jueves, 15 de diciembre de 2016

VII. El kampung de Pangutaran


Cinco minutos después el pelotón miraba silenciosamente el riachuelo que estaba escasísimo de agua y se reunía sobre la orilla opuesta que estaba privada de árboles.
Una vasta llanura, interrumpida solo por algún grupito de palmeras y de pombo, se extendía más allá, entrando hacia una gran construcción sobre la cual se divisaba una especie de torrecilla que parecía un observatorio.
Comenzando apenas entonces a disminuir la oscuridad, no era aún posible discernir qué cosa era efectivamente, pero el piloto y el mestizo no tenían necesidad de la luz para saber dónde se encontraban.
—¡El kampung de Pangutaran! —habían exclamado a una voz.
—Y con los dayak alrededor —había añadido Yanez, frunciendo la frente—. ¿Es que el grueso de sus fuerzas ha llegado antes que nosotros?
En efecto, numerosos fuegos, dispuestos en forma de semicírculo, ardían delante de la granja, como si los terribles cortadores de cabezas hubiesen establecido un gran campo.
Todos se habían detenido, mirando con ansiedad aquellas hogueras e intentando hacer cuentas de las fuerzas de los asediantes.
—Henos aquí en un buen apuro —murmuraba Yanez—. Sería una imprudencia abalanzarse a ciegas contra fuerzas que podrían ser veinte veces superiores y por otra parte sería una locura esperar al alba. Faltaría la sorpresa y podríamos ser rechazados.
—Señor —dijo el piloto en aquel momento—. ¿Qué decide?
—¿Crees que son muchos los asediantes?
—A juzgar por el número de los fuegos se podría creer. ¿Quiere que vaya a asegurarme de sus fuerzas?
Yanez lo miró con desconfianza.
—¿Sospecha de mí, verdad? —dijo el malayo, sonriendo—. Tiene razón: hasta ayer era su enemigo. Sin embargo, está equivocado: ya he roto todo con aquellos hombres y prefiero ser contado entre sus hombres que son malayos como yo, antes que con aquellos salvajes.
—¿Podrías estar de regreso antes de que el sol surja?
—No aparecerá antes de media hora y le prometo estar de regreso dentro de diez minutos.
—Dame entonces una prueba de tu fidelidad —dijo Yanez.
—La tendrá, señor.
El malayo se hizo dar un parang, hizo un gesto de adiós y se alejó, arrojándose en medio de una plantación de jengibre que los asediantes no habían aún destruído.
Yanez, con el reloj en la mano contaba los minutos. Temía vivamente que el piloto tardase, y que la luz se difundiese antes de su regreso, volviendo imposible una sorpresa.
No había contado seis, cuando Padada apareció, corriendo a carrera desenfrenada.
—¿Pues bien? —preguntó Yanez, moviéndose a su encuentro.
—El grueso que ha operado contra nosotros en la desembocadura del río aún no ha regresado. Los asediantes no son más de un centenar y sus filas son tan débiles de no poder resistir un choque imprevisto.
—¿Tienen armas de fuego?
—Sí, señor.
—¡Bah! Sabemos cómo las usan.
Se volvió hacia sus hombres que lo habían alcanzado y esperaban el comando para caer encima de los enemigos.
—¡Denles en cuerpo y alma! —les dijo—. Los tigres de Mompracem demuestren cómo se toman a estos cortadores de cabezas.
—Cuando lo ordene, aplastaremos todo, señor Yanez —respondió el más viejo—. Usted sabe que nunca hemos tenido miedo.
—Acerquémonos en silencio y tomémolos por la espalda. No hagan fuego si no cuando lo ordene yo. Formemos la columna de asalto.
Se dispusieron en una doble fila, poniendo adelante a los más valerosos, luego el pelotón se metió silenciosamente en medio de los jengibres que eran bastante altos como para cubrirlos.
Yanez se había arrojado la carabina en bandolera, y había desenvainado la cimitarra y quitado de la faja una rica pistola india de dos tiros, de cañones larguísimos.
La travesía de la plantación fue cumplida tan rápidamente que cuatro minutos después llegaban a ochenta pasos de los asediantes.
Los dayak, seguros de no ser asaltados, vivaqueaban en grupitos de cuatro o cinco personas, alrededor de la hoguera.
Trescientos metros más allá se alzaba el kampung. Era una especie de kota, o sea de fortaleza borneana, constituida por un conjunto de edificios, circundados por anchos tablones de durísima madera de teca, capaces de oponer una sólida resistencia incluso a los pequeños lela, no así a los meriam y por un denso boscaje de plantas espinosas que no permitía tomarla por asalto por hombres casi desnudos y privados sobre todo de zapatos.
Sobre el edificio principal, una casa de bella apariencia, que recordaba a los bungalows indios, se alzaba una sutil torreta de madera, una especie de alminar árabe, sobre cuya cima brillaba una gran linterna.
—Tangusa —dijo Yanez, que había hecho tender a sus hombres, queriendo antes percatarse de la situación exacta en la que se encontraba la granja—, ¿dónde se encuentra el pasaje?
—De frente a nosotros, señor.
—¿No caeremos en medio de las espinas?
—Lo guío yo.
—¿Están listos? —preguntó Yanez volviéndose a los piratas.
—Todos listos, capitán.
—Carguen al grito de “¡Viva Mompracem!” a fin de que no corramos el peligro de hacernos fusilar por los defensores del kampung. ¡Adelante!
Los dieciocho hombres se habían lanzado en carrera desenfrenada, cayendo sobre el grupo más cercano. Nadie podía ya detener a los terribles tigres de la Malasia: ni artillería, ni fusiles, ni armas blancas.
Con una descarga fulminaron a los cinco o seis dayak que habían abandonado precipitadamente la hoguera alrededor de la cual vivaqueaban, luego atravesaron como un rayo la débil línea de asedio, siempre disparando y aullando a viva voz:
—¡Viva Mompracem!
Los cortadores de cabezas, sorprendidos por aquel imprevisto asalto, que estaban muy lejos de esperarlo, no habían ni siquiera intentado oponer resistencia, de modo que el animoso pelotón pudo arrojarse dentro del boscaje espinoso que cubría el cerco.
Hombres habían aparecido sobre las defensas internas armados de fusiles. Parecía que se preparaban para hacer fuego, cuando una voz imperiosa gritó:
—¡Paren! ¡Son amigos! ¡Abran la puerta!
—Eh, amigo Tremal-Naik —gritó Yanez con voz alegre—. No tenemos en absoluto necesidad de plomo. Hemos tenido ya bastante de los dayak.
—¡Yanez! —exclamó el indio, con una verdadera explosión de alegría.
—¿Quién creías que era pues?
—¡Alcen el rastrillo! ¡Rápido! ¡Los dayak vuelven para el desquite!
Una enorme tabla de madera de teca, pesada como si fuese de hierro, fue alzada por varios hombres mediante cuerdas suspendidas de grandes poleas y los tigres de Mompracem con el piloto y el mestizo, se precipitaron dentro del kampung, mientras los defensores del cerco saludaban a los asediantes con dos tiros de espingarda y un violentísimo fuego de fusilería.
Un hombre de estatura más bien alta, un poco entrado en años, teniendo los bigotes y los cabellos entrecanos, de talla no obstante aún elegante y a la vez vigorosa, de facciones finas, la piel un poco bronceada y los ojos negrísimos, tenía abiertos los brazos para estrechar al portugués.
No llevaba puesto el traje típico de los ricos borneanos, sino aquel de los indios modernizados que ya han renunciado al dhoti y a la dupatta por la costumbre anglo-india, más simple y más cómoda, consistente en una chaqueta de tela blanca con alamares de seda roja, faja anchísima bordada en oro y pantalones estrechísimos también blancos y un pequeño turbante.
—¡Aquí, sobre mi pecho, amigo Yanez! —había exclamado, abrazándolo estrechamente—. Está destinado que siempre deba recurrir a la generosidad y al valor de los invencibles tigres de Mompracem. ¿Cómo está el Tigre de la Malasia?
—Muere de salud.
—¿Y tu Surama?
—Me ama siempre intensamente. ¿Y Darma dónde está que no la veo?
—¿El tigre o mi hija?
—El uno y la otra, ya me olvidaba de tu buena bestia.
—Mi hija duerme en este momento y el tigre marcha hacia la costa con Kammamuri.
—¡Cómo! ¿El maratí no está aquí? —exclamó Yanez.
—Temiendo que Tangusa no hubiese podido alcanzarlos o guiarlos aquí, ha partido a pesar de mis consejos, con una pequeña escolta y quizá a esta hora, haya logrado escapar a los dayak, y haya embarcado para Mompracem.
—Lo volveremos a ver más tarde.
—Ven, amigo —dijo Tremal-Naik—. No es este el lugar para intercambiar nuestras confidencias. Hola, Tangusa, haz los honores de casa y prepara de comer y de beber a los tigres de Mompracem.
Se dirigió hacia el bungalow que se alzaba entre algunos inmensos cobertizos llenos de productos agrícolas y una doble línea de cabañas e introdujo al amigo en una estancia de planta baja que estaba iluminada por una bella lámpara india, cuyos cristales azulados atenuaban la luz. Tremal-Naik no había renunciado a sus gustos de bengalí. Y en efecto la estancia estaba decorada con mobiliario indio, ligeros sí, pero elegantísimos y todo alrededor tenía aquellos bajos y cómodos divanes que se ven en todas las ricas habitaciones de los adoradores de Brahma, Shivá o Visnú.
—Una buena copa de brem ante todo —dijo el indio, llenando dos copas con aquel excelente licor compuesto por arroz fermentado, azúcar y jugos de varias palmas que lo perfuman—. Detiene el sudor.
—Y yo estoy empapado, como un caballo que ha recorrido doce leguas todas de un tirón. No soy más joven, amigo mío —dijo Yanez, vaciando luego de un trago la copa—. Y ahora explícame este misterio.
—Una pregunta antes que nada, si me lo permites. ¿Cómo han llegado?
—Con la Marianna y después de haber forzado la desembocadura del río. Más tarde te contaré los detalles de la lucha.
—¿Dónde la has dejado?
—En el embarcadero.
—¿Es numerosa la tripulación?
—Tiene fuerzas iguales a las mías.
Tremal-Naik se había vuelto meditabundo e inquieto.
—Son hombres capaces de defender mi velero —dijo Yanez que se había percatado.
—Son muchos los dayak, más de lo que creía y por sobre todo bien armados y hasta bien entrenados.
—¿Por el peregrino?
—Sí, Yanez.
—Lo habrás visto, tú, a aquel bribón
—¿Yo? ¡Jamás!
—¿No sabes ni siquiera tú quién es? —preguntó Yanez al colmo del estupor.
—No —respondió Tremal-Naik—. Le he mandado un mensajero hace dos semanas, pidiéndole presentarse ante mí para explicarme los motivos de su odio, prometiéndole salvar su vida.
—¿Y él se ha cuidado bien de obedecer?
—Me ha respondido en cambio que fuese yo ante él a fin de entregarle mi cabeza conjuntamente con la de mi hija.
—¡Tanta audacia ha tenido aquel miserable! —exclamó Yanez, indignado—. Óyeme, ¿nunca has ofendido a algún jefe dayak? Estos cortadores de cabezas son ferozmente vengativos.
—Nunca he hecho mal a ninguno, y luego aquel hombre no es un dayak —respondió el indio.
—¿Quién es entonces?
—Algunos afirman que es un viejo árabe fanático, otros un negro y otros aún un indio.
—Sin embargo debe tener un gran motivo para odiarte tanto.
—Cierto, pero cuanto más lo pienso menos consigo descubrirlo, y en vano torturo a mi cerebro. Me ha venido incluso una sospecha.
—¿Cuál?
—Es tan absurda que reirías si te lo dijese —dijo Tremal-Naik.
—Arrójalo fuera.
—Que pudiese ser algún thug.
Yanez en vez de recibir aquellas palabras con una sonrisa, como el indio esperaba, se había puesto levemente pálido.
—¿Estás bien seguro, Tremal-Naik —dijo luego con voz grave—, de que todos los lugartenientes de Suyodhana, el jefe de los estranguladores, han sido muertos por nosotros en las cavernas de Rajmangal o por los ingleses en los estragos de Delhi? ¿Quién nos lo asegura?
—¿Y tú crees que alguno hubiese pensado vengar a Suyodhana después de once años?
—Tú has probado la tenacidad y también el odio implacable de aquellos asesinos. Has sido la causa de su fin.
Tremal-Naik se había vuelto a poner pensativo y su rostro traicionaba una profunda angustia. De pronto, hizo un gesto como para ahuyentar alguna visión, luego dijo:
—No, es imposible, es absurdo. Los thugs, admitiendo que aún haya en India, no hubiesen esperado tanto. Aquel peregrino debe ser algún bribón que intenta imponerse a los dayak para fundar alguna sultanía y finge odiarme. Habrá hecho esparcir la voz de que no soy un musulmán, que soy quizá un enemigo de los dayak, una criatura inglesa encargada de subyugarlos o cualquier otra cosa para echarme de aquí. Será todo lo que quieras, incluso un verdadero fanático, pero no un thug.
—Sea como quieras, pero me parece que no te encuentras en una buena condición. ¿Has perdido todas las granjas?
—Las han saqueado y luego quemado.
—Habría sido mejor que hubieses permanecido con nosotros en Mompracem.
—Quería intentar colonizar estas costas y civilizar a estos bárbaros.
—Y has hecho un agujero en el agua —dijo Yanez riendo.
—Desgraciadamente.
—Y se perderán algunos centenares de millares de rupias. Menos mal que tus granjas de Bengala pueden pagar los gastos. ¿Cuándo desalojamos?
—Te pido solo veinticuatro horas —respondió Tremal-Naik— para poder recoger lo mejor que poseo, luego daremos fuego a todo y alcanzaremos tu nave.
—Y correremos lo más rápido posible hacia Mompracem —dijo Yanez—. Nuestra presencia es necesaria allá.
Había pronunciado aquellas palabras con un tono tan grave, que el indio fue golpeado.
—¿Hay algo en el aire? —preguntó.
—Pero... no se sabe aún. Corren voces que inquietan al Tigre de la Malasia.
—¿Y cuáles?
—Que los ingleses tienen intenciones de hacernos desalojar Mompracem. Hace un tiempo que todos los actos de piratería que suceden a lo largo de las costas occidentales de la isla los imputan a nosotros, aún cuando por muchos años nuestros praos duermen sobre sus anclas. Dicen que nuestra presencia incita a los piratas costeros y que nosotros directa o indirectamente los azuzamos contra las naves que se dirigen a Labuan. Tonterías, pero tú ya conoces el doblez del leopardo inglés.
—Y también su ingratitud —dijo el indio—. He ahí como los compensan por haber liberado a la India de la secta de los thugs. ¿Y Sandokan cedería?
—¡Él! ¡Ah! Aquel hombre es capaz de arrojar el guante del desafío contra toda Inglaterra y de...
Un lejano disparo de cañón le había interrumpido la frase.
—¿Has oído? —exclamó, brincando en pie presa de una vivísima agitación.
—Sí, el cañón truena hacia el sur.
—¡Los dayak atacan la Marianna!
—Sígueme al observatorio, Yanez —dijo Tremal-Naik—. De allí arriba podremos oír mejor de qué parte llegan los disparos.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Finalmente sabemos con exactitud el tiempo transcurrido entre la acción de la cuarta y quinta novela: once años.

Pombo: Según un apunte de Salgari, hace referencia al fruto del árbol Citrus maxima, la pamplemusa, limonzón, cimboa o pomelo chino, un hesperidio de color amarillo pálido o rosado, sabor ligeramente ácido con un pequeño toque de amargor y gran tamaño. Es el origen de otros cítricos como la naranja, la toronja, o el pomelo. Sin embargo, del nombre “pombo” no hay referencias, por lo que podría tratarse de un neologismo creado por Salgari. Quizá derive del malayo (o del indonesio) “pohon”, que significa “árbol”.

En cuerpo y alma: “A corpo perduto”, en el original, es una expresión que significa: valerosamente, animosamente, precipitadamente, a la aventura, a todo meter. Por lo tanto, lo traduje como “en cuerpo y alma”, que significa totalmente, sin dejar nada.

Vivaquear: Pasar la noche en acampada al aire libre.

Kota: “Kotta” en el original, es una palabra en malayo que significa ciudad. Deriva del sánscrito “kotta”.

Teca: “Tek” en el original, es un árbol de la familia de las Verbenáceas, que se cría en las Indias Orientales, corpulento, de hojas opuestas, grandes, casi redondas, enteras y ásperas por encima. Su madera es tan dura, elástica e incorruptible, que se emplea preferentemente para ciertas construcciones navales.

Bungalows: “Bengalow” en el original, voz inglesa de “bungalós”, una casa pequeña de una sola planta que se suele construir en parajes destinados al descanso. El origen de la palabra hace referencia a “bengalí” y puede ser tomado como “casa en el estilo bengalí”.

Alminar: Torre de las mezquitas, por lo común elevada y poco gruesa, desde cuya altura convoca el almuédano a los musulmanes en las horas de oración.

Rastrillo: “Saracinesca”, en el original, es la estacada, verja o puerta de hierro que defiende la entrada de una fortaleza o de un establecimiento penal.

Dhoti: “Doote” en el original, es la prenda de ropa típica para los hombres en la India. Consiste en una pieza rectangular de algodón que puede llegar a medir 5 metros de largo por 1,20 de ancho. Generalmente de color blanco o crema se enrolla en la cintura y se une por medio de las piernas.

Dupatta: “Dubgah” en el original, es un chal típico de la vestimenta femenina en la India.

Alamares: Presilla y botón, u ojal sobrepuesto, que se cose, por lo común, a la orilla del vestido o capa, y sirve para abotonarse o meramente para gala y adorno, o para ambos fines.

Brahma: En el hinduismo es el dios creador del universo.

Shivá: “Siva” en el original, es el dios destructor del hinduismo.

Visnú: En el hinduismo es el dios principal, creador, preservador y destructor del universo.

Brem: “Bram” en el original, es una bebida fermentada tradicional de Indonesia a base de vino de arroz a la que se le agrega tapai (pasta dulce fermentada a base de diferentes vegetales) y levadura para fermentar.

Leguas: “Leghe” en el original, es una medida de longitud de origen romano. Principalmente existen dos variantes: terrestre y marítima. La primera, llamada solamente legua, varía según el país de uso (entre 4 km y 5,2 km aproximadamente). En tanto, la legua marina se define como la de “20 al grado”, y equivale a 5.555,55 m. En este caso la distancia de 12 leguas corresponden entre 48 y 62 km.

Rajmangal: Sigo sin encontrar ninguna referencia a esta supuesta isla, sin embargo, el nombre está tomado del río Raimangal —llamado Mangal en las novelas—. Según la edición de las novelas de Sandokan, se puede encontrar el nombre Rajmangal o Raimangal. Me decidí por el primero, más que nada, para no confundirlo con el nombre del río.

Delhi: Estado al norte que forma el 'Territorio Capital Nacional' de la República de la India. Contiene la nueva ciudad de Nueva Delhi, la cual ha dejado de ser un área urbana distinguible pero contiene la mayoría de las instituciones administrativas del gobierno nacional y es considerada formalmente la capital.

2 comentarios:

  1. Je, esto de las entregas periódicas es como las ediciones de folletín tan comunes en la época que escribió Salgari. Sigue adelante!! Que quiero saber que pasa después de "La conquista de un Imperio"!!

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    1. Sí, esa es la idea. Un libro por año, así que el séptimo libro estaría comenzándolo a fines de 2018. ¡Gracias por el apoyo!

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