martes, 6 de enero de 2015

X. La taberna china


—¡Hola! ¡Bello hombre!
—¡Milord!
—Al diablo el milord.
—¡Sir...!
—Al infierno el sir.
—¡Maestro...!
—Tengo retortijones.
—¿Monsieur...? ¡Signore...!
—Acércate. ¿Qué clase de comida es esta?
—China, signore, china como la cantina.
—¡Y tú quieres hacerme comer comida china! ¿Qué son estos bichitos que se mueven?
—Gambas del Sarawak borrachas.
—¿Vivas?
—Pescadas hace media hora, milord.
—¿Y tú quieres que coma las gambas vivas? ¡Por todos los cañones!
—Cocina china, monsieur.
—¿Y este asado?
—Perro joven, signore.
—¿Qué cosa?
—Perro joven.
—¡Por todas las espingardas! ¿Y tú quieres que coma perro? ¿Y esto?
—Es gato, signore.
—¡Rayos y truenos! ¡Un gato!
—Un bocado de mandarín, sir.
—¿Y esta fritura?
—Ratones fritos en manteca.
—¡Perro chino! ¡Quieres hacerme morir!
—Cocina china, signore.
—Cocina infernal, querrás decir. ¡Por todos los cañones! ¡Gambas borrachas, fritura de ratones, perro asado y gato en estofado para comer! Si mi hermano estuviese aquí, reiría tanto hasta estallar. Vamos, no es necesario ser melindroso. Si los chinos comen estas cosas, puede comerlas también un blanco. ¡Ánimo portugués mío!
El bravo hombre que así hablaba se acomodó sobre la silla de bambú, tomó del cinturón un magnífico kris con la empuñadura de oro esmaltada con magníficos diamantes y cortó en pedazos al perro asado que mandaba un perfume apetitoso.
Entre un bocado y el otro se puso a observar el local en el cual se encontraba.
Era una gran habitación muy baja, con las paredes pintadas con dragones monstruosos, flores extrañas, lunas sonrientes, animales vomitando fuego. A su alrededor había sillas y esteras sobre las cuales roncaban chinos de rostro amarillo, cráneo pelado, cola larguísima y bigotes colgantes; aquí y allá, sin orden, había mesas de todas dimensiones, ocupadas por feos malayos, de color aceitunado, con los dientes negros, y bellísimos dayak semidesnudos con los miembros cubiertos de anillos de latón y armados de pesados parang, cuchillas largas de medio metro que probablemente habían cortado un buen número de cabezas en las grandes florestas del sur.
Algunos de aquellos hombres masticaban el sirih, compuesto de hojas de betel y nueces de areca, lanzando sobre el pavimento una saliva sanguínea; otros bebían grandes vasos de arrack o de tuak y otros aún fumaban largas pipas cargadas de opio.
—¡Uf! —masculló nuestro hombre, destripando al gato—. ¡Qué feas caras! No sé como aquel bribón de James Brooke toma bajo suyo a estos pillos. Debe ser un gran zorro viejo y un...
Un silbido agudo, que venía del extremo de la taberna, le cortó la palabra.
—¡Oh! —exclamó.
Arrimó dos dedos a los labios e imitó aquel silbido.
—¡Signore! —gritó el tabernero, ocupado en desollar un perro grande recién degollado.
—Que tu Confucio te cuelgue.
—¿Ha llamado, monsieur?
—Silencio. Desolla tu perro y déjame en paz.
Un indio alto, de bellas formas, casi desnudo, con un lazo de seda estrechado alrededor de los riñones y un kris suspendido al flanco derecho, entró, girando alrededor sus negrísimos y grandes ojos. Nuestro hombre que estaba descarnando una pata de gato, habiendo divisado al recién llegado se alzó, murmurando:
—¡Kammamuri!
Estaba por dejar su lugar, cuando una rápida seña del indio, acompañada de una mirada suplicante, lo detuvo.
—Hay algún peligro en el aire —volvió a murmurar—. En guardia, amigo.
El indio, después de haber titubeado un poco, se sentó enfrente suyo. El tabernero acudió.
—¡Un jarro de tuak! —pidió luego.
—¿Y para poner bajo los dientes?
—Tu cola —dijo el indio, riendo.
El chino volvió la espalda y haciendo una fea mueca, hizo llevar una jarra y un vaso de tuak.
—¿Espiados? —preguntó el otro con un hilo de voz a Kammamuri, que continuaba devorando.
El indio hizo con la cabeza una seña afirmativa.
—¡Qué apetito, señor! —exclamó luego en voz alta.
—No como desde hace veinticuatro horas, mi querido —respondió nuestro hombre que, como los lectores se habrán imaginado, era el bravo Yanez, el amigo indivisible del Tigre de la Malasia.
—¿Viene de lejos?
—De Europa. ¡Eh! ¡Tabernero de la casa del diablo, un poco de tuak!
—Le ofrezco del mío, si no le molesta —dijo Kammamuri.
—Aceptado, joven. Siéntate al lado mío y da un golpe de diente a todas estas cosas que están adelante.
El maratí no se hizo rogar y se sentó junto al portugués poniéndose a comer.
—Podemos hablar —dijo Yanez después de algún tiempo—. Nadie puede ahora sospechar que somos amigos. ¿Se salvaron todos?
—Todos, patrón Yanez —respondió Kammamuri—. Antes de que despuntase el alba, una hora después de su partida, dejamos los densos boscajes de la orilla y nos refugiamos en un vasto pantano. El rajá había mandado soldados a inspeccionar la desembocadura del río, pero no lograron descubrir nuestros rastros.
—¿Sabes, Kammamuri, que hemos sido bravos al huir del rajá?
—Medio minuto de atraso y habríamos saltado por el aire todos. Bien por nosotros que la noche era tan oscura que aquellos pillos no nos vieron nadar hacia la orilla.
—¿La pobre Ada ha sufrido mucho?
—Nada, en absoluto, patrón Yanez. Ayudado por Sambigliong, pudimos transportarla a tierra con total facilidad.
—¿Dónde se encuentra ahora Sandokan?
—A ocho millas de aquí, en el medio de un denso bosque.
—Por lo tanto seguro.
—No lo sé. He visto guardias del rajá circundar la floresta.
—¡Diablo!
—¿Y usted, no corre ningún peligro?
—¡Yo! ¿Quién será el loco que me tome por un pirata? ¿Yo, un blanco, un europeo?
—Esté no obstante en guardia, señor Yanez. El rajá debe ser un hombre bastante astuto.
—Lo sé, pero nosotros somos más astutos que él.
—¿Sabe algo de Tremal-Naik?
—Nada, Kammamuri. He interrogado a varias personas, pero sin éxito.
—Pobre amo —murmuró Kammamuri.
—Lo salvaremos, te lo prometo —dijo Yanez—. Esta misma tarde me pondré a trabajar.
—¿Qué quiere hacer?
—Procurar acercarme al rajá y, si es posible, convertirme en su amigo.
—¿Y cómo?
—La idea la tengo y me parece buena. Provocaré una refriega, haré alboroto, fingiré querer matar a alguien y me haré arrestar por los guardias del rajá.
—¿Y luego?
—Cuando me hayan arrestado inventaré algún ameno cuento y me haré pasar por un noble lord, por un baronet... ¡Ah! ¡bella idea! Reiremos bastante.
—¿Qué deberé hacer yo?
—Nada, mi querido maratí. Irás directamente donde Sandokan y le dirás que todo camina de bien a mejor. Mañana no obstante vendrás a zumbar alrededor de las habitaciones del rajá. Quizá tenga necesidad de ti.
El maratí se alzó.
—Un momento —dijo Yanez, sacando del bolsillo una bolsa bien hinchada y ofreciéndosela.
—¿Qué debo hacer?
—Para efectuar mi proyecto es necesario que no tenga una moneda en el bolsillo. Dame también tu kris, que no tiene ningún valor, y toma el mío que tiene demasiado oro y demasiados diamantes. ¡Eh! tabernero del demonio, seis botellas de vino de España!
—¿Quieres emborracharte? —preguntó Kammamuri.
—Déjame a mí y verás. Adiós, mi querido.
El indio arrojó sobre la mesa un chelín y salió, mientras el portugués destapaba las botellas que no costaban menos de dos libras esterlinas.
Bebió dos o tres copas y el remanente lo dio de beber a los malayos que estaban cerca suyo, a los cuales no les parecía real haberse encontrado a un europeo tan generoso.
—¡Eh, tabernero! —gritó otra vez el portugués—. Tráeme otro vino y algún plato de lujo.
El chino, todo contento por hacer tan grandes negocios y rogando en su corazón al buen Buda para que le mandara todos los días una docena de semejantes clientes, llevó nuevas botellas y una terrina de delicadísimos nidos de salangana, condimentados con vinagre y sal, que solo los ricachones pueden probar.
El portugués, aún cuando hubiese comido por dos, volvió a trabajar los dientes, a beber y a regalar vino a todos los vecinos.
Cuando terminó, el sol se había puesto hacía una buena media hora y en la taberna habían sido encendidos gigantescos faroles de mano que esparcían sobre los bebedores una pálida luz, tan querida por los hijos con coleta del Celeste Imperio.
Encendió el cigarrillo, examinó el percutor de sus pistolas y se alzó murmurando:
—Vámonos, querido Yanez. El tabernero hará un alboroto endiablado, yo haré más que él, acudirán los guardias del rajá y seré arrestado. Sandokan, estoy seguro, no habría ideado un plan mejor.
Arrojó al aire dos o tres bocanadas de humo y se dirigió tranquilamente hacia la puerta. Estaba por cruzarla, cuando se sintió tomar por la chaqueta.
—¡Monsieur! —dijo una voz.
Yanez se volvió ceñudo y se encontró delante del tabernero.
—¿Qué quiere, bribón? —preguntó, fingiéndose ofendido.
—La cuenta, signore.
—¿Qué cuenta?
—Usted no me ha pagado, gentleman. Me debe tres libras esterlinas, siete chelines y cuatro penny.
—¡Vete al diablo! No tengo una moneda en ninguno de los diez bolsillos.
El chino, de amarillo que era, devino ceniciento.
—Pero usted me pagará —gritó agarrándose a las prendas del portugués.
—¡Deja mi traje, canalla! —aulló Yanez.
—Me debe tres libras esterlinas, siete chelines y...
—Y cuatro penny, lo sé: pero no te pagaré, bribón... ve a desollar a tu perro y déjame en paz.
—¿Es un ladrón, gentleman? ¡Lo haré arrestar!
—¡Prueba!
—¡Ayuda! ¡Arresten a este hombre! —aulló el chino furibundo.
Cuatro lavaplatos se precipitaron en ayuda de su patrón, armados de cacerolas, cacharros y espumaderas. Aquello era lo que deseaba el portugués, que a toda costa quería hacer alboroto.
Con mano de hierro asió al tabernero por la garganta, lo alzó de tierra y lo arrojó fuera de la puerta para romperse la nariz contra los guijarros de la calle. Por tanto cargó a los cuatro lavaplatos, dispensando con rapidez maravillosa tales patadas, que los desgraciados, en menos de lo que se dice, se encontraron el uno sobre el otro junto al patrón.
Alaridos endemoniados estallaron enseguida.
—¡Ayuda compatriotas! —aullaba el tabernero.
—¡Al ladrón! ¡Al asesino! ¡Mátenlo! ¡Mátenlo! —aullaban sus lavaplatos.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Interesante primer capítulo de esta segunda mitad de la novela. Nótese todo el tiempo la forma en que el tabernero llama a Yanez con deferencia, dando por sentado que al ser un europeo, tiene dinero. Al no dar con la nacionalidad del mismo, intenta averiguarlo, llamándolo de diferentes maneras, aunque sin conseguirlo. Debería haberlo llamado “senhor”.

Milord: Tratamiento inglés que se da a los lores, o señores de la nobleza inglesa.

Sir: Señor, en inglés.

Tengo retortijones: “Che ti colga il crampo” en el original, la traducción literal sería “que te toma el calambre”. No encontré esta frase, ni una opción mejor. Se aceptan sugerencias.

Monsieur: Señor, en francés.

Signore: Señor, en italiano. En este caso el tabernero, en el original, lo llama “señor”, en castellano, así que invertí la traducción para darle sentido al juego de palabras.

Gambas borrachas: Plato popular chino consistente en gambas de agua dulce que a menudo se comen vivas, aunque aturdidas por un licor fuerte para facilitar su consumo.

Sirih: “Siri” en el original, es “paan” en indonesio. Es un preparado estimulante, psicoactivo de hoja de betel combinado con nuez de areca y/o tabaco curado. Se masca antes de escupir o tragar la saliva. Existen numerosas variantes, es usual agregar una pasta a base de cal para adherir las hojas.

Nuez de areca: Semilla de la palmera Areca catechu. Contrae la pupila y aumenta las secreciones. Ayuda en la expulsión de parásitos intestinales.

Arrack: “Arak” en el original, bebida alcohólica destilada producida a partir del fermento de flores de coco, caña de azúcar, granos o fruta, dependiendo del país o región. No debe confundirse con otra bebida alcohólica llamada “arak” o “araq”, de la familia del anís.

Confucio: Pensador chino cuya doctrina recibe el nombre de confucianismo. Procedente de una familia noble arruinada, a lo largo de su vida alternó períodos en los que ejerció como maestro con otros en los que sirvió como funcionario del pequeño estado de Lu, en el nordeste de China, durante la época de fragmentación del poder bajo la dinastía Chu.

Patrón: “Padron” en el original. En este caso traduje “patrón” y no “amo” para diferenciarlo del “padrone” con el que Kammamuri se refiere a Tremal-Naik.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 8 mi equivalen a 12,87 km.

Baronet: “Baronetto” en el original, es un título hereditario concedido por la corona británica. es un diminutivo del título nobiliario “Barón”. El rango de baronet se encuentra entre el de Barón y el de Caballero.

Chelín: Moneda inglesa que equivalía a la vigésima parte de una libra. El valor relativo de 1s en 1854 corresponde a £4,08 en 2013, utilizando IPC (índice de precios al consumidor).

Dos libras esterlinas: El valor relativo de £2,00 en 1854 corresponden a £163,10 en 2013, utilizando IPC (índice de precios al consumidor).

Terrina: Vasija pequeña, de barro cocido o de otros materiales, con forma de cono invertido, destinada a conservar o expender algunos alimentos.

Salangana: Pájaro, especie de vencejo propio de China y otros países del Extremo Oriente, cuyos nidos contienen ciertas sustancias gelatinosas mezcladas con saliva que son comestibles.

Faroles de mano: “Lanterne di talco” en el original, es el que se usa para faenas, pañoles y despensas. Es pequeño y comúnmente posee cristales de talco.

Hijos con coleta del Celeste Imperio: “Coduti figli del Celeste Impero” en el original. Traduje “coduti” como “con coleta”, ya que así se llama a este peinado característico de los chinos, compuesto por un mechón de cabello entretejido o suelto, sujeto con un lazo o goma.

Percutor: “Batteria” en el original, es la pieza que golpea en cualquier máquina, y especialmente el martillo o la aguja con que se hace detonar el cebo del cartucho en las armas de fuego.

Gentleman: Así en el original. Caballero inglés de cierto rango social u hombre que se le asemeja en porte, comportamiento y actitud.

Penny: Así en el original. En castellano es “penique”, moneda británica de cobre, que valía la duodécima parte del chelín, y después la centésima de la libra esterlina.

Tres libras esterlinas, siete chelines y cuatro penny: El valor relativo de £3 7s 4d en 1854 corresponden a £274,50 en 2013, utilizando IPC (índice de precios al consumidor).

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