viernes, 6 de septiembre de 2013

XXXV. Ingleses y estranguladores


Los relojes de la Ciudad Inglesa daban la medianoche, cuando la Devonshire, que desde la mañana había encendido sus fuegos, abandonaba a todo vapor el muelle del fuerte William, descendiendo la negra corriente del Hugli.
La noche era bastante oscura. Ni luna ni estrellas en el cielo que estaba cubierto por una negra franja de vapores. En absoluto eran pocas las luces, la mayor parte de inmuebles, encendidas dentro de las cabañas de Kidderpore, o en la proa de leños anclados en la orilla. Solamente hacia el norte se divisaba un extraño resplandor, una especie de alba blancuzca, debido a los millares y millares de llamas que despejaban la Ciudad Inglesa y la Ciudad Negra que forman Calcuta.
El capitán, erguido sobre la passerelle, comandaba la maniobra con voz metálica, dominando el fragor de las ruedas que mordían furiosamente las aguas y el formidable ronquido de la máquina. Sobre el puente, grumetes y marineros, se afanaban, al vago claror de pocas linternas, en estibar los últimos toneles y cajas que todavía estorbaban el puente.
Ya Kidderpore había desaparecido en la densa oscuridad, ya las últimas luces de las barcas y los navíos no se divisaban, cuando un hombre, que hasta entonces había mantenido la caña del timón, atravesó a hurtadillas el puente, chocando fuerte con el codo de un indio que estaba cerrando la escotilla mayor.
—Apresúrate —le dijo, al pasarle cerca—. La cámara está desierta.
—Listo, Hider —respondió el otro.
Pocos minutos después los dos indios descendían la escalerita que conducía a la camareta que en aquel momento estaba desierta.
—¿Pues bien? —preguntó brevemente Hider.
—Nadie ha sospechado nada.
—¿Has contado los toneles marcados?
—Sí, son diez.
—¿Dónde los has colocado?
—Bajo la popa.
—¿Reunidos?
—Todos cerca los unos de los otros —dijo el afiliado.
—¿Has advertido a los otros?
—Están todos listos. A la primera señal se arrojarán sobre los ingleses.
—Es necesario actuar con prudencia. Estos hombres son capaces de dar fuego a la pólvora y hacer saltar amigos y enemigos.
—¿Cuándo se dará el golpe?
—Esta noche, después de haber dado un buen narcótico al capitán.
—¿Qué debemos hacer mientras tanto?
—Mandarás a dos hombres a apoderarse de la sala de armas luego esperarás en la máquina con otros dos fogoneros. Tendremos necesidad de tu habilidad.
—No es la primera vez que trabajo en las calderas.
—Está bien. Yo comienzo a actuar.
Hider volvió a subir a cubierta y dirigió la mirada a la passerelle. El capitán se paseaba adelante y atrás, con los brazos cruzados sobre el pecho, fumando un cigarrillo.
—Pobre capitán —murmuró el estrangulador—, no merece tan mala jugada. ¡Pero bah! Otro en mi lugar, en vez de rendirse en la imposibilidad de perjudicarte, te habría despachado al infierno con una buena dosis de veneno.
Se dirigió hacia popa y sin ser visto descendió bajo cubierta, deteniéndose ante el camarote del comandante. La puerta estaba entornada, la abrió y se encontró en una trastera de ocho pies cuadrados, tapizada en rojo y amueblada elegantemente.
Se arrimó a una mesita, sobre la cual había una botella de cristal, llena de limonada. Una sonrisa diabólica le rozó los labios.
—Cada mañana, la botella vuelve a subir vacía —cuchicheó—. El capitán, antes de acostarse, bebe siempre.
Metió la mano en el pecho y sacó una ampolla microscópica, conteniendo un líquido rojizo. Lo olfateó varias veces, luego dejó caer en la botella tres gotas.
La limonada fermentó volviéndose roja, luego recuperó su color primitivo.
—Dormirá dos días —dijo el thug—. Vamos a encontrar a los amigos.
Salió y abrió una puertita que conducía a la bodega. Un ligero rumor se oyó bajo la popa, seguido de un crujido, como de un arma de fuego que era montada.
—Tremal-Naik —llamó el thug.
—¿Eres tú Hider? —preguntó una voz sofocada—. Abre, que aquí dentro nos asfixiamos.
El thug recogió de un ángulo una linterna ciega, en aquel lugar anteriormente escondida, la encendió y se acercó a los diez toneles colocados unos cerca de otros.
Las tapas fueron levantadas y los once estranguladores, medio asfixiados, con los miembros entumecidos, empapados de sudor por el excesivo calor que reinaba allí abajo, salieron. Tremal-Naik se lanzó hacia Hider.
—¿La Cornwall? —le preguntó.
—Corre hacia el mar.
—¿Hay esperanza de alcanzarla?
—Sí, si la Devonshire acelera la marcha.
—Es necesario abordarla, o perderé a mi Ada.
—Pero antes es necesario apoderarse de la cañonera.
—Lo sé. ¿Tienes un plan?
—Sí.
—Habla, pronto, ardo. ¡Ay, si no alcanzamos a la Cornwall...!
—Cálmate, Tremal-Naik. Toda esperanza no está aún perdida.
—Dime cuál es tu plan.
—Ante todo nos apoderaremos de la máquina.
—¿Hay afiliados en el cuarto de calderas?
—Tres, y son todos fogoneros. Con cuatro, no nos esforzaremos demasiado para atar al ingeniero.
—¿Y luego?
—Luego iré a ver si el capitán ha bebido el narcótico que le vertí en su limonada. Entonces ustedes entrarán en el castillo de popa y al primer silbido subirán al puente. Los ingleses, asaltados en el momento, se rendirán.
—¿Están armados?
—No tienen mas que sus cuchillos.
—Apresurémonos.
—Estoy listo. Voy a atar al ingeniero.
Apagó la linterna, regresó al castillo de popa y volvió a subir al puente, precisamente en el momento en el que el capitán dejaba la passerelle.
—Todo va bien —murmuró el thug, viéndolo dirigirse a popa.
Cargó la pipa y descendió al cuarto de máquina.
Los tres afiliados estaban en sus lugares, delante de los hornos, charlando en voz baja.
El ingeniero fumaba, sentado en un sillón y leía un librito. Hider con una ojeada advirtió a los afiliados de estar listos, y se acercó a la lámpara suspendida en el arco, justo sobre la cabeza del ingeniero.
—Permítame, sir Kuthingon, encender la pipa —le dijo el contramaestre—. Arriba sopla un ventarrón que apaga la yesca.
—Con todo placer —respondió el ingeniero.
Se alzó para retirarse. Casi en el mismo instante el estrangulador lo aferraba por el cuello y tan fuertemente, de impedirle emitir el más leve grito, luego con una sacudida vigorosa lo derribó sobre el tablado.
—Gracias —pudo apenas balbucear el pobre hombre que se ponía negro bajo el férreo puño del contramaestre.
—Quédate callado y no te haré ningún mal —respondió Hider.
Los afiliados a una seña suya lo ataron y lo amordazaron, arrastrándolo detrás de una gran pila de carbón.
—Que nadie lo toque —dijo Hider—. Y ahora vamos a ver si el capitán ha bebido el narcótico.
—¿Y nosotros? —preguntaron los afiliados.
—No se muevan de aquí, bajo pena de muerte.
—Está bien.
Hider encendió tranquilamente la pipa y subió la escala.
La cañonera hilaba entonces entre dos orillas completamente desiertas, y su espolón hendía grupos de plantas flotantes.
Los marineros estaban todos en cubierta y miraban distraídamente la corriente, conversando o fumando. El oficial de guardia paseaba en la toldilla, charlando con el experto artillero.
Hider, muy satisfecho, se frotó alegremente las manos y regresó a popa, descendiendo la escalera en puntas de pie.
Cerca del camarote del comandante arrimó la oreja a la puerta y oyó un sonoro ronquido.
Giró el picaporte, abrió y entró después de haber quitado del cinturón un puñal, para defenderse si fuera necesario.
El capitán había bebido casi toda la botella de limonada y dormía profundamente.
—No lo despertará ni siquiera el cañón —dijo el indio.
Se lanzó fuera del camarote y descendió a la bodega. Tremal-Naik y sus compañeros le esperaban con los revólveres empuñados.
—¿Pues bien? —preguntó el cazador de serpientes, saltando en pie.
—La máquina es nuestra y el capitán ha bebido el narcótico —respondió Hider.
—¿La tripulación?
—Toda en cubierta y sin armas.
—Subamos.
—Despacio, compañeros. Es necesario tomar a los marineros entre dos fuegos, para impedir que se atrincheren bajo el castillo de proa. Tú, Tremal-Naik, permanece aquí con cinco hombres y yo con los otros alcanzaré la camareta. Al primer disparo suban al puente.
—Estamos de acuerdo.
Hider empuñó un revólver en la derecha y un hacha en la izquierda y atravesó la bodega abarrotada de cañones desmontados, toneles y barrilitos. Cinco thugs le siguieron.
De la bodega el pelotón pasó a la camareta y subió la escala.
—Preparen las armas y descarga cerrada —ordenó Hider.
Los seis hombres irrumpieron en el puente arrojando salvajes clamores.
La tripulación se lanzó a proa, no sabiendo aún de qué se trataba.
Un tiro de revólver resonó abatiendo al experto artillero.
—¡Kali...! ¡Kali...! —chillaron los thugs.
Era el grito de guerra de los estranguladores y fue apoyado por una tremenda granizada de balas.
Algunos hombres rodaron por el puente. Otros, turbados, sorprendidos por aquel imprevisto ataque, que ciertamente no se esperaban, se precipitaron a popa arrojando alaridos de terror.
—¡Kali...! ¡Kali...! —retumbó en popa.
Tremal-Naik y sus hombres se habían lanzado sobre el alcázar con los revólveres en la derecha y los puñales en la izquierda.
Algunas detonaciones atronaron.
Una confusión indescriptible acaecía a bordo de la cañonera, la cual, sin timonel, iba a través de la corriente.
Los ingleses, tomados entre dos fuegos, comenzaron a perder la cabeza.
Por fortuna el oficial de guardia no había sido aún asesinado.
De un brinco se arrojó de la toldilla con el sable en la mano.
—¡A mí, marineros! —chilló él.
Los ingleses se reunieron en un santiamén en torno suyo y se abalanzaron a popa empuñando cuchillos, hachas, manivelas.
El choque fue terrible. Los thugs de Tremal-Naik fueron rechazados por aquella avalancha de hombres.
El oficial de guardia se apoderó del cañón, pero la victoria fue de breve duración.
Hider se había puesto a la cabeza de los suyos y lo asaltó por la espalda dispuesto a ordenar fuego.
—Señor teniente —gritó, apuntando hacia él el revólver.
—¿Qué quieres, miserable? —chilló el oficial.
—Ríndanse y les juro que no será tocado un solo cabello ni a ti, ni a tus marineros.
—¡No!
—Les advierto que tenemos cincuenta tiros cada uno para disparar. Toda resistencia sería inútil.
—¿Y qué harás con nosotros?
—Los haremos descender en las embarcaciones y los dejaremos libres para desembarcar en una u otra orilla del río.
—¿Y de la cañonera que quieren hacer?
—No puedo decirlo. Vamos, o se rinden u ordeno fuego.
—Rindámonos, teniente —gritaron los marineros que se veían ya a merced de Hider.
El teniente, después de haber dudado, rompió la espada y la arrojó al río.
Los estranguladores se lanzaron sobre los marineros, los desarmaron y les hicieron descender en dos balleneras, bajándoles al capitán que aún dormía y al ingeniero.
—¡Buena suerte! —gritó el contramaestre.
—Si te atrapo te haré colgar —respondió el teniente, mostrándole el puño.
—Como te plazca.
Y la cañonera reemprendió la carrera, mientras las embarcaciones se dirigían hacia la ribera del río.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

En este retorno a la trama original (que ya toma otro color), Salgari se despachó con varios términos marítimos. Algunos de los que difieren mucho entre castellano e italiano los tuve que inferir por el relato, ya que no pude encontrar una traducción debidamente documentada.

Ciudad Inglesa: Hace referencia a la “Ciudad Blanca” o “White Town”.

Passerelle: Galicismo que significa “puente de mando”.

“...fragor de las ruedas...”: “...fragore delle tambure...” en el original, que traducido literalmente sería “...fragor de los tambores...”. Sin embargo, estos primitivos buques a vapor se los conocía en castellano como “vapor de ruedas” por llevar unas ruedas con paletas situadas generalmente a ambos lados del casco, o en la popa. Por eso el cambio en la traducción.

Grumetes: “Mozzi” en el original, son muchachos que aprenden el oficio de marinero ayudando a la tripulación en sus faenas.

Caña del timón: “Ribolla del timone” en el original, es la palanca encajada en la cabeza del timón y con la cual se maneja.

Escotilla mayor: “Boccaporto di maestra” en el original, abertura en la cubierta para servicio del buque cerca del palo mayor.

Trastera: “Stanzino” en el original, dicho de una pieza o de un desván: Que está destinado a guardar los trastos que no se usan.

Pies: 1 pie = 0,3048 m. Por lo tanto, 8 pie equivalen a 2,44 m.

Castillo de popa: “Quadro di poppa” en el original, es la parte del buque que se eleva sobre la cubierta principal en el extremo de popa.

Espolón: Punta en que remata la proa de la nave.

Toldilla: “Lunetta” en el original, es la cubierta parcial que tienen algunos buques a la altura de la borda, desde el palo mesana al coronamiento de popa.

Experto artillero: “Mastro-cannoniere” en el original. Artillero, es el individuo que sirve en la artillería del Ejército o de la Armada. Ajusté la traducción de “mastro” a “experto”.

Castillo de proa: “Castello di prua” en el original, es la parte del buque que se eleva sobre la cubierta principal en el extremo de proa.

Camareta: “Camera comune” en el original, es el nombre que suele aplicarse a la cámara de proa y a la de pozo, donde puede alojar a los guardias marinas o también distribuir diariamente las raciones de la tripulación.

Descarga cerrada: “Fuoco di fila” en el original, es el fuego que se hace de una vez por uno o más batallones, compañías, secciones, etc.

Alcázar: “Cassero” en el original, es el espacio que media, en la cubierta superior de los buques, desde el palo mayor hasta la popa o hasta la toldilla, si la hay.

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