miércoles, 26 de agosto de 2015

XXX. El yacht de Lord James [versión original de 1896]


La bahía, después de aquel furioso cañoneo, y aquella tremenda lucha que había destruido a los indomables tigres de la salvaje Mompracem y vencido a los últimos sobrevivientes de la formidable banda, había vuelto a ser silenciosa.
El Royalist se había alejado junto con la pequeña flotilla y las tropas del rajá habían retomado el camino de los bosques para regresar a Sarawak. Solo permanecía el yacht anclado junto al islote, en espera de lord James que era el propietario.
Delante del fortín, sentada sobre un pedazo de cerca que las balas de los cañones habían desmantelado, sollozaba Ada y junto a ella estaban el viejo lord y Kammamuri.
—Embarquémonos, sobrina mía —decía el lord—. No es con lágrimas que podremos salvarlos.
—Es verdad, ama —decía el maratí—. Es necesario actuar y pronto. Piense que dentro de cuarenta días Sandokan será conducido a la India y que si aquel hombre no está aquí, quizá ni siquiera mi amo podrá estar libre.
—Tengo el alma rota, tío. No sé, pero se diría que sobre mí pesa la maldición de la horrible divinidad de los thugs.
—Deja ir semejantes supersticiones, Ada, y partamos.
—¿Pero para dónde?
—Para Mompracem —dijo una voz detrás de ellos.
Se volvieron los tres y se encontraron ante un pirata con el rostro desfigurado y embadurnado de sangre.
—¿Quién eres? —preguntó el lord, retrocediendo.
—Aïer-Duk, uno de los jefes de las bandas del Tigre de la Malasia.
—¡Vivo todavía...! —exclamaron Ada y Kammamuri.
—He pensado que un hombre libre podía ser más útil al capitán que uno muerto, y cuando he visto que la batalla estaba perdida, me he dejado caer entre los cadáveres.
—¡Pero, desgraciado, estás herido...! —exclamó Ada.
—¡Bah...! —dijo el pirata alzando los hombros—. La bala que me ha golpeado ha solamente rozado mi cráneo.
—Es una suerte que estés vivo —dijo el lord—. Serás tú quien vaya a Mompracem a levantar a las bandas de Sandokan.
—Estoy listo para partir, milord. He oído todo lo que ha dicho el capitán y basta que tenga un bote cualquiera para hacerme enseguida a la mar. Embarcaré a todos los tigres de Mompracem y los conduciré donde el sobrino de Muda Hashim.
—Te procuraré un bote a vapor —dijo el lord—. Yo poseo uno.
—¿Cuándo podré partir?
—Apenas hayamos llegado a Sarawak. A bordo, amigos míos, y regresemos a la ciudad.
—Vamos, tío —dijo Ada—. No seré menos que Tremal-Naik y sus valerosos amigos.
—Una palabra, milord —dijo Kammamuri.
—Habla.
—¿Regresando a Sarawak, no pondremos en sospecha al rajá? Sería mejor hacerle creer que hemos partido para la India.
—Es verdad —dijo lord James, golpeado por aquella reflexión—. Podría creer que intentamos la liberación de Sandokan y Tremal-Naik. Eres muy perspicaz, Kammamuri.
—Soy maratí —respondió el indio con orgullo.
—Milord —dijo Aïer-Duk—, ¿sabe dónde se encuentra el sobrino de Muda Hashim?
—En Sadong.
—¿Libre?
—Vigilado.
—Sadong está sobre el río homónimo, si no me engaño.
—Sí.
—Vaya a anclar a la desembocadura de aquel curso de agua, milord, y dentro de dos semanas llegaré a alcanzarlo con la flotilla de Mompracem. Mientras tanto podrían procurar acercarse al sobrino de Muda Hashim y ponerlo al corriente de los acontecimientos que se preparan.
—Creo que es el mejor proyecto —dijo el lord—. De esa manera evitaremos la desconfianza del rajá. Embarquémonos, amigos: ya no tenemos nada que hacer aquí.
Una chalupa del yacht, montada por seis marineros, los esperaba en la punta extrema del islote. El lord, Ada, Kammamuri y el pirata tan milagrosamente escapado de la muerte, se embarcaron y alcanzaron la pequeña nave.
Aquel yacht era uno de los más bellos y elegantes que se hubiesen visto en aquellos mares. Arqueaba ciento cincuenta toneladas como máximo; tenía la carena estrecha, la proa cortada en ángulo recto pero construida a prueba de escollos y estaba aparejado como goleta, con ciertas velas al tercio que tenían un desarrollo enorme para poder aprovechar incluso las más débiles brisas.
Lord James, verdaderamente un gran señor, lo había hecho amueblar con refinamiento. Los camarotes y el salón del castillo no podían ser más elegantes, ni más cómodos y la bodega y la despensa no podían estar mejor provistas.
Lo montaban veinte hombres, escogidos generalmente entre los bugineses, valientes marineros que no cedían a los malayos, que también son considerados como los más intrépidos lobos de mar de todo el vasto archipiélago de la Sonda.
Solamente el maestre y el subcapitán eran de raza distinta, porque eran mestizos anglo-indios, alumnos sin duda de la escuela marítima de Calcuta o Bombay.
Apenas el lord puso los pies sobre el yacht, el subcapitán, que era un bello hombre de alta estatura, con la piel ligeramente bronceada que traicionaba el cruce de sangre india con aquella europea, los ojos negrísimos y bastante inteligentes y de facciones enérgicas pero que tenían aún un no sé qué de ferocidad salvaje, se adelantó diciendo:
—¿Debo poner la proa hacia la bahía, milord?
—Sí —respondió el viejo capitán—, pero vamos a Sadong y no a Sarawak.
—Está bien, milord. ¿Tiene otras órdenes para darme?
—Asigna dos cabinas a estos hombres —continuó el lord, indicando a Kammamuri y a Aïer-Duk—, y haz medicar al herido.
Luego dio el brazo a Ada y la condujo al castillo de popa, por consiguiente a un elegantísimo camarote, diciéndole:
—Estás en tu casa, sobrina mía.
—Gracias tío —respondió ella—. ¿Partimos enseguida?
—En este instante.
—¿Y cuándo llegaremos a Sadong?
—Dentro de tres días, si el viento se mantiene favorable.
—Estoy impaciente por ver al sobrino del rajá.
—Lo creo.
—¿Lo lograremos, tío?
—Respaldados por los cachorros de Mompracem, sí, sobrina mía.
—¿Son entonces hombres terribles esos?
—Ya los has visto cómo saben batirse. Cuando se enteren de que su jefe está prisionero, acudirán todos y se harán matar para salvarlo.
—¿Lo adoran aquellos valerosos hombres?
—Hasta la locura. Los conozco a aquellos hombres, que hace un tiempo fueron mis enemigos. Cuando se baten, son más formidables que los tigres, y los cañones no bastan para detenerlos.
—¿Pero tendrá partidarios, el sobrino de Muda Hashim?
—Sí, y muchos. Brooke es temido por sus soldados pero es odiado por las atrocidades cometidas contra los piratas malayos. Incluso nuestros compatriotas han alzado varias veces un grito de indignación contra él.
—Pero es un hombre enérgico y se defenderá terriblemente.
—Es verdad, pero no podrá resistir a la ola devastadora que lo arrollará.
—Pudiese aquello suceder pronto, tío —dijo Ada, suspirando—. ¡Pobre, Tremal-Naik...! ¡Verse otra vez separado de mí, cuando la felicidad le sonreía...! Ah... tío mío, hemos nacido ambos bajo una mala estrella.
—Será la última prueba, Ada. Cuando lo hayamos liberado los conduciré conmigo a la India, pero lejos de Calcuta para ponerlos a cubierto de las venganzas del despiadado Suyodhana, o a Java, y no nos dejaremos más.
—¿Y vendrá también Sandokan?
—¡Él...! Es un hombre que no está hecho para la vida tranquila, pero quizá... en la India podría quizá seguirnos, pero para emprender una tremenda lucha contra los thugs y su jefe. Basta: reposa tranquila en tu camarote, que tanto lo necesitas, Ada. Yo vuelvo a subir al puente.
El lord abandonó el castillo y subió a la cubierta.
El yacht había ya salido de la bahía y navegaba en la amplia bahía de Sarawak con la proa hacia el este.
El mar estaba desierto. El Royalist y la pequeña flotilla, partidos una hora antes, debían ya estar junto a la desembocadura del río y quizá estaban por arribar a la ciudad, llevando con ellos a los prisioneros.
También la costa, que se dibujaba hacia el sur, formando como un inmenso arco, aparecía deshabitada. Se veían solamente densas florestas que se extendían hasta el mar y más allá descollaba el alto cono del Matang.
El viento, que se mantenía muy favorable, empujaba al esbelto yacht con una velocidad de seis o siete nudos. Si aquella carrera no disminuía, dentro de dos días, en vez de tres, aquel rápido velero podía llegar a la desembocadura del Sadong.
Tres horas después, cuando el yacht se encontraba casi de frente al Sarawak, la chalupa a vapor que estaba amarrada a popa, era bajada bajo la escala de estribor. La máquina estaba ya bajo presión y la hélice lista para funcionar.
Aïer-Duk, que había sido medicado por su herida, más dolorosa que peligrosa, comparecía sobre el puente, dispuesto a hacerse a la mar para Mompracem.
—Sus instrucciones, milord —dijo.
—Las conoces: armar la flota y venir a la desembocadura del río. ¿Cuántos hombres han quedado en Mompracem?
—Doscientos, pero valen como mil.
—¿Tienen praos suficientes?
—Hay treinta armados de cuarenta cañones y sesenta espingardas.
—Al regresar procuren no dejarse sorprender por la flota del rajá.
—Si la encontramos la destruiremos, milord.
—Y darían la alarma.
—Es verdad. Actuaremos con prudencia.
—Partan: los minutos son preciosos. La chalupa recorre diez nudos y en dos días pueden estar en Mompracem.
—Hasta pronto, milord.
Aïer-Duk descendió a la chalupa, donde lo esperaban dos fogoneros, y dio la orden de hacerse a la mar. Un cuarto de hora después, la rápida embarcación no era más que un punto negro apenas visible sobre la azul superficie del mar.
El yacht había reanudado la carrera hacia el este, manteniéndose fuera de la desembocadura del Sarawak para no ser divisado por los pequeños guardacostas del rajá, oprimiendo al lord alcanzar Sadong inadvertido.
Durante la noche el rápido velero sobrepasaba la pequeña bahía encerrada entre las dos largas penínsulas, que formaban el antepuerto de la ciudad, y a la mañana siguiente navegaba en popa hacia la costa.
A las siete de la tarde, habiéndose el viento mantenido bastante fresco, llegaba a la desembocadura del río, sobre cuyas orillas surgía la pequeña ciudad de Sadong.
El ancla fue calada dentro de una pequeña dársena, semiescondida por altísimos durián y por espléndidas arengas sacchariferas cuyas hojas emplumadas proyectaban sobre las orillas una densa sombra.
—¿Se ve a alguien, tío? —preguntó Ada que había subido a cubierta.
—La desembocadura está desierta —respondió el lord—, Sadong es una ciudad poco frecuentada.
—¿Cuándo iremos donde el sobrino de Muda Hashim?
—Mañana, pero es necesario cambiar de piel.
—¿Qué quieres decir?
—Hombres blancos serían enseguida advertidos y el rajá no tardaría en ser informado.
—¿Qué debemos hacer?
—Disfrazarnos de indios y dejarnos pintar el rostro.
—Con tal de que pueda salvar a Tremal-Naik y a sus valerosos amigos, estoy dispuesta a todo, tío.
—Hasta mañana, Ada.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Este capítulo es la versión original de 1896 que sigue al capítulo 23 (La revancha del “rajá” Brooke). Hay partes que permanecieron iguales en la versión definitiva, cambiando solamente algunos nombres como: Aïer-Duk por Sambigliong o Tremal-Naik por Sandokan. Otras son totalmente diferentes.

Nuevamente cuando se refiere al “sobrino del rajá”, en realidad dice “nipote del sultano”.

En esta versión no se da el error de ubicación de Tremal-Naik.

Velas al tercio: “Rande” en el original, velas trapezoidales que solo se diferencian de la tarquina en ser menos altas por la parte de la baluma y menos bajas por el lado de la caída.

Archipiélago de la Sonda: Es un grupo de islas al oeste del archipiélago malayo. Están divididas en islas mayores (Borneo, Java, Célebes y Sumatra) y menores.

Bombay: Es la capital del estado federal de Maharashtra en la India. Es la ciudad portuaria más importante con casi el 40% del tráfico exterior del país.

Nudos: 1 kn = 1,852 km/h. Por lo tanto, 6 kn equivalen a 11,11 km/h; 7 kn equivalen a 12,96 km/h; 10 kn equivalen a 18,52 km/h.

[Río] Sadong: “Sedang” en el original, es el actual río Batang Sadong, que desemboca en la bahía de Sarawak, al este de la ciudad de Kuching.

Fogonero: “Fuochista” en el original, es el encargado de cuidar del fogón, sobre todo en las máquinas de vapor.

Antepuerto: “Avamporto” en el original, es la parte avanzada de un puerto artificial, donde los buques esperan para entrar, se disponen para salir u obtienen momentáneamente abrigo.

Navegaba en popa: “Poggiava” en el original, es cuando recibe el viento con la misma dirección que su rumbo, entrando el viento por su popa.

Arengas sacchariferas: “Arenghe saccarifere” en el original. Uno de los nombres con que se conoce a la “Arenga pinnata”, especie perteneciente a la familia de las palmeras. Es nativa de Asia tropical, desde el este de la India al este de Malasia, Indonesia y Filipinas. Alcanza los 20 m de altura, con hojas de 6 a 12 m de largo y 1,5 m de ancho.

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