viernes, 23 de agosto de 2013

XXXIII. La liberación


El brahmán debía esperar aquella visita, ya que el golpe había apenas retumbado por la pagoda, que se lo vio salir de una especie de biombo, detrás del cual quizá estaba rezando ante alguna de las tantas encarnaciones de Visnú y dirigirse con paso rápido hacia la puerta.
Tremal-Naik y el viejo thug espiaban sus movimientos detrás de los ojos transparentes del monstruo que les servía de escondite.
El sacerdote tiró del grueso cerrojo y abrió lentamente la puerta, pero teniendo los brazos extendidos de modo de impedir el acceso en la pagoda.
Cuatro cipayos armados de fusil se presentaron, precedidos por un sargento que para Tremal-Naik y para su compañero fue de súbito reconocido como Bhârata.
—¿Qué desean? —preguntó el brahmán fingiendo la máxima sorpresa.
Los cinco indios, encontrándose ante aquel sacerdote, perteneciente a una casta tan elevada, permanecieron un poco perplejos, pero luego el sargento, más resuelto que sus compañeros, dijo:
—Perdóneme, sacerdote de Brahma, por haberlo importunado. En vez de usted, creí encontrar aquí a dos hombres que desde ayer a la noche perseguimos incansablemente.
—¿Y vinieron a buscarlos a esta pagoda? —preguntó el brahmán con creciente estupor.
—Tenemos la sospecha de que se han refugiado aquí —dijo Bhârata—. Hemos seguido sus huellas y si no nos hemos engañado con otras, los dos indios deben estar juntos en los alrededores de la pagoda.
—Aquí nadie ha entrado.
—¿Está seguro de eso?
—No he visto a nadie, por consiguiente puede ir a buscar en otros lugares a aquellos dos hombres —así diciendo hizo acto de cerrar la puerta del templo. Bhârata que quizá no fue persuadido por lo que había oído, le impidió continuar.
El brahmán arrugó la frente.
—¿Tú osas...? —dijo.
—Yo no oso nada —respondió el sargento, con acento resuelto—. Busco a aquellos dos hombres y nada más.
—¿Y qué quieres?
—Visitar la pagoda.
—¿Hombres armados en un templo dedicado a Visnú, el dios conservador que todos los indios temen y adoran?
—Depondremos las armas de fuego, si esto te place, pero entraremos.
—Hazlo entonces —respondió el brahmán, temiendo que una mayor resistencia agravase las sospechas del sargento.
—Gracias —respondió simplemente Bhârata.
Hizo deponer a sus hombres las armas de fuego, luego volviéndose hacia un segundo grupo de cipayos que se había detenido en la base de la gradería, dijo:
—Rodeen la pagoda, y si ven a alguien huir, hagan fuego.
Dicho esto, entró junto con otros cuatro, manteniendo la derecha en guardia sobre el sable para estar listo a desenvainarlo en caso de peligro.
La pagoda no ofrecía escondites para examinar, no teniendo anexa mas que una sola estancia que servía de habitación al brahmán. Los cinco cipayos no obstante examinaron cuidadosamente todos los ángulos, golpeando las piedras del pavimento para asegurarse de que debajo no existieran pasajes subterráneos, luego se detuvieron ante la estatua monstruosa del dios.
Bhârata hubiera quizá querido asegurarse si estaba vacía pero no osó cometer tal profanación. Era también él un indio y aún cuando se encontrase por muchos años al servicio del capitán, no había renunciado a su religión.
—¿Tú me aseguras que ningún hombre se ha refugiado en la pagoda? —preguntó nuevamente al brahmán.
—Ninguna persona ha entrado —respondió tranquilamente el sacerdote.
—Sin embargo aquellos dos indios deben haberse escondido en estos alrededores.
—Búsquelos.
—Lo haré, puede estar seguro de eso. Adiós, sacerdote de Brahma.
Los cinco cipayos salieron lentamente del templo dando alrededor una última mirada y descendieron la gradería.
El brahmán esperó a que se hubieran alejado, luego cerró la puerta y dada la vuelta al templo se puso a observar detrás de un pequeño agujero semiescondido por una cabeza de elefante esculpido en un bloque de piedra negra.
—¡Ah! —murmuró después de algunos instantes—. ¡Se preparan para bloquear la pagoda! Háganlo entonces; si ustedes son pacientes entonces nosotros lo seremos más, dañinos hombres vendidos a la raza que oprime nuestro país.
Dejó el observatorio y se dirigió hacia la monstruosa divinidad haciendo saltar el muelle. A través de la ventanilla aparecieron de súbito las cabezas de Tremal-Naik y del viejo thug.
—Por ahora nada tienen que temer —dijo el brahmán.
—¿Se han ido? —preguntó Tremal-Naik, que comenzó a respirar libremente.
—No, bloquean la pagoda.
—¿Tienen entonces sospechas?
—Lo temo.
—¿Cree que se marcharán de allí pronto?
—Lo dudo.
—¿Y no hay ningún modo para hacernos escapar?
—Ninguno.
—¿No hay algún subterráneo que comunique con la floresta? —preguntó el viejo thug.
—Esta pagoda no tiene.
—Sin embargo es necesario que escapemos —dijo Tremal-Naik—. Nos esperan en otro lugar.
—Si salen, aquellos renegados los atraparán —respondió el brahmán.
—Óyeme —dijo el thug—. ¿Tienes un hombre de confianza?
—Sí, un chico que es el encargado de traerme las viandas.
—¿Cuándo vendrá?
—En breve.
—¿Conoce la ciudad india?
—Ahí nació.
—Es necesario que vaya a buscar a un purrun-hungse que se llama Nimpor. Aquel faquir, que es nuestro amigo, nos salvará.
—¿Dónde se encuentra?
—En la pagoda dedicada a Krishna. Lo llaman el faquir de la flor, teniendo una plantita en su mano izquierda.
—Lo mandaré a buscar —dijo el brahmán—. ¿Qué debo hacerle decir...?
—Que sus dos amigos Tremal-Naik y Moh se encuentran bloqueados por los cipayos en esta pagoda.
—¿Nada más?
—Añadiría que los cipayos están guiados por el sargento del capitán Macpherson.
—Antes de esta noche tendrán novedades del purrun-hungse, se los prometo —dijo el brahmán.
Les trajo una jarra llena de arroz condimentado con pescado y una botella de jugo de toddy ligeramente fermentado y varias bananas de la especie pequeña y muy exquisita que en todo tiempo constituyeron el alimento preferido de los sabios y de los sacerdotes de Brahma y por esto llamaron al árbol que los produce musa sapientum, los modernos botánicos.
Hecho esto cerró la ventanilla augurando a los dos prisioneros comer con apetito y dormir sin ningún problema.
Tremal-Naik y el viejo thug que estaban famélicos, no habiendo puesto nada bajo los dientes desde la noche de la jornada anterior, se apresuraron en hacer desaparecer los alimentos, luego se tumbaron lo mejor que pudieron, poniéndose los puñales al alcance de la mano y se adormecieron plácidamente.
Dormían ya varias horas, cuando fueron despertados por el salto del muelle. Temiendo siempre una traición o el regreso de los cipayos, se apresuraron a alzarse teniendo en manos los puñales.
La oscuridad había invadido el interior del monstruoso animal, no obstante de la ventanilla abierta vieron entrar un poco de luz suficiente para distinguir la leal cara del sacerdote brahmán.
—El niño ha vuelto ahora mismo —dijo este.
—¿Ha encontrado al purrun-hungse? —preguntaron a una voz los dos prisioneros.
—Sí —respondió el sacerdote.
—¿Y qué le ha dicho a él? —preguntó Tremal-Naik.
—Que esta noche serán liberados.
—¿En qué modo?
—Lo ignoro todavía, pero me ha dado orden de iluminar el templo y de prepararme a recibir una procesión, debiéndose festejar el Maatu Pongal. Ya ayer en todas las casas de la ciudad india han celebrado el Thai Pongal.
—¿Él vendrá aquí entonces?
—Sí, y creo adivinar el plan del purrun-hungse —dijo el sacerdote.
—¿Y cuál sería?
—De transportarlos quizá fuera de aquí junto al dios para bañarlo en las aguas del Ganges.
—¿Sabe Nimpor que nosotros estamos escondidos aquí dentro...?
—He dicho al niño que se lo diga.
—Debe ser tarde —dijo el viejo thug.
—El sol está por ponerse.
—¿Y los cipayos? —preguntó Tremal-Naik.
—Velan siempre afuera —respondió el sacerdote—. Nosotros no obstante los engañaremos.
—¿Y no se opondrán a la fiesta?
—Que prueben, si se atreven. Nadie, ni siquiera las autoridades inglesas pueden impedirnos la celebración de nuestras fiestas. Subo a la cúpula a espiar el arribo del purrun-hungse y de sus secuaces.
Cerrada la ventanilla, fue a espiar a los cipayos que habían acampado a breve distancia de la pagoda, poniendo centinelas en diversos lugares, a fin de impedir cualquier evasión y por medio de una escalerita que giraba alrededor de la cúpula, subió hasta la cima.
Desde aquella altura la mirada podía abarcar un vasto trecho de la región circunstante. A los últimos rayos del sol moribundo, el brahmán pudo observar las espléndidas orillas del río gigante, las campiñas que se extendían detrás de la pagoda, con sus bosques de cocoteros, sus plantaciones de añil y de algodón y sus arrozales, y distinguir también a lo lejos la Ciudad Blanca y la Ciudad Negra lánguidamente extendidas sobre la ribera izquierda.
El sol descendía en medio de un océano de fuego, haciendo llamear, con sus últimos rayos, las aguas del sagrado río y las cúpulas de las innumerables pagodas emergentes entre el verde denso de las palmeras, de los tamarindos, de los cocoteros, de las palmeras tara y de los banianos. Por el aire, límpido como rara vez se puede ver en nuestros climas y centelleante por el reflejo de las aguas y del ocaso, volaban alborotando nubes de marabúes, las fúnebres aves del Ganges que se alimentan de los cadáveres que los indios abandonan a la sagrada corriente a fin de dirigirse más directamente al paraíso de su divinidad, y bandadas de cuervos, cigüeñas, busardos y ánades.
En el agua en cambio se deslizaban graciosamente las barcas de todas las formas y se oían alzarse las monótonas cantilenas de los remeros.
El brahmán, después de haber mirado a lo largo del río y los arrozales vecinos ya cubiertos de largos tallos verdes sosteniendo los granos gruesísimos, fijó la mirada en un grupo de cabañas medio sepultadas entre las densas bóvedas de las palmeras y circundadas de espesos matorrales.
Un larga franja negra serpenteaba entre los arrozales y avanzaba lentamente.
Parecía, vista desde aquella altura, una columna de hormigas, pero la mirada aguda del brahmán había ya adivinado que se trataba de una multitud de personas.
—Son ellos —murmuró.
La observó por algunos minutos, cuando por el aire tranquilo oyó alzarse de imprevisto un lejano clamor. Se oían gritos humanos confundidos con el sonido estridente y agudo de los tamtan, el profundo retumbar de los tambores, el redoble de los dholak y el clamor de las trombas.
—Sí, vienen —murmuró el brahmán.
Se inclinó sobre la verja de hierro que protegía la cúpula y miró a los cipayos.
Los soldados del capitán Macpherson habían también oído aquellos lejanos clamores y habían abandonado su chozas improvisadas con ramas y hojas y se habían prontamente armado como si temiesen un inesperado asalto.
—Hagamos preparar el Pongal —dijo el brahmán.
Subió sobre una de las cuatro agujas y tomando una maza de madera cubierta de cuero se puso a batir furiosamente un gigantesco disco metálico, un tamtan.
La placa, excesivamente sonora, dio un sonido resonante, agudísimo, rompiendo bruscamente el silencio que reinaba en torno a la pagoda y repercutiéndose en los boscajes vecinos y por los arrozales.
El brahmán continuó aquella música ensordecedora por dos buenos minutos, luego viendo acudir a varios indios que habitaban un vecino poblado, semiescondido por las palmeras, descendió a la pagoda y fue a abrir la puerta. Bhârata, acompañado por dos cipayos se encontraba ya sobre la gradería.
—¿Qué sucede? —preguntó al brahmán.
—Nos preparamos para festejar el Maatu Pongal —respondió el sacerdote—. ¿No oyes los mugidos de las vacas...?
—¿Entrará mucha gente a la pagoda...?
—Ciertamente.
—Yo no lo permitiré.
El brahmán cruzó los brazos sobre su pecho y mirando al sargento con los ojos semicerrados, le dijo con voz calma:
—¿Y desde cuándo los cipayos y el gobierno que les paga, se permiten impedir las ceremonias de los hindúes...?
—Hay dos hombres escondidos en su pagoda —respondió Bhârata—. Con tanta muchedumbre pueden huir.
—Búsquelos, antes de que los fieles secuaces de Visnú lleguen aquí.
—No sé dónde se encuentran.
—Ni yo tampoco.
Luego, sin cuidarse del sargento, se volvió a diez o doce campesinos que habían acudido a los rimbombantes toques del tamtan.
—Enciendan el fuego del Pongal —les dijo.
—No permitiré a aquella gente que avanza entrar en la pagoda —dijo Bhârata.
—Pruébalo —le respondió el brahmán.
Luego le volvió la espalda regresando al templo.
Mientras tanto los campesinos habían encendido un fuego gigantesco en la base de la gradería, luego habían regresado a sus cabañas para tomar las ollas, el arroz y la leche a fin de preparar todo para el Maatu Pongal.
Esta ceremonia que se festeja en el décimo mes de Thai que corresponde a nuestro enero, es una de las más observadas por los hindúes. Está destinada a celebrar el retorno del sol al hemisferio septentrional y dura dos días.
La primera se llama Thai Pongal y se hace en casa. Se ponen a hervir los cacharros llenos de leche purísima y de arroz y del modo en que el líquido bulle, se obtienen los augurios. Primero, no obstante, la hornilla debe ser purificada con estiércol de vaca.
El arroz, después de cocinado, se sirve a los miembros de la familia y a todos aquellos que
han asistido a la ceremonia.
La segunda en cambio se llama Maatu Pongal, o sea la fiesta de las vacas, animales considerados sagrados por los indios. Se toman varios animales, se doran sus cuernos, se embellecen sus colas con ramos de flores, luego se los conduce en procesión por la campiña, precedidos y seguidos por una multitud de ejecutantes, faquires, encantadores de serpientes, bayaderas, sacerdotes y ante las pagodas llegan para comer el arroz hervido en la leche.
Alimentadas las vacas, se mata a un animal reservado para la fiesta, no importa que sea un caballo, un buey, un tigre o un simple ratón, después de haberlo dejado en libertad para ver qué camino toma. De la dirección se obtienen buenos o malos augurios.
Durante esta ceremonia también los sacerdotes echan las suertes para conocer los acontecimientos del año siguiente, mientras que aquellos que han tomado parte de la fiesta se hacen recíprocamente regalos y se intercambian los augurios por un buen Pongal.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Varias referencias a festividades típicas que curiosamente Salgari transcribe seguramente de la página 183 de “Il costume antico e moderno o storia del governo, della milizia ..., Volume 3” de D.G. Ferrario (1824).

Musa sapientum: “Musa sapientium” en el original, es el nombre científico de la “banana latundam”, uno de los plátanos más comunes de las Filipinas.

Maatu Pongal: “Madace-pongol” en el original, es el tercer día del festival “Thai Pongal” en el que se da las gracias al ganado.

Thai Pongal: “Poerum-pongol” en el original, nombre del festival de la cosecha de cuatro días en el estado de Tamil Nadu que se festeja en el solsticio de invierno. Este nombre también lo recibe el segundo y más importante día del festival en el que se prepara el “Pongal”.

Ciudad Negra: O “Black Town” en inglés, era el nombre con el que a mediados del S.XIX se conocía en Calcuta al área habitada por los indios, ubicada al norte de la ciudad.

Ánades: “Anitre” en el original, son aves con los mismos caracteres genéricos que los patos.

Pongal: “Pongol” en el original, plato consistente en arroz hervido en leche fresca y panela (azúcar morena) en vasijas de barro nuevas. Al arroz luego se le agrega azúcar, manteca, anacardos (castañas de cajú) y pasas.

Cantilena: Cantar, copla, composición poética breve, hecha generalmente para que se cante.

Thai: Décimo mes del calendario Tamil, que va de mediados de enero a mediados de febrero, proveniente del estado de Tamil Nadu.

Hornilla: “Fornello” en el original, hueco hecho en el macizo de los hogares, con una rejuela horizontal en medio de la altura para sostener la lumbre y dejar caer la ceniza, y un respiradero inferior para dar entrada al aire. También existe separada del hogar.

Bayaderas: “Bajadere” en el original, es una bailarina y cantora india, dedicada a intervenir en las funciones religiosas o solo a divertir a la gente con sus danzas o cantos.

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