jueves, 29 de agosto de 2013

XXXIV. ¡Demasiado tarde!


Los grandes jarros llenos de leche comenzaban ya a hervir cuando la procesión guiada por el astuto purrun-hungse llegó ante la pagoda. Se componía de más de medio millar de personas entre ejecutantes, bailarinas, encantadores de serpientes, faquires dandi, sanniasines, nanakpanthi, bishnois y avadhuta, especie de santones estos que se esfuerzan por darse un aspecto espantoso pintándose el cuerpo con signos y manchas de todos los colores imaginables.
Primero venían dos hileras de narthakis, o sea bailarinas consagradas a las pagodas, bellísimas niñas, cargadas de collares y brazaletes de oro y plata y adornadas con flores, entrelazadas especialmente en los cabellos, luego los ejecutantes que soplaban desesperadamente los bansuris, especie de flautas terminadas en una especie de pico y en vez de ponérselo entre los labios, los indios se lo meten en la nariz sacando igualmente notas agudísimas.
No faltaban, no obstante, los ejecutantes de tambores y ni siquiera un monumental dhak, tambor enorme, adornado con crines y penachos de plumas y que se toca solamente durante las ceremonias religiosas.
Aquella muchedumbre chillona se dirigió casi corriendo hacia la pagoda empujando delante a las vacas que habían conservado el arroz cocido en la leche y, llegada delante de la gradería, formó un amplio semicírculo, obligando a los cipayos de Bhârata a desalojarla deprisa.
Las narthakis, a una seña del purrun-hungse invadieron aquel espacio y mientras la orquesta redoblaba el estrépito, comenzaron a entrelazar danzas a la luz de numerosas antorchas que habían sido encendidas por los faquires.
Nimpor esperó a que terminaran, luego mientras los faquires conducían ante los cazos a las vacas para darles el arroz cocido en la leche, subió la gradería del templo y se arrimó al sacerdote brahmán que se mantenía erguido delante de la puerta.
—Sacerdote de Brahma —le dijo, inclinándose—. El humilde purrun-hungse se dirige a tí para obtener el permiso de conducir en procesión a la estatua de Visnú que tú adoras en tu pagoda. Todos los faquires, que me han seguido, desean bendecirla en la ola sagrada del Ganges.
—Los faquires son hombres santos —dijo el brahmán—. Si tal es su deseo, entren en la pagoda y lleven hasta las orillas del río a la estatua del dios.
—No —dijo una voz cerca de ellos—. Nadie entrará en la pagoda excepto el brahmán.
El purrun-hungse se volvió y se encontró delante de Bhârata.
—¿Quién eres tú? —le preguntó.
—Lo ves, un sargento de los cipayos.
—¡Ah...! Sí, es verdad, un indio que ha vendido sus servicios a los opresores de la India —dijo Nimpor con ironía.
—¡Calla...! ¡Purrun-hungse...! Tu lengua es demasiado larga.
Nimpor se volvió indicando al sargento la muchedumbre que llenaba la plaza de la pagoda, y dijo con acento amenazador:
—¡Mira...! ¡Son casi todos faquires y tú sabes que esos no temen la muerte...! Impídeles entrar en el templo y los verás ponerse feroces como tigres de la jungla. Nadie tiene derecho de impedir nuestras ceremonias religiosas, ni siquiera los ingleses y no sufriremos impedimentos por parte de tus cipayos. Y luego mira, cuéntalos: ellos son quinientos y tú no tienes mas que una docena de hombres.
Bhârata creyó oportuno no responder. Sabía que los faquires no habrían retrocedido ante doce fusiles y que sus hombres no habrían podido resistir largo contra un asalto de tantos fanáticos.
Hizo un gesto de desprecio y dejó el campo libre, retirándose a la otra parte de la gradería.
El purrun-hungse estaba listo para aprovechar aquella retirada. Alzó el brazo que todavía funcionaba y de súbito veinte faquires subieron la gradería entrando en el templo.
Estaban todos provistos de astas de hierro, de poderosas barras que de un momento a otro podían convertirse en terribles instrumentos de ofensa y masacrar a los cipayos del sargento si hubiesen intentado oponerse a sus designios.
La estatua del dios fue levantada y transportada al aire libre. Los faquires que habían permanecido en la plaza, saludaron la aparición de la encarnación de Visnú con gritos ensordecedores, mientras los ejecutantes soplaban con aliento creciente en sus instrumentos o percutían furiosamente sus tambores y las narthakis reanudaban sus danzas.
—¡Adelante! —ordenó el purrun-hungse con voz tonante.
Los veinte faquires, sosteniendo al enorme animal sobre sus astas de hierro, descendieron la gradería y se pusieron en camino hacia la orilla del Ganges, precedidos por las narthakis y por los músicos y seguidos por los encantadores de serpientes y por todos los otros fanáticos que se empujaban en torno a las vacas.
Bhârata y los cipayos, no pudiendo suponer que en el vientre del animal se escondían los dos thugs, no habían abandonado los alrededores de la pagoda, estando todavía convencidos de que el brahmán los había ocultado en algún subterráneo.
El purrun-hungse, feliz por el éxito de la estratagema, guió a aquella turba numerosa hacia la orilla del Ganges designando un punto que estaba cubierto por densas plantas y rico sobre todo de cañas.
Con un gesto enérgico ordenó a las narthakis y a los ejecutantes detenerse a cincuenta pasos del sagrado río, a fin de retener a los encantadores y a los faquires de varias castas, luego con los veinte fieles que llevaban el enorme animal, entraron entre las cañas y las largas hojas del loto.
El dios fue posado sobre un bajo, de modo que la ola sagrada le bañase solamente la base, luego buscó apresuradamente el botón que debía abrir la placa.
Sus veinte hombres mientras tanto habían formado un amplio círculo en torno al animal, a fin de mejor esconder el engaño, precaución sin embargo inútil siendo demasiada densa la oscuridad en aquel lugar cubierto de altísimos tamarindos y de frondosos borasos.
Después de algunos instantes el muelle saltaba y la plancha se abría.
—Pronto, salgan —dijo Nimpor.
Tremal-Naik y el viejo thug, que comenzaban a estar cansados de aquella incómoda prisión, se apresuraron a deslizarse fuera y a arrojarse entre las cañas y las hojas de loto.
—Vuelvan a la pagoda —dijo el purrun-hungse a los faquires—. El dios ha sido ya besado por las olas del sagrado río.
Los veinte hombres retomaron las astas de hierro, levantaron de nuevo al monstruoso animal y retornaron hacia los músicos y las narthaki. El numeroso cortejo se reorganizó rápidamente y retomó el camino de la pagoda entre los más ensordecedores fragores.
El purrun-hungse había permanecido acurrucado en lo bajo, como si tomase un baño.
Cuando vio al cortejo alejarse, se alzó diciendo:
—Pronto: ¡vengan...!
Tremal-Naik y el viejo thug le habían seguido y los tres habían alcanzado un matorral de densos arbustos.
—Gracias por tu intervención —le dijo Tremal-Naik—. Sin ti nosotros estaríamos todavía encerrados en el vientre de Visnú.
—Deja los agradecimientos y ocupémonos del capitán —respondió Nimpor.
—¿Tienes noticias de él? —preguntó el viejo thug.
—Sí, malas para ustedes y para Suyodhana.
—Habla —dijo Tremal-Naik.
—Temo que mañana al alba parta para los Sundarbans.
—¡Muerte de Shivá...! —exclamó Tremal-Naik, palideciendo—. ¡Él parte...!
—Hoy, la Cornwall que debe conducirlo a los Sundarbans estaba bajo presión.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Hider.
—¡Entonces todo está perdido...!
—No lo sé todavía. Es necesario correr a la Ciudad Blanca y asegurarnos si partirá de veras.
—No perdamos un solo instante. ¿Dónde está anclada aquella nave...?
—Cerca del fuerte William.
—Es necesario ir enseguida.
—Está lejos —observó el viejo thug.
—A breve distancia de aquí los espera vuestra ballenera —dijo el purrun-hungse.
—¿Se han salvado nuestros hombres...?
—Sí.
—Vamos —dijo Tremal-Naik—. Si la Cornwall parte yo pierdo a mi Ada, pero ustedes pierden a Suyodhana y a todos los jefes de su secta.
Los tres hombres se lanzaron a lo largo de la orilla del río mientras a lo lejos se oían resonar las trombas y redoblar ruidosamente los tambores de la procesión.
Trescientos metros más adelante Tremal-Naik y sus dos compañeros encontraron la ballenera escondida entre los cañaverales y guardada por seis remeros.
—¿Han visto a alguien zumbar por estos alrededores? —les preguntó el viejo thug.
—Nadie —respondieron los remeros.
—¿Creen que podamos llegar al fuerte William antes del alba? —preguntó Tremal-Naik.
—Quizá, forzando la carrera —dijo uno de los seis indios.
—Cincuenta rupias si lo consiguen —dijo el purrun-hungse.
—Gracias: basta vuestra bendición —respondieron los thugs.
La ballenera se separó prontamente de la orilla y descendió la corriente del río con la velocidad de un steamer.
El viejo thug se había puesto al timón y a sus flancos estaban sentados Tremal-Naik y el purrun-hungse.
Estando el río desierto en aquella hora bastante avanzada, la ballenera podía correr libremente sin temer encuentros. Siendo, no obstante, aquella parte del río interrumpida por frecuentes bancos de arena, el timonel estaba obligado a vigilar atentamente y hasta describir largas curvas.
Mientras los seis thugs luchaban con creciente empeño, tendiendo los músculos en modo tal de hacer que casi les estalle la piel, Tremal-Naik y el purrun-hungse habían reanudado su conversación.
—¿Tú has visto a Hider? —había preguntado el cazador de la jungla negra.
—Sí, hoy, antes de recibir al enviado del brahmán.
—¿Él está seguro de que el capitán partirá al alba?
—Tiene todos los motivos para creerlo —respondió el purrun-hungse—. Él ha visto ayer embarcar dos compañías de infantería de Bengala, dos piezas de artillería y una considerable cantidad de municiones y víveres. Además al mediodía la máquina ya estaba encendida.
—¿Estaba a bordo el capitán?
—No me lo ha sabido decir.
—¿Están los dos afiliados en la fragata?
—Sí.
—Ellos me ayudarán en la empresa —dijo Tremal-Naik.
—¿Qué ideas tienes tú?
—De embarcarme en la fragata.
—¿Vas a matarlo en su nave...?
—No encuentro otro medio, especialmente ahora.
—No obstante no será cosa fácil —dijo el purrun-hungse.
—Estoy dispuesto a todo —respondió Tremal-Naik con inquebrantable firmeza.
—¡Cuidado! Los ingleses no bromean, especialmente con nosotros indios.
—Lo sé.
—¿Crees tú que muerto el capitán la expedición habrá terminado?
—Sí, ya que es él el alma de la empresa.
—¿Y si la nave ya hubiera partido?
—Visnú me protegerá.
—¿Qué quieres decir?
—Que iré a Rajmangal a aguardar al capitán.
—Llegarías demasiado tarde... pero...
—Continúa.
—¿Sabes que también la cañonera sobre la cual está embarcado Hider está por zarpar?
—¿Para dónde?
—Para Ceilán.
—¿Pues bien?
—Debe partir mañana a la noche.
—No te comprendo todavía.
—Digo que en caso de que la Cornwall hubiere partido, tú podrías embarcarte en la Devonshire y abandonarla en la desembocadura del río. Aquella cañonera debe correr mucho más que la fragata.
—¿Será posible el embarque?
—En eso pensará Hider, en caso de que tú debieras necesitar de la Devonshire.
Mientras conversaban, ¡la chalupa continuaba descendiendo el Ganges con creciente rapidez! Ya había rebasado la Ciudad Negra e hilaba a lo largo de la orilla de la Ciudad Blanca, cuando el alba comenzó a invadir casi bruscamente el cielo, haciendo palidecer rápidamente la luz de los astros.
Las tripulaciones de las numerosas naves ancladas a lo largo de las riberas comenzaban entonces a despertarse. Entre aquella confusión de mástiles, cordajes y velas, los hombres aparecían desperezándose los brazos, mientras alguna monótona canción resonaba por el aire tranquilo.
Tremal-Naik se había alzado. Su mirada se había fijado sobre la imponente mole del fuerte William que descollaba entre la semioscuridad.
—¿Dónde está la fragata? —preguntó con acento salvaje.
El purrun-hungse se había también alzado e interrogaba ansiosamente la orilla con sus ojos como rayo ardiente.
—¡Allí...! ¡Mira...! ¡Delante de la segunda compuerta del fuerte...! —gritó de repente.
Tremal-Naik miró en la dirección indicada y vio a breve distancia de la compuerta comunicante con los fosos del fuerte, una fragata de formas esbeltas pero muy empopada y muy cargada.
Un denso humo, mezclado con escorias, salía remolineando de la chimenea, formando en el aire una especie de paraguas de dimensiones gigantescas.
A los primeros clarores del alba, se veían sobre la toldilla a numerosos soldados y marineros ocupados en rodar y estibar cajas y toneles y en retirar las guindalezas que habían ya sido separadas de la orilla, mientras otros giraban el cabrestante de proa para arrancar el ancla del fondo del río.
Se comprendía, incluso a primera vista, que aquella nave se preparaba a partir.
Tremal-Naik había enviado un alarido de fiera herida.
—¡Se me escapa...! ¡Pronto...! ¡Pronto o todo estará perdido...!
El purrun-hungse había hecho un gesto de cólera, luego se había dejado recaer sobre el banco murmurando:
—¡Demasiado tarde...! ¡Suyodhana está perdido...!
Los seis thugs habían redoblado sus esfuerzos y la ballenera, empujada adelante por aquellos robustos brazos, había reemprendido la carrera. Las bordas gemían bajo aquellos golpes poderosos de los remos y el agua rebotaba por encima de la proa.
—¡Pronto...! ¡Pronto...! —gritaba mientras tanto Tremal-Naik, completamente fuera de sí.
—Es inútil —dijo de repente el viejo thug abandonando el timón.
La fragata había entonces abandonado el muelle y descendía majestuosamente el río vomitando torrentes de humo y enviando agudos silbidos. Incluso los remeros de la ballenera, completamente agotados por aquella larga carrera, habían abandonado los remos y miraban con ojos feroces la nave que pasaba a dos metros de ballenera.
De repente vieron a Tremal-Naik precipitarse sobre un fusil que estaba apoyado en el banco de popa, armarlo precipitadamente y apuntarlo hacia la nave.
Sobre el puente de mando un hombre había aparecido y el cazador de la jungla negra lo había reconocido.
—¡Él...! ¡El capitán...! —había chillado con voz estrangulada.
Ya estaba por hacer partir el tiro, cuando el purrun-hungse le arrebató bruscamente el arma.
—No cometas tal tontería —le dijo—. ¿Quieres hacernos asesinar a todos?
Tremal-Naik se le había vuelto en contra con el puñal alzado y los ojos llameantes.
—¿No lo has visto tú, entonces? —le preguntó.
—Sí —respondió Nimpor con voz tranquila.
—Yo lo habría matado.
—¿Y si tú hubieras fallado? —preguntó el purrun-hungse cruzando los brazos.
—Es verdad —murmuró Tremal-Naik.
—Sin embargo no todo está todavía perdido y tú podrás salvar a los hermanos del Sundarbans —continuó el viejo faquir—. ¿Has olvidado a Hider? Él nos espera cerca de la Devonshire.
Tremal-Naik no respondió: parecía aniquilado.
—A la orilla —ordenó el purrun-hungse.
La ballenera viró de bordo y remontó lentamente la corriente dirigiéndose hacia el muelle de la Strand. Estaban por arribar al punto indicado por el purrun-hungse, cuando un marinero que parecía estar oculto detrás de una enorme pila de cajas y de toneles, se arrojó hacia la orilla, diciendo:
—Rápido: ¡desembarquen...!
Aquel hombre era Hider, el contramaestre de la Devonshire.
Oyendo aquella voz, Tremal-Naik se había prontamente alzado, luego con un brinco de tigre se había arrojado sobre la gradería de la orilla.
—¡Ha partido! —gritó, acercándose al contramaestre.
—Lo sé —respondió Hider.
—Pero también tu cañonera debe partir, ¿verdad?
—Sí, esta noche, a la medianoche.
—Entonces no todo está perdido.
—¿Qué quieres decir? —preguntó el contramaestre, con estupor.
—Que nosotros podremos alcanzar a la Cornwall.
—¿En qué modo?
—Con la Devonshire —respondió Tremal-Naik con acento resuelto.
Hider lo miró sin responder. Creía que el cerebro del indio había enloquecido.
—¿Me has comprendido? —preguntó el cazador de la jungla negra con una especie de exaltación.
—No, te lo juro.
—¿Tu cañonera no es más rápida que la fragata?
—Es verdad.
—Entonces alcanzaremos la nave del capitán y la echaremos a pique.
—¡Echar a pique a la fragata...! ¿Estás loco?
—¿Lo crees imposible?
—Por lo menos dificilísimo y luego yo no comando la Devonshire. Si quisiera intentar cualquier cosa el comandante me haría meter fierros a las manos y a los pies.
—Esto no sucederá, tengo mi plan. ¿Cuántos afiliados hay a bordo de la cañonera?
—Somos seis.
—¿La tripulación entera asciende?
—A treinta y dos hombres —respondió Hider.
—Es necesario embarcar otros diez afiliados.
—¡Es imposible!
—Todo es posible cuando se lo quiere —dijo el purrun-hungse que había asistido a aquel coloquio—. Tremal-Naik es el enviado de Suyodhana y tú harás aquello que quiera.
—Que me diga cómo debo hacer para embarcarlos y yo obedeceré —dijo el contramaestre—. Yo estoy dispuesto a intentar todo para salvar a nuestros hermanos del Sundarbans.
—¿Qué está embarcando ahora la Devonshire? —preguntó Tremal-Naik.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Con este capítulo finaliza el agregado de la edición de 1903. Los próximos tres capítulos son idénticos en ambas versiones. Como era de esperarse, la historia no avanzó nada, y estamos donde había quedado a mitad del capítulo 26, “La fragata”.

Avadhuta: “Abd-hut” en el original, es una especie de devoto hindú que adora a Shivá. Deja de lado las ceremonias de la religión, y va desnudo, con el cuerpo embadurnado de ceniza.

Narthakis: “Nartachi” en el original, son bailarinas de danzas clásicas de la India.

Empopada: “Impoppata” en el original, dicho de un buque: Calar (alcanzar en el agua determinada profundidad por la parte más baja de su casco) mucho de popa.

Guindalezas: “gomene” en el original, en marina son cabos de 12 a 25 cm de mena (circunferencia), de tres o cuatro cordones corchados de derecha a izquierda y de 167 o más metros de largo, que se usan a bordo y en tierra.

Cabrestante: “Argano” en el original, es un torno de eje vertical que se emplea para mover grandes pesos por medio de una maroma o cable que se va arrollando en él a medida que gira movido por la potencia aplicada en unas barras o palancas que se introducen en las cajas abiertas en el canto exterior del cilindro o en la parte alta de la máquina.

Strand: Calle de la ciudad de Calcuta que corre sobre la margen este del río Hugli y lleva al fuerte William.

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