martes, 25 de abril de 2017

XIX. Un combate terrible


Sandokan esperaba a Yanez y a los prisioneros en la cima de las gradas, al lado de una bellísima niña de piel ligeramente bronceada, facciones dulces y finas, ojos negrísimos y cabellos bastante largos, entrelazados con cintas de seda y que llevaba puesto el pintoresco traje típico de las mujeres indias.
Algunos hombres de color aceitunado, que llevaban puesto los blancos uniformes de la marina de guerra, iluminaban la escala con grandes linternas.
Yanez había llegado primero a la toldilla, tendiendo una mano al terrible pirata y la otra a la joven india.
—¿Nada? —había preguntado el Tigre de la Malasia con ansiedad.
—Aquí están —había respondido Yanez.
Sandokan había mandado un grito y se había lanzado hacia Tremal-Naik, mientras Darma se arrojaba entre los brazos de la joven india, exclamando:
—¡Surama! ¡Creía que nunca más te volvería a ver!
—Al castillo de popa, mis queridos amigos —dijo Sandokan, después de haber estrechado al pecho al indio y de haber besado las mejillas a Darma—. Tenemos mil cosas que decirnos.
—Un momento, Sandokan —dijo Yanez, deteniéndolo—. Haz poner proa al norte y remontemos a poco vapor hacia la segunda desembocadura del Rajang. Hay un leopardo negro que nos espera allá abajo y que si no lo asaltamos nos estropeará nuestros planes. Se dice que es muy fuerte.
—¿Una nave?
—Sí y que a esta hora se prepara para darnos caza.
—¡Ah! —dijo Sandokan, casi con descuido—. Mañana nos desembarazaremos de aquel inoportuno.
Llamó a Sambigliong y al ingeniero de máquina y les dio algunas órdenes, luego descendió al elegante salón del castillo de popa con Tremal-Naik, Darma y Surama que se apoyaba dulcemente en Yanez, su sahib blanco.
Cuando hubo sabido del éxito de la expedición y cuando hubo explicado a Tremal-Naik todo lo que había sucedido después del combate ocurrido sobre las costas de Borneo, de la adquisición de la poderosa nave norteamericana y de la declaración de guerra lanzada al mismo tiempo a la Inglaterra mezquina y al sobrino de James Brooke, dijo:
—No son ya las escuadras inglesas, que no tardarán en darnos caza, ni la flotilla del rajá de Sarawak lo que me inquieta: es siempre el misterio que envuelve al hijo de tu antiguo enemigo, mi querido Tremal-Naik. ¿Dónde se esconde aquel hombre que ha dado una rara prueba de su poder, destruyendo por obra del peregrino, tus plantaciones y tus posesiones? ¿Cuándo nos asaltará? ¿Qué está tramando ese? No temo a nadie, sin embargo, aquel hombre que no hemos visto nunca, que no sabemos ni dónde está ni qué está preparando, me preocupa, más que la presencia de una escuadra inglesa.
—¿No has recogido ninguna noticia sobre él? —preguntó Tremal-Naik, que parecía no menos preocupado que el formidable pirata.
—Hemos interrogado a varias personas durante nuestra carrera hacia el sur habiendo detenido a varios veleros de Sarawak, y sin conseguir saber dónde está aquel hombre.
—¿No será ya un espíritu?
—Se mostrará en un momento u otro —dijo Yanez—. Si quiere hacernos la guerra y vengar la muerte de su padre, no permanecerá ya eternamente escondido.
—¿Qué vas a hacer mientras tanto, Sandokan? —preguntó Tremal-Naik.
—Comenzar las hostilidades al dar batalla a aquella nave que está anclada en la desembocadura del Rajang. Ya que hemos declarado la guerra demos señales de hacerla de veras.
—¿Quiere hundirla? —preguntó Darma con un tono de voz que hizo sobresaltar a Yanez.
—La destruiré, Darma —respondió fríamente Sandokan.
El portugués, que la miraba atentamente, la vio palidecer ligeramente y le pareció que un leve suspiro le hubo salido de los labios, pero fue todo, porque la niña no replicó palabra a la terrible sentencia de muerte pronunciada por el formidable pirata contra la nave de sir Moreland.
Todos se habían alzado para volver a subir a cubierta. Surama había tomado por una mano a Darma, diciéndole:
—Dejemos hacer a los hombres y ven a reposar a mi camarote. He hecho preparar un bello catre para ti, porque estaba segura de volver a verte pronto.
La hija de Tremal-Naik sonrió sin responder y la siguió al interior del castillo de popa.
Cuando Sandokan, Tremal-Naik y Yanez fueron a cubierta, todos los hombres estaban en sus puestos de combate, habiendo Sambigliong advertido a los tigres de Mompracem que el crucero se preparaba para asaltar a una gran nave enemiga. Los fanales de navegación habían sido encendidos y las baterías iluminadas y redoblado el personal del timón. Las cuatro piezas de caza, dispuestas en barbetas, a proa y a popa dentro de torres giratorias defendidas por planchas de hierro de espesor considerable, habían sido ya cargadas.
Con un golpe de viento que habiendo dispersado nuevamente la bruma que obstruía el cielo echándola hacia el sur, las estrellas habían reaparecido, de modo que un vago claror se había difundido en las aguas del vasto golfo de Sarawak, claror que permitía distinguir fácilmente una nave, incluso si navegase con los fanales apagados.
El Rey del Mar avanzaba con poco vapor, para no consumir demasiado combustible, es más, Sandokan, para mayor economía, había hecho desplegar las velas mayores sobre el trinquete y sobre el palo mayor, estando el viento bastante fresco y no del todo desfavorable. Después de los consejos del capitán norteamericano, el formidable pirata se había vuelto excesivamente económico en el consumo del combustible, no pudiendo proveerse en ningún puerto después de la audaz declaración de guerra, y durante la travesía entre Labuan y el golfo de Sarawak no había hecho uso mas que de las velas, maniobra por otra parte más familiar a sus hombres, aún cuando no pocos de ellos hubiesen sido ya instruidos en el servicio de las máquinas por los norteamericanos permanecidos a bordo.
Yanez y Tremal-Naik, apoyados en la amura de proa, cuya regala había sido rellenada de hamacas enrolladas para reparo de los fusileros, escrutaban atentamente el horizonte, mientras Sandokan visitaba las baterías y las piezas para ver si todo estaba en orden.
Al levante las costas aparecían confusamente, volviéndose siempre más elevadas con cada milla que se acercaban al abrupto y altísimo promontorio de Sirik, que cierra hacia oriente la vasta bahía o golfo de Sarawak. No obstante, ninguna luz brillaba, aún cuando en aquellos lugares se encontrase la ciudadela de Rajang.
La noche transcurrió así en una continua exploración, sin resultado alguno, pero apenas comenzó a difundirse un poco de luz, se oyó de súbito la voz del vigía instalado sobre las crucetas del trinquete gritar a viva voz:
—¡Humo al levante!
Yanez, Tremal-Naik y Sandokan se habían enseguida izado sobre los flechastes de babor del trinquete, elevándose hasta la cofa y vieron de pronto, allí donde el mar parecía confundirse con el cielo, un penacho de humo alzarse claramente en la límpida atmósfera matutina.
—Viene de la desembocadura del Rajang —dijo Yanez—. Apostaría cien libras esterlinas contra un cigarrillo a que aquella es la nave de sir Moreland.
—¿La has visto a aquella nave? —preguntó Sandokan a Tremal-Naik.
—No —respondió el indio—. No obstante, me han dicho que estaba completando sus provisiones de carbón en la desembocadura del segundo brazo del Rajang.
—¿Hay un depósito de combustible allí?
—Oí hablar de un prao cargado de carbón mandado por Sarawak. No debe haber ni siquiera un mísero suburbio en aquellas playas.
—Pecado —dijo Sandokan.
—Pero he oído hablar que en cambio hay uno en la desembocadura del Sarawak, sobre un islote y a donde va a proveerse la escuadra del rajá.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Sir Moreland.
—Si va la escuadra del rajá, bien podemos ir también nosotros, ¿verdad Yanez?
—Y sin pagarlo —respondió el portugués, que jamás dudaba de nada—. He aquí la proa que comienza a emerger. Se mueven sobre nosotros, Sandokan, y a todo vapor. Deben haber divisado también ellos nuestro humo.
Sandokan se sacó del bolsillo un catalejo, lo alargó lo más que pudo y lo apuntó sobre la nave cuyo casco se comenzaba a distinguir también a ojos vistas.
—Una bella nave en efecto —dijo—. Se diría un crucero y de fuerte tonelaje. Veo muchos hombres a bordo.
—¿Corre hacia nosotros? —preguntó Yanez.
—A tiro forzado, creo. Teme que escapemos. No, mi querido, no tenemos ningún deseo. Es aquí que nosotros comenzaremos las hostilidades.
—¿Lo echaremos a pique?
—Lo lamento por el capitán —dijo Tremal-Naik—. Corresponderemos muy mal su hospitalidad.
—Dorada, pero sin libertad —dijo Yanez.
—Preparémonos —dijo Sandokan.
Descendieron a cubierta, donde se encontraron con Darma y Surama que entonces habían subido.
—¿Nos atacan, mi sahib? —preguntó la india a Yanez.
—Y hará mucho calor aquí dentro de poco, Surama —respondió el portugués.
—Nosotros venceremos, ¿verdad?
—Como hemos vencido a los thugs de Suyodhana.
—¿Es la nave de sir Moreland? —preguntó Darma, con cierta ansiedad, que no escapó al astuto portugués.
—Al menos lo suponemos.
Luego, tomándola por un brazo y llevándola hacia la torre de proa, le preguntó, sonriendo:
—¿Qué tienes Darma? Ya es la tercera vez que, oyendo hablar del capitán, me pareces conmovida.
—¡Yo! —exclamó la niña, enrojeciendo ligeramente—. Se ha engañado, señor Yanez.
—¡Por Júpiter! ¿Es que la vejez me ha debilitado la vista?
—Oh, no, ve todavía muy bien.
—¿Entonces?
Darma volvió la cabeza hacia el mar, fijando su mirada sobre la nave enemiga, que forzaba sus máquinas y diciendo:
—Es una gran nave también aquella.
—Que no vale lo que la nuestra —respondió Yanez.
—Oblíguela a rendirse antes que hundirla. Podría serles útil.
—Si está comandada por sir Moreland no bajará la bandera. Aquel hombre, aún cuando es joven, debe ser un valeroso y se batirá mientras toda su tripulación no haya sido destruida.
—¿Y no otorgaría cuartel a ninguno?
—Cuando la nave se vaya a pique veremos de salvar a los sobrevivientes, te lo prometo, Darma. Retírate al camarote con Surama. Aquí están por llover las granadas.
La voz formidable, sonora como el toque de una trompeta, del Tigre de la Malasia, resonó en aquel momento sobre el puente:
—¡A todo vapor, ingenieros de máquina! ¡Listos para fuego en andanada! ¡Detrás de los catres los fusileros!
La nave adversaria que debía estar provista de máquinas poderosas, no estaba más que a dos mil metros y se movía directo sobre el Rey del Mar de los tigres de Mompracem, como si hubiese tenido la intención de golpearlo con el espolón o por lo menos de abordarlo.
Era un bello crucero y provisto de espolón, con tres mástiles y dos chimeneas. Parecía que estuviese poderosamente armado a juzgar por el número de sus troneras e incluso en cubierta se divisaban varias piezas, pero no protegidas por torres blindadas como las de los tigres de Mompracem.
Detrás de las amuras e incluso sobre las cofas se veía a numerosos fusileros y sobre el puente de mando, a varios oficiales.
—¡Ah! —dijo Sandokan, que lo contemplaba con ojo tranquilo—. ¿Quieren medirse primero con los tigres de Mompracem? Estamos listos para recibirlos.
Mientras las dos niñas desalojaban rápidamente la cubierta refugiándose en el castillo de popa, Sandokan, Yanez y Tremal-Naik se retiraron a la torre de mando donde podían ponerse en comunicación con el personal de máquina.
Los artilleros norteamericanos, junto a los mejores apuntadores malayos, esperaban detrás de sus piezas con el cordón de disparo en mano.
De pronto una detonación estalló en el ancho mar, mientras un chorro de fuego escapaba de una de las dos piezas de proa del crucero. Se oyó un rauco silbido, que se acercaba rapidísimo a través de los estratos de aire, luego una llama se alzó en el borde de la primera torreta de babor del Rey del Mar, mientras esquirlas pasaban silbando sobre los fusileros escondidos detrás de las amuras.
—¡Granada de doce pulgadas! —había exclamado Yanez—. ¡Buen tiro!
La voz de Sandokan se hizo oír de súbito.
—¡Artilleros, no se contengan más!
Las dos piezas de caza de proa se inflamaron al mismo tiempo, mientras que aquellas de la batería de estribor, encontrándose a buen tiro, tronaban a su vez con fragor tal de hacer temblar a toda la nave.
El crucero, que ya había ganado otros quinientos metros y que maniobraba de modo de presentar al adversario su flanco de babor, fue solícito en responder.
Balas y granadas comenzaban a caer en gran número en ambos navíos, diluviando a lo largo de los flancos de hierro y astillando los puentes, embotando las vergas y masacrando las maniobras.
Las granadas, estallando, lanzaban a lo alto chorros de fuego, amenazando a cada instante con incendiar la arboladura.
Los fusileros, tendidos detrás de las amuras, a su vez habían abierto fuego, haciendo descargas nutridas.
Una densa nube de humo envolvía a las dos naves, rota por relámpagos, mientras el estruendo se había vuelto tan formidable como para sofocar la voz de los comandantes.
La nave norteamericana, mejor protegida, mejor armada y también más rápida, y montada por una tripulación ya encanecida entre el humo de las batallas, hacía buen juego al adversario.
Sus poderosas artillerías batían terriblemente al crucero, cubriéndolo de fuego y de hierro, demoliéndole las amuras, masacrando sus maniobras y abriéndole agujeros considerables en el casco.
En vano la pobre nave, que había creído poder aniquilar fácilmente a los piratas de Mompracem, intentaba mantener cabeza a aquel huracán de hierro que caía sobre su puente con un horroroso estruendo, haciendo estragos con los artilleros de la cubierta y con los fusileros. Sus balas, rebotaban sobre las planchas metálicas del Rey del Mar y sus granadas no conseguían demoler las torres blindadas, detrás de las cuales los artilleros de Mompracem, bajo la dirección de los contramaestres norteamericanos, disparaban seguros.
Sandokan había hecho retirar bajo cubierta a sus fusileros, habiendo comprendido la inutilidad de aquellos hombres, necesarios en los praos, pero no en semejantes naves, y había dado el comando de moverse encima del crucero para darle el último golpe.
El Rey del Mar, todavía casi incólume, a pesar del furioso e ininterrumpido cañoneo del adversario, se había lanzado adelante describiendo una inmensa curva alrededor del crucero que se había detenido.
A cuatrocientos metros le descargó encima una terrible andanada con las piezas del puente y aquellas de babor, desarbolándolo y rasándolo como un pontón.
Incluso las dos chimeneas se habían desplomado en cubierta, arrancadas por dos granadas estalladas en sus bases.
—Está terminado —dijo Yanez—. Exijámosle la rendición.
—Si se rinden —respondió Sandokan.
Dejó que el viento esparciera el humo e hizo alzar sobre la cima del mastelero mayor la bandera blanca. La respuesta fue una andanada que fulminó a la mitad de los timoneles del Rey del Mar.
—¿No tuviste suficiente? —gritó Sandokan—. ¡Échenlo a pique! ¡Fuego! ¡Fuego sin tregua!
El cañoneo recomenzó con un crescendo espantoso. El Rey del Mar continuaba su rápida carrera circular oprimiendo al desgraciado crucero bajo un fuego espantoso.
La nave norteamericana hacía maravillas. Parecía un volcán inflamado, dispuesto a destruir todo.
El crucero sin embargo oponía una resistencia heroica, aún cuando ya estuviese reducido a un montón de escombros. Las dos piezas de la cubierta, desmontadas por aquella granizada de granadas, no respondían más.
El puente estaba lleno de muertos y heridos mezclados con pedazos de amura, vergas quebradas, pedazos de maniobras caídas de las arboladuras bajo los últimos huracanes de metralla ordenados por Sandokan.
Chorros de fuego corrían de proa a popa, iluminando siniestramente el mar, mientras que de los imbornales de babor y de estribor escapaban chorros de sangre.
La nave era demolida por los tiros furiosos, mortales del Rey del Mar.
—¡Basta! —gritó de pronto Yanez, que desde la torre de mando asistía a aquel estrago—. ¡Alto el fuego! ¡Las chalupas al mar!
Sandokan que miraba fríamente, terriblemente impasible, se volvió hacia el portugués, diciéndole:
—¿Qué comandas, hermano?
—Que la masacre cese.
El Tigre de la Malasia tuvo un momento de indecisión, luego respondió:
—Tienes razón: salvemos a los sobrevivientes. ¡Aquellos hombres o mejor su comandante es un héroe! ¡Pongan en el agua las chalupas!

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

Mi sahib: Mi señor.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Cuando encienden los fanales de navegación, en el original dice que son fanales de posición. Pero los de posición se utilizan cuando el buque está anclado, por eso ajusté la traducción.

En el original dice “...promontorio di Sirik, che chiude verso occidente la vasta baia...”, pero en realidad el cabo de Sirik cierra al este, por eso el ajuste en la traducción.

Sahib: Es el honorífico árabe que equivale a “señor” o “don”. Se utiliza como término de respeto en el subcontinente indio.

Barbetas: Trozos de parapeto, ordinariamente en los ángulos de un bastión, destinados a que tire la artillería a descubierto.

Velas mayores: “Vele basse” en el original, las tres velas principales del navío y otras embarcaciones, que son la mayor, el trinquete y la mesana.

Promontorio de Sirik: También llamado “Tanjung Sirik” (“tanjung” es cabo en malayo), está ubicado en la Isla Bruit o “Palau Bruit” (“palau” es isla en malayo), dentro de la División Mukah de Sarawak.

Crucetas: “Crocette” en el original, son las mesetas que en la cabeza de los masteleros sirven para los mismos fines que la cofa en los palos mayores, de la cual se diferencian en ser más pequeñas y no estar entabladas.

Flechastes: “Griselle” en el original, son los cordeles horizontales que, ligados a los obenques, como a medio metro de distancia entre sí y en toda la extensión de jarcias mayores y de gavia, sirven de escalones a la marinería para subir a ejecutar las maniobras en lo alto de los palos.

Troneras: “Sabordi” en el original, son las aberturas en el costado de un buque, en el parapeto de una muralla o en el espaldón de una batería, para disparar con seguridad y acierto los cañones.

Torre de Mando: “Torretta di comando”, en el original, es una plataforma elevada por encima del puente de mando, frecuentemente blindada, desde la cual se pueden dar indicaciones al timonel.

Cordón de disparo: “Cordone tira-fuoco” en el original, no encontré referencia ni la traducción correcta. Si alguien la encuentra, me avisa y lo ajusto.

Pulgadas: 1 in = 2,54 cm = 25,4 mm. Por lo tanto, 12 in equivalen a 304,8 mm.

Mastelero mayor: “Alberetto maestro” en el original, también llamado “mastelero de gavia”, es el palo o mástil menor que se pone en los navíos y demás embarcaciones de vela redonda sobre cada uno de los mayores, asegurado en la cabeza de este, que va sobre el palo mayor y sirve para sostener la verga y vela de gavia.

Imbornales: “Ombrinali” en el original, son agujeros o registros en los trancaniles para dar salida a las aguas que se depositan en las respectivas cubiertas, y muy especialmente a la que embarca el buque en los golpes de mar.

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