jueves, 17 de septiembre de 2015

XXXIII. La derrota de James Brooke


El kampung de Orango-Tuah era una gran villa malaya fortificada, como lo son en general todas las de Borneo, para defenderse de las correrías de los pueblos del interior y especialmente de los dayak, con los cuales están siempre en guerra.
Se componía de trescientas cabañas de madera con los techos cubiertos de hojas de nipa, defendidas por altas y sólidas empalizadas y por densos matorrales de bambúes espinosos, obstáculos casi insuperables por los pies y los miembros desnudos de los indígenas. Los habitantes podían además contar con una media docena de praos armados de espingardas, que estacionaban en un pequeño lago comunicado con el mar por medio de un canal.
Orango-Tuah, un malayo robustísimo, de color oscuro, con los ojos oblicuos y los pómulos bastante sobresalidos, antiguo corredor de los mares antes de las sanguinarias represiones de James Brooke, prontamente advertido, se apresuró a ir al encuentro de su príncipe, seguido por un gran número de súbditos llevando ramas resinosas encendidas.
La acogida fue alegre. Toda la población, despertada por los tamtan acudió en masa a felicitar al futuro señor de Sarawak.
Orango-Tuah condujo a los huéspedes a la mejor cabaña de la villa, luego, habiendo sabido que los guardias del gobernador los perseguían, hizo apostar a una cincuentena de hombres armados de fusiles en los vecinos bosques, para rechazarlos.
Tomadas estas medidas, hizo reunir a sus subjefes en consejo, para promover rápidamente la insurrección en las villas malayas y recoger un cuerpo considerable, antes que la noticia de la fuga del príncipe llegase a Sarawak.
La misma noche cuarenta emisarios partían para el interior y tres praos salían al mar para avisar a los malayos costeros de la gran lucha que se preparaba, mientras otros dos eran enviados a cruzar el cabo Sirik para apoyar a las bandas de Mompracem hacia el kampung. Ada en cambio envió a uno de los marineros del yacht a la desembocadura del río para advertir a lord James de lo que se preparaba.
La mañana siguiente los primeros refuerzos comenzaron a afluir de todas partes para combatir bajo las banderas de su príncipe.
También del mar llegaban a cada instante praos montados por numerosas tripulaciones y armados de algunas piezas de artillería.
Tres días después setenta mil malayos acampaban alrededor del kampung. No esperaban más que a las bandas de Mompracem para ponerse en marcha hacia Sarawak y caer de improviso sobre la ciudad.
Ya todos los caminos del interior habían sido fuertemente ocupados, para impedir a los dayak llevar noticias sobre la extensión de la insurrección al rajá que debía aún ignorar la fuga de su adversario.
El quinto día, la flotilla de Mompracem anclaba sobre la playa del kampung. Estaba compuesta por veinticuatro grandes praos, armados de cuarenta cañones y de sesenta espingardas y montada por doscientos combatientes, que por coraje y por habilidad guerrera valían por mil malayos.
Apenas desembarcado, Sambigliong se dirigió donde Ada, que había sido alojada en la misma vivienda que Orango-Tuah.
—Señora —le dijo—, los tigres de Mompracem están listos para caer sobre Sarawak. Han jurado liberar a Sandokan y a sus amigos o de hacerse matar todos.
—Los malayos no esperaban mas que a ustedes —respondió la joven—. Júrame no obstante, ante todo, que no harán ningún mal a James Brooke y que si lo vencen, lo dejarán ir libre.
—Protegeremos su fuga, ya que lo quiere. Usted habla en nombre de nuestro capitán y nosotros le obedeceremos.
Dos horas después, el ejército malayo guiado por el futuro rajá dejaba el kampung tomando el camino costero, mientras la flotilla de Mompracem, en la cual se habían embarcado Ada y Kammamuri, se hacía a la mar, seguida por otros cien praos acudidos de todas las villas de la vasta bahía de Sarawak.
Todas las medidas habían sido tomadas para sorprender la capital del rajá y el día había sido fijado para asaltarla al mismo tiempo por tierra y por el río.
La flotilla, que navegaba lentamente para dar tiempo a las tropas de ordenarse y avanzar, cada noche se reunía en la costa para esperar a los mensajeros de Hashim. Sambigliong no obstante debía esforzarse mucho para calmar la impaciencia de los cachorros de Mompracem que ardían de deseos de vengar la derrota tocada a su jefe.
Para no permanecer inactivos, daban caza a los veleros que se dirigían hacia Sarawak, para impedir al rajá recibir noticias sobre el avance de aquella escuadra sospechosa.
Cuatro días después, hacia el ocaso, la flotilla llegaba a la desembocadura del río. Aquella misma noche las tropas de Hashim debían caer sobre la capital.
Sambigliong, que comandaba a los cachorros de Mompracem, ordenó al prao que estaba montado por Ada de mantenerse oculto en una pequeña cala de la desembocadura, para no exponer a la joven a los horrores de la batalla; pero Kammamuri pasó al leño del jefe, no queriendo permanecer inactivo en aquel supremo momento.
—Tráeme a Tremal-Naik —le dijo Ada, antes de que se separasen.
—Me haré lisiar, pero el amo estará a salvo —respondió el bravo maratí—. Apenas desembarcados iremos a rodear el palacio del rajá, porque estoy seguro de que los prisioneros son mantenidos ahí dentro.
—¡Ve, mi valeroso, y que Dios te proteja!
Sambigliong había dado las últimas órdenes para el combate. Había puesto a la cabeza de la escuadra a los praos más grandes, armados de cañones y montados por los más intrépidos piratas de Mompracem.
A las diez de la noche la flotilla se puso en movimiento, remontando rápidamente el río.
Todas las velas habían sido amainadas para tener los puentes desalojados y las pequeñas naves remontaban a remo.
El río parecía desierto: ninguna nave enemiga aparecía ni cerca de la orilla derecha ni cerca de la izquierda, e incluso las florestas, fáciles de defender, estaban privadas de soldados.
Aquel silencio no obstante no tranquilizaba a Sambigliong. A este le parecía imposible que nada se hubiese filtrado de la insurrección que por cinco días irrumpía a través del reino y que el rajá, hombre astuto, audaz, bien servido por los dayak y por la guardia india, se dejase sorprender. Temía en cambio una emboscada cerca de la ciudad y aguzaba la mirada y las orejas.
A medianoche la flotilla no estaba mas que a media milla de Sarawak. Las primeras casas comenzaban a distinguirse sobre la oscura línea del horizonte.
—¿Oyes algo? —preguntó Sambigliong a Kammamuri, que estaba a su lado.
—Nada —respondió el maratí.
—Este silencio me inquieta. Hashim debería ya haber llegado y habría debido ya comenzar el ataque.
—Quizá espere a oír nuestros cañones.
—¡Ah...!
—¿Qué pasa?
—¡La flota...!
En una curva del río había aparecido una masa imponente que parecía obstruir el paso. Eran las naves del rajá en línea de batalla, listas para rechazar el ataque.
Inesperadamente quince o veinte destellos rompieron la oscuridad, seguidos de un horrible retumbo. La flota de Brooke había comenzado un fuego infernal contra la escuadra de los agresores.
Un alarido inmenso resonó sobre el río:
—¡Viva Mompracem...!
—¡Viva Hashim...!
Casi en el mismo momento, hacia el norte de la ciudad, se oyeron furiosas descargas de mosquetería. Las tropas de Hashim caían sobre la capital.
—¡Al abordaje, cachorros de Mompracem...! —tronó Sambigliong—. ¡Viva el Tigre de la Malasia!
Los praos se arrojan contra las naves del rajá, no obstante la metralla que barre los puentes y las balas que masacran las maniobras. Ninguno resiste a la furia de aquel asalto.
¡En un instante las naves fueron rodeadas por todas partes, por aquellos numerosos leños montados por los más intrépidos corredores del mar de la Malasia!
Cachorros y malayos se trepan por los flancos de las naves, superan las amuras, invaden los puentes, rodean a las tripulaciones impotentes para resistir a tanta furia, las desarman y las encierran en las bodegas y en las baterías. Las banderas del rajá son amainadas y en cambio se alzan aquellas rojas de Mompracem, adornadas con una cabeza de tigre.
—¡A Sarawak...! —tronan Kammamuri y Sambigliong.
Los praos retoman el ancho para caer sobre la ciudad. La batalla, empeñada por las tropas malayas, arde mientras tanto, y es encarnizada en las calles de la capital.
En todos los barrios la mosquetería truena e incluso en los canales. Se oyen los alaridos de los malayos que avanzaban hacia la plaza donde se eleva el palacio del rajá. Algunas casas arden en diversos lugares, esparciendo alrededor una luz sangrienta, mientras en lo alto hacen volteretas nubarrones de chispas que el viento lleva lejos a través de las campiñas.
Sambigliong y Kammamuri arriban al muelle y a la cabeza de cuatrocientos hombres que irrumpen en el barrio chino cuyos habitantes están también insurrectos.
Dos pelotones de indios de la guardia, apostados en la desembocadura del barrio, buscan rechazarlos con dos descargas, pero los tigres de Mompracem los asaltan con las cimitarras en puño y los ponen en fuga desordenada.
—¡Al palacio...! —aulla Kammamuri.
Y, arrastrándose detrás de aquellas bandas formidables, llega a la gran plaza. El palacio del rajá no está defendido mas que por un puñado de guardias que después de una breve resistencia, se dispersan.
—¡Viva el Tigre de la Malasia! —truenan los piratas de Mompracem.
Una voz, estridente como una trompeta, resuena en el interior del palacio:
—¡Viva Mompracem...!
Es la voz de Sandokan. Los cachorros la han reconocido.
Irrumpen sobre la escalera, abaten las puertas que habían sido barricadas, recorren alocadamente las estancias y finalmente, en una celda defendida por sólidos barrotes, encuentran a Sandokan, Yanez, Tremal-Naik y Tanauduriam.
No dándoles tiempo de hablar. Los alzan entre los brazos y los llevan en triunfo a la plaza, entre alaridos ensordecedores.
Justo en aquel momento una horda de indios fugitivos, rechazados por las tropas de Hashim, cae sobre la plaza.
Sandokan arranca una cimitarra a uno de sus fieles y se lanza en medio de los fugitivos, seguido por Yanez, Tremal-Naik y una veintena de los suyos.
Los indios se desesperan, pero un hombre se mantiene: era James Brooke, con la ropa desgarrada, el sable ensangrentado hasta la empuñadura, los ojos torvos.
—¡Eres mío...! —gritó Sandokan, aferrándole el sable.
—¡Tú! —exclamó el rajá con voz sombría—. ¡Otra vez tú!
—Me debía esta revancha, Alteza.
—¡Es por ironía que me llama Alteza! Mi reinado ha terminado y no soy mas que un prisionero, reservado a las venganzas del sobrino de aquel que defendí con mi espada y que me dio, en recompensa, tan inestable trono.
—No un prisionero, James Brooke: eres libre —dijo Sandokan, abriéndole camino entre los piratas—. ¡Sambigliong...! Conduce a Su Alteza a la desembocadura del río y vela por su vida.
El ex rajá miró a Sandokan con estupor, luego, viendo irrumpir en la plaza a los malayos de Hashim que emitían gritos de muerte contra él, siguió rápidamente a Sambigliong, que había reunido alrededor suyo a una treintena de hombres.
—He aquí un hombre que no regresará jamás a estas playas —dijo Sandokan—. ¡El dominio del rajá James Brooke ha decaído para siempre!

CONCLUSIÓN

A la mañana siguiente, el sobrino de Muda Hashim se instalaba, con gran pompa, en el palacio de James Brooke, la antigua sede de los rajás de Sarawak.
La población entera de la ciudad, que no había perdonado nunca al fugitivo rajá su origen europeo, a pesar de la cultura y las grandes mejoras introducidas por aquel hombre enérgico, valiente y sabio, había fraternizado con las tropas insurrectas.
El nuevo rajá no fue ingrato hacia sus aliados: ofreció a Sandokan, Yanez y Tremal-Naik honores y riquezas, rogándoles permanecer en su reino, pero todos lo rechazaron.
Dos días después, Tremal-Naik y Ada, esposos felices, se embarcaron con Kammamuri en el yacht de lord James, para dirigirse a la India, llevando con ellos ingentes regalos; y Sandokan y Yanez se embarcaron con sus bandas para regresar a su isla.
—¿Nos volveremos a ver un día? —preguntaron Ada, Tremal-Naik y lord James al Tigre de la Malasia, antes de separarse.
—¡Quién sabe! —respondió Sandokan, abrazándolos uno después de otro—. La India me tienta y puede darse que un día el Tigre de la Malasia y el Tigre de los Sundarbans se encuentren en las desiertas islas del Ganges. ¡Suyodhana...! He aquí un nombre que me hace latir el corazón: he aquí un hombre que quisiera ver. Adiós, tío; adiós, amigos: ¡Espérenme...!

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

¡El dominio del rajá James Brooke ha decaído para siempre!: Sandokan fue profeta; James Brooke no regresó jamás a Sarawak. Consumido por las fiebres, golpeado por la parálisis, privado de medios, se retiró a Inglaterra, donde habría muerto en la miseria si sus compatriotas, después de un meeting dado a su favor, no hubiesen abierto suscripciones públicas que le rindieron varios miles de libras esterlinas. Murió en 1868 en Devon casi ignorado, después de haber hecho hablar al mundo entero de sí, durante su reinado.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

En la versión original de este capítulo, quien conduce a la flota de Mompracem no es Sambigliong, sino Aïer-Duk. Posteriormente, cuando encuentran a los prisioneros, está también Sambigliong junto al resto. Por lo demás, el capítulo es casi idéntico en ambas versiones. Los anteriores capítulos no presentaban alteraciones en la historia entre ambas versiones.

Seguramente Salgari haya querido hacer coincidir la fecha del final de esta novela con el hecho histórico del levantamiento de 600 mineros chinos de Bau el 18 de febrero de 1857, que sacó por unos días a James Brooke del poder. Quizá por este motivo esta novela, en el original, comienza el 26 de agosto de 1856. Sin embargo, dado que la próxima está atravesada por otro hecho histórico —de mayor relevancia, incluso— ocurrido durante 1857 y que en la ficción supuestamente pasan algunos años, decidí ajustar el año de inicio de la presente a 1854.

Terminada la tercera novela, que espero hayan disfrutado tanto como yo, no me queda más que decir que ya estoy bien adentrado en la traducción de la próxima. En octubre tendrán más novedades.

Tamtan: “Tam tam” en el original, es un tambor africano de gran tamaño, que se toca con las manos.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 0,5 mi equivalen a 0,80 km.

Ingente: Muy grande.

Devon: Condado del sudoeste de Inglaterra. Fue una de las primeras áreas de la isla en ser habitada, al final de la edad de hielo.

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