jueves, 27 de noviembre de 2014

VI. De Mompracem a Sarawak


La Perla de Labuan, con la cual el jefe de los piratas de Mompracem estaba por emprender la audaz expedición, era uno de los más grandes, mejor armados, más sólidos y bellos praos que surcaban los amplios mares de la Malasia.
Arqueaba ciento cincuenta o ciento sesenta toneladas, que es como decir el triple de los praos ordinarios. Estrechísima tenía la carena, esbeltas las formas, alta y sólida la proa, fuertísimos los mástiles y enormes las velas, cuyas vergas no medían menos de sesenta metros. Con viento largo, debía hilar como una golondrina de mar y dejar muy atrás a los más rápidos steamers y veleros de Asia y Australia.
Nada tenía que lo hiciese creer un leño corsario. Ni cañones a la vista, ni numerosa tripulación, ni troneras. Parecía un elegante prao mercante con una carga preciosa en el vientre, en rumbo para la China o las Indias. El más astuto lobo de mar se habría engañado.
Quien no obstante hubiese descendido a la bodega habría podido ver de qué mercaderías estaba cargado. No había ni alfombras, ni oros, ni especias, ni té: había bombas, fusiles, puñales, sables de abordaje y barriles de pólvora en cantidad tal de hacer saltar incluso dos fragatas de mástiles altos.
Quien luego hubiese entrado bajo la gran caseta (attap), habría podido ver seis grandes cañones de largo alcance, puestos sobre sus carretas, listos para vomitar huracanes de metralla y balas, y también dos morteros de grandes bombas, garfios de abordaje, azuelas, hachas y pesados parang, las armas favoritas de los dayak de Borneo.
Rodeadas las innumerables peñas y escollos madrepóricos, que volvían a las grandes naves inaccesible la entrada de la pequeña bahía, la esbelta Perla de Labuan puso la proa hacia la costa de Borneo, y precisamente hacia el cabo Sirik, que cierra a oriente, la vasta ensenada de Sarawak.
El tiempo era espléndido y el mar tranquilo; en el cielo pocos cirros del color del fuego, en el mar, nada. Ni una vela, ni un rastro de humo que señalase un steamer en el horizonte, ni olas. La inmensa extensión de agua color plomo oscuro, estaba perfectamente tranquila, aún cuando soplaba una ligera brisa muy fresca. Yanez y Kammamuri, habiendo conducido a la virgen de la pagoda al más vasto y bello camarote de popa, habían vuelto a subir a cubierta, donde Sandokan paseaba con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza inclinada, inmerso en profundos pensamientos.
—¿Qué te parece nuestro leño? —preguntó Yanez al maratí que, apoyado en el coronamiento de popa, miraba atentamente las costas escarpadas de Mompracem, que rápidamente se esfumaban.
—No recuerdo haber navegado en un leño tan rápido como este, señor Yanez —respondió el maratí—. Los piratas, según parece, saben escoger su flota.
—Tienes razón, mi querido. No hay piróscafo que ponga cabeza a esta valerosa Perla de Labuan. En pocos días, si este viento no disminuye, estaremos a la vista de las costas de Sarawak
—¿Sin enfrentamientos?
—Eso no se puede saber. En este mar se conoce a la Perla de Labuan y muchos son los cruceros que baten las costas de Borneo. Podría darse el caso que a alguno de ellos le diera el antojo de medirse con el Tigre de la Malasia.
—¿Y si aquello sucediese?
—Por Baco, aceptaríamos el desafío. El Tigre de la Malasia, amigo mío, no rehúsa jamás un combate.
—No querría que nos asaltase algún gran navío.
—No tengas miedo. Tenemos en la bodega tantos sables y fusiles como para armar a la población de una ciudad de primer orden, tantas bombas como para cubrir una flota entera y tanta pólvora como para hacer saltar mil casas.
—¡Pero sólo ochenta hombres!
—¿Pero sabes tú qué hombres son los nuestros?
—Sé que son valientes, pero...
—Son dayak, mi querido.
—¿Qué quiere decir?
—Gente que no tiene miedo de arrojarse contra una muralla de hierro defendida por cien cañones, cuando saben que al otro lado hay cabezas que cortar.
—¿Dan caza a las cabezas, estos dayak?
—Sí, joven mío. Los dayak, que viven generalmente en las grandes florestas de Borneo, se llaman headhunters, o sea, cazadores de cabezas.
—Son terribles compañeros entonces.
—Formidables.
—Y también peligrosos. ¿Si una noche les diera la mala idea de decapitarnos?
—No tengas miedo, joven. Nos respetan y temen más que a sus divinidades. Basta una palabra, una sola mirada del Tigre para volverlos mansos.
—¿Y cuándo arribaremos a Sarawak?
—Dentro de quince días, si no sobrevienen accidentes.
—¿Borrascas, quizá?
—Puf —hizo el portugués, alzando los hombros—. La Perla de Labuan guiada por un lobo de mar como Sandokan, se ríe de los más formidables ciclones. Son los cruceros, ya te lo dije, que de vez en cuando vienen a fastidiarnos.
—¿Hay muchos, entonces?
—Pululan como las plantas venenosas. Portugueses, ingleses, holandeses y españoles han jurado una guerra a muerte contra la piratería.
—De modo que un buen día los piratas desaparecerán.
—¡Oh! ¡Jamás! —exclamó Yanez, con profunda convicción—. La piratería durará mientras haya un sólo malayo.
—¿Y por qué?
—Porque la raza malaya es refractaria a todo principio de civilización. No conocen mas que el hurto, el incendio, el saqueo, el asesinato, terribles medios que le suministran para vivir en la abundancia. La piratería malaya cuenta con varios siglos de vida y continuará por muchos siglos todavía. Es una herencia sangrienta que se transmite de padre a hijo.
—¿Pero no disminuye esta raza? Los continuos combates deben hacer grandes vacíos.
—¡Poco, Kammamuri, poco! La raza malaya es fecunda como las plantas venenosas, como los insectos dañinos. Muerto uno, otro nace y el nacido no es menos valiente ni menos sanguinario que el padre.
—¿El Tigre de la Malasia es malayo?
—No, es borneano y de una casta elevada.
—Dígame, señor Yanez. ¿Cómo es que un hombre así de terrible que asalta navíos, mata cruelmente tripulaciones enteras, saquea e incendia villas, en fin, que esparce por todas partes el terror, se ha generosamente ofrecido salvar a mi amo que nunca ha conocido?
—Porque tu amo es el prometido de Ada Corishant.
—¿Conocía, quizá, a Ada Corishant? —preguntó Kammamuri, con sorpresa.
—No la ha visto nunca.
—No entiendo entonces...
—Lo comprenderás enseguida, Kammamuri. En 1850, esto es hace cuatro años, el Tigre de la Malasia había alcanzado la cumbre de su dominio. Tenía muchos y ferocísimos cachorros, muchos praos, muchos cañones. Con una sola palabra hacía temblar a todos los pueblos de la Malasia.
—¿Estaba también entonces junto al Tigre?
—Sí, y desde hacía varios años. Un día, Sandokan fue informado de que en Labuan vivía una joven bella, bellísima y se sintió atrapado por el deseo de verla. Se dirigió a Labuan, pero fue descubierto por un crucero, vencido y herido. Con infinitas penas y completamente solo pudo refugiarse bajo los bosques y de allí llegar a una casa habitada por... ¿adivina por quién?
—No lo sabría.
—Por la joven que quería ver.
—¡Oh! ¡Extraña casualidad!
—El Tigre de la Malasia no había amado hasta entonces mas que las luchas, los estragos, las tempestades. Pero, habiendo visto a la niña, se enamoró hasta la locura.
—¿Quién? ¿El Tigre? ¡Es imposible! —exclamó Kammamuri.
—Te cuento hechos verdaderos —dijo Yanez—. Amó a la niña, la niña amó ardientemente al pirata y se pusieron de acuerdo para huir juntos.
—¿Por qué huir?
—La niña tenía un tío, capitán de marina, un hombre áspero, violento, enemigo acérrimo del Tigre de la Malasia. Paso de las luchas tremendas sucedidas entre ingleses y piratas, de las desgracias que tocaron al Tigre, del bombardeo de Mompracem, a la fuga. Te diré solo que Sandokan finalmente pudo hacer suya a la niña y refugiarse en Batavia. Una treintena de hombres y yo los seguimos.
—¿Y los otros?
—Estaban todos muertos.
—¿Y por qué el Tigre volvió a Mompracem?
Yanez no respondió y el maratí, sorprendido de no recibir respuesta, alzó los ojos y lo vio enjugarse rápidamente una lágrima.
—¡Pero usted llora! —exclamó.
—No es verdad —dijo Yanez.
—¿Por qué negarlo?
—Tienes razón, Kammamuri. Hasta al Tigre de la Malasia, que no había nunca llorado, le vi estallar en lágrimas. Siento que el corazón se me espesa y un nudo me cierra la garganta todas las veces que yo pienso en Marianna Guillonk.
—¡Marianna Guillonk...! —exclamó el maratí—. ¿Quién es esta Guillonk?
—Era la joven huida con el Tigre de la Malasia.
—¿Pariente quizá de Ada Corishant?
—Prima, Kammamuri.
—He aquí por qué el Tigre ha prometido salvar a Tremal-Naik y a su prometida. Dígame señor Yanez, ¿está viva Marianna Guillonk?
—No, Kammamuri —dijo Yanez, con tristeza—. Hace dos años que duerme en una tumba.
—¿Muerta?
—¡Muerta!
—¿Y su tío?
—Vive y está siempre en búsqueda de Sandokan. Lord James Guillonk ha jurado hacerlo colgar junto a mí.
—¿Y dónde se encuentra ahora?
—No lo sabemos...
—¿Teme encontrarlo?
—Te diré que tengo un presentimiento. Pero... en los presentimientos ya no creo más.
Encendió un cigarrillo y se puso a pasear sobre el puente. El maratí notó que aquel hombre, normalmente tan alegre, se había vuelto triste.
—Quizá son los recuerdos que lo han puesto triste —murmuró, y descendió al camarote de la loca.
El viento continuaba manteniéndose bueno, es más, tendía a crecer, acelerando cada vez más la carrera de la Perla de Labuan que no tardó en alcanzar los siete nudos, velocidad que le permitió ganar el cabo Sirik muy pronto.
A mediodía fueron señaladas a babor las Romades, grupo de islotes situados a cuarenta millas de la costa de Borneo, habitadas mayormente por piratas, que se entendían de maravillas con aquellos de Mompracem.
Algunos praos, de hecho, alcanzaron a la Perla de Labuan, augurando a la tripulación y a su capitán buena presa.
Alguna vela lejana, algún bergantín y algún junco chino de formas pesadas y barrocas fueron señalados durante el día, pero el Tigre de la Malasia, que temía arribar después que el Heligoland, y no quería exponer a sus hombres a un combate inútil, no se cuidó de aquellos navíos.
Al día siguiente, a los primeros albores, fue señalada Whale, isla considerable, lejana a ciento diez millas de Mompracem, circundada de escollos innumerables, que vuelven demasiado peligroso el arribo. Una cañonera con bandera holandesa, que batía la costa, buscando sin duda algún leño corsario, allí refugiado después de haber cometido alguna bribonada, apenas hubo divisado a la Perla de Labuan, tomó el ancho a todo vapor. Su puente, en un relámpago, se cubrió de marineros armados de carabinas de largo alcance y los artilleros desenmascararon a estribor un grueso cañón.
—¡Oh! —exclamó Yanez, acercándose a Sandokan que miraba con ojos tranquilos a la cañonera—. Hermanito mío, aquella bestia de allí ha olfateado algo, porque parece que se apareja para darnos caza.
—No lo creo —respondió el Tigre—. Se contentará con seguirnos.
—No me agrada mucho ser seguido por una cañonera.
—¿Tienes miedo?
—No, hermanito mío. ¿Pero si aquella cañonera nos siguiese hasta Sarawak?
—¿Por qué quieres que nos siga hasta Sarawak? Si tiene alguna sospecha nos dará batalla y nosotros la echaremos a pique.
—Intimida, hermanito. Me dijeron que James Brooke tiene una buena flotilla, que cambia bastante a menudo de bandera y de apariencia para dar caza a los piratas.
—Conozco las astucias de aquel lobo de mar. Sé que a veces, para atraer a los piratas, desarbolaba su nave, el Royalist, para ametrallarlos apenas llegan a tiro.
—¿Es verdad, Sandokan, que aquel diablo de hombre ha exterminado cuanto pirata batía las costas de Sarawak?
—Es verdad, Yanez. Con su pequeño schooner, el Royalist, purgó las costas de medio Borneo, destruyendo todos los praos, incendiando las villas, cañoneando las fortalezas. Aquel hombre tiene sangre en las venas, pero no tanto como tienen los piratas de Mompracem. Teme el día en el cual mis cachorros arriben a sus tierras.
—¿Quieres medirte con él?
—Lo espero. El Tigre dará al exterminador de piratas un golpe terrible, quizá el golpe de gracia.
—¡Oh! —exclamó el portugués.
—¿Qué pasa?
—Mira la cañonera, Sandokan. Nos invita a mostrar nuestra bandera.
—No será la mía desde luego, la que mostraré.
—¿Cuál entonces? —preguntó Yanez.
—Eh, Kai-Malù, muestra a aquellos curiosos una bandera inglesa, holandesa o portuguesa.
Pocos instantes después, una bandera portuguesa se agitaba a popa del prao.
La cañonera, satisfecha, tomó casi de súbito el ancho, no ya hacia la isla Whale, que se divisaba aún en el horizonte, sino hacia el sur. Aquel rumbo hizo fruncir el ceño al Tigre de la Malasia y a su compañero.
—¡Uf! —dijo el portugués—. ¡Está tras algo!
—Lo sé, hermano.
—Aquella cañonera se dirige a Sarawak, estoy seguro, segurísimo. Apenas esté fuera de vista, modificará su rumbo.
—Los hombres que la montan son astutos. Han olfateado en nosotros a piratas de la más bella agua.
—¿Qué harás?
—Nada, por ahora. Aquella cañonera hoy camina más que nosotros.
—¿Irá a esperarnos a Sarawak?
—Es probable.
—Nos tenderá quizá una emboscada en la desembocadura del río, con la flota de Brooke.
—Daremos batalla.
—No tenemos más que ocho cañones, Sandokan.
—Nosotros, pero el Heligoland tendrá ciertamente más que nosotros. Lo verás, portugués, nos divertiremos.
Por dos días la Perla de Labuan navegó a una treintena de millas de la costa de Borneo, señalada por la cima del monte Patau, gigantesco cono cubierto de soberbias florestas, que se eleva 1880 pies sobre el nivel del mar.
La mañana del tercero, después de una breve calma, giraba el cabo Sirik, promontorio rocoso coronado por algunas islas e islotes, que cierran la vasta bahía de Sarawak hacia el norte.
Sandokan, que temía encontrarse de un instante a otro delante de la flotilla de James Brooke, hizo cargar los cañones, esconder a dos tercios de la tripulación, e izar la bandera holandesa. Después de eso, puso la proa al cabo Datu, que a occidente cierra la bahía, cerca del cual debía debía pasar el Heligoland proveniente de la India. Hacia el mediodía del mismo día, con sorpresa general, la Perla de Labuan se tropezaba con la cañonera holandesa que tres días antes había encontrado en las aguas de la isla Whale.
Sandokan, al verla, dejó escapar un violento puñetazo sobre la amura.
—¡Otra vez la cañonera! —exclamó arrugando la frente y mostrando los dientes, blancos y agudos como los de un tigre—. Quieres que haga beber sangre a mis cachorros.
—Nos espía, Sandokan —dijo Yanez.
—Pero yo la echaré a pique.
—No lo harás, Sandokan. Un tiro de cañón puede ser oído por la flota de Brooke.
—Me río de la flota del rajá.
—Sé prudente, Sandokan.
—Seré prudente, ya que lo quieres, pero verás que aquella cañonera nos tenderá una emboscada en la desembocadura de Sarawak.
—¿No eres el Tigre de la Malasia, tú?
—Sí, pero tenemos a la virgen de la pagoda a bordo. Una bala podría golpearla.
—Con nuestros pechos le haremos de escudo.
La cañonera holandesa había llegado a doscientos metros de la Perla de Labuan. Sobre su puente se veían al capitán armado de un catalejo, y atestados a proa, una treintena de marineros armados con carabinas. A popa algunos artilleros rodeaban un grueso cañón. La cañonera giró dos veces alrededor del prao describiendo un grandísimo semicírculo, luego viró de bordo poniendo proa al sur, que es como decir hacia Sarawak.
Su velocidad era tal, que en tres cuartos de hora no se divisaba más que un sutil penacho de humo.
—¡Maldición! —exclamó Sandokan—. Si vuelves a tiro, te echo a pique con una sola andanada. El Tigre, aún si no está de mal humor, no se deja acercar tres veces impunemente.
—La volveremos a encontrar en Sarawak, Sandokan —dijo Yanez.
—Lo espero, pero...
Un grito que venía de lo alto lo interrumpió bruscamente.
—¡Eh! ¡Un steamer en el horizonte! —había gritado un pirata que se mantenía a horcajadas de la gran verga mayor.
—¡Un crucero, quizá! —exclamó Sandokan, cuya mirada se encendió—. ¿De dónde viene?
—Del norte —respondió el gaviero.
—¿Lo ves bien?
—No diviso más que el humo y la extremidad de sus mástiles.
—¡Si fuese el Heligoland! —exclamó Yanez.
—¡Es imposible! Vendría de occidente, no del norte.
—Pudo haber tocado Labuan.
—¡Kammamuri! —gritó el Tigre.
El maratí que se había izado sobre el coronamiento de popa, se lanzó abajo corriendo hacia el pirata.
—¿Conoces al Heligoland? —preguntó el Tigre.
—Sí, amo.
—Pues bien, sígueme.
Se lanzaron hacia los brandales, se treparon hasta la extremidad del palo mayor y fijaron su mirada sobre la verdosa superficie del mar.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

En el fragmento de oración “...Perla de Labuan puso la proa hacia la costa de Borneo, y precisamente hacia el cabo Sirik, que cierra a oriente, la vasta ensenada de Sarawak...”, en realidad en el original Salgari indica que el cabo Sirik cierra la ensenada al occidente, lo que es un error. A occidente se encuentra el cabo Datu, como se señala al final del capítulo.

Cuando Yanez le cuenta la historia a Kammamuri, en el original, Salgari incurre en un error, ya que dice: “Nel 1852, cioè cinque anni or sono...” En realidad los hechos que narra sucedieron a fines de 1849 y principios de 1850. Por eso maestre Bill, en el primer capítulo a Kammamuri, le habla de su desaparición en 1850. Lo que sucede en 1852 es el regreso de Sandokan a Mompracem. Corregí la fecha por 1850 y la cantidad de años de cinco a cuatro. También podría haber puesto 1849, pero como la historia arrancó un 20 de diciembre...

En este capítulo podemos apreciar lo que comentamos en el primero sobre la ubicación de Mompracem y el trayecto de la Young-India. Nótese como Sandokan viaja de este a oeste, para ir a Kuching (Sarawak).

Arquear: Medir la cabida de una embarcación.

Carena: Parte sumergida del casco de un buque.

Viento largo: Viento que sopla desde la dirección perpendicular al rumbo que lleva la nave, hasta la popa, y es más o menos largo según se aproxima o aleja más a ser en popa.

Golondrina de mar: “Rondine marina” en el original, conocido como charrán común (Sterna hirundo), es una especie de ave Charadriiforme de la familia Sternidae. Es un ave marina de distribución circumpolar en regiones templadas y subárticas de Europa, Asia, este y centro de Norteamérica. Es un gran migrador, pasando el invierno en océanos tropicales y subtropicales.

Steamers: Esta palabra en inglés, que no traduje, se utiliza para designar a los barcos a vapor.

Troneras: “Sabordi” en el original, son las aberturas en el costado de un buque, en el parapeto de una muralla o en el espaldón de una batería, para disparar con seguridad y acierto los cañones.

Caseta: “Casotto” en el original, es la cámara o habitación sobre cubierta, en que se guardan los mapas y derroteros.

Attap: Paja hecha en el sudeste asiático con las hojas de la palmera Nypa (también llamada “attap”). La palabra proviene del malayo “atap” y significa “techo, paja”.

Azuelas: “Asce” en el original, es una herramienta de carpintero que sirve para desbastar, compuesta de una plancha de hierro acerada y cortante, de diez a doce centímetros de anchura, y un mango corto de madera que forma recodo.

Cabo Sirik: También llamado “Tanjung Sirik” (“tanjung” es cabo en malayo), está ubicado en la Isla Bruit o “Palau Bruit” (“palau” es isla en malayo), dentro de la División Mukah de Sarawak.

Coronamiento de popa: “Coronamento di poppa” en el original, es la parte de la borda que corresponde a la popa del buque.

Piróscafo: Buque de vapor.

Headhunters: “Head-hunters” en el original. Esta palabra en inglés, que no traduje, se utiliza para designar a los “cazadores de cabezas”.

Borneano: “Bornese” en el original, indica que pertenece a la isla de Borneo, sin precisar sultanato o tribu de origen.

Batavia: Antiguo nombre de la ciudad de Yakarta, capital y ciudad más poblada de Indonesia, en la isla de Java.

Nudos: 1 kn = 1,852 km/h. Por lo tanto, 7 kn equivalen a 12,96 km/h.

Islas Romades: No existen referencias actuales, sin embargo, aparecen en el mapa “Die Ostindien Inseln” (1870) de Berghaus, Hermann y F. Von Stulpnagel. Estarían ubicadas a unos 250 km al oeste de Labuan, aproximadamente.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 40 mi equivalen a 64,37 km; 110 mi equivalen a 177,03 km; 30 mi equivalen a 48,28 km.

Bergantín: Buque de dos palos y vela cuadrada o redonda.

Junco: “Giunca” en el original, son una especie de embarcaciones pequeñas usadas en las Indias Orientales. Posiblemente una de las embarcaciones a vela más antiguas que se conocen.

Isla Whale: No existen referencias actuales, sin embargo, aparecen en el mapa “Die Ostindien Inseln” (1870) de Berghaus, Hermann y F. Von Stulpnagel. Estaría ubicada a unos 150 km al sudoeste de las Islas Romades, frente a las costas de la ciudad de Bintulu.

Royalist: “Realista” en el original y en todas las traducciones al español. Decidí cambiar el nombre de esta embarcación debido a que efectivamente era la utilizada por James Brooke. Esta goleta de 142 toneladas fue construida probablemente en 1834 en Cowes (Inglaterra) como yate privado y comprada en 1836 por Brooke con plata heredada de su padre. Después de armarla con 6 cañones de 6 libras, la utilizó para establecer su poderío en Sarawak a partir de 1839.

Schooner: “Skooner” en el original, seguramente haga referencia a la palabra en inglés “schooner”, se traduce como “goleta”. Embarcación fina, de bordas poco elevadas, con dos palos, y a veces tres, y un cangrejo en cada uno.

Monte Patau: No encontré referencia a esta supuesta montaña.

Pies: 1 pie = 0,3048 m. Por lo tanto, 1880 pie equivalen a 573,02 m.

Cabo Datu: También llamado “Tanjung Datu”, divide Malasia de Indonesia, al oeste de Sarawak.

Verga mayor: “Pennone di maestra” en el original, es la de mayores dimensiones, que es la que en barcos de cruz va cruzada en el cuello del palo mayor.

Gaviero: “Gabbiere” en el original, es el marinero a cuyo cuidado está la gavia y el registrar cuanto se pueda ver desde ella.

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