martes, 4 de abril de 2017

XVII. Una expedición nocturna


—Señor Yanez, veo una luz brillar allá abajo, dentro de aquella abertura.
—La he visto, Sambigliong.
—¿Será un prao anclado en la rada?
—Creo, en cambio, que se trata de una chalupa a vapor, aquella que ha conducido aquí a Tremal-Naik y a Darma.
—¿Velarán la entrada de la rada?
—Es posible, amigo —respondió tranquilamente el portugués, arrojando el cigarrillo que estaba fumando.
—¿Podremos pasar inadvertidos?
—¿Quién se esperaría un golpe de mano por parte nuestra? Rajang está demasiado lejos de Labuan y luego apostaría a que ni siquiera en Sarawak saben que ya hemos llegado. Quién sabe si nuestra declaración de guerra al leopardo inglés y al sobrino de James Brooke ha llegado aquí. Y luego, ¿no estamos vestidos de cipayos indostanos? ¿Quizá las tropas del rajá lleven uniformes diferentes de los nuestros?
—Sin embargo, señor Yanez, preferiría que aquella chalupa o aquel prao no se encontrase aquí.
—Deben dormir profundamente a bordo, mi querido Sambigliong, y nosotros los sorprenderemos.
—¡Cómo! ¿Asaltaremos a aquellos marineros? —preguntó Sambigliong.
—No me gusta dejar a mis espaldas enemigos que podrían molestarnos en la retirada. Despejaremos el terreno sin que el Rey del Mar venga en nuestra ayuda y acercándose a la costa choque contra algún arrecife. Supongo que no serán muchos en aquella chalupa o prao o lo que sea y nosotros somos de mano ágil. No hagan uso de las armas de fuego: sólo los parang y los kris deben trabajar. ¿Me han entendido?
—Sí, señor Yanez —respondieron varias voces.
—Adelante entonces y silencio.
Esta conversación sucedía en una gran chalupa, maniobrada por seis pares de remos y montada por catorce personas que llevaban puesto el pintoresco uniforme de los cipayos de Sarawak: casaca de paño rojo, pantalones blancos de tela, turbante en la cabeza también blanco y zapatos con punta realzada.
Doce tenían la piel de color muy oscuro, que los hacía asemejarse a malayos o por lo menos a dayak, y los otros dos en cambio, eran de raza caucásica y llevaban puesta la divisa de oficiales.
Eran todos hombres robustos, altos y musculosos y tenían cerca de sus respectivos bancos largas carabinas de fabricación india, pesados sables con hoja muy ancha y puñales de hoja serpenteante, los famosos, y terribles kris malayos.
La chalupa, que maniobraba silenciosa y velozmente, bajo la dirección de Yanez que estaba en popa, a la caña del timón, se movía hacia una profunda bahía que se abría sobre la costa occidental de la isla de Borneo, en aquella porción que está bañada por las aguas del gran golfo de Sarawak.
Aún cuando la noche fuese oscurísima, estando las estrellas cubiertas por un velo de vapores que la brisa del poniente empujaba hacia la costa, la chalupa avanzaba sin vacilar nunca, deslizándose entre los arrecifes coralíferos que se abrían vagamente a babor y a estribor y contra los cuales rompía la resaca con bramidos prolongados.
Se dirigía hacia un pequeño punto luminoso que se divisaba en el fondo de la rada y que ahora se alzaba y ahora bajaba, como si sufriese sacudidas imprevistas.
Ya había avanzado mucho dentro de aquella profunda parte de la costa, cuando un hombre blanco que estaba sentado junto a Yanez, un bello joven de veinticinco o veintiocho años, de formas macizas, con una pequeña barba cortada a la americana y que llevaba puesta la divisa de teniente, preguntó:
—Capitán Yanez, si nos interrogan, ¿qué diremos?
—Que vamos a llevar víveres al fortín de Macrae —respondió el portugués, que había encendido un segundo cigarrillo—. ¿Es que nuestra chalupa no está cargada de todas cosas buenas?
—¿Y apenas estemos bordo contra bordo les iremos encima?
—Sí, señor Horward. Nosotros piratas no dudamos nunca y vamos siempre a fondo. Si es una chalupa a vapor, se encargará usted de ponerla enseguida en presión, así nos remolcará enseguida al ancho mar después de haber dado el golpe.
—¿Tiene confianza en lograrlo?
—Plena, completa, señor Horward. Dentro de dos horas Tremal-Naik y Darma estarán a bordo del Rey del Mar, se lo digo yo.
—Son admirables ustedes, señor Yanez.
—Estamos habituados a correr todos los riesgos —respondió el portugués—. Por otra parte, también ustedes los norteamericanos tienen en las venas buena sangre.
—¡Oh!
Una voz que había partido del prao o de la chalupa, porque la oscuridad no permitía aún distinguir bien qué era, había gritado:
—¿Quién vive...?
—Amigos que van a abastecer de víveres al fuerte de Macrae —respondió Yanez.
—Tenemos la orden de prohibir el desembarco de todos hasta el alba.
—¿Quién ha dado esta orden?
—El capitán Moreland, que se encuentra en el fortín en espera de que su nave sea abastecida de carbón.
—Esperaremos al alba cerca de ustedes —respondió Yanez.
Luego, volviéndose al maquinista norteamericano y a Sambigliong que estaba cerca, dijo a media voz:
—No sabía que hubiese una nave en estas aguas. ¡El capitán Moreland! ¿Quién será ese?
—Algún inglés al servicio del rajá de Sarawak, sin duda —respondió el norteamericano.
—Privaremos a la nave de su jefe —dijo Sambigliong—. Lo haremos prisionero junto a la guarnición del fortín.
—Despacio, mi querido —dijo Yanez—. Puede haber en aquel fortín más hombres de lo que creemos y debemos jugar con astucia. Por otra parte, nada sospecharán, ahora que hemos detenido la chalupa que estaba encargada de aprovisionarlo.
—Una verdadera suerte, señor Yanez —dijo el norteamericano.
—No digo lo contrario... Allá, ¿vea si me había engañado? Es una chalupa a vapor y no ya un prao. Muchachos, manténganse listos.
—¡Deténganse! —gritó en aquel momento una voz rauca—. O les descargo encima un poco de metralla.
—Y asesinará a camaradas —respondió Yanez—. Le advierto mientras tanto que soy un oficial del rajá y no un dayak.
El hombre que había formulado aquella amenaza refunfuñó alguna palabra que no llegó hasta Yanez. La chalupa a vapor estaba ya tan cerca como para distinguirla muy bien, estando iluminada por un gran fanal de marina colgado de la punta de la chimenea.
Era una barcaza larga de una decena de metros, ancha a los flancos, provista de puente, con una pequeña pieza de artillería colocada en la proa. Algunos hombres estaban apoyados en la amura de babor, vestidos de blanco y parecían indios por los pequeños turbantes que llevaban en la cabeza.
—Arrojen una amarra —dijo Yanez, mientras sus malayos alzaban los remos y aferraban los parang manteniéndolos escondidos bajo los bancos.
Una cuerda fue arrojada por la barcaza y fue enseguida aferrada por Sambigliong que había pasado a proa.
—Pronto —susurró Yanez a sus hombres—. Cuando oigan mi comando, brinquen sobre la borda.
Con pocas brazadas la chalupa se encontró al lado de la barcaza. Yanez y el norteamericano en un momento pasaron a bordo de la segunda.
—¿Quién comanda aquí? —preguntó el portugués, con voz imperiosa.
—Soy yo, señor —respondió un indio que llevaba en las mangas los galones de sargento, saludando—. Perdone, señor teniente, haberlo amenazado con ametrallarlo pero el capitán Moreland ha dado órdenes muy estrictas y no puedo permitirles arribar.
—¿Dónde está el capitán?
—En el fortín.
—¿Y su nave?
—En la desembocadura del Rajang, delante de la boca septentrional.
—¿Los prisioneros están siempre en el fortín?
—¿Aquel indio y aquella niña?
—Sí —dijo Yanez.
—Ayer estaban todavía, pero creo que apenas la nave del capitán haya cumplido su provisión de carbón, los transportará a Sarawak.
—¿Qué se teme?
—Un golpe de mano por parte de los Tigres de Mompracem. Corre la voz de que se han puesto al mar contra Inglaterra y el rajá.
—Vaya —dijo Yanez—. Han huido todos al septentrión de Borneo. ¿Cuántos hombres hay aquí?
—Ocho, señor teniente.
—¡Ríndanse!
Antes de que el sargento se hubiese repuesto del estupor, el portugués con un movimiento fulmíneo lo había aferrado con la mano derecha por la garganta, mientras que con la izquierda le había apuntado al pecho una de las dos pistolas que tenía en el cinturón.
Viendo aquel acto, los doce cachorros que formaban la tripulación de la chalupa, habían sobrepasado rápidamente la amura arrojándose contra los otros indios con los parang alzados.
—¡Quien oponga resistencia es hombre muerto! —tronó Yanez.
El sargento, que debía ser un hombre de agallas, con un brusco movimiento intentó sustraerse al agarrón del portugués y extraer el sable, mientras gritaba a sus hombres:
—¡Tomen las carabinas!
El norteamericano Horward que se le había puesto a la derecha, fue enseguida a aferrarlo por la mitad del cuerpo y a hacerlo rodar por el puente con una zancadilla hecha a tiempo.
Viendo a su sargento caer y que los piratas estaban por hacer uso de sus parang, la tripulación no osó moverse.
—Sambigliong, ata al sargento y el resto de ustedes desarmen a todos y métanlos debajo del puente bien asegurados.
La orden fue enseguida cumplida sin que los indios opusieran resistencia.
—Ahora —continuó el portugués, sentándose cerca del sargento que había sido atado sólidamente a la amura—, si te oprime salvar la piel, conversemos un poco. Sería inútil que te obstinases en callar, conociendo nosotros el modo de hacer aullar incluso a los mudos. ¿Cuántos hombres hay en el fortín de Macrae?
—Cincuenta, incluyendo al capitán y a un teniente del rajá.
—¿Quién es aquel sir Moreland?
—Se dice que antes fue un teniente de la marina anglo-india.
—¿Qué ha venido a hacer aquí?
—No lo sé, señor; parece que se ha unido al rajá de Sarawak y que goza también de la protección del gobernador de Labuan. Sé que comanda una bella nave a vapor, formidablemente armada.
—¿Es un inglés entonces?
—Así se dice —respondió el sargento—, aún cuando sea de tez muy morena.
—¿Qué bandera bate su nave?
—La del rajá de Sarawak.
—¿Qué distancia hay desde aquí al fortín?
—Apenas una milla.
—Tendrás a salvo la vida y diez libras esterlinas de regalo. Señor Horward, usted permanecerá aquí con dos de los nuestros y mientras tanto encenderá la máquina. Tendremos necesidad de ella dentro de algunas horas. Los otros se embarcarán conmigo.
Luego, volviéndose nuevamente al sargento:
—¿Se encuentra sobre una colina el fortín, verdad?
—De frente a nosotros —respondió el indio—. Es la única colina que hay sobre esta costa.
—Buenísimo: ustedes permanecerán prisioneros hasta nuestro regreso y, si permanecen tranquilos, les dejaremos luego libres. Señor Horward buenas noches y buena guardia.
—Buena suerte, capitán Yanez —respondió el norteamericano.
El portugués volvió a descender a la chalupa con Sambigliong y nueve hombres, dejándole dos al norteamericano y dio la señal de la partida.
La embarcación se separó de la barcaza e hiló hacia la playa que se encontraba a trescientos o cuatrocientos pasos y contra la cual rompía, con denso fragor, la resaca, subiendo por un buen trecho de la playa.
Los once hombres desembarcaron sin ningún inconveniente, sacaron fuera del agua la chalupa, luego depusieron los parang, armándose en cambio de carabinas y cargándose de amplias cestas que parecían bastante pesadas.
—¿Están listos? —preguntó Yanez.
—Sí, capitán —respondieron todos.
—Déjenme hablar a mí solo y estén dispuestos a todo.
—Estaremos mudos.
—Avancen, mis valientes. Los tigres de Mompracem no temen a los mamelucos del rajá de Sarawak.
Mientras tanto, habiendo disminuido un poco el velo neblinoso que escondía las estrellas, Yanez había divisado enseguida la colina sobre la que se encontraba el fortín, siendo el paisaje circunstante todo plano. El pelotón se puso en marcha en el más profundo silencio. Yanez aclaraba el camino con una gran linterna, que había sacado de la chalupa y que se debía divisar a una gran distancia en la oscuridad de la noche.
Habiendo descubierto más allá de las dunas una especie de sendero que serpenteaba entre las plantaciones de añil y que parecía se dirigiese hacia la colina, los once hombres se adentraron caminando en fila india.
No habían escogido mal la dirección, porque veinte minutos después se encontraban en la base de la minúscula colina, alta apenas de doscientos metros, sobre cuya cima se divisaba confusamente una especie de torreta con casas y cercas a su alrededor.
—Si no duermen o no son ciegos deben haber divisado mi lámpara —dijo Yanez—. ¡Mi querido señor Moreland, verás cómo te la jugaremos los tigres de Mompracem! Luego Sandokan se ocupará de tu nave, ya que tienes una.
Un senderito que se elevaba en zigzag conducía al fortín.
Yanez, después de haber acordado con sus hombres un momento de reposo, siendo aquellas amplias cestas bastante pesadas, comenzó a subir, teniendo el sable desenvainado.
El pelotón había llegado ya a la mitad de la cuesta, cuando desde una explanada del fortín se oyó una voz gritar:
—¿Quién va?
—El teniente Farshon con cipayos de Sarawak que traen víveres para el fortín y órdenes para el capitán Moreland.
—Aguarden.
Se oyeron voces, luego se vieron varias luces brillar sobre la empalizada y finalmente tres hombres que parecían dayak, aún cuando llevasen puesto el uniforme indio y armados de carabinas, se movieron al encuentro del pelotón. Uno de ellos llevaba una antorcha.
—¿De dónde viene, señor teniente? —preguntó uno de los tres.
—De Kabong —respondió Yanez—. ¿Está todavía despierto el capitán Moreland?
—Acaba de terminar de cenar con los prisioneros.
—Se come muy tarde en Macrae.
—El capitán ha vuelto después del ocaso, esta noche.
—Condúceme enseguida con él; tengo graves noticias que comunicarle.
—Sígame, señor teniente.
Yanez se le puso detrás, murmurando entre dientes:
—He aquí algo que no había previsto. ¿Si Tremal-Naik o Darma, viéndome aparecer imprevistamente, mandasen un grito de sorpresa? Mi querido Yanez estate en guardia. La carta que estás jugando es terrible.
El pelotón cruzó el puente levadizo, atravesó dos cercas y un vasto patio y llegó delante de un edificio bastante vasto, construido en mampostería y coronado por una torreta. De las ventanas de planta baja salían dos rayos de luz, estando las contraventanas todavía abiertas.
—Venga, teniente: el capitán está allí —dijo uno de los tres dayak—. ¿Debo dar refugio a sus hombres?
—No, por ahora: déjelos aquí en el patio.
Reenvainó el sable, se aseguró las pistolas dentro de la faja, intercambió con Sambigliong una rápida seña y afectando una gran calma entró en una pequeña sala iluminada por una linterna china, de papel aceitado, donde ante una mesa suntuosamente preparada se encontraban tres personas: un capitán de marina, Tremal-Naik y Darma.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Al comienzo, cuando nombran al crucero “Rey del Mar”, en el original se lee en realidad “Perla di Labuan” (el resto de las traducciones al castellano lo mantuvieron). En la edición original de la novela publicada en “Per Terra e per Mare — Giornale di Avventure e di Viaggi diretto dal Capitano Cavaliere Emilio Salgari”, había bautizado de esta forma al crucero norteamericano, pero para la edición en libro lo cambió a “Re del Mare”.

Rada: Bahía, ensenada, donde las naves pueden estar ancladas al abrigo de algunos vientos.

Indostano: Natural del Indostán, subcontinente indio, formado por India, Pakistán, Bangladés, Sri Lanka, las Maldivas, Bután y Nepal.

Dormir profundamente: “Dormire della grossa” en el original, es una expresión que significa justamente dormir profundamente, pero que tiene un origen en la actividad agrícola, más específicamente en la cría de los gusanos de seda. La “grossa” (grande) era la etapa final de letargo de los gusanos, que era justamente la más larga de las cuatro.

“...cargada de todas cosas buenas”: “...carica d'ogni ben di Dio” en el original, es una expresión que no tiene una traducción literal y que hace referencia a la calidad y abundancia.

“...pequeña pieza de artillería...”: “...piccolo pezzo di cannone...” en el original, la traducción literal sería “pequeña pieza de cañón”. Se trata de un error de Salgari que solía escribir rápido, sin correcciones posteriores.

Desembocadura del Rajang: “Foce del Redjang” en el original, el río Rajang es el más largo de Malasia con más de 500 km y desemboca en varios brazos en el golfo de Sarawak.

Sir: Así en el original, palabra en inglés que significa señor.

Millas: 1 mi = 1,609344 km.

Añil: “Indaco” (índigo, traducido literalmente) en el original, es un arbusto perenne de la familia de las Papilionáceas, de tallo derecho, hojas compuestas, flores rojizas en espiga o racimo, y fruto en vaina arqueada, con granillos lustrosos, muy duros, parduscos o verdosos y a veces grises. De esta planta se obtiene naturalmente el color índigo.

Kabong: “Kohong” en el original, es un pueblo agrícola perteneciente a Sarawak, ubicado al sudoeste del poblado de Rajang, también sobre la costa.

Contraventana: Puerta de madera que se pone en la parte de afuera para mayor resguardo de las ventanas y vidrieras.

“...linterna china, de papel aceitado...”: “...lanterna cinese, di carta oliata...” en el original, es la típica linterna de papel utilizada por los chinos.

9 comentarios:

  1. cuales son las partes mas importantes de expedicion nocturna, porfis lo necesito para mañana 22 de octubre 19

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    1. su resumen y comentario si no lo entrego mañana voy a reprobar

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    2. Hago traducciones, no resúmenes de capítulos.

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  2. Cuál fue el conflicto cuál es la causa y como se resuelve

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    1. Saber leer no es lo más importante, sino entender lo que se lee.

      No hay atajos hacia el conocimiento.

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  3. Donde ocurren los hechos ?
    En qué época suceden ?
    Cual es el conflicto la causa y cómo se resuelve ?
    Qué características tienen los personajes ?
    Quien es el narrador ?
    Es un personaje ?
    Es ajeno a la historia pero la está viendo para contarla ?
    Que hace que la narración se vea de aventuras ?

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    1. Interesante trabajo les dieron para hacer. ¡Felicitaciones para el o la docente! Y gracias por leer el blog. 👍

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    1. No se cansan de pedir que otro les haga el trabajo... y cada vez con menos palabras :D
      el resumen
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