martes, 1 de septiembre de 2015

XXXI. El gobernador de Sadong


Doce horas después, una chalupa montada por seis bugineses de la tripulación del yacht, por el lord, Ada y Kammamuri, remontaba el río para llegar a Sadong.
Los marineros se habían puesto sus trajes típicos consistentes en pequeñas faldas variopintas y en un pequeño turbante, y el lord y Ada, teñidos de un bello color bronceado, se habían envuelto en ricas vestimentas de colores vivaces, estrechadas a la cintura por anchas fajas de seda roja, para hacerse pasar por príncipes indios en viaje para una excursión de placer. Solamente Kammamuri había conservado su traje maratí que no podía hacer nacer ninguna sospecha. El río, poco largo y de aguas bastante turbias, estaba casi desierto. Solamente de trecho en trecho aparecía sobre sus riberas alguna de aquellas grandes cabañas plantadas sobre densas filas de palos, a una altura de quince o veinte pies, de fabricación dayak.
En cambio había grandes montes de árboles gomíferos de gutta jintiwan, de piper nigrum, ya cubiertos de bayas rojizas que dan un grano muy aromático, de gluga de cuya corteza macerada se extrae una especie de papel; de inmensos alcanforeros que exhalan un agudo perfume y de bananos, de arecas y de rotang, plantas sarmentosas estas, que en aquellas regiones ocupan el lugar de las lianas y que alcanzan longitudes extraordinarias, porque tocan a menudo incluso los trescientos metros.
En medio de aquella rica vegetación se veían de vez en cuando monos narigudos balanceándose sobre las más altas cimas de los árboles, o dar volteretas a los cálaos bicornes, extravagantes aves que tienen picos enormes, grandes como el cuerpo entero y coronados por un extraño casco con forma de una gran coma.
Aparecían también bandadas de espléndidos argos, adornados de larguísimas plumas, de cacatúas fúnebres y también alguno de aquellos murciélagos enormes que los indígenas llaman kalong, grandes como un pequeño perro y con las alas tan anchas que miden, juntas, hasta un metro y treinta centímetros.
A mediodía la chalupa, que remontaba el río con el favor de la marea, llegaba ante Sadong, anclando en la extremidad del suburbio.
Aún cuando ostenta el nombre de ciudad, Sadong no es más que una aldea al igual que Kuching, la segunda ciudadela del reino de Sarawak. En aquella época se componía de un agrupamiento de un centenar y medio de cabañas plantadas sobre palos, estando casi todas habitadas por dayak iban, o sea dayak de la costa, de algunas cabañas con los techos arqueados pertenecientes a unos pocos chinos y de dos edificios de madera, uno habitado por el sobrino de Muda Hashim, que estaba protegido como un prisionero, no ignorándose que aspiraba a la reconquista del trono, y el otro por el gobernador, criatura devotísima del rajá y que tenía a mano a una veintena de indios armados.
No habiendo en Sadong ni siquiera el más modesto restaurante, el lord adquirió una de las más bellas cabañas chinas, situada junto al río, en la extremidad septentrional de la ciudadela, donde condujo a Ada y a Kammamuri, luego dijo a la sobrina:
—Mi misión termina aquí. Todo aquello que he podido hacer por ti, sin comprometer mi honor de marinero inglés y de compatriota de James Brooke, lo he hecho. De la guerra que tú y los piratas están por hacer estallar, no puedo participar, aún cuando el estado de Sarawak sea completamente independiente y no tenga vínculos con Inglaterra, y aún cuando me haya dolido últimamente la excesiva rigurosidad de Brooke con Tremal-Naik. Sigo siendo tu tío y tu protector, pero como inglés debo conservarme neutral.
—¿Por lo tanto usted nos deja ya? —dijo Ada con dolor.
—Es necesario. Regreso a mi yacht, pero no dejaré la desembocadura del río antes de que se hayan abierto las hostilidades, para poder, llegado el caso, protegerte. No has olvidado que eres una mujer lo bastante enérgica como para actuar también sola.
—¡Oh sí, tío...! Estoy resuelta a todo.
—Te dejo cuatro de mis marineros que tienen el encargo de defenderte y de ayudarte. Te obedecerán como a mí mismo y son hombres de un probado coraje y de una fidelidad segura. Adiós, y cualquier peligro que te amenace, mándame uno de mis marineros. Mi yacht está armado y a cada petición tuya remontará prontamente el río.
Se abrazaron largo, luego el lord volvió a embarcarse y volvió a subir el río. La joven había permanecido sobre la orilla y lo miraba alejarse sin prestar atención a un guardia del rajá, que se había acercado observándola con viva curiosidad, no exenta de una cierta desconfianza.
Sólo se dio cuenta cuando vió a aquel hombre a su lado.
—¿Quién es usted? —preguntó el guardia.
La joven arrojó sobre aquel indio una mirada aguda y altanera.
—¿Qué quieres? —le preguntó.
—Saber quién es —respondió el indio.
—Eso no te concierne.
—Es la orden, porque usted es una extranjera.
—¿La orden de quién?
—Del gobernador.
—No lo conozco.
—Pero él debe saber quién desembarca en Sadong.
—¿Y el motivo...?
—Aquí está el sobrino de Muda Hashim.
—No sé quién es.
—El sobrino del rajá que antes reinaba en Sarawak.
—No conozco rajás.
—No importa: debo saber quién es usted.
—Soy una princesa india.
—¿De qué región...?
—De la gran tribu de los maratíes —dijo Kammamuri, que se había silenciosamente acercado a ellos.
—¡Una princesa maratí...! —exclamó el indio estremeciéndose—. Pero también yo soy maratí.
—No, tú eres un renegado —dijo Kammamuri—. Si fueses un verdadero maratí serías libre como yo y no esclavo o sirviente de un hombre que pertenece a la raza de nuestros opresores, de un inglés.
El soldado del rajá tuvo en los ojos un destello de ira, pero enseguida aquel destello se apagó e inclinó la cabeza murmurando:
—Es verdad.
—Vete —dijo Kammamuri—. Los maratíes libres desprecian a los traidores.
El indio se estremeció, luego alzando la mirada que aparecía húmeda, dijo con voz triste:
—No, no he olvidado mi patria, no he olvidado mi tribu, no se ha apagado en mi corazón el odio hacia los opresores de la India y soy aún maratí.
—¡Tú...! —dijo Kammamuri, con mayor desprecio—. ¡Dame una prueba...!
—Ordena.
—He aquí mi ama, una princesa de una de nuestras más valerosas tribus. ¡Júrale obediencia como se la juraron todos los hijos libres de nuestras montañas, si lo osas...!
El indio dio alrededor una rápida mirada, para asegurarse de no ser observado, luego cayó a los pies de Ada con la frente en el polvo, diciendo:
—Ordena: por Shivá, Visnú y Brahma, divinidad protectriz de la India, juro obedecerle.
—Ahora te reconozco como un compatriota —dijo Kammamuri—. ¡Síguenos!
Entraron en la habitación china que estaba protegida por los cuatro marineros del yacht que tenían en los cinturones revólveres para proteger a la sobrina del amo contra cualquier atentado por parte de los guardias del rajá, y se detuvieron en un cuartito con las paredes cubiertas de papel floreado de Tung, amueblada con ligerísimas sillas de bambú y con algunas mesas llenas de teteras y tazas de porcelana del color del cielo después de la lluvia, el color favorito de los hijos del Celeste Imperio.
—Comanda —repitió el indio, postrándose nuevamente delante de Ada.
Entonces la joven, fijando sobre él una larga mirada, como si quisiese leerle en el alma, le dijo:
—¿Sabes que odio al rajá?
—¡Tú...! —exclamó el indio, realzando la cabeza y mirándola con estupor.
—Sí —dijo la joven con energía.
—¿Haz quizá tenido que lamentarte de él?
—No, pero lo odio porque es inglés, lo odio porque soy maratí y él pertenece a la raza de los opresores de la India y porque un día perteneció a aquella compañía que destruyó la independencia de nuestros rajás. Nosotros, pueblos libres, hemos jurado odio eterno a aquellos hombres de la lejana Europa y no pudiendo golpearlos en India, buscamos destruirlos en otro lugar.
—¿Pero entonces eres poderosa? —preguntó el indio con mayor estupor.
—Tengo hombres valerosos, tengo naves y cañones.
—¿Y vienes a traer la guerra aquí?
—Sí, ya que aquí encuentro un opresor de nuestra patria, que ahora busca oprimir a otros hombres de color como nosotros.
—¿Pero quién te ayudará en la empresa...?
—¿Quién...? El sobrino de Muda Hashim.
—Él...
—Él.
—¡Pero si está prisionero!
—Nosotros lo liberaremos.
—¿Y lo sabe él, que tú te preparas para luchar en su favor?
—No, pero lo veré.
—Te he dicho que está como prisionero.
—Eludiremos la vigilancia de los guardias.
—¿En qué modo...?
—Tú encontrarás el modo.
—¡Yo...!
—He aquí la prueba que espero de ti, si eres verdaderamente un maratí.
—He jurado obedecerte y Bangawadi no faltará a la palabra dada —dijo el indio con voz solemne.
—Veamos —dijo Kammamuri, que hasta ahora había permanecido silencioso—. ¿Cuántos guardias velan por Hashim?
—Cuatro.
—¿Día y noche?
—Siempre.
—¿Sin jamás dejarlo?
—No lo abandonan nunca.
—¿Hay algún maratí entre aquellos indios?
—No, son todos de Guyarat.
—¿Fieles al gobernador?
—Incorruptibles.
El maratí hizo un gesto de malhumor y pareció sumergirse en profundos pensamientos.
—Lo son —dijo, después de algunos instantes—. ¿Quién es el gobernador?
—Un mestizo anglo-bengalí.
—No traicionará al rajá entonces.
—¡Oh no...! —exclamó el indio.
—Está bien.
Hurgó en el amplio cinturón que le estrechaba los costados y quitó un diamante grande como una avellana.
—Dirígete donde el gobernador —dijo, volviéndose al indio— y dile que la princesa Raibh le ofrece este regalo y que le ruega le otorgue una visita.
—¿Pero qué intentas hacer, Kammamuri? —preguntó Ada.
—Se lo diré luego, ama. Ve Bangawadi: contamos con tu juramento.
El indio tomó el diamante, y se postró una última vez delante de la joven y salió a rápidos pasos. Kammamuri lo siguió con la mirada mientras pudo, luego volviéndose a Ada le dijo:
—Espero, ama, que lo logremos.
—¿Hacer qué?
—Raptar a Muda Hashim.
—¿Pero de qué modo?
Kammamuri, en vez de responder, quitó del cinturón una cajita y mostró algunas píldoras pequeñísimas que exhalaban un extraño olor.
—Me las ha dado el señor Yanez —dijo— y tengo pruebas de cuán poderosas son. Basta dejar caer una en un vaso de agua o de vino o café para adormecer instantáneamente a la persona más robusta.
—¿Y para qué pueden servir? —preguntó la joven con mayor sorpresa.
—Para adormecer al gobernador y los guardias que velan en la casa de Hashim.
—No consigo comprenderte.
—Con el regalo que le hemos mandado, el gobernador nos invitará a cenar o lo invitaremos nosotros. Me encargo de hacerle beber el narcótico, y, cuando lo veamos adormecido, iremos donde Hashim, y allí repetiremos la jugada con los guardias.
—¿Pero nos dejarán entrar donde el prisionero, aquellos indios?
—Se encargará Bangawadi de abrirnos el paso, fingiendo haber recibido del gobernador la orden de hacernos visitar a Hashim.
—¿Pero a dónde conduciremos al prisionero?
—Donde quiera él, donde tenga a sus partidarios. Yo me encargo de encontrar los caballos de nuestros hombres.
Estaba por salir, cuando vio regresar a Bangawadi. El indio parecía contento, porque tenía una sonrisa en los labios.
—El gobernador los espera —dijo entrando.
—¿Ha aceptado el obsequio? —preguntó Kammamuri.
—No lo he visto nunca de tan buen humor como hoy.
—Vamos, ama —dijo el maratí.
Salieron precedidos por el guardia y seguidos por los cuatro marineros del yacht, que habían recibido del lord la orden de no dejarla un solo instante. Pocos minutos después llegaban al palacio del gobernador de Sadong.
Aquel edificio, llamado pomposamente palacio por los habitantes, era una modesta casa de madera, de dos pisos, con el techo cubierto de tejas azules como las viviendas del barrio chino de Sarawak, cercada por una empalizada y defendida por dos piezas de cañón oxidadas, mantenidas ahí mas para espantar que por servicio, porque no hubiesen podido disparar dos tiros seguidos sin estallar. Una docena de indios, vestidos como los cipayos de Bengala, con la casaca roja, los pantalones blancos, el turbante sobre la cabeza, pero los pies desnudos, estaban formados delante de la cerca y presentaron las armas, de buen grado, a la princesa de los maratíes. El gobernador esperaba a la joven a los pies de la escalera, signo que aquel regalo de gran valor había hecho su efecto.
Sir Hunton, comandante de Sadong, era un anglo-indio que había tomado parte en la sangrienta cruzada del Royalist contra los piratas de Borneo, en calidad de maestre de tripulación.
No tenía más de cuarenta años, pero demostraba más, no siendo aquel clima demasiado propicio para los extranjeros. Era alto como todos aquellos de raza india, pero era corpulento; tenía la piel ligeramente bronceada con cierto matiz dorado, los ojos negrísimos, la barba más espesa que los puros indostanos y ya entrecana.
Habiendo dado pruebas de gran coraje y fidelidad, había sido destinado al comando de Sadong con el encargo de ejercitar una activa vigilancia sobre el sobrino de Muda Hashim, no ignorando James Brooke de tener un poderoso y peligroso rival en el pariente del difunto rajá.
Sir Hunton, viendo a la princesa india, fue a su encuentro tendiéndole la mano y descubriendo la cabeza, luego le ofreció galantemente, el brazo y la condujo a un salón amueblado con cierta elegancia y con muebles europeos.
—¿A qué evento afortunado debo el honor de su visita, Alteza? —preguntó, sentándose frente a la joven—. Es un caso raro ver llegar a esta ciudadela, perdida en las fronteras del reino, a una persona distinguida como usted.
—Cumplo un viaje de placer en las islas del Sonda, sir, y no he querido dejar de ver también Sadong, teniendo solamente aquí la posibilidad de admirar a aquellos formidables cortadores de cabezas que se llaman dayak.
—¿Ha venido aquí por pura curiosidad? Creía que por otro propósito.
—¿Y cuál...?
—Para ver al sobrino de Muda Hashim.
—No sé quién es.
—Un rival del rajá Brooke; pasa su tiempo soñando continuas conspiraciones.
—¿Un hombre interesante, entonces?
—Puede ser.
—Con su permiso no faltaré en visitarlo.
—A cualquier otra persona no se lo permitiría, pero a usted, Alteza, que viene de la India y que por eso no puede tener ningún interés excepto la curiosidad, no negaré este favor.
—Gracias, sir.
—¿Se detendrá mucho aquí?
—Algunos días, hasta que mi yacht repare algunas averías.
—¿Ha llegado con un yacht...?
—Sí, sir.
—¿E irá luego a Sarawak?
—Ciertamente; quiero ver al famoso exterminador de piratas, siendo una de sus más ardientes admiradoras.
—¡Es un valiente hombre el rajá!
—Lo creo.
—¿Regresa al yacht esta noche?
—No, he tomado en alquiler una pequeña casa.
—Entonces espero que me haga el honor de aceptar hospitalidad en mis habitaciones.
—¡Ah...! ¡Señor...!
—Es la mejor de Sadong...
—Gracias, sir, pero me gusta más estar libre.
—Entonces espero que se mantenga hoy junto a mí.
—No podría rehusar semejante cortesía.
—Haré lo posible a fin de no aburrirla, Alteza.
—Mientras tanto me hará ver a su real prisionero —dijo Ada, riendo.
—Después de la cena, Alteza, iremos a beber el té donde Hashim.
—¿Es un hombre gentil o un salvaje...?
—Un hombre astuto y educado, que nos dará buena acogida.
—Cuento con usted, señor. Esta noche seré su comensal.
Se había alzado y a una seña de Kammamuri que la había seguido, manteniéndose en un ángulo de la sala. El gobernador la imitó y la condujo hasta la puerta, donde el pelotón indio le rindió los honores pertenecientes a su grado de princesa indostana.
Habiendo regresado a su propia habitación, seguida siempre por Kammamuri y por los cuatro marineros del yacht, volvió a encontrar al indio Bangawadi que la esperaba sobre la puerta, en la pose de un hombre que espera con cierta impaciencia.
—¿Otra vez tú? —preguntó la joven.
—Sí, ama —respondió.
—¿Tienes novedades?
—He hablado con Hashim.
—¿Cuándo?
—Hace unos pocos minutos.
—¿Y qué le has dicho?
—Que personas se interesan por su suerte y que buscan hacerlo escapar.
—¿Y qué te ha respondido?
—Que está dispuesto a todo.
—Eres un bravo hombre, Bangawadi.
—Y lo serás más si regresas donde él —agregó Kammamuri.
—Estoy a su disposición.
—Ve entonces, y dile que esta noche la princesa Raibh irá a visitarlo en compañía del gobernador y que procure estar solo, por lo menos en su estancia. Le dirás además que me deje a mí la tarea de preparar el té para el gobernador.
Luego, quitándose del cinturón un pequeño diamante, se lo ofreció añadiendo:
—Esto es para ti, y pagarás para que beban los centinelas que velan en la casa de Hashim. ¡Esta noche luego pagaré yo...!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Pies: 1 pie = 0,3048 m. Por lo tanto, 15 pie equivalen a 4,57 m; 20 pie equivalen a 6,10 m.

Piper nigrum: Nombre científico de la pimienta negra. Especie de la familia de las piperáceas, cultivada por su fruto, que se emplea seco como especia. El fruto es una drupa de aproximadamente 5 mm que se puede usar entera o en polvo obteniendo variedades como la negra, blanca o verde, con la única diferencia del grado de maduración del grano.

Bayas: Tipo de fruto carnoso con semillas rodeadas de pulpa.

Gluga: Nombre que se le da en la región al “Broussonetia papyrifera”, la Morera del papel o Mora turca. Es una especie de la familia de las moráceas, nativa de Asia oriental y cultivada en el Extremo Oriente (China, Japón, Indochina) desde hace siglos para su utilización en la fabricación de papel.

Cálaos bicornes: “Calaos giganti” en el original, se tratan de los “Buceros bicornis”, especie de ave coraciforme de la familia Bucerotidae, de inconfundible aspecto, que habita en las selvas entre el noreste de la India y la península malaya. Miden entre 90 y 100 cm de longitud.

Kalong: “Kulang” en el original, es el nombre malayo del gran zorro volador (Pteropus vampyrus), especie de murciélago con envergadura de entre 140 y 180 cm. Se alimenta de frutos, flores, polen y néctar.

Kuching: “Kutsching” en el original, como ya se mencionó anteriormente, era la principal ciudad del reino de Sarawak.

Dayak iban: “Dayaki lant” en el original, es una rama de dayak que habitan en Sarawak. Los ingleses los llamaban “Sea Dayaks” o “Dayak de la costa”. Eran conocidos por ser cazadores de cabezas.

Brahma: En el hinduismo es el dios creador del universo.

Guyarat: “Guzerate” en el original, es un estado que en la época de la colonia británica pertenecía a la provincia de Bombay. Está al noroeste de India limitando con Pakistán, actualmente es su estado más industrializado después de Maharashtra. En la ciudad de Surat, se concentra un importante centro de comercio de diamantes.

Indostana: Natural del Indostán, subcontinente indio, formado por India, Pakistán, Bangladés, Sri Lanka, las Maldivas, Bután y Nepal.

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