domingo, 19 de octubre de 2014

II. Los piratas de la Malasia


Para el desgraciado velero de tres mástiles había tocado la última hora.
Encastrado entre dos rocas, de las que sobresalían apenas sus puntas negras, dentelladas en mil formas por el eterno movimiento de las aguas, con las costillas rotas y la quilla triturada, no era más que una ruina imposible de reparar, que tarde o temprano el mar habría indudablemente triturado y dispersado.
El espectáculo era grandioso y al mismo tiempo espantoso.
Alrededor el mar espumaba furiosamente con mil estruendos, rompiéndose sobre los escollos, arrastrando fragmentos de amuras, varengas, costillajes y de embarcaciones, que se chocaban con mil crujidos.
Sobre el velero de tres mástiles, los sobrevivientes, casi todos locos de terror, corrían de proa a popa mandando mil alaridos, mil blasfemias, mil invocaciones. Uno se trepaba sobre los flechastes, otro se apresuraba hacia las cofas, un tercero más alto, hasta las crucetas. Un cuarto en cambio saltaba como si estuviese sobre carbones ardientes, llamando a Dios y a la Vírgen, un quinto se afanaba en pasarse a través del cuerpo un salvavidas y un sexto en preparar un flotador para montarlo apenas la nave se destrozase.
El capitán Mac Clintock y el maestre Bill, que habían visto cosas peores, eran los únicos que conservaban un poco de calma. Viendo que el velero de tres mástiles permanecía inmóvil, como si hubiese sido clavado en el escollo, se apresuraron a descender a la bodega.
Vieron enseguida que no había más esperanza de reponerlo a flote, estando ya repleta de agua.
—Vamos —dijo maestre Bill, con voz conmovida—, la pobrecita ha exhalado su último suspiro. Ningún astillero sería capaz de tapar la espantosa mutilación.
—Tienes razón, Bill —respondió el capitán aún más conmovido—. Esta es la tumba de la valerosa Young-India.
—¿Y qué haremos?
—Es necesario esperar al alba.
—¿Resistirá a los golpes de mar?
—Lo espero. Los escollos han penetrado en su vientre como una cuña en el tronco de un árbol. Parece firme.
—Vamos a animar a aquellos que están sobre en el puente. Están medio muertos de miedo.
Los dos lobos de mar volvieron a subir al puente. Los marineros y los pasajeros, con los rostros trastornados por el terror, se precipitaron a su encuentro interrogándolos con viva ansiedad.
—¿Estamos perdidos? —preguntaban unos.
—¿Nos vamos a pique? —preguntaban otros.
—¿Hay esperanza de salvarse?
—¿Dónde estamos?
—Calma, muchachos —dijo el capitán—. No corremos por ahora peligro alguno.
El indio Kammamuri, que había mostrado tener tanta prisa por arribar a Sarawak, se acercó al comandante.
—Capitán —preguntó con voz tranquila—, ¿iremos a Sarawak?
—Bien ves que es imposible, Kammamuri.
—Pero yo debo ir.
—No sé qué decirte. El navío está inmóvil como un pontón.
—Tengo a mi amo allá, capitán.
—Esperará.
La mirada viva y centelleante del indio se nubló y su cara, que tenía un no sé qué de feroz, devino tétrica.
—Kali le protege —murmuró.
—Todavía no todo está perdido, Kammamuri —dijo el capitán.
—¿No nos hundiremos, entonces?
—He dicho que no. Vamos, calma, muchacho. Mañana sabremos sobre qué isla o escollo hemos naufragado y veremos qué se podrá hacer. Yo garantizo sus vidas.
Las palabras del capitán hicieron buen efecto sobre los ánimos de los marineros que comenzaron a esperar poder salvarse. Aquellos que trabajaban en las balsas abandonaron el trabajo; aquellos trepados sobre los mástiles, después de un poco de indecisión, se dejaron deslizar abajo. La calma no tardó en reinar sobre el puente del navío naufragado.
Del resto de la borrasca, después de haber logrado la máxima intensidad, comenzaba a menguar. Los nubarrones, aquí y allá desgarrados, dejaban entrever de vez en cuando el trémulo resplandor de los astros. El viento, después de haber silbado, aullado, rugido, se calmaba poco a poco.
Todavía el mar se mantenía bastante agitado. Gigantescas oleadas corrían en todas las direcciones, embistiendo con furia extrema los escollos y destrozándose por encima con espantoso estruendo. El navío, sacudido, abatido a proa y a popa, gemía como un moribundo, dejándose llevar varios pedazos de amuras y fragmentos de la quilla rota. En ciertos momentos, es más, oscilaba de proa a popa tan fuertemente, como para temer que fuese arrancado del banco madrepórico y arrollado en medio de los golpes de mar. Por fortuna estuvo estable, y los marineros, a pesar del inminente peligro y las oleadas que se lanzaban de vez en cuando en cubierta, pudieron gustar incluso de algunas horas de sueño.
A las cuatro de la mañana, al oriente comenzó a hacerse un poco de claro. El sol surgía con aquella rapidez que es propia de las regiones tropicales, anunciado por un color rojo, magnífico.
El capitán, erguido sobre la cofa del palo mayor, junto a maestre Bill, tenía los ojos fijos al norte, donde surgía, a menos de dos millas, una masa oscura que debía de ser tierra.
—Pues bien, capitán —preguntó el maestre que masticaba rabiosamente su pedazo de tabaco—, ¿conoce aquella tierra?
—Creo que sí. Está oscuro todavía, pero las escolleras que la ciñen por todas partes me hacen sospechar que aquella isla sea Mompracem.
—¡By God! —murmuró el norteamericano haciendo una fea mueca—. Nos hemos roto las piernas en un mal lugar.
—Lo temo desgraciadamente, Bill. La isla no goza de buen nombre.
—Dicen que es un nido de piratas. Ha regresado el Tigre de la Malasia, capitán.
—¡Qué! —exclamó Mac Clintock, que sintió correr por los huesos un escalofrío—. ¿El Tigre de la Malasia regresó a Mompracem?
—Sí.
—¡Es imposible, Bill! Hace varios años que aquel terrible hombre ha desaparecido.
—Pero le digo que ha regresado. Hace cuatro meses asaltó la Arghilah de Calcuta que no se escapó mas que con gran esfuerzo. Un marinero, que había conocido al sanguinario pirata, me narró haberlo divisado en la proa de un prao.
—Entonces estamos perdidos. No tardará en asaltarnos.
—¡By God! —aulló el maestre, poniéndose de golpe palidísimo.
—¿Qué pasa?
—¡Mire, capitán! ¡Mire allá...!
—¡Los praos, los praos! —gritó una voz desde el puente.
El capitán, no menos pálido que el maestre, miró hacia la isla y divisó cuatro leños que doblaban en un cabo lejos apenas tres millas.
Eran cuatro grandes praos malayos, de casco bajo, ligerísimos, esbeltos, con velas de formas alargadas, sostenidas por mástiles triangulares.
Estos leños, que hilaban con una sorprendente rapidez y que, gracias a la batanga que tienen a sotavento y al ancho sostén que llevan a barlovento, desafiando a los más tremendos huracanes, son generalmente utilizados por los piratas malayos que no temen asaltar con ellos a los más grandes navíos que se aventuran en los mares de la Malasia.
El capitán no lo ignoraba, de modo que apenas los hubo divisado se apresuró a descender sobre el puente. En pocas palabras informó a la tripulación del peligro que los amenazaba. Solo una encarnizada resistencia podía salvarlos.
La armería a bordo, por desgracia, no estaba bien provista. Los cañones faltaban totalmente, los fusiles eran apenas suficientes para armar a la tripulación y en gran parte bastante maltratados. Había no obstante sables de abordaje, oxidados sí, pero aún en buen estado, algunos pistolones, algún revólver y un buen número de hachas.
Los marineros y los pasajeros, armados lo mejor posible, se precipitaron hacia popa que encontrándose sumergida, podía ofrecer una buena escalada.
La bandera de los Estados Unidos subió majestuosamente sobre el pico de la vela mayor y maestre Bill la clavó.
Los cuatro praos malayos, que hilaban como pájaros, no estaban más que a setecientos u ochocientos pasos y se preparaban para asaltar vigorosamente al pobre velero de tres mástiles.
El sol que se alzaba entonces sobre el horizonte, permitía ver claramente a aquellos que lo montaban.
Eran ochenta o noventa hombres, semi desnudos, armados con estupendas carabinas taraceadas de madreperla y de pequeñas láminas de plata, grandes parang de acero finísimo, cimitarras, kris serpenteantes con la punta sin duda envenenada en jugo de upas, y clavas desmesuradas, campilán, que manejaban como si fuesen simples cuchillos.
Algunos eran malayos de color aceitunado, membrudos y de facciones feroces; otros eran bellísimos dayak de estatura alta, con los brazos y las piernas cubiertos de anillos de cobre. Había también algunos chinos, reconocibles por sus cráneos pelados y relucientes como marfil, algunos bugineses, macasares y javaneses. Todos aquellos hombres tenían los ojos fijos sobre el navío y agitaban furiosamente las armas, emitiendo alaridos feroces que hacían estremecer. Parecía que quisieran espantar a los náufragos, antes de ir a las manos.
A cuatrocientos pasos de distancia un tiro de cañón retumbó sobre el primer prao. La bala, de calibre considerable, fue a estrellarse en el bauprés que se plegó, zambullendo la punta en el mar.
—Ánimo, muchachos —aulló el capitán Mac Clintock—. Si el cañón habla es signo de que la danza ha comenzado. ¡Fuego de andanada!
Algunos tiros de fusil siguieron a la orden. Aullidos espantosos estallaron al borde de los praos, signo infalible de que no todo el plomo se había perdido.
—¡Allá, así es, muchachos! —aulló maestre Bill.
—Golpe duro, justo en medio del grupo. Aquellos feos morros de allá no tendrán tanto coraje de apresurarse hacia nosotros. ¡Eh! ¡fuego!
Su voz fue cubierta por una serie de formidables detonaciones que venían de alta mar. Eran los piratas que comenzaban el ataque.
Los cuatro praos parecían cráteres inflamados, eructaban tremendas granizadas de hierro. Tiraban los cañones, tiraban las espingardas, tiraban las carabinas, quebrando, derribando, destruyendo todo con una precisión matemática.
En menos de lo que se diga, cuatro náufragos yacían sobre la toldilla sin vida. El trinquete, quebrado bajo la cofa, se precipitó sobre el puente, obstruyéndolo de vergas, velas, cabos. A los alaridos de triunfo habían sucedido alaridos de espanto, de dolor, gemidos y estertores de agonía.
Era imposible resistir a aquel huracán de hierro que arribaba con rapidez espantosa, haciendo saltar mástiles, amuras, varengas.
Los náufragos, viéndose perdidos, después de haber descargado siete u ocho veces sus mosquetones, y sin éxito, a pesar de las imprecaciones del capitán y del maestre Bill abandonaron los puestos huyendo a estribor, refugiándose detrás de los escombros del aparejo y de las embarcaciones. Algunos de ellos perdían sangre y arrojaban gritos desgarradores.
Los piratas, protegidos por sus cañones, al cabo de un cuarto de hora llegaron bajo la popa del navío intentando izarse a bordo.
El capitán Mac Clintock se arrojó de aquella parte para rebatir el abordaje, pero una descarga de metralla lo mató junto con tres hombres.
Un alarido terrible resonó por el aire:
—¡Viva el Tigre de la Malasia!
Los piratas arrojaron las carabinas, empuñando las cimitarras, hachas, mazas, kris y fueron intrépidamente al abordaje agarrándose a las amuras, los brandales y flechastes. Algunos se lanzaban sobre los cabos de los mástiles de los praos, corriendo como simios a lo largo de las vergas y cayendo sobre el aparejo del velero de tres mástiles dejándose deslizar a cubierta. En menos de lo que se dice, los pocos defensores, abrumados por el número, cayeron a proa, a popa, sobre el alcázar y sobre el castillo. Cerca del palo mayor un solo hombre, armado de un pesado y largo sable de abordaje aún permanecía.
Este hombre, el último de la Young-India, era el indio Kammamuri que se defendía como un león, embotando las armas del enemigo apremiantes, y percutiendo a diestra y siniestra.
—¡Ayuda! ¡Ayuda...! —aulló el pobre con voz estrangulada.
—¡Alto! —tronó de imprevisto una voz—. ¡Aquel indio es un valiente...!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

¿Quién habrá salvado a Kammamuri?

Costillas: “Coste” en el original, cada una de las dos ramas o brazos de que se componen las cuadernas (piezas curvas que encajan en la quilla del buque).

Varengas: “Madieri” en el original, son las piezas curvas que se colocan atravesadas sobre la quilla para formar la cuaderna.

Costillajes: “Corbetti” en el original, es el conjunto de costillas o cuadernas de un buque.

Flechastes: “Griselle” en el original, son los cordeles horizontales que, ligados a los obenques, como a medio metro de distancia entre sí y en toda la extensión de jarcias mayores y de gavia, sirven de escalones a la marinería para subir a ejecutar las maniobras en lo alto de los palos.

Cofas: “Coffe” en el original, es una meseta colocada horizontalmente en el cuello de un palo para fijar los obenques de gavia, facilitar la maniobra de las velas altas, y antiguamente, también para hacer fuego desde allí en los combates.

Crucetas: “Crocette” en el original, son las mesetas que en la cabeza de los masteleros sirven para los mismos fines que la cofa en los palos mayores, de la cual se diferencian en ser más pequeñas y no estar entabladas.

Pontón: Barco chato, para pasar los ríos o construir puentes, y en los puertos para limpiar su fondo con el auxilio de algunas máquinas.

Kali: “Kalì” en el original. En el hinduismo es una de las diosas principales, considerada consorte de Shivá. Representa el aspecto destructor de la divinidad.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 2 mi equivalen a 3,22 km; 3 mi equivalen a 4,83 km.

By God: Así en el original, significa “por Dios” en inglés. No lo traduje por obvias razones.

Prao: “Praho” en el original, embarcación malaya de poco calado, muy larga y estrecha.

Batanga: “Bilanciere” en el original, cada uno de los refuerzos de cañas gruesas de bambú que llevan a lo largo de los costados las embarcaciones filipinas.

Sotavento: La parte opuesta a aquella de donde viene el viento con respecto a un punto o lugar determinado.

Barlovento: Parte de donde viene el viento, con respecto a un punto o lugar determinado.

Sables de abordaje: “Sciabole d’arrembaggio” en el original, es un arma blanca constituida por un sable corto y ancho, con una hoja recta o ligeramente curvada afilada en la punta y su empuñadura suele tener una protección sólida en forma de copa.

Vela al tercio: “Randa” en el original, es la vela trapezoidal que solo se diferencia de la tarquina en ser menos alta por la parte de la baluma y menos baja por el lado de la caída.

Carabina: Arma de fuego similar al rifle, pero generalmente más corta y con menor potencia de fuego, a un fusil o mosquete.

Taraceada: Embutido hecho con pedazos menudos de chapa de madera en sus colores naturales, o de madera teñida, concha, nácar y otras materias.

Madreperla: Molusco lamelibranquio, con concha casi circular, de diez a doce centímetros de diámetro, cuyas valvas son escabrosas, de color pardo oscuro por fuera y lisas e iridiscentes por dentro. Se cría en el fondo de los mares intertropicales, donde se pesca para recoger las perlas que suele contener y aprovechar el nácar de la concha.

Parang: Es un gran cuchillo utilizado en Malasia y las islas Molucas, similar al machete. Mide entre 25 y 61 cm de longitud y pesa cerca de 1 kg.

Cimitarras: “Scimitarre” en el original, es una especie de sable usado por turcos y persas.

Upas: Palabra de origen javanés que significa “veneno”. Se utiliza para designar al veneno extraído del látex del árbol Antiaris toxicaria de la familia de las moráceas.

Clavas: Palos toscamente labrados, como de un metro de largo, que van aumentando de diámetro desde la empuñadura hasta el extremo opuesto, y que se usaban como arma.

Campilán: “Kampilang” en el original, es un sable recto y ensanchado hacia la punta, usado por los indígenas de Joló, en Filipinas.

Bugineses: “Bughisi” en el original, es un grupo étnico conformado por 6 millones de personas, principalmente, de las provincias de Célebes Meridional, la tercera más grande de Indonesia.

Macasares: “Macassaresi” en el original, son los habitantes de Macasar, la capital y mayor ciudad de la provincia de Célebes Meridional, en Indonesia. Se encuentra al sur de la isla de Célebes, en el estrecho de Macasar.

Javaneses: “Giavanesi” en el original, pertenecientes o relativos a esta isla del archipiélago de la Sonda, en Asia.

Espingarda: Antiguo cañón de artillería algo mayor que el falconete y menor que la pieza de batir.

Toldilla: “Tolda” en el original, es la cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda, desde el palo mesana al coronamiento de popa.

Trinquete: “Albero di trinchetto” en el original, es el palo de proa, en las embarcaciones que tienen más de uno.

Vergas: “Pennoni” en el original, es la percha perpendicular al mástil, a la cual se asegura el grátil de una vela.

Mosquetones: Armas de fuego más cortas que el fusil y de cañón rayado.

Aparejo: “Attrezzatura” en el original, es el conjunto de palos, vergas, jarcias y velas de un buque.

Brandales: “Paterazzi” en el original, son los cabos gruesos, firmes o volantes, que se dan en ayuda de los obenques de juanete.

Alcázar: “Cassero” en el original, es el espacio que media, en la cubierta superior de los buques, desde el palo mayor hasta la popa o hasta la toldilla, si la hay.

Castillo: “Castello” en el original, es la parte de la cubierta alta o principal del buque, comprendida entre el palo trinquete y la proa. También llamado “castillo de proa”.

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