martes, 20 de enero de 2015

XII. El rajá James Brooke


James Brooke, a quien la entera Malasia y la marina de los dos mundos mucho le deben, merece algunas líneas de historia.
Descendía, este hombre audaz que a precio de luchas terribles, esfuerzos de gigante obtuvo el sobrenombre de exterminador de piratas, de la familia del baronet Vyner, que, bajo Carlos II, fue Lord Mayor de Londres. Jovencísimo aún, se había enrolado en el ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales como alférez, pero herido gravemente en la lucha contra los birmanos, renunció poco después retirándose a Calcuta. La vida tranquila no estaba hecha para el joven Brooke, hombre frío y positivo sí, pero dotado de una energía extraordinaria y amante de las más arriesgadas aventuras.
Recuperado de la herida volvió a Malasia, recorriéndola en todas direcciones. A este viaje debe su celebridad, vuelta más tarde mundial.
Profundamente impresionado por el incesante corsear y los estragos horrendos que hacían los piratas malayos, y también por la trata de los hombres de color, se había propuesto, a pesar de los grandes peligros a los que se enfrentaba, volver segura la navegación y libre la Malasia.
James Brooke, en sus propósitos, era un hombre tenacísimo. Vencidos los obstáculos puestos por su gobierno para la ejecución del atrevido proyecto, armaba un pequeño schooner, el Royalist y en 1838 zarpaba para Sarawak, ciudadela de Borneo, que aún no contaba con más de 1.500 habitantes. Desembarcaba en un mal momento.
La población de Sarawak, quizá incitada por los piratas malayos, se había rebelado contra su rajá Muda Hashim y la guerra ardía con rabia extrema; Brooke ofreció enseguida una mano al rajá, se puso a la cabeza de las tropas y, después de numerosos combates, en menos de veinte meses domó la revolución.
Terminada la campaña, salía al mar contra los piratas y los comerciantes de carne humana. La tripulación, ejercitada en la guerra con un crucero de dos años, daba principio a las batallas, destrucciones, exterminios, incendios. No se puede calcular el número de piratas por él asesinados, de embarcaciones y praos echados a pique, de cuevas quemadas. Fue cruel, fue despiadado, quizá demasiado.
Vencida la piratería, volvía a Sarawak. El rajá Muda Hashim, agradecido por los grandes servicios prestados, lo nombraba rajá de la ciudadela y del distrito.
En 1854, en cuyo año suceden los acontecimientos que estamos narrando, James Brooke estaba en la cumbre de su grandeza, un signo, que con un sólo gesto hacía temblar incluso al sultán de Varani, ésto es al sultán del más vasto reino de la gran isla de Borneo.


Al ruido que hizo Yanez entrando, el rajá se alzó con vivacidad. A pesar de haber pasado la cincuentena por algunos años y el maltrato de una vida agitadísima, era un hombre aún lozano, robusto, cuya indomable energía se transparentaba en la mirada viva y brillante. Ciertas arrugas, no obstante que surcaban su frente y la blancura de los cabellos, anunciaban que una rápida vejez ya avanzaba.
—¡Alteza! —dijo Yanez inclinándose.
—Sea bienvenido, compatriota —dijo el rajá devolviendo el saludo.
El recibimiento era alentador. Yanez, que al entrar en aquel gabinete había sentido el corazón latir con mayor furia, se tranquilizó.
—¿Qué le ha sucedido ayer a la noche? —preguntó el rajá después de haberle indicado una silla—. Mis guardias me narraron que usted hubo disparado hasta pistoletazos. No es necesario irritar a los celestes, mi querido, que aquí son numerosos y no aman demasiado a los caras blancas.
—He hecho una marcha larguísima, Alteza, y moría de hambre. Encontrándome delante de una taberna china he entrado a comer y a beber, aún cuando no tuviese un solo chelín en el bolsillo.
—¿Cómo? —exclamó el rajá—. ¿Un compatriota mío sin un chelín? Escuchemos de dónde viene y qué motivo lo guía aquí. Conozco a todos los blancos que habitan en mi estado, pero jamás lo he visto.
—Es la primera vez que pongo el pie en Sarawak —dijo Yanez.
—¿Y de dónde viene?
—De Liverpool.
—¿Pero con qué leño ha venido?
—Con mi yacht, Alteza.
—¿Pero quién es usted entonces?
—Lord Giles Welker de Closeburn —respondió Yanez, sin vacilar.
El rajá le extendió la mano que el portugués se apresuró a estrechar y muy calurosamente.
—Estoy feliz de acoger en mi Estado a un lord de la noble Escocia —dijo el rajá.
—Gracias, Alteza —respondió Yanez, inclinándose.
—¿Dónde ha dejado su yacht?
—En la desembocadura del Batang Paloh.
—¿Y cómo ha llegado aquí?
—Recorriendo al menos doscientas millas por tierra, entre bosques y pantanos viviendo de la fruta como un verdadero salvaje.
El rajá lo miró con sorpresa.
—¿Se ha perdido quizá? —preguntó.
—No, Alteza.
—¿Una apuesta?
—Ni siquiera.
—¿Y entonces?
—Una desgracia.
—¿Ha naufragado su yacht?
—No, ha sido echado a pique a tiros de cañón, después de haber sido despojado de todo lo que contenía.
—¿Pero por quién?
—Por piratas, Alteza.
El rajá, el exterminador de piratas, se alzó de golpe con los ojos centelleantes, el rostro animado por una terrible cólera.
—¡Piratas! —exclamó—. ¿No están exterminados aún aquellos malditos?
—Parece que no, Alteza.
—¿Ha visto al jefe de los piratas?
—Sí —dijo Yanez.
—¿Qué hombre era?
—Bastante bello, con los cabellos negrísimos, los ojos centelleantes, color bronceado.
—¡Era él! —exclamó el rajá con viva conmoción.
—¿Quién?
—El Tigre de la Malasia.
—¿Quién es este Tigre de la Malasia? He oído ya este nombre —dijo Yanez.
—Es un hombre poderoso, milord, un hombre que posee el coraje del león y la ferocidad del tigre, que guía a una banda de piratas que nada temen. Aquel hombre hace tres días arrojaba el ancla en la desembocadura de mi río.
—¡Qué audacia! —exclamó Yanez, que refrenó un estremecimiento—. ¿Lo ha asaltado?
—Sí, lo asalté y lo derroté. Pero la victoria me costó cara.
—¡Ah!
—Viéndose encerrado, después de una lucha obstinadísima que le costó la vida a sesenta de los míos, dio fuego a la pólvora e hizo saltar a su leño junto con uno de los míos.
—¿Está muerto, entonces?
—Lo dudo, milord. He hecho buscar su cadáver, pero no fue posible encontrarlo.
—¿Estará aún vivo?
—Sospecho que se ha refugiado en los bosques con un buen número de los suyos.
—¿Intenta asaltar la ciudad?
—Es un hombre capaz de intentar el golpe, pero no me tomará indefenso. He hecho venir a tropas de dayak, que me son fidelísimos, y he mandado a varios indios de mi guardia a visitar la floresta.
—Hace bien, Alteza.
—Lo creo, milord —dijo el rajá, riendo—. Pero continúe su relato. ¿En qué modo el Tigre de la Malasia lo asaltó?
—Había dejado dos días antes Varani poniendo la proa hacia el cabo Sirik. Tenía la intención de visitar las principales ciudades de Borneo, antes de volverme a Batavia y después a la India.
—¿Hacía un viaje de placer?
—Sí, Alteza. Estaba en el mar desde hacía once meses.
—Prosiga, milord.
—Hacia el ocaso del tercer día, el yacht arrojaba el ancla junto a la desembocadura del río Batang Paloh. Me hice conducir a tierra y me adentré solo en la floresta, con la esperanza de abatir alguna babirusa o a una docena de cálaos. Caminaba por dos horas, cuando oí un cañonazo, luego un segundo, un tercero, por tanto un retumbo continuo, furioso. Asustado, volví corriendo hacia la costa. Era demasiado tarde. Los piratas habían abordado mi yacht, matado o habiendo hecho prisionera a la tripulación y estaban saqueándolo. Permanecí escondido, hasta que mi leño fue echado a pique y los piratas se fueron alejando, luego me precipité hacia la playa. No vi más que los cadáveres que la resaca arrollaba entre los escollos, los pecios y la extremidad del palo mayor que salía medio pie de las olas. Toda la noche, desesperado, giré y volví a girar junto a la desembocadura del río, llamando, pero en vano, a mis desgraciados marineros. A la mañana me puse resueltamente en marcha, siguiendo la costa, atravesando florestas, pantanos y ríos, alimentándome de fruta y de aves que mi carabina me procuraba. En Sadong cedí mi arma y mi reloj, la única riqueza que poseía, y descansé cuarenta y ocho horas. Adquiridas nuevas ropas de un colono holandés, un par de pistolas y un kris, me volví a poner en viaje y aquí arribé, hambriento, exhausto y además sin un chelín.
—¿Y ahora qué piensa hacer?
—En Madrás tengo un hermano y en Escocia tengo aún posesiones y castillos. Escribiré para hacerme enviar algunos millares de libras esterlinas y con el primer leño que aquí llegue, volveré a Inglaterra.
—Lord Welker —dijo el rajá—, pongo mi casa y mi bolsa a su disposición, y haré todo para que no pueda aburrirse durante el tiempo que permanezca en mi Estado.
Un destello de alegría relampagueó en el rostro de Yanez.
—Pero Alteza... —balbuceó, fingiéndose embarazado.
—Esto que hago por usted, milord, lo haría por cualquier compatriota mío.
—¿Cómo podré agradecerle?
—Si un día fuera a Escocia, me corresponderá.
—Se lo juro, Alteza. Mis castillos estarán siempre abiertos para usted y para cualquiera de sus amigos.
—Gracias, milord —dijo el rajá, riendo.
Tocó un timbre. Un indio apareció.
—Este señor es mi amigo —le dijo el rajá, indicándole al portugués—. Pongo a su disposición mi casa, mi bolsa, mis caballos y mis armas.
—Está bien, rajá —respondió el indio.
—¿Adónde se dirige ahora, milord? —preguntó el príncipe.
—Daré una vuelta por la ciudad y si me permite, Alteza, daré una vuelta por los bosques. Soy muy amante de la caza.
—¿Vendrá a comer conmigo?
—Haré lo posible, Alteza.
—Pandij, condúcelo a su estancia.
Ofreció la mano a Yanez que la estrechó vigorosamente, diciendo:
—Gracias, Alteza, por cuanto hace por mí.
—Hasta luego, milord.
El portugués salió del gabinete precedido por el indio y entró en la estancia destinada a él.
—Vete —dijo al indio—. Si tengo necesidad de tus servicios, tocaré.
Al quedar solo, el portugués dio una mirada a su estancia. Era vasta, iluminada por dos ventanas que miraban hacia las colinas, tapizada de bellísimo t’ung-yu (papel floreado de Tung) y amueblada con afectación. Había un buen lecho, una mesita, varias sillas de ligerísimo bambú, escupideras chinas y una bella lámpara dorada proveniente sin duda de Europa, y varias armas europeas, indias, malayas y borneanas.
—Buenísimo —murmuró el portugués, restregándose las manos—. Mi amigo Brooke me trata como si fuese un verdadero lord. ¡Te mostraré, mi querido, qué raza de lord es Welker! ¡Pero prudencia, Yanez, prudencia! Has de vértelas con un viejo zorro.
En aquel instante un silbido agudo resonó de afuera. El portugués se estremeció.
—Kammamuri —dijo—. Esta es una imprudencia.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

La historia sobre James Brooke contada por Salgari seguramente esté tomada del primer volumen de “The Expedition to Borneo of H.M.S. Dido For the Suppression of Piracy”. Este libro de 1847 se puede leer gratis en Project Gutenberg y cuenta un poco más en detalle el origen del “exterminador de piratas”.

En la introducción nombra siempre a Muda Hashim como sultán, cuando en realidad era el rajá de Sarawak. El sultán de Varani (Brúnei) es el sobrino de Muda Hashim y es quien designa a James Brooke como rajá en lugar de su tío.

Cuando Brooke llega a Kutching en agosto de 1839, la ciudad contaba con aproximadamente 800 habitantes y no con 1500.

Por otro lado, al iniciar el párrafo se lee “En 1854, en cuyo año suceden los acontecimientos que estamos narrando...”. En el original era el año 1857, un año más del que se indica en el primer capítulo de la novela, por lo que deberían haber pasado al menos más de 4 meses. Lo ajusté a 1854 y no a 1855 porque los sucesos no parecieran haber durado tanto.

Brooke debería tener unos 51 años, ya que nació el 29 de abril de 1803.

Baronet Vyner: Se trata Sir Robert Vyner (1631-1688), el primero de los baronet Vyner y Lord Alcalde de la ciudad de Londres, nació en Warwick y emigró de joven a Londres donde fue aprendiz de su tío, Sir Thomas Vyner, un banquero orfebre (goldsmith banker, quienes acuñan monedas de oro) y Lord Alcalde de la ciudad de Londres.

Carlos II: Se trata de Carlos II de Inglaterra y de Escocia (1630-1685), rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda entre 1660 y 1685. Hijo de Carlos I, durante su reinado se desarrollaron los partidos Whig y Tory, y se favorecieron las artes.

Lord Mayor de Londres: “Lord-mayor di Londra” en el original, es el Lord Alcalde de la City of London Corporation, o sea, del centro histórico de Londres y de gran parte del sector financiero de Reino Unido. No se debe confundir con el Alcalde de Londres.

Ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales: “Esercito delle Indie”, en el original, en realidad hace referencia al Ejército Indio Británico (British Indian Army) formado después de la Rebelión de la India (1857). Según su biografía, en realidad sirvió al ejército de la Compañía Británica de las Indias Orientales (East India Company), por eso la corrección.

Alférez: Oficial de menor graduación, inmediatamente inferior al teniente.

Birmanos: “Bornesi” en el original, es un error de Salgari, porque debería decir “burmesi”. Son aquellos que pertenecen a Birmania, hoy Myanmar, en Asia.

Corsear: Ir a corso (campaña marítima que se hace al comercio enemigo, siguiendo las leyes de la guerra).

Liverpool: Ciudad y municipio metropolitano del condado de Merseyside, en la región noroeste de Inglaterra, sobre el lado este del estuario del río Mersey. Fue fundada como villa en 1207 y tuvo ese estatus hasta 1880, cuando recibió el título de ciudad.

Yacht: Salgari utiliza la palabra en inglés para denominar al “yate”, embarcación de gala o de recreo.

Closeburn: Es una villa y una parroquia civil en Dumfries and Galloway, Escocia. La villa está a 4 km al sur de Thornhill.

Río Batang Paloh: “Palo” en el original, es el río que bordea el sur de la Isla Bruit o “Palau Bruit”, donde se encuentra el cabo Sirik.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 200 mi equivalen a 321,87 km.

Batavia: Nombre con el que se conoció entre 1619 y 1942 a la ciudad de Yakarta, capital y ciudad más poblada de Indonesia, situada en la isla de Java. Es la undécima ciudad más poblada del planeta y su área metropolitana es conocida como Jabodetabek. Es el centro político, industrial y financiero del país.

Pies: 1 pie = 0,3048 m. Por lo tanto, 0,5 pie equivalen a 0,15 m.

Sadong: “Sedang” en el original, es un poblado que actualmente coincide con la ubicación de Kampong Gedong en el distrito Simunjan, sobre el río Batang Sadong, bastante alejado del mar.

Madrás: Actual Chennai (mantuvo el nombre Madrás hasta 1996), es la capital de Tamil Nadu, estado del sur de la India. Es la cuarta ciudad más grande del país.

T’ung-yu: “Tung-hoa” en el original, palabra en chino que significa “aceite de la madera”. Está vinculada al nombre del árbol “tung”.

Tung: Árbol caducifolio de hasta 20 m de altura, de la familia de las euforbiáceas procedente de China. Se utiliza el aceite de las semillas para iluminación, pinturas y barnices. Es venenoso en todas sus partes, incluso la carne de sus frutos y sus semillas.

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