miércoles, 23 de agosto de 2017

XXX. El demonio de la guerra


El Rey del Mar, habiendo embarcado rápidamente la chalupa, enseguida había virado de bordo lanzándose hacia el norte, a fin de no comprometerse entre las escolleras que se prolongaban hacia occidente.
La escuadra de los aliados acudía a todo vapor, esperando cortarle el paso y forzaba las máquinas para llegar a tiempo.
No obstante, ninguna de aquellas naves, todas de tipo anticuado, desgastadas en estaciones de otros mares, podía competir con el velocísimo crucero, que marchaba ya a tiro forzado, ni podía competir con su formidable artillería, que era la más moderna de aquella época.
Los proyectiles caían densos sobre el puente del crucero y golpeaban también furiosamente sus flancos y las granadas estallaban en buen número sobre las torretas con un estrépito ensordecedor y alzando largas llamaradas, no obstante, sin conseguir romper las placas metálicas.
La nave de los tigres de Mompracem respondía con igual energía. Sus grandes piezas de caza tronaban sin pausa, dañando gravemente a los adversarios, demasiado débiles para medirse con ella.
Yanez, con el eterno cigarrillo en la boca, y Sandokan asistían tranquilamente a aquel horrible espectáculo, sin que un músculo de su rostro se estremezciera. Solamente cuando algún proyectil golpeaba de lleno a las naves adversarias, manifestaban su complacencia con una humareda más vigorosa el primero y con un simple movimiento de cabeza el segundo.
A bordo el retumbar era ensordecedor, espantoso.
Chorros de fuego saltaban de las rendijas de las torretas y de las troneras de las baterías y nubarrones de humo envolvían los flancos de la poderosa nave.
El Rey del Mar huía rapidísimo, sustrayéndose al amenazador cerco de la escuadra, dejando tras de sí torbellinos de humo y de chispas.
Pasó como un proyectil entre dos naves que intentaban estrecharlo, descargando encima de ellas dos tremendas andanadas y protegiéndose con dos piezas de popa.
La escuadra de los aliados, impotente en darle una caza vigorosa por deficiencia de velocidad, se quedaba atrás, a pesar de marchar también a tiro forzado. Sus balas no llegaban más sobre el puente del crucero.
Ya los tigres de Mompracem se creían salvados, cuando detrás de otro acantilado vieron salir a todo vapor a cuatro soberbios cruceros, grandes como el Rey del Mar.
—¡Saccaroa! —exclamó Sandokan—. ¿De dónde han salido aquellas naves, Yanez...? ¡Haz poner proa al norte!
Los cuatro cruceros se habían lanzado sobre el camino del Rey del Mar, pero desgraciadamente habían aparecido demasiado tarde como para tomar parte activa en el combate.
—Un momento antes y no sé cómo nos los habríamos sacado —dijo Yanez, que los observaba a través de la tronera de comando.
—Pero ahora, señor Yanez, permanecerán siempre a popa —dijo el ingeniero norteamericano que los observaba atentamente—. Quizá en armamento podrían competir con nosotros; desde luego no en fuerza de máquinas. Miren: ganamos visiblemente camino y dentro de seis horas no los veremos más.
—¿Y de quién serán aquellas bellas naves? —preguntó Tremal-Naik—. No veo ninguna bandera ondear en sus arboladuras.
—Supongo que son inglesas —respondió Yanez—. Pertenecerán quizá a la escuadra anglo-india. Antes en Labuan, no se veían naves tan modernas.
—Y parece que no nos quieren dejar tan fácilmente —dijo Sandokan, que había regresado en aquel momento a la torre—. Afortunadamente ahora ya estamos fuera del alcance de su artillería. Esperaremos la noche para tomar un rumbo falso y doblar hacia occidente. Remontaremos por las costas de Labuan.
—¿Para que crean que buscamos caer de golpe y porrazo sobre aquella isla? —preguntó Yanez.
—O sobre Mompracem —respondió Sandokan—. Pecado tener que consumir tanto carbón para mantener semejante velocidad.
—Tenemos aún bastante como para hacerlos correr y luego, nos abasteceremos más tarde a expensas de los piróscafos mercantes.
Mientras tanto el Rey del Mar continuaba su carrera rapidísima a tiro forzado. La escuadra de los aliados, que había intentado rodearlo cerca del acantilado, ahora ya estaba casi fuera de vista, mientras los cuatro cruceros, aún perdiendo camino, continuaban vigorosamente la cacería.
Sin embargo, ellos también debían poseer máquinas poderosas, porque, cuando el alba surgió, el Rey del Mar no había conseguido ganar mas que una milla y devorando inmensas cantidades de carbón. No obstante, teniendo cuatro millas de ventaja, se mantenía muy bien fuera de alcance de la artillería que en aquella época no podían tirar a semejante distancia.
Al mediodía la cacería no había cesado, pero otra milla había sido lograda.
Yanez que no había dejado un solo instante la cubierta, estaba por descender al comedor, cuando fue abordado por Darma.
La niña parecía incómoda y muy triste.
—Señor Yanez —dijo deteniéndolo—. ¿Lo ha visto...?
—¿A quién? —preguntó el portugués, aún cuando hubiese comprendido qué deseaba saber.
—A sir Moreland.
—No Darma. No lo he divisado sobre ningún puente de mando de la escuadra de los aliados.
La niña se había puesto pálida.
—¿Estará muerto? —preguntó luego.
—¿Él...? ¿Y por qué...? No se ha medido con nosotros y cuando le he dañado su chalupa a vapor estaba tan vivo como yo.
—¿Estará sobre alguna de aquellas cuatro naves?
—No lo he visto tampoco sobre aquellas, Darma. He observado atentamente los puentes con el catalejo, sin divisarlo.
—Sin embargo, mi corazón me dice que debe estar sobre uno de aquellos cruceros.
Yanez sonrió sin responder y ofreciéndole el brazo la condujo al comedor.
A la noche los cuatro cruceros estaban todavía a la vista, a una distancia de doce millas. Sus chimeneas vomitaban torrentes de humo, sin embargo continuamente perdían camino.
A medianoche, el Rey del Mar, que no había encendido sus fanales, viraba bruscamente de bordo dirigiéndose hacia el poniente, en dirección del Tanjung Datu para arrojarse al mar de la Sonda.
La necesidad de abastecerse de carbón se imponía y, privados como estaban de puertos amigos, sin la ayuda de la Marianna, no tenían otra esperanza mas que tomarlo de las naves inglesas que no debían ciertamente haber interrumpido sus viajes.
Sandokan, después de haberse asegurado que los cruceros no estaban más visibles, había ordenado reducir la velocidad del crucero a fin de economizar el combustible, no sabiendo cuándo podría renovar sus provisiones ya nuevamente muy escasas.
Habiendo avistado dos días después el Tanjung Datu, el Rey del Mar había proseguido la carrera hacia el noroeste, esperando sorprender en aquella dirección a alguna nave proveniente de Singapur o de los puertos de Java o Sumatra, sin embargo, en los primeros días que siguieron ningún humo fue señalado en el horizonte.
Ciertamente, la voz de que un corsario batía aquellos parajes se había esparcido en todas las islas de la Sonda y los piróscafos ingleses no habían osado abandonar sus ancladeros y esperaban que la escuadra de Labuan lo capturase o lo hundiese.
Sandokan y Yanez, aún cuando estuvieran muy preocupados, dependiendo su salvación de la abundancia del carbón, no obstante, no eran hombres de desesperarse.
Podían aún recorrer, a velocidad reducida, trescientas o cuatrocientas millas e impulsarse por consiguiente hasta los mares de la China Meridional y, si lo hubiesen deseado, intentar aún algún buen golpe.
No obstante, no tenían, al menos por el momento, ningún deseo de alejarse demasiado de las costas de Borneo. Quizá también la flota inglesa del Extremo Oriente debía ya haberse puesto en movimiento para capturarlos y no deseaban enfrentarla con tan escasa dotación de carbón.
—Esperemos —había dicho Sandokan a Tremal-Naik que lo interrogaba sobre sus proyectos—. No nos conviene por el momento dejar estos parajes y sobrepasar las Islas Natuna y Bunguran. Sé bien que allá abajo las naves de presa no me faltarían, si lo quisiese; no obstante tampoco aquí nos faltará trabajo.
—¿Qué esperas aquí? ¿Se diría que esperas algo?
—En efecto, espero —respondió Sandokan con una sonrisa misteriosa—. Deseo recoger, al mismo tiempo los dos pájaros y también la bala.
—Hace ya cuatro días que hemos dejado las aguas de Sarawak.
—El tiempo para nosotros no tiene valor. Esperemos entonces.
—¿Y aquellos cruceros que continúan la persecución?
—Es cierto —respondió Sandokan—, ¿pero tras quién? Ahora ya estoy convencido de haberles engañado y dudo mucho que los vuelva a encontrar por ahora en mi camino.
Por cuarenta y ocho horas el Rey del Mar continuó navegando hacia el noroeste, apresurándose bastante lejos de las costas borneanas, luego, habiendo nuevamente avistado las Islas Natuna y Bunguran, se replegó hacia el levante, deseando los dos comandantes hacer punta en Brunéi, la capital del sultanato del mismo nombre, sabiendo que de vez en cuando era frecuentada por piróscafos ingleses.
No debían engañarse. Habían dejado las islas por una quincena de horas, cuando una gran nave se perfiló sobre el horizonte limpísimo. Era un steamer con dos chimeneas y ruedas, que hilaba en dirección de Brunéi, quizá para hacer escala allí antes de remontar hacia los mares de la China.
La bandera roja que se veía ondear a popa, había confirmado las esperanzas de Yanez y de Sandokan que parecían que olfateasen a la distancia las naves adversarias.
El steamer, percatado de la presencia del crucero y también de sus colores, primero había continuado su carrera hacia el noreste, luego había bruscamente virado de bordo lanzándose hacia el levante, a fin de buscar refugio en alguna bahía de Borneo.
Su comandante, antes de su partida de los puertos de la India, debía haber recibido el aviso de la presencia de un corsario malayo en las aguas de los mares de la Sonda y enseguida se había dado a la fuga, no pudiendo empeñar la lucha.
No obstante, el Rey del Mar, aún cuando el steamer corriese velocísimo y vomitase torrentes de humo de sus dos chimeneas, signo cierto de que forzaba sus máquinas, con una habilísima maniobra los alcanzó, disparando primero un cañonazo con pólvora, luego con bala, para hacerle comprender mejor que estaba resuelto a enfrentarlo.
Viendo que no obedecía, y que, es más, aumentaba la velocidad, con un segundo cañonazo tirado por una de sus piezas de caza le destrozó el alcázar.
Un momento después la bandera blanca se alzaba sobre la cima del palo trinquete, mientras la velocidad disminuía.
—Tiene agallas aquel comandante —dijo Yanez, mientras se ponían al agua las chalupas—. Desgraciadamente no podemos ser generosos y aquel soberbio piróscafo irá a alcanzar a los otros al fondo del mar de la Malasia.
Descendió a la lancha a vapor y se dirigió hacia el steamer seguido por cinco chalupas montadas por sesenta hombres, entre malayos y dayak.
El piróscafo se había detenido a diez cables del Rey del Mar. Era una magnífica nave, montada por numerosos pasajeros que, mudos, aterrorizados, esperaban ansiosamente el abordaje de los corsarios. El comandante, rodeado por sus oficiales, no había abandonado el puente.
Yanez fue el primero en subir a bordo. Atravesó la muchedumbre y se puso bajo el puente de mando, diciendo al capitán del steamer, que no se había movido a su encuentro:
—No es demasiado cortés, señor, hacia un hombre que habría podido cañonearlo.
—Hágalo, si le place —respondió fríamente el comandante—. No me opongo. No obstante, piense que a bordo de mi nave hay más de quinientas mujeres, muchos niños y muchos hombres que no son ingleses.
—¿Tiene chalupas suficientes para contenerlos a todos, incluyendo a la tripulación?
—Sí.
—La costa borneana no está lejos y el mar por ahora no tiene ninguna intención de averiarse. Haga embarcar a todos y váyanse, porque el piróscafo no pertenece ahora mas que a mí.
—Mis marineros y mis pasajeros son libres de abandonar la nave, yo me quedaré aquí, sea lo que sea que deba suceder —dijo el inglés—. No cedo a los piratas de Mompracem.
—¡Ah...! ¿Sabe quiénes somos nosotros? Buenísimo: lo hundiré con su nave.
—¿Usted la hundirá...?
—Nos pertenece por derecho de guerra y, no teniendo ningún interés en conservarla, la ofreceremos a los peces. Les otorgo dos horas y espero con el reloj en mano.
—Le repito que no dejaré la nave —respondió el inglés con obstinación—. Deseo hundirme junto a ella.
—Si no lo arrancamos a la fuerza del puente de mando —respondió Yanez, impacientado.
El portugués estaba por regresar hacia sus hombres que ayudaban a los marineros del piróscafo a poner al agua las chalupas, cuando vio venir a su encuentro a un hombre pequeño, regordete, con el mentón cuidadosamente afeitado y que ocultaba los ojos bajo un par de anteojos ahumados.
—Comandante —le dijo el desconocido, quitándose vivazmente el sombrero y desabrochándose una larga zamarra de paño oscuro que pareciese no le daba ningún fastidio, a pesar del calor intenso—. ¿Usted es uno de aquellos famosos piratas de la Malasia?
—Uno de los jefes —respondió Yanez, mirando con curiosidad a aquel hombrecillo panzudo y cachetudo.
—Entonces me llevará con usted, porque estaba justamente buscando una nave que me desembarcase en Mompracem.
—Nosotros no vamos a aquella isla, que por otro lado no está más en nuestra posesión y no embarcamos mas que hombres de mar y de guerra.
—Yo quería ir con ustedes a combatir a los ingleses, señor. Conozco todas sus maravillosas empresas.
—¡Usted! —exclamó Yanez, con acento burlón.
—Usted no sabe quién soy yo.
—No por cierto.
—El demonio de la guerra, o mejor, si le place, el doctor Paddy O’Brien de Filadelfia, en fin, un hombre que podrá causar daños inmensos a los ingleses. He aquí el por qué, señor, usted no se rehusará a embarcarme sobre su nave junto a mi equipaje. ¡Le prestaré valiosos servicios, tales como para sorprender y también hacer temblar al mundo...!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto 4 mi, equivalen a 6,44 km; 12 mi, equivalen a 19,31 km; 300 mi, equivalen a 482,80 km; 400 mi, equivalen a 643,74 km.

Extremo Oriente: También, Lejano Oriente, designa un área geográfica convencional ubicada al este del continente euroasiático, compuesta por una serie de países que tienen diversas culturas. Sus habitantes suelen ser llamados orientales. Habitualmente se considera una región constituida por las regiones de Asia Oriental y el Sureste Asiático, pero con frecuencia se incluye también a Siberia oriental y a veces al Subcontinente indio.

“Deseo recoger, al mismo tiempo los dos pájaros y también la bala”: “Desidero raccogliere, ad un tempo i due piccioni ed anche la fava” (“deseo recoger, al mismo tiempo los dos pichones y también el haba”), en el original. La frase que en castellano sería “matar dos pájaros de un tiro”, en italiano se conoce como “prendere due piccioni con una fava” (“capturar dos pichones con un haba”). Sandokan la adapta —para dar a entender que quiere más todavía—, así que también intenté adaptar la frase en castellano.

Sultanato de Brunéi: “Sultanato del Borneo” en el original. Fue un sultanato malayo, centrado en Brunéi en la costa del norte de la isla de Borneo en el sureste de Asia. El reino fue fundado en a principios del siglo VII, y empezó siendo un pequeño reino marítimo y comercial gobernado por un rey nativo hindú o pagano. Los reyes de Brunéi se convirtieron al islam alrededor del siglo XV, después del cual se extendieron por áreas costeras del noroeste de Borneo y del sur de Filipinas, antes de su declive en el siglo XVII.

Steamer: Esta palabra en inglés, que no traduje, se utiliza para designar a los barcos a vapor.

“...con dos chimeneas y ruedas...”: “...a due cimienere e tambure...” en el original, que traducido literalmente sería “...con dos chimeneas y tambores...”. Sin embargo, estos primitivos buques a vapor se los conocía en castellano como “vapor de ruedas” por llevar unas ruedas con paletas situadas generalmente a ambos lados del casco, o en la popa. Por eso el cambio en la traducción.

Cables: Un cable es la décima parte de una milla náutica, o sea 185,2 metros. Por lo tanto, 10 cables equivalen a 1.852 m.

Zamarra: “Zimarra” en el original, es una prenda de vestir, rústica, hecha de piel con su lana o pelo.

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