martes, 28 de julio de 2015

XXVIII. ¡Salvados!


La vieja nave había terminado.
Destripada por las puntas agudas de aquellos escollos, ya no era más que un pecio, destinado a ser demolido poco a poco por las olas o sumergido trozo a trozo.
La quilla, partida en dos, por el segundo choque, se había separado y el agua había invadido bruscamente toda la bodega, demoliendo los puntales y desmembrando los cestos del fondo. La enorme masa no obstante, vuelta doblemente pesada por el líquido que la había ocupado y retenida por el escollo contra el cual se había apoyado, por el momento no corría ningún peligro.
Las oscilaciones habían cesado, no obstante las olas continuaban brincando en cubierta, amenazando con barrer fuera a los náufragos.
Sandokan, Yanez y el galés, que no habían perdido su calma, ni siquiera en aquel terrible momento, se habían apresurado a refugiarse sobre el alcázar que siendo muy alto no podía ser invadido por los monstruosos asaltos de los golpes de mar.
Los forzados, comprendiendo que la salvación estaba en aquel lugar, poco a poco los habían alcanzado, sin ocuparse de sus compañeros borrachos que las olas arrollaban por la toldilla junto con los cadáveres, sacudiéndolos furiosamente contra las amuras o llevándolos fuera de las bordas.
De trescientos no habían quedado más que ciento treinta, porque incluso los heridos habían sido acabados por las incesantes sacudidas de la nave o ahogados por la invasión de las aguas dentro del entrepuente.
Toda la noche aquellos desgraciados lucharon angustiosamente contra la muerte, manteniéndose estrechados en torno a los cuatro piratas de Mompracem y al galés y resistiendo tenazmente a los continuos asaltos de las olas.
Afortunadamente hacia las dos de la mañana el viento había comenzado a disminuir su violencia, de modo que también los golpes de mar indicaban que se volvían menos peligrosos.
Yanez y Sandokan, después de largos esfuerzos, habían logrado treparse al escollo contra el cual se había apoyado la nave, una peña de dimensiones gigantescas que se elevaba alrededor de un centenar de metros.
De allí arriba deseaban poder divisar las costas de Borneo; no obstante se percataron que otros escollos, bastante más altos, que se encontraban hacia el este, impedían a las miradas dominar el mar en aquella dirección.
—No importa —dijo Sandokan—. La costa no debe estar lejos y la alcanzaremos.
—¿En qué modo? —preguntó Yanez—. No hay a bordo mas que un pequeño bote.
—Construiremos una balsa.
—¿Y embarcaremos con nosotros a todos estos canallas?
—No podemos abandonarlos entre estos escollos desiertos, que no pueden ofrecer ningún refugio ni ninguna pieza de caza.
—¿Y crees tú poder encontrar en la costa tantos víveres como para nutrir a ciento treinta personas?
—Cerca del cabo Sirik hay tribus de dayak y espero que nos ayuden.
—Sí, si no nos comen, en cambio —dijo Yanez—. No nos olvidemos que aquellos salvajes son antropófagos ante todo.
—Si tienen intenciones belicosas, daremos batalla y saquearemos su kampung.
—Espero que no quieras arrastrar contigo a estos bandidos.
—No tengo ninguna intención —respondió Sandokan—. Al momento oportuno nos haremos a la mar y buscaremos regresar a Mompracem.
—¿Y James Brooke?
—¿Crees que lo he olvidado? No, Yanez, y tendrá que vérselas otra vez con nosotros. Armaremos una nueva expedición y regresaremos a Sarawak para empezar la guerra junto al sobrino del rajá. Y luego siento curiosidad por saber qué ocurrió con Tremal-Naik y mi tío.
—Nosotros los reencontraremos en Sarawak, Sandokan.
—Lo espero.
Mientras conversaban, el alba comenzaba a despuntar. El sol se acercaba rápido a la línea del horizonte, proyectando sus rayos sobre las nubes que perdían sus tétricos colores para asumir espléndidos reflejos rosados.
Sandokan y Yanez se habían volteado para darse cuenta exacta de la situación.
La vieja fragata se había roto en medio de un grupo de escollos y de islotes que formaban en el centro una especie de estanque que se comunicaba con el mar por medio de dos canales tortuosos y salpicado de bajíos y cuencas coralíferas.
La casualidad había empujado a la fragata a aquella cuenca, estrellándola de frente a un islote cubierto de una densa vegetación que se erguía, en forma de cono, por más de doscientos metros.
—De allí arriba podremos quizá divisar la costa —dijo Sandokan, indicando a Yanez el islote—. Apenas las olas se hayan calmado iremos a explorarlo y procuraremos alcanzar la cumbre.
Cuando redescendieron a la nave, el primer rayo de sol se extendía sobre el mar, esparciendo las olas de motas de oro.
Los forzados, ahora tranquilizados por su suerte, habían ya comenzado a trabajar, habiendo sido advertidos de que era necesario emprender la construcción de una balsa. El galés, hábil en semejantes trabajos, se había puesto a su cabeza para dirigir ante todo las obras de demolición, siendo necesaria mucha madera.
Mientras tanto Sandokan y Yanez, seguidos por Tanauduriam y algunos galeotes, habían hecho una rápida inspección en la bodega de la nave y en el castillo, para comprobar si había otros víveres, habiendo sido consumidos aquellos encontrados la noche anterior durante la orgía.
Sus búsquedas dieron un discreto resultado. A pesar de que había sido destruida toda la despensa y también el castillo, lograron encontrar algunas cajas de galletas que habían descubierto en la camareta de la tripulación y varios barrilitos de cerdo salado, huidos milagrosamente al incendio.
Todas las otras provisiones que debían encontrarse en la bodega, se encontraban ya bajo el agua como consecuencia de la invasión de las olas y quizá habían sido ya llevadas, huyendo a través de la fisura de la carena.
—Tenemos apenas para saciarnos —dijo Yanez—. Si aquellos bribones no hubiesen malgastado en la orgía todos aquellos barriles y aquellas cajas repletas de víveres, se habría podido tirar por muchos días.
—Añoranzas inútiles, Yanez —observó Sandokan—. Por otro lado mañana alcanzaremos la costa.
Hacia el mediodía, habiéndose calmado las olas dentro de aquella especie de cuenca, los dos jefes de los piratas, Tanauduriam y Sambigliong, se embarcaron en el pequeño bote para arribar al islote que se encontraba de frente a la nave.
Estaban seguros, desde la cima de aquel cono, de poder distinguir la costa de Borneo, siendo aquella mucho más alta que los escollos que se extendían al este.
La travesía de la cuenca fue cumplida en pocos instantes, aún cuando el agua estuviese todavía bastante agitada, a causa de las oleadas que se introducían por medio de dos canales, y el desembarco se efectuó felizmente, sobre una playa que descendía dulcemente. Los vencejos, petreles y aluste, viendo descender a aquellos intrusos, volaron fuera alborotando, no tan pronto no obstante como para impedir a Yanez de dar un magnífico doble golpe sobre un gran pelargopsis.
—Nos servirá de cena —dijo el portugués.
Recogida la presa y atada al pequeño bote, Sandokan y sus compañeros se adentraron en medio de un montón de arbustos y árboles, comenzando la escalada del cono.
Mientras los otros escollos eran aridísimos, aquel islote estaba en cambio cubierto por una rica y espléndida vegetación. Sus flancos estaban erizados de helechos arbóreos, plantas cicas, casuarinas, palmas y de montones de sarmientos de gambir cubiertos de espinas; todas plantas no obstante que no podían ofrecer ningún fruto comestible.
En medio de aquellas anchas hojas y de aquellas guirnaldas verdes, no se veían más que lagartijas que, huyendo, mandaban gritos estridentes. Se asemejaban a los gekko que son tan numerosos en Java y en Sumatra, tantos es más, que no hay casa que no esté llena de ellos.
Procediendo lentamente a causa del espesor de las plantas, Sandokan y sus compañeros después de media hora lograron alcanzar la cumbre del cono que se erguía yerma, despojada de la más pequeña hierba. Llegados allí arriba, volvieron la mirada hacia el este y distinguieron una costa baja, perfilada en el horizonte y defendida por un gran número de islotes.
—No está a más de veinte millas de nosotros —dijo Sandokan—, mañana desembarcaremos.
—Aquella punta que se prolonga hacia el norte, debe ser el cabo Sirik —dijo Yanez.
—Lo supongo también —respondió Sandokan.
Permanecieron allí arriba algunos minutos, observando el mar todo alrededor con la esperanza de descubrir algún prao, luego descendieron y se embarcaron llevando con ellos a la gran ave.
Vueltos a bordo encontraron a los forzados todavía atentos a la demolición de la fragata para dar principio a la construcción de la balsa.
Cuando la madera acumulada en popa fue estimada suficiente, Sandokan, Yanez y el galés se pusieron a dirigir el trabajo, queriendo construir un sólido flotador, capaz de resistir a las contraolas de la costa que sabían ser violentísimas en aquellos parajes erizados de bancos y de rocas de naturaleza coralina.
Hicieron arrojar al agua primero que todo las vigas del trinquete y las vergas para formar el esqueleto, luego tres o cuatro pequeños flotadores que fueron enseguida ocupados por algunos hombres, escogidos entre los más prácticos y los más inteligentes.
Estando el mar calmo, la construcción del esqueleto de la balsa fue rapidísima. Las vigas del mástil y las vergas fueron sólidamente ligadas, formando una especie de paralelogramo, sostenido en los ángulos por varios toneles vacíos, que habían sido encontrados en la camareta de la tripulación, y por numerosos barrilitos.
Enseguida las maderas arrancadas a la obra muerta, las tablas de la toldilla y las amuras que ya habían sido destrozadas, fueron precipitadas al agua, y aquellos carpinteros improvisados, bajo la dirección del galés y de los dos jefes de Mompracem, dieron principio a la construcción de la plataforma.
Habiendo encontrado el cajón del carpintero que había escapado al incendio del castillo de popa, conteniendo numerosas herramientas de carpintería y una provisión de clavos de todas dimensiones, aquel segundo trabajo fue ejecutado tan pronto, que antes del ocaso la balsa estaba en condición de recibir a los náufragos de la vieja fragata.
A popa fue colocado un largo timón, una especie de remo, y al centro de la plataforma fue izado un mastelero formado por el asta del bauprés, al cual fue colgada una verga de velacho con su correspondiente vela.
A las ocho de la noche, mientras la luna surgía sobre el horizonte, roja como un disco de hierro incandescente, los forzados se embarcaban llevando con ellos dos cajas de galletas, un poco de cerdo salado, algunos barriles de agua dulce, una veintena de fusiles con trescientas o cuatrocientas cargas, habiendo permanecido sumergida la santabárbara, y una cuarentena de hachas. También el pequeño bote había sido calado sobre la balsa, pudiendo rendir preciosos servicios durante el arribo.
A las nueve el flotador, empujado por dos docenas de remos, abandonaba el casco de la fragata, avanzando lentamente entre los escollos.
Sandokan se había puesto al timón y Yanez y el galés con Sambigliong y Tanauduriam a proa para señalar los bajíos.
La travesía del canal que se dirigía hacia el este fue más fácil de cuanto habían creído los dos jefes de la piratería y media hora después la gran balsa, con su vela tendida al viento, hilaba lentamente en dirección de la costa borneana, balanceándose pesadamente sobre las anchas olas que corrían de sur a norte.
—Si esta brisa no nos falla, mañana a la mañana estaremos en tierra —dijo Sandokan a Yanez que lo había alcanzado en popa.
—Veremos luego cómo lo conseguiremos cuando toquemos la costa —respondió el portugués—. Temo que allí nos esperen feas sorpresas.
—¿Y por qué Yanez?
—Tengo un pensamiento que me atormenta, Sandokan.
—¿Y cuál?
—No sé por qué, pero pienso siempre en la tripulación de las chalupas.
—Estará ya lejos.
—¿Y si en cambio nos esperan en la costa? Aquellos hombres deben estar furiosos por la expulsión sufrida.
—¡Bah! Se habrán ido a Sarawak o a Sadong.
—Peor aún, Sandokan. Si James Brooke es informado de nuestra fuga, lanzará al mar a su condenado schooner para darnos caza.
—Llegaría tarde, amigo Yanez.
—¿Tienes la intención de abandonar pronto a los forzados?
—Mañana a la noche, cuando duerman, nos haremos a la mar.
—¿Y con qué?
—Con el bote.
—Uf... un viaje un poco largo y no exento de peligros. Estamos lejos de Mompracem, hermanito mío.
—En Uri podemos encontrar algún prao que nos lleve por lo menos hasta las Romades.
—¿Vendrá también el galés con nosotros? Sería una adquisición valiosa, Sandokan.
—Ha prometido seguirnos. Prefiere nuestra compañía a la de los galeotes.
—¿Y luego regresaremos a Sarawak?
—Sí —respondió Sandokan, mientras un denso rayo le relampagueaba en la mirada—. He jurado arrancar el trono a James Brooke y lo haré, aunque deba perder en la empresa a mi último prao y al último cachorro.
Mientras tanto la balsa, empujada por una ligera brisa, que soplaba no obstante irregularmente, continuaba avanzando hacia el este, debiéndose encontrar en aquella dirección la playa que Sandokan y Yanez habían divisado de la cima del islote. El mar estaba aún agitado, no obstante el enorme flotador se comportaba bien. De vez en cuando alguna ola llegaba a desmoronarse sobre sus bordes, bañando a los forzados que se habían agrupado alrededor del mástil; no obstante el esqueleto, sólidamente construido, y la plataforma resistían tenazmente a aquellos choques.
Hacia la medianoche la brisa vino a faltar y la balsa permaneció casi inmóvil, inmóvil es un modo de decir, porque los golpes de mar continuaban alzándola sacudiéndola brutalmente.
Cuando el sol surgió en el horizonte, la costa estaba aún lejos unas quince millas o quizá más y la calma no había sido rota.
El mar estaba desierto. Ninguna vela surgía en ninguna dirección, ni ningún punto negro que indicase la presencia de alguna chalupa.
Solamente pocas aves marinas revoloteaban en el aire, generalmente fregatas de fulmíneo vuelo, elegantes volteadoras del mar que se encuentran solamente cerca de los trópicos y que tienen alas que se asemejan más a la de los halcones que a la de los palmípedos. No faltaban no obstante también los usuales vencejos del Pacífico y las usuales sterna, aves bastante numerosas en los mares de la Malasia.
En el agua, revuelta por las olas, se veían en cambio numerosos diodon, peces bastante extraños que habitan en las zonas calurosas, que se divierten navegando con el vientre al aire y que de vez en cuando absorben una notable cantidad de aire, volviéndose redondos.
Son feísimos a la vista, teniendo el cuerpo erizado espinas blancuzcas manchadas de negro y violáceo, que los hacen parecer erizos grandísimos.
Los forzados, a los cuales escaseaban tanto las provisiones, intentaron varias veces dar caza a los diodon, sirviéndose de algunos arpones que habían llevado con ellos para servirse como armas de defensa, y tuvieron buenos resultados. Mientras tanto, hacia las tres posmeridiano la brisa volvió a hinchar la vela, y la balsa, después de tantas horas de inmovilidad, reemprendió la carrera, hendiendo ruidosamente las olas que la asaltaban a proa.
La costa ya se distinguía perfectamente. Esta describía una especie de gran arco que se extendía de norte a sur, y aparecía cubierta de una vegetación bastante densa. A la distancia una cadena de montañas se perfilaba sobre el luminoso horizonte; quizá era una ramificación de las Montañas de Cristal que forman uno de los principales encadenamientos de la gran isla que corren por un vasto trecho paralelamente a las costas occidentales, serpenteando a lo largo del Sultanato de Varani.
Un gran número de pequeños escollos se dibujaban ante aquella especie de rada abierta, volviendo difícil y quizá también peligroso el arribo, especialmente con un flotador tan imperfecto que no siempre obedecía a la acción del timón.
—Estén listos para amainar la vela o la balsa se destrozará —había gritado Sandokan.
Las olas, encontrando un obstáculo en su carrera contra aquellos pequeños escollos, rebotaban con gran violencia, imprimiendo al flotador sacudidas incesantes. Empujadas por la brisa, se derramaban con furor contra la playa, enrrollándose, acaballándose y destrozándose con ensordecedores estruendos. Algunas veces tronaban como si estallasen bombas o disparasen piezas de artillería.
Sandokan y Yanez, agarrados a la larga rama que servía de timón hacían esfuerzos desesperados para mantener la balsa por buen camino, no obstante los obstáculos crecían a cada instante. Más allá de los escollos había también bancos de arena, que no siempre se podían divisar a causa de la espuma que los cubría.
Los forzados habían todos brincado en pie, para estar listos para arrojarse al agua. Algunos habían tomado las armas y otros se habían cargado los víveres, no queriendo perderlos en absoluto.
Las sacudidas, los rebotes de la balsa se volvían siempre más violentos. Las olas le imprimían tales golpes que los hombres eran incapaces de mantenerse en pie.
Con todo eso habían ya llegado a trescientos metros de la playa, merced a la habilidad de Sandokan y de Yanez.
De repente no obstante una ola, más alta que las otras, tomó por debajo a la balsa y la arrojó adelante con violencia inaudita, manteniéndola por algunos instantes casi vertical.
Un momento después un choque tremendo acaeció en proa. La plataforma, desarticulada por el golpe, se destrozó bajo los pies de los forzados y las tablas fueron arrolladas entre los escollos.
—¡Sálvese quien pueda...! —se oyó gritar al galés.
Los ciento treinta hombres, en menos de lo que se dice, se encontraron todos en el agua, no obstante gran parte de las armas y de los víveres habían sido barridos fuera por las olas.
Afortunadamente había bajíos en aquel lugar. Los forzados, ayudándose recíprocamente y empujados por los golpes de mar, pocos minutos después se encontraron reunidos en la playa, donde ya los habían precedido Yanez, Sandokan y el galés con los dos cachorros de Mompracem.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Cestos: “Corbelli” en el original, no encontré una traducción literal para este término que se refiere a una cesta redonda con un fondo plano, hecho con tiras de madera o mimbre tejido.

Aluste: No encontré referencia a este tipo de ave.

Pelargopsis: Género de aves coraciformes perteneciente a la familia Halcyonidae cuyos miembros habitan en el sur de Asia, de tamaño muy grande, alrededor de 35 cm de largo.

Helechos arbóreos: “Felci arboree” en el original, seguramente se trate de la categoría taxonómica Cyatheales, también llamados “helechos arborescentes”.

Cicas: “Cycas” en el original, es una planta de la familia de las Cicadáceas, originaria de Java. Alcanza de uno a dos metros de altura, con el tronco o estípite simple, leñoso, cubierto de cicatrices. Tiene hojas de medio metro a dos metros de largo, rígidas, pinnadas, con las pinnas lineares, de color verde oscuro en la cara superior, más claro en la inferior, con los márgenes doblados; estróbilos masculinos oblongos, cilíndricos, erguidos, de 30 a 40 cm de largo, leñosos, castaños, con escamas aplanadas; hojas carpelares con dos o más óvulos, flores dioicas y semillas rojas. Se multiplica por hijuelos. Es planta ornamental.

Casuarinas: Árbol de la familia de las Casuarináceas, que crece en Australia, Java, Madagascar y Nueva Zelanda. Sus ramas producen con el viento un sonido algo musical.

Sarmientos: Vástago de la vid, largo, delgado, flexible y nudoso, de donde brotan las hojas, las tijeretas y los racimos.

Gekko: “Geh-ko” en el original, es un género de reptiles escamosos pertenecientes a la familia Gekkonidae. Se distribuyen por el Sudeste Asiático y Oceanía y viven en ambientes húmedos (bosques). En su mayoría son insectívoros, a veces con otras fuentes alimenticias tales como frutas, pequeños mamíferos y pequeños reptiles. Son principalmente arbóreos, y siempre con unos dedos adhesivos que les permite subir casi cualquier superficie.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 20 mi equivalen a 32,19 km; 15 mi equivalen a 24,14 km.

Contraolas: “Controndate” en el original, es un efecto llamado resaca del agua que, llevada por las olas hasta la orilla de tierra firme o la orografía costera, rebota o se desliza de nuevo hacia el mar, creando una ola en dirección opuesta al golpe de mar; es decir, una ola que parte de la costa. Generalmente se disipan o estrellan con las otras olas en algunos metros adelante.

Obra muerta: Parte del casco de un barco que está por encima de la línea de flotación.

Uri: Pequeña población de Sarawak sobre la margen del río Igan, al este del cabo Sirik.

Palmípedos: Se dice de las aves que tienen los dedos palmeados, a propósito para la natación; por ejemplo, el ganso, el pelícano, la gaviota y el pájaro bobo.

Sterna: “Sterne” en el original, es un género de aves Charadriiformes de la familia Sternidae, conocidas como charranes o gaviotines. Viven en ambientes costeros de casi todo el mundo.

Diodon: Miembros de la familia Diodontidae, es el género al que pertenece la especie que se conoce como pez erizo.

Montañas de Cristal: “Monti di Cristallo” en el original, era el nombre con el que entonces se conocía al Banjaran Crocker (Cordillera Crocker), la principal cadena montañosa de la isla de Borneo, por la cantidad de cristales que contiene. Poseen una altura promedio de 1.800 msnm y separan las costas este y oeste de Sabah.

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