó sobre una cómoda poltrona y habiendo fijado los ojos en el rostro del ministro, le dijo a quemarropa y en buenísima lengua india:
—Excelencia, vengo de parte del virrey en Bengala para tratar con usted un grave asunto diplomático.
Kaksa Pharaum había dado un sobresalto sobre su silla.
—Perdone si he recurrido a un medio... un poco extraño para acercarme y...
—No sería usted un milord...
—Sí, un verdadero milord y primer secretario y embajador secreto de Su Excelencia el virrey —respondió Yanez imperturbable—. Mañana le mostraré mis documentos.
—Podía pedirme una audiencia, milord. No se la habría rechazado.
—El rajá no habría tardado en ser informado, mientras por ahora deseo hablarle solo a usted.
—¿El gobierno de las Indias tiene alguna idea para Assam? —preguntó Pharaum espantado.
—Nada en absoluto, tranquilícese. Nadie piensa amenazar la independencia de este estado. No tenemos ninguna queja para hacer al Assam ni a su príncipe. No obstante, esto que debo decirle no debe ser oído por ninguna persona, de modo que sería mejor, para mayor seguridad, que mandase a sus sirvientes a dormir.
—No estarán descontentos, todo lo contrario —dijo el ministro, esforzándose por sonreír.
Se alzó y pertució el tamtan que estaba colgado a la pared, detrás de su silla.
Un sirviente entró casi enseguida.
—Que se apaguen todas las luces, excepto aquellas de mi dormitorio y que todos vayan a acostarse —dijo el ministro, con un tono que no admitía réplica—. No quiero, por ningún motivo, ser molestado esta noche. Tengo que trabajar.
El sirviente se inclinó y desapareció.
Kaksa Pharaum esperó a que el ruido de los pasillos se hubiese apagado, luego volviendo a sentarse, dijo a Yanez:
—Ahora, milord, puede hablar libremente. Dentro de algunos minutos toda mi gente roncará.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Esta novela no tiene una ubicación temporal exacta. Si Yanez tiene alrededor de 50 años y durante la rebelión india (1857) tenía más de 30, podemos decir que la historia transcurre a fines de la década de 1870; en el 77 o 78, aproximadamente, más teniendo en cuenta que la reina Victoria ya era supuestamente la emperatriz de la India.

En esa época los gobernadores generales y virreyes de la India cambiaban muy seguido, por lo que tampoco podemos establecer exactamente a quién se estaban refiriendo. Probablemente se trate de Robert Bulwer-Lytton que estuvo a cargo de la colonia india entre el 12 de abril de 1876 y el 8 de junio de 1880.

Entre 1874 y 1905, Assam tenía asignado un comisionado principal británico y no un rajá como se informa en la novela. El cambio realizado por Salgari, no creo que fuera por desconocimiento, sino para justificar el intento de recuperación del trono para Surama, después de que se lo quitaran a su padre.

En este capítulo se utiliza indistintamente indio e hindú, cuando no significan lo mismo. El primero es el natural de la India y el segundo, el seguidor del hinduismo.

Yanez: Para los que leyeron ya aventuras de Sandokan en castellano quizá les parezca extraño leer así el nombre y no “Yáñez”. Preferí mantener el original de Salgari. Según Antonio Palermo, Salgari utilizó referencias del Diario de a bordo del primer viaje de Cristóbal Colón. Tomó el segundo nombre de Vicente Yáñez Pinzón, capitán de La Niña y el nombre de una de las 8 islas principales que forman el archipiélago de las Canarias, La Gomera, primera parada del viaje. Por lo tanto, el nombre de Yanez es bien español y para nada portugués. Como detalle, algunas ediciones portuguesas de las novelas de Sandokan, nombran a su hermanito como Eanes de Gomes, donde Eanes es Yáñez en portugués y Gomes, un apellido típico lusitano.

Milord: “Mylord” en el original, es el tratamiento inglés que se da a los lores, o señores de la nobleza inglesa.

Gauhati: También conocida como Guwahati es una ciudad del estado de Assam, en la India, fundada en el S.VI. Está ubicada en las orillas del río Brahmaputra. Al sudeste de su área metropolitana se encuentra Dispur, la capital de Assam. Tiene más de 900 mil habitantes. El nombre deriva del sánscrito “guwa”, areca o nuez betel.

Assam: Estado del noreste de India. Su capital es Dispur y su capital comercial, Gauhati. En la época en que transcurre la novela, Assam era una provincia del comisionado principal, independiente de la presidencia de Bengala.

Visnú: En el hinduismo es el dios principal, creador, preservador y destructor del universo.

Brahmaputra: Es uno de los ríos más largos de Asia con 2.896 km. Desagua en el golfo de Bengala, formando parte del delta del Ganges. En sánscrito el nombre significa “hijo de Brahma”.

Shalágram: “Salagraman” en el original, es un tipo de piedra sagrada de la India, adorada por los visnuistas. Originalmente eran amonites fosilizados del río sagrado Gandaki (Nepal), pero actualmente se utiliza cualquier otra piedra de color negro que se consiga en dicho río.

Cuernos de Amón: “Corni d’Ammone” en el original, nombre común utilizado para referirse al “amonites”, molusco fósil de la clase de los Cefalópodos, con concha externa en espiral, muy abundante en la Era Secundaria. Viene de “Amón”, sobrenombre de Júpiter representado con cuernos de carnero.

Pagoda de Karia: No encontré referencias a esta supuesta pagoda de Guwahati. Podría tratarse del templo de Kamakhya, dedicado a la diosa Śakti, situado en la colina Nilachal, en la parte occidental de la ciudad. En el capítulo 4 indica que la pagoda está ubicada en un islote del Brahmaputra, por lo que también podría tratarse del templo de Umananda.

Rajá: “Rajah” en el original, es el soberano índico. Viene del francés “rajah” y éste del sánscrito “raja”, rey.

Bayaderas: “Bajadere” en el original, es una bailarina y cantora india, dedicada a intervenir en las funciones religiosas o solo a divertir a la gente con sus danzas o cantos.

Alamares: Presilla y botón, u ojal sobrepuesto, que se cose, por lo común, a la orilla del vestido o capa, y sirve para abotonarse o meramente para gala y adorno, o para ambos fines.

Uzbekos: Natural de Uzbekistán, país de Asia.

Cimitarra: “Scimitarra” en el original, es una especie de sable usado por turcos y persas.

Mompracem: “Es relevante subrayar que la isla de Mompracem (...), aparece en numerosas cartas geográficas antiguas y, en particular, en la carta de E von Stulpnagel (Hand Atlas de Adolf Stieler, 1873). Las modernas cartas, sin embargo, nada indican respecto de la ubicación de la isla. Rolando Jotti y Giulio Raiola, viajeros y estudiosos de Salgari, después de una larga búsqueda creyeron identificar en Kuraman a la antigua Mompracem, pero, con respecto a la posición original, es necesario tener en cuenta que las viejas cartas no eran precisas, debido a los métodos de detección aproximados.” (Giuseppe Cantarosa, en el prólogo de la edición de Fabbri Editor de “Le Tigri di Mompracem”). La isla Kuraman es una pequeña isla tropical que pertenece a Malasia en el mar de la China, cerca de la isla de Labuan. Una nueva investigación publicada en el libro “La riconquista di Mompracem. L’isola che c’era” (Fabio Negro, 2011) sugiere que la ubicación de la isla se corresponde con una barrera coralina sobre la costa occidental de Brunéi y que habría desaparecido como consecuencia de la erupción del Volcán Krakatoa en 1883.

Sandokan: Para los que leyeron ya aventuras de Sandokan en castellano quizá les parezca extraño leer así el nombre y no “Sandokán”. Preferí mantener el original de Salgari. Así como la isla Mompracem tiene aparentemente un origen real, hay quienes sostienen que Sandokan también existió y fue un noble que vivió en el S.XIX en Borneo. El nombre puede ser una derivación de Sandakan, la segunda mayor ciudad del estado de Sabah, Malasia, al norte de la isla Borneo.

Calcuta: “Calcutta” en el original, es la ciudad capital del estado indio de Bengala Occidental al oeste de India.

Kris: “Kriss” en el original, es una daga, de uso en Filipinas, que tiene la hoja de forma serpenteada.

Arrack: “Arak” en el original, bebida alcohólica destilada producida a partir del fermento de flores de coco, caña de azúcar, granos o fruta, dependiendo del país o región. No debe confundirse con otra bebida alcohólica llamada “arak” o “araq”, de la familia del anís.

Katoch: “Kaltani” en el original, es un clan de Rajput del linaje de los chatrias. Son originarios del Reino de Trigarta y ellos mismos se consideran la más antigua dinastía real de la India.

Rajput: “Ragiaputra” en el original, también conocidos como “rashputs”, son miembros de uno de los clanes patrilineales territoriales del norte y centro de la India. Se consideran a sí mismos descendientes de una de las castas chatria (guerreros gobernantes). En la actualidad, el estado indio de Rajastán es el hogar de la mayoría de los rajput.

Daphla: “Dalch” en el original (en algunos mapas y documentos antiguos figura como “Daleh”), también encontrada como Dafla, son montañas que separan el estado de Assam del de Arunachal Pradesh (en su momento, parte del Tíbet).

Landa: No encontré referencias a este supuesto monte.

Arakanés: “Arracanese” en el original, era el habitante de la antigua Arakán, actual estado de Rakáin en Myanmar.

Talwar: “Tarwar” en el original, es un sable de la India, de hoja curva, principalmente de un solo filo y de empuñadura aplanada. Mide entre 70 y 90 cm de longitud.

Karī: “Carri” en el original, significa curry en hindi, un condimento originario de la India compuesto por una mezcla de polvo de diversas especias. El plato de comida que se prepara con el condimento también lleva el mismo nombre.

Garzón: Del francés “garçon”. Joven mancebo, mozo.

Sahib: Es el honorífico árabe que equivale a “señor” o “don”. Se utiliza como término de respeto en el subcontinente indio.

Lahore: Actualmente es una ciudad de Pakistán. Se encuentra situada a orillas del río Ravi, cerca de la frontera con la India. Tiene 7 millones de habitantes, siendo la segunda ciudad más poblada de Pakistán, tras Karachi. La ciudad formó parte del Imperio Mogol, luego queda en poder de los Sijs hasta que los británicos la anexan a la India en el S.XIX.

Agra: Ciudad situada a orillas del río Yamuna, en el estado de Uttar Pradesh, en la India. Fue capital del Imperio Mogol entre 1556 y 1658, poderoso estado turco islámico.

Cipayos: “Cipai” en el original, es el soldado indio de los siglos XVIII y XIX al servicio de Francia, Portugal y Gran Bretaña.

¡By God!: Así en el original, “¡Por Dios!” en inglés.

Arabescos: Adorno compuesto de tracerías, follajes, cintas y roleos, y que se emplea más comúnmente en frisos, zócalos y cenefas.

Madreperla: Molusco lamelibranquio, con concha casi circular, de diez a doce centímetros de diámetro, cuyas valvas son ásperas, de color pardo oscuro por fuera y lisas e iridiscentes por dentro, y que se cría en el fondo de los mares intertropicales, donde se pesca para recoger las perlas que suele contener y aprovechar el nácar de la concha.

Gobernador general y virrey de la India: “Viceré del Bengala” en el original, era el máximo representante de la corona inglesa en la India durante la época de la colonia. Hasta 1833 se lo llamaba “Gobernador general de Bengala”, luego entre 1833 y 1858, pasó a ser “Gobernador general de la India” y por último, la forma que utilicé para la traducción. Por estar en Bengala, traduje el texto en los diálogos como “virrey en Bengala”, ya que al hablar no tiene mucho sentido nombrar una y otra vez el título completo.

Boys: “Boy” en el original, “chicos” en inglés.

Babuchas: Calzado ligero y sin talón, usado principalmente en países orientales y del norte de África.

Rupia: Moneda utilizada en India, Pakistán, Sri Lanka, Nepal, Mauricio y Seychelles.

Reina Victoria: Reinó el Reino Unido desde la muerte de su tío paterno Guillermo IV, el 20 de junio de 1837 hasta fallecer el 22 de enero de 1901. A partir del 1° de enero de 1877 se convirtió en la primera Emperatriz de la India.

Percal: Tela de algodón blanca o pintada más o menos fina, de escaso precio.

Faquir: “Fakiro” en el original, en la India, asceta que practica duros ejercicios de mortificación.

Dhoti: “Dootèe” en el original, es la prenda de ropa típica para los hombres en la India. Consiste en una pieza rectangular de algodón que puede llegar a medir 5 metros de largo por 1,20 de ancho. Generalmente de color blanco o crema se enrolla en la cintura y se une por medio de las piernas.

Tamtan: “Tam tam” en el original, es un tambor africano de gran tamaño, que se toca con las manos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario