sábado, 14 de septiembre de 2013

XXXVI. A bordo de la Cornwall


La empresa más difícil se había conseguido. Ahora se trataba de perseguir a todo vapor a la fragata que tenía una ventaja de casi quince horas, alcanzarla o en la desembocadura del río o en el mar y poner en obra el segundo plan, no menos arduo, ni menos peligroso, urdido por el cazador de serpientes.
Despejado el puente de cadáveres, medicados los heridos, que afortunadamente no eran muchos, Tremal-Naik subió a la toldilla con Hider, mientras un gaviero se instalaba sobre la cruceta del mástil, armado de un potente catalejo.
A la voz del nuevo comandante, Udaipur que había tomado el control de la máquina, dejó la cámara y se lanzó sobre el puente.
—Es necesario volar, Udaipur —dijo Tremal-Naik.
—Los hornos están colmados de carbón, capitán. Tenemos la máxima presión.
—No basta. Es necesario alcanzar a la Cornwall.
—Carga las válvulas a cinco atmósferas —dijo Hider.
—Corremos el peligro de saltar, contramaestre.
—No importa; vete.
El maquinista descendió precipitadamente al cuarto de máquina.
La cañonera volaba como un pájaro. Torrentes de humo negro mezclado con escorias, salían furiosamente de la chimenea demasiado estrecha; el vapor silbaba, bufaba dentro del involucro de hierro y las ruedas remolineaban con una furia tal que la complexión crujía de proa a popa y el agua rebotaba, espumando, hasta las bordas.
—¡Arroja el log! —gritó Hider.
—Quince nudos y cinco décimas —gritó, algunos minutos después, un marinero.
—Corremos como uno de los más rápidos cazadores de mar —dijo el contramaestre.
—¿Alcanzaremos a la fragata? —preguntó Tremal-Naik.
—Lo espero.
—¿En el río?
—En el mar. No hay más que ciento veinticinco kilómetros entre Calcuta y el golfo.
—¿A cuánto navega la fragata?
—Seis nudos y con mar calmo. Está muy vieja y muy empopada.
—Pero no quiero que lleguen a Rajmangal.
—En ese caso, ¿qué harías...?
—La asaltaría a golpes de espolón.
—Eres un hombre resuelto, Tremal-Naik —dijo el contramaestre, sonriendo.
—Es necesario que sea resuelto. Necesito la cabeza del capitán.
—¡Pero tú corres un gran peligro!
—Lo sé, Hider.
—El capitán podría descubrirte.
—Lo mataré antes.
—¿Y si tu fallaras el golpe?
—No fallaré —dijo Tremal-Naik con inquebrantable firmeza.
—Aquel hombre es fuerte.
—Y yo seré más fuerte que él. Aquí, en el corazón, está esculpido un nombre; ¡el de Ada...! Este nombre me hace bullir la sangre: este nombre destruye todo temor: este nombre me hace convertir en un tigre y en un gigante. Con mis brazos me sentiría capaz de aferrar a la Cornwall y de aplastarla con el capitán que la comanda y los hombres que la montan.
—¿Amas siempre a la virgen de la pagoda, entonces?
—La amo y tanto, que si ella me llegara a faltar, me mataría.
—Te compadezco —dijo Hider con voz levemente conmovida. Tremal-Naik lo miró con ansiedad.
—¿Me compadeces? —murmuró—. ¿Por qué...?
—No sabría decirlo.
—¿Sabes quizá algo tú?
—No sé nada —dijo el thug, en cuya voz había una vibración triste.
—¿Me he engañado?
—Sí, amigo.
Hider miró fijamente a Tremal-Naik que se había puesto meditabundo, emitió un profundo suspiro y dejó la toldilla para ir a proa.
La cañonera continuaba devorando la distancia, hendiendo las aguas del río con la irresistible potencia de un cetáceo. Las dos orillas huían con creciente rapidez, mostrando confusamente bosques, pantanos interminables cubiertos de cañas y de hierbas amarillentas, arrozales fangosos, feas aldeas ahogadas entre las pútridas aguas o sofocadas entre lianas y palmeras de densas bóvedas, bajo las cuales es fatal la estancia, por más breve que sea, al europeo no aclimatado.
A las cuatro, la cañonera pasaba delante de Diamond Harbour, portezuelo situado cerca de la desembocadura del Hugli, y donde los piróscafos reciben los últimos despachos. No había más que una casita blanca circundada por seis cocoteros. Delante se erguía el mástil de las señales, en cuya cima ondeaba la bandera inglesa.
De súbito las orillas del río se ensancharon considerablemente y comenzaron a bajarse, casi al nivel del agua. A lo lejos se dibujó la gran isla Sagar, que señala el confín entre las aguas del río y las del mar.
—¡El mar! —gritó el marinero instalado en la cruceta del palo mayor.
Tremal-Naik, bruscamente arrancado de sus meditaciones por aquel grito, se lanzó a proa, mientras los marineros se trepaban a los obenques y a los flechastes. Todas las miradas se volvieron hacia los Sandheads (cabezas de arena), inmensos bancos peligrosísimos proyectados por el Ganges en el golfo de Bengala.
Ningún navío de línea aparecía sobre la línea del horizonte, ni aquí, ni más allá de la isla Sagar; ninguna luz brillaba en la semioscuridad.
Un grito de rabia irrumpió de los labios de Tremal-Naik.
—¡Gaviero! —gritó al indio que se encontraba sobre la cruceta del mástil, con el catalejo apuntado.
—¡Capitán!
—¿Se divisa?
—No todavía.
—Udaipur, carga las válvulas.
—Tenemos la máxima presión —observó el maquinista.
—¡A seis atmósferas! —gritó Hider, que se mordía la barba—. Cuatro hombres de refuerzo en la máquina.
—Saltaremos por el aire —gruñó Udaipur.
Cuatro indios descendieron al cuarto de máquina. Las hornillas fueron llenadas de carbón.
La cañonera no corría más; saltaba sobre las olas azules del golfo, silbando y temblando. Un calor tórrido subía de la bodega y un humo negrísimo salía furiosamente del tubo.
—¡Derecho a la isla Raimatla! —gritó Hider, al timonel.
La distancia que los separaba de la isla desaparecía rápidamente. Todos los indios se habían izado sobre las embarcaciones suspendidas de las grúas o los obenques o los flechastes del mástil y escrutaban el horizonte.
Un silencio profundo reinaba en el puente, roto solamente por las febriles pulsaciones de la máquina y por los silbidos del vapor que salía de las válvulas.
—¡Nave a proa! —gritó de repente el gaviero.
Tremal-Naik sintió una sacudida como si hubiese sido tocado por una pila eléctrica.
—¿La ves? —tronó él.
—Sí —respondió el gaviero.
—¿Adónde...?
—Al sur.
—¿Y es...?
El gaviero no respondió. Se había alzado en pie sobre la cruceta, para abarcar mayor horizonte y miraba fijamente con el catalejo.
—¡Nave a vapor! —gritó luego.
—¡La fragata...! ¡La fragata...! —chillaron los indios.
—¡Silencio! —tronó el contramaestre—. Eh, gaviero, ¿adónde va aquella nave?
—Al este, rozando la isla Raimatla.
—Mira la proa.
—La veo.
—¿Cómo está?
—En ángulo recto.
El contramaestre se lanzó hacia Tremal-Naik que estaba sobre la toldilla.
—Es la fragata —le dijo—. No hay en India más que la Cornwall que tenga el espolón en ángulo recto.
Tremal-Naik presa de una indecible emoción, emitió un grito de triunfo.
—¿Adónde va? —preguntó él con voz estridente—. Observa bien.
—Siempre al este. Rodea la isla, en las afueras, temiendo quizá no encontrar agua bastante en el canal.
—¿Estás seguro?
—Segurísimo.
—¿De modo que la encontraremos...?
—Al otro lado de la isla, si nos adentramos en el canal.
—Gobierna de modo de encontrarla.
—Pero... —dijo Hider.
—Silencio, comando yo.
Tremal-Naik dejó la toldilla y descendió al castillo de popa, Hider se colocó en cambio a la caña del timón.
La cañonera, que andaba tres veces más rápido que la fragata, no tardó mucho en rodear la isla. A las diez de la mañana salía del canal formado por Raimatla y las tierras vecinas, ocultándose detrás de la extrema punta de un islote desierto, que surgía de frente a Jumerah.
Hider con una sola mirada se aseguró de que la nave enemiga estaba todavía lejana.
—¡Tremal-Naik! —gritó.
El cazador de serpientes apareció en el puente, pero no era el mismo hombre de antes.
El color broncíneo de su piel se había vuelto aceitunado como el de un malayo; sus ojos aparecían muy agrandados, mediante rastros blancuzcos bien trazados, los dientes, poco antes blancos como el marfil, se habían vuelto negros como aquellos de los más furiosos masticadores de betel. Tan desfigurado, con un sombrerito de fibras de rotang en la cabeza, una cretona roja a los lados, dos largos kris (puñales serpenteantes de punta envenenada) suspendidos del cinturón, estaba completamente irreconocible.
—¿Me reconoces? —preguntó al contramaestre que lo miraba con admiración.
—Te reconozco porque a bordo no he visto malayos.
—¿Crees que el capitán me reconocerá?
—No, no es posible.
—Dime ahora, cómo se llaman los dos afiliados embarcados en la Cornwall.
—Palavan y Bindur.
—Tendré en mente estos nombres. Haz meter al mar una embarcación.
A una seña del contramaestre la yola fue bajada.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó después.
—Esperar aquí a la fragata y luego subir a bordo.
—¿Y yo?
—Tú irás a esconderte en el canal de Rajmangal. A la primera detonación que oigas, saldrás al mar y me recogerás.
Aferró una cuerda y descendió en la yola que se balanceaba vivamente bajo las oleadas.
La cañonera emitió un silbido sonoro y se alejó rápidamente.
Una hora después no era más que un punto negro sobre el horizonte, apenas visible.
Casi en el mismo instante, al sur, aparecía otro punto, coronado por un penacho de humo. Tremal-Naik lo miró.
—¡La fragata! —exclamó—. Ada, dame la fuerza para cumplir mi última empresa. ¡Luego serás mi esposa... y seremos finalmente felices...!
Aferró los remos y se puso a luchar furiosamente, alejándose de la isla cuyas costas comenzaban a confundirse con el azul del cielo.
La fragata avanzaba forzando la máquina y se agrandaba a vista de ojo. Tremal-Naik continuaba remando buscando cortar el camino.
Al mediodía quinientos pasos apenas dividían la yola de la Cornwall. Era el momento esperado por el cazador de serpientes.
Esperó a que una ola inclinase la yola, luego se arrojó violentamente a babor y la volcó, agarrándose a la quilla.
—¡Ayuda...! ¡ayuda...! —gritó con voz tonante.
Algunos marineros se lanzaron sobre la proa de la fragata, luego una embarcación montada por cuatro hombres fue bajada al mar y se dirigió hacia el náufrago.
—¡Ayuda...! —repitió Tremal-Naik.
La embarcación volaba sobre las aguas mientras que la fragata aminoraba su carrera.
En cinco minutos estaba cerca de la yola.
El náufrago aferró las manos que un marinero le tendía y subió a bordo barboteando:
—¡Gracias, muchacho!
Los marineros retomaron los remos y retornaron a la Cornwall. Una escala fue arrojada y el falso malayo chorreante de agua, con los ojos hábilmente trastornados, fue conducido en presencia del oficial de guardia.
—¿Quién eres? —le preguntó éste.
—Paranga de Singapura —respondió Tremal-Naik, mirando alrededor con curiosidad.
—¿Perteneces a alguna nave?
—Sí, a la Hannati de Bombay, venida a pique hace cuatro días o más, a cien millas de la costa.
—¿En mar tranquilo?
—Sí, se había abierto una vía de agua bajo popa.
—¿Y la tripulación?
—Se ha ahogado. Las embarcaciones estaban averiadas y apenas bajadas al agua se fueron a pique.
—¿Tienes hambre?
—Hace doce horas que he comido mi último bizcocho.
—Hala, maestre Brown, conduce a este pobre diablo a la cocina.
El maestre, un viejo lobo de mar con una barba gris, se quitó de la boca su colilla de cigarro metiéndosela delicadamente en el gorro, y, tomada la mano del falso malayo lo condujo hacia la proa.
Una olla llena de humeante sopa fue puesta delante de Tremal-Naik que la asaltó vigorosamente.
—Tienes un buen apetito, jovencito —dijo el maestre, esforzándose por sonreír.
—Tengo el estómago vacío. A propósito, ¿cómo se llama este navío?
—La Cornwall.
Tremal-Naik, miró con sorpresa al lobo de mar.
—¡La Cornwall! —exclamó.
—¿Te molesta el nombre quizá?
—Todo lo contrario.
—¡Y entonces!
—Recuerdo que en una fragata que llevaba un nombre similar, se habían embarcado dos indios amigos míos.
—¡Oh! ¡qué casualidad! ¿Y se llaman?
—Uno Palavan, y el otro Bindur.
—Estos dos indios están aquí, jovencito.
—¿Aquí a bordo?
—Sí, a bordo.
—Es necesario que los vea. ¡Oh! ¡Qué suerte!
—Te los mando enseguida.
El maestre volvió a subir la escalera y poco después dos indios se presentaban a Tremal-Naik. Uno era largo, delgado, dotado de una agilidad de simio; el otro de mediana estatura, membrudo, más parecido a un malayo que a un indio.
Tremal-Naik miró alrededor para ver si estaban solos, luego tendió la mano derecha mostrándoles el anillo. Los dos indios cayeron a sus pies.
—¿Quién eres? —preguntaron con voz sofocada.
—Un enviado de Suyodhana, el hijo de las sagradas aguas del Ganges —respondió Tremal-Naik, en voz baja.
—Habla, ordena, nuestra vida está en tus manos.
—¿Corremos peligro de ser oídos?
—Todos están en el puente —dijo Palavan.
—¿Dónde está el capitán Macpherson?
—En el camarote; duerme todavía.
—¿Saben a dónde va la fragata?
—Todos lo ignoramos. El capitán Macpherson ha dicho que lo dirá cuando lleguemos a destino.
—¿Entonces incluso los oficiales no saben nada?
—Absolutamente nada.
—Por consiguiente matando al capitán se extinguirá con él el secreto.
—Sin duda, pero nosotros tememos que la fragata se dirija a Rajmangal a asaltar a los hermanos.
—No se han engañado, pero la fragata no desembarcará a sus hombres.
—¿Pero cómo...? ¿Por qué...?
—La haremos saltar por el aire antes de que arribe a la isla.
—Cuando tú lo quieras, daremos fuego a la pólvora.
—¿Cuándo llegaremos a Rajmangal, según sus cálculos?
—Hacia la medianoche.
—¿Cuántos hombres hay a bordo?
—Un centenar.
—Está bien. A las once mataré al capitán. Luego haremos saltar el navío. Una palabra más.
—Habla.
—Es necesario que el capitán, a las once, duerma profundamente.
—Verteré un narcótico en su botella de vino —dijo Palavan.
—¿Se podrá llegar a su camarote sin ser visto?
—El camarote comunica con la batería. Esta noche la puerta estará abierta.
—Suficiente. A las once, vendrán a recogerme aquí.
Tremal-Naik volvió a comer. Devoró luego un beefsteak capaz de nutrir a tres personas, vació una detrás de la otra, varias tazas de excelente ginebra, se hizo dar una pipa, luego se trepó a una hamaca y se tumbó murmurando:
—Subir al puente no es prudente. El capitán podría reconocerme.
Procuró dormirse, pero el estado de su ánimo era demasiado agitado.
Miles y miles de pensamientos chocaban tumultuosamente en su cerebro.
Pensaba en las vicisitudes pasadas, pensaba en su adorada Ada, y en el momento en que finalmente, después de tantos sufrimientos, después de tantos peligros, la volvería a ver y la haría su esposa, y en el último golpe que estaba por jugar. Qué extraño, incomprensible para él; cada vez que pensaba en el asesinato que estaba por cometer, se sentía invadido por un sentimiento nuevo para él. Se habría dicho que aquel delito le producía horror.
Las horas transcurrieron muy lentamente. Nadie había descendido en el camarote, ni él se había atrevido a mostrarse sobre el puente. Incluso los dos afiliados no se habían hecho ver más.
Tremal-Naik comenzaba a mostrar algún temor y se preguntaba si les había tocado, a los dos thugs, alguna desgracia.
A las ocho el sol descendió al horizonte y la noche caló rápidamente sobre las azules olas del golfo de Bengala. Tremal-Naik, presa de la más viva ansiedad, subió la escalera y asomó la cabeza sobre el puente.
Soldados y marineros estaban en cubierta, algunos atestados a proa con los ojos fijos a oriente y otros trepados sobre flechastes, cofas, crucetas y vergas.
A popa vio a los hombres que estaban armando algunas embarcaciones.
Miró a la toldilla. Cuatro oficiales paseaban fumando y charlando con vivacidad. El capitán Macpherson no estaba.
Regresó a la hamaca y esperó.
La campana a bordo batió las nueve, luego las diez y por consiguiente las once.
El último toque no había aún cesado, que dos hombres descendían silenciosamente la escala.
—Pronto —dijo una voz imperiosa—. No tenemos un minuto que perder. Tenemos a Rajmangal a la vista.
Tremal-Naik reconoció a los dos afiliados.
—¿El capitán? —preguntó con un hilo de voz.
—Duerme —respondió Bindur—. Ha bebido el narcótico.
—Vamos.
Al pronunciar esta palabra la voz de Tremal-Naik temblaba. Sintió un estremecimiento tan fuerte, que lo trastornó.
Palavan abrió una pequeña puerta y entraron en la batería, deteniéndose delante de una segunda puerta que llevaba al castillo de popa.
—¿Están decididos? —preguntó Tremal-Naik.
—Hemos puesto nuestra vida en las manos de la diosa Kali.
—¿Tienen miedo?
—No sabemos lo que es el miedo.
—Óiganme.
Los dos thugs se acercaron a él con los ojos llameantes.
—Yo voy a matar al capitán —dijo él con voz triste—. Tú, Bindur, descenderás en la santabárbara y encenderás un bello fuego.
—¿Y yo? —preguntó Palavan—. Quiero hacer algo también.
—Tú te proveerás de tres salvavidas, luego vendrás a mí. Vayan y que su diosa los proteja.
Tremal-Naik aferró un hacha, cruzó el umbral y penetró en la cabina iluminada por un farol de mano.
Lo primero que vio fue un espejo que reflejaba su imagen. Al mirarse tuvo miedo.
Su cara estaba horriblemente trastornada, regada por gruesas gotas de sudor y los ojos llameantes como las hojas de dos puñales.
Bajó la mirada hacia un lecho cubierto por un denso mosquitero. Un ligero suspiro llegó hasta él.
—Es extraño —murmuró—. Nunca he sentido nada semejante.
Dio tres pasos y con mano temblorosa levantó el velo.
El capitán Macpherson estaba tendido sobre el lecho y sonreía. Sin duda aquel hombre soñaba.
—Los thugs, lo quieren —murmuró el indio.
Alzó sobre el durmiente el hacha, pero la volvió a bajar enseguida como si las fuerzas le hubiesen repentinamente faltado. Se pasó una mano por la frente y la retiró mojada. Miró alrededor con profundo terror.
—¿Qué es esto? —se preguntó, sorprendido, estupefacto—. ¿Tendré miedo...? ¿Quién es este hombre...? ¿Qué es esta terrible emoción que me sacude...?
Volvió a alzar el hacha y por segunda vez la bajó. Nunca le había sucedido algo semejante. Le parecía que una voz interna le murmuraba que aquel hombre era para él sagrado, que aquella sangre que estaba por verter no era sangre extraña.
—¡Ada! ¡Ada! —exclamó casi con rabia.
De repente palideció retrocediendo vivamente.
El capitán se había sentado y lo miraba con los ojos exorbitados.
—¡Ada...! —exclamó Macpherson con viva emoción—. ¡Quién pronuncia el nombre de mi hija...!
Tremal-Naik, petrificado, despavorido, había permanecido inmóvil.
—¡Ada! —repitió el capitán—. ¡El nombre de mi hija...!
Luego se percató de la presencia del indio.
—¿Qué haces tú aquí, en mi camarote? —preguntó.
Un relámpago atravesó el cerebro de Tremal-Naik; una terrible sospecha le había entrado en el corazón.
—¿Pero quién sos vos? —preguntó con voz estrangulada—. ¿De qué Ada intentas hablar? ¿De la mía quizá?
—¡De la tuya...! —exclamó el capitán estupefacto—. ¡Hablo de mi hija...!
—¿Dónde está?
—¿Dónde está...? ¡En las manos de los thugs...!
—¡Poderoso Brahma...! ¡Si fuese verdad...! ¡Una palabra, capitán, un nombre, por favor...! ¿Cómo se llamaba vuestra hija?
—Ada Corishant.
Tremal-Naik escondió el rostro entre las manos emitiendo un grito de horror.
—¡Mi prometida...! ¡Y yo estaba por matarle al padre...! ¡Ah...! ¡horrible trama...!
Luego cayendo a los pies del lecho exclamó:
—¡Perdón...! ¡perdón...!
El capitán, estupefacto, miraba a Tremal-Naik preguntándose si soñaba o si estaba despierto.
—¡Pero explícate de una vez...! —exclamó.
Tremal-Naik, con la voz rota por los sollozos, en pocas palabras le develó la trama infernal de Suyodhana.
—¿Y tú sabes dónde está mi hija? —preguntó el capitán que ya había brincado en pie, pálido por la emoción.
—Sí, y yo lo conduciré donde se encuentra —dijo Tremal-Naik.
—Devuélvemela y te juro que si ella te ama será tuya.
—¡Ah! ¡gracias, capitán! Mi vida es suya.
—No perdamos tiempo; corramos a Rajmangal. Yo estaba precisamente por ir a asaltar a los thugs en su propia cueva.
—Un instante: tengo dos cómplices a bordo y quizá están por hacer saltar la nave.
—Los prenderemos.
Salieron corriendo y subieron al puente.
—Cuatro hombres a la santabárbara y arresten a los traidores que están por dar fuego a la pólvora.
En vez de cuatro, veinte hombres se precipitaron en los depósitos de las municiones. Poco después se oyeron dos zambullidas seguidas de algunos tiros.
—Se han arrojado al mar —dijo un oficial lanzándose al puente.
—Que se ahoguen —dijo el capitán—. ¿Está segura la pólvora?
—A los traidores les ha faltado el tiempo para romper los barriles.
—¡Dios nos protege...! ¡A todo vapor al Mangal...!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Penúltimo capítulo de la novela. Ya falta muy poco para el final. ¡A no desesperar!

En la versión de la novela publicada en “La Provincia di Vicenza”, en el momento en que se encuentra frente al capitán se lee: “Aferró al capitán por los cabellos, lo arrastró fuera del lecho, alzó el hacha y con un golpe terrible lo decapitó”. Así se cumplió el propósito de Suyodhana y la cabeza fue el “regalo de bodas”. Este final explicaría mejor la posterior locura que se manifiesta en Ada y en Tremal-Naik en la tercera novela, “Los piratas de la Malasia”.

Gaviero: “Gabbiere” en el original, es el marinero a cuyo cuidado está la gavia y el registrar cuanto se pueda ver desde ella.

Cruceta: “Crocetta” en el original, es la meseta que en la cabeza de los masteleros sirve para los mismos fines que la cofa en los palos mayores, de la cual se diferencia en ser más pequeña y no estar entablada.

Catalejo: “Cannocchiale” en el original, es un aparato extensible de largo alcance.

Udaipur: El nombre dado al maquinista corresponde al de una ciudad localizada al oeste de la India.

Atmósferas: Unidad de presión o tensión equivalente a la ejercida por la atmósfera al nivel del mar, y que es igual a la presión de una columna de mercurio de 760 mm de alto.

Involucro: Verticilo de brácteas, situado en la base de una flor o de una inflorescencia.

Log: “Lok” en el original, es la palabra en inglés para “corredera”. Es un cordel dividido en partes iguales, sujeto y arrollado por uno de sus extremos a un carretel, y atado por el otro a la barquilla, con la cual forma un aparato destinado a medir lo que anda la nave.

Nudos: Unidad de velocidad para barcos y aviones. En inglés se llama knot. 1 kn = 1,852 km/h. Por lo tanto, 15,5 kn equivalen a 28,71 km/h; 6 kn equivalen a 11,11 km/h.

Diamond Harbour: Es una ciudad de la India en el estado de Bengala Occidental.

Isla Sagar: “Isola di Sangor” en el original, es una isla que se encuentra en la plataforma continental de la bahía de Bengala a unos 150 km al sur de Calcuta.

Obenques: “Sartie” en el original, son cada uno de los cabos gruesos que sujetan la cabeza de un palo o de un mastelero a la mesa de guarnición o a la cofa correspondiente.

Flechastes: “Griselle” en el original, son los cordeles horizontales que, ligados a los obenques, como a medio metro de distancia entre sí y en toda la extensión de jarcias mayores y de gavia, sirven de escalones a la marinería para subir a ejecutar las maniobras en lo alto de los palos.

Sandheads: No encontré definición ni traducción para este término en inglés que literalmente se traduciría como “cabezas de arena”.

Raimatla: Si bien no encontré el nombre de esta supuesta isla, así era como se denominaba en los mapas antiguos al río Matla, que forma un ancho estuario cerca del Sundarbans y está al este de la isla Sagar.

Jumerah: “Jamera” en el original, si bien no encontré el nombre de esta supuesta isla, sí aparece un río en mapas antiguos.

Rotang: El “Calamus rotang” es una especie de palma perteneciente a la familia de las arecáceas utilizada para la elaboración de muebles, cestas, bastones, paraguas y objetos de mimbre.

Cretona: “Cotonina” en el original, en tapicería, tela fuerte comúnmente de algodón, blanca o estampada.

Kris: “Kriss” en el original, es una daga, de uso en Filipinas, que tiene la hoja de forma serpenteada.

Yola: “Yole” en el original, es una embarcación muy ligera movida a remo y con vela.

Singapura: Singapur en malayo. Mantuve la palabra porque supuse que Tremal-Naik la utilizó como parte de su estratagema.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 100 mi equivalen a 160,93 km.

Batería: En los buques mayores de guerra antiguos, conjunto de cañones que hay en cada puente o cubierta cuando siguen de popa a proa.

Cofas: “Coffe” en el original, es una meseta colocada horizontalmente en el cuello de un palo para fijar los obenques de gavia, facilitar la maniobra de las velas altas, y antiguamente, también para hacer fuego desde allí en los combates.

Vergas: “Pennoni” en el original, es la percha perpendicular al mástil, a la cual se asegura el grátil de una vela.

Santabárbara: “Santa Barbara” en el original, es el pañol o paraje destinado en las embarcaciones para custodiar la pólvora.

Farol de mano: “Lanterna di talco” en el original, es el que se usa para faenas, pañoles y despensas. Es pequeño y comúnmente posee cristales de talco.

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