jueves, 15 de agosto de 2013

XXXII. La muerte de Windhya


El faquir no se había engañado.
A los primeros clarores del alba, había divisado tres chalupas montadas por una docena de cipayos, paradas en medio del río, como si vigilasen la desembocadura de la galería.
Probablemente los hombres que las montaban, debían ignorar el punto exacto donde cesaban los grandes subterráneos de la vieja pagoda, ya que de otra manera no habrían dudado en entrar a fin de tomar a los fugitivos entre dos fuegos, pero debían haber estado informados que la galería desembocaba cerca de aquella orilla.
Tremal-Naik, divisando aquellas tres chalupas, se había puesto pálido. Retrocedió lentamente hasta alcanzar al faquir y plantándole encima dos ojos llenos de amenaza, le dijo:
—¡Alguien entonces nos ha traicionado...!
—Lo veo —respondió Windhya.
—¿Quién será ese “alguien”...?
—¿A mí me lo preguntas?
—Tú me has asegurado que nadie conocía la existencia de estas galerías.
—Y te lo confirmo.
—Tú has mentido.
—No.
—Si así fuese, aquellos hombres no estarían allí.
—¿Te has olvidado de Bhârata pues? —preguntó el faquir—. Él es el hombre que nos ha perdido.
—¡Bhârata...!
—¡Sí, él! Él nos ha oído conversar, me ha oído hablar de una desembocadura en el Ganges y apenas libre ha dado las órdenes a fin de vigilar la ribera.
—Así debe ser —confirmó el viejo thug—. El sargento se ha aprovechado de nuestras confidencias para impedirnos la fuga.
—Y ahora... ¿qué hacemos? —preguntó Tremal-Naik.
—Intentemos un golpe desesperado —respondió Windhya—. Si permanecemos aquí, pronto nos caerán los cipayos que se adentraron a través de los subterráneos.
—¿Y la puerta de hierro?
—A esta hora la habrán hecho saltar con alguna mina.
—¿Y qué quieres intentar?
—Somos todos buenos nadadores, solamente el dandi no era muy fuerte, pero aquel pobre diablo ya no está más entre nosotros. Sumerjámonos y nademos bajo el agua intentando llegar a la orilla opuesta.
—Si los hombres de las chalupas nos descubren nos prenderán a tiro de fusil.
—Lo sé, pero yo probaré igualmente suerte. El río arrastra siempre consigo los cadáveres, los troncos de árbol, las urnas funerarias, por consiguiente no es cosa fácil descubrirnos. ¡Al agua! —Oigo ya a los cipayos que avanzaban.
No había duda. Dentro de pocos instantes los soldados que les perseguían a través de las galerías derribando todos los obstáculos con las minas, deberían llegar hasta aquel último refugio y hacerlos prisioneros. Hicieron una abundante provisión de aire, luego se sumergieron abandonando la galería.
Tremal-Naik, en vez de atravesar el río en línea recta, se dejó transportar por la corriente para no chocar contra las tres chalupas que habían anclado a trescientos pasos de la orilla, nadando con vigor supremo y manteniéndose sumergido lo más que podía.
Reteniendo la respiración, hasta el punto de sentirse la sangre silbar en los oídos, recorrió doscientas brazas, luego remontó a la superficie no dejando emerger más que la punta de la nariz. Renovada su provisión, volvió a meterse abajo intentando cortar la corriente para arribar entre las plantas acuáticas de la orilla opuesta. Había ya recorrido otras ciento cincuenta brazas, cuando al salir a flote, oyó un disparo, seguido de un alarido.
—Alguien ha sido golpeado —pensó.
Aun cuando se sentía exhausto, continuó nadando bajo el agua, hasta que se percató de que estaba por perder los sentidos. A riesgo de recibir una bala en el cráneo, con un golpe del talón volvió a subir.
Estaba por emerger, cuando chocó contra una masa que la corriente arrollaba.
—Algún cadáver o algún tronco de árbol —pensó. Lo aferró luego manteniéndose oculto detrás de aquella masa y asomó la cabeza abriendo los ojos.
Un grito, apenas sofocado, se le escapó. Aquel cadáver que lo había chocado era el de Windhya.
El desgraciado faquir había recibido una bala en el cráneo y seguía el hilo de la corriente, enrojeciendo el agua todo alrededor. Tremal-Naik rechazó con repugnancia aquel cuerpo todavía tibio, luego volvió a meterse bajo el agua. Había divisado la orilla a breve distancia mientras las chalupas se encontraban ya lejos a medio kilómetro.
Recorrió aquel trecho en dos etapas, nadando desesperadamente por temor a ser descubierto y asesinado como el pobre faquir y llegó en medio de un matorral de hojas flotantes redondas y muy grandes, los ghil, especie de loto que produce raíces gruesas, semejantes a los nabos y que son ávidamente buscados por los habitantes del Ganges.
Una banda de pájaros acuáticos, de ibis morenas, de patos brahmánicos, de cormoranes y de espléndidas fochas de plumas color índigo, se alzaron alborotando y volaron, atravesando el río.
Tremal-Naik, temiendo que los cipayos de las chalupas sospecharan el verdadero motivo de aquella fuga precipitada de las aves, estuvo por algunos minutos escondido entre las hojas flotantes, luego se acercó lentamente a la orilla que en aquel lugar descendía dulcemente, esparcida de malezas y altas hierbas y con un último impulso brincó fuera del agua.
Arrastrándose entre las hierbas, alcanzó felizmente un grupo de mangos, bellísimas plantas que crecen en gran número en las orillas del sagrado río y que producen frutas excelentes, largas de tres o cuatro pulgadas, cubiertas de una cáscara verdosa y dura que esconde una pulpa de un bello color amarillo dorado y de un sabor muy aromático.
Ocultándose en lo denso del matorral, se irguió sobre una gruesa rama cubierta de denso follaje y miró hacia el río.
De las tres chalupas, dos se habían arrimado a la desembocadura de la galería donde se veían salir algunos cipayos, probablemente aquellos que habían atravesado los subterráneos de la vieja pagoda; la tercera en cambio descendía el Ganges como si procurase alcanzar alguna cosa que la corriente arrollaba.
—Buscan el cadáver del faquir —murmuró Tremal-Naik—. ¿Y del viejo thug qué habrá sido? ¿se habrá ahogado o lo habrán atrapado?
Había apenas pronunciado estas palabras, cuando vio las hojas de ghil que poco antes había atravesado, agitarse como si alguien se forzase a deslizar en medio de los tallos que los sostenían.
Primero creyó que se trataba de algún gran pez, pero observando con mayor atención divisó que una cabeza humana, perfectamente rasurada como usan la mayor parte de los bengalíes, poco a poco emergía.
—El thug —murmuró.
Se llevó una mano a los labios e imitó al alarido del chacal.
El indio alzó la cabeza y miró hacia la orilla. Había comprendido que un amigo estaba cerca,
todavía dudaba en dejar su escondite acuático.
—Ven —gritó Tremal-Naik—. Ya no tenemos nada más que temer.
El viejo se lanzó a la ribera, se arrojó entre las hierbas y alcanzó el matorral.
—Estamos a salvo —dijo—. Estoy contento de que también tú hayas escapado a la persecución.
—¿Sabes que Windhya ha sido asesinado?
—Lo sé, Tremal-Naik —respondió—. Cuando los cipayos le han disparado se encontraba a diez pasos de mí.
—¿Y nosotros qué haremos ahora...?
—Huiremos hacia el sur.
—¿Y luego?
—Iremos a buscar al purrun-hungse.
—¿Y el capitán...?
—No es el momento de pensar en él por ahora.
—¿Y si hubiera ya partido...?
—No lo creo, Tremal-Naik. Apresurémonos a alejarnos, antes de que las chalupas se dirijan a esta parte; los cipayos vienen a inspeccionar la orilla.
—¿Conoces el camino...?
—Bastará seguir la orilla manteniéndonos a una cierta distancia —respondió el thug.
Estaban por salir del matorral, cuando vieron salir de un arrozal vecino a un sacerdote brahmán, un bello hombre de estatura bastante alta, con una barba imponente que comenzaba ya a encanecerse y vestido con un manto blanco. Tenía en una mano un jarro de metal reluciente, capaz de contener tres o cuatro litros de agua.
—He aquí un inoportuno que viene a bañarse precisamente aquí —dijo Tremal-Naik.
—Quizá es una suerte para nosotros —respondió el thug—. Ese hombre puede darnos refugio y protegernos contra los cipayos que no osarán violar la casa de un sacerdote de Brahma. Dejémosle cumplir sus servicios, luego lo abordaremos.
El brahmán pasó al lado del matorral sin advertir la presencia de los dos fugitivos, descendió lentamente la ribera manteniendo los ojos fijos en el sol que ahora se alzaba sobre el horizonte, se desembarazó del manto, luego se bañó los pies y las manos. Hecho esto recogió un poco de agua en la palma derecha, la alzó haciéndola correr hacia la muñeca como enseña el acamana, luego se tocó la nariz, la boca, las orejas, los labios, los ojos, el abdomen y los hombros murmurando las plegarias correspondientes.
Cumplida aquella primera ceremonia, se sentó en la orilla girando el rostro hacia los cuatro puntos cardinales, se limpió los dientes usando un pedazo de madera verde, operación que los brahmanes deben cumplir al salir el sol, a fin de evitar que su alma, en un futuro nacimiento, pase al cuerpo de un insecto inmundo, siendo tal sus necias creencias, por consiguiente recogió un poco de fango y se trazó varias señales en la frente.
Pero no había aún terminado. Los brahmanes han de cumplir tantas ceremonias singulares durante el día, para poner a dura prueba su paciencia. Después de aquella primera limpieza, los sacerdotes deben recoger flores y hacer un ramillete que se llevan a casa, luego embadurnarse el cuerpo entero con fango, por consiguiente descender al río hasta que el agua llegue a su pecho y manteniendo siempre la cabeza vuelta hacia oriente, entrelazar los dedos de varias maneras, cubrirse el rostro con los cabellos, taparse por algún tiempo los oídos con los pulgares, por consiguiente meterse los meñiques en las narinas y los otros dedos en los ojos y sumergirse tres veces bajo la ola sagrada.
Cumplidos aquellos diversos movimientos que harían reír a un europeo, deben juntar las manos repitiendo tres invocaciones a su dios, arrojarse agua sobre la cabeza, recogiéndola luego en las manos unidas y ofrecerla por tres veces al sol y finalmente hacer una última inmersión recitando algunas fórmulas para asegurarse la beatitud en esta y en la otra vida.
El brahmán, que había descendido hasta el Ganges, terminado su largo y aburridísimo baño, volvió a subir a la orilla sentándose a breve distancia del matorral, luego mezclando un poco de minio y de fango, se trazó los signos especiales de su casta, una mancha en medio de la frente, una en la parte superior de la nariz y varias en el cuerpo, utilizando ahora un dedo, y ahora otro, porque cada marca debe ser hecha con un dedo diferente. Estaba por alzarse a fin de ir a beber una bocanada de agua del sagrado río, cuando el viejo thug se le arrimó dándole los buenos días.
El brahmán miró al indio e hizo acto de arrojar el ramillete creyendo que el thug pertenecía a alguna baja casta, así debiendo hacer cuando encuentran un mísero perteneciente a la ínfima clase, pero el viejo lo contuvo con un gesto, diciéndole con orgullo:
—Yo soy un secuaz de Kali y pertenezco a la casta de los chatrias (guerreros).
—¿Qué quieres de mí? —preguntó el brahmán.
—Pedirte asilo hasta esta noche.
—¿No tienes una casa tú...?
—Sí, pero está lejos y luego, mi compañero y yo estamos expuestos a un grave peligro.
—¿Quién te amenaza...?
—Aquellos cipayos que ves recorrer el río.
—¿Has robado tú...?
—No.
—¿Matado a hombres que pertenecían a mi casta y a la tuya...?
—Tampoco.
—Entonces sígueme —dijo el brahmán.
—¿Estaré seguro en tu casa?
—Una pagoda es inviolable.
—¡Mira...! —dijo en aquel momento Tremal-Naik—. Los cipayos vienen.
El viejo thug lanzó sobre el río una rápida mirada. Las dos chalupas que se habían detenido cerca de la desembocadura de los subterráneos de la vieja pagoda, embarcados los cipayos de Bhârata, estaban atravesando el Ganges con gran velocidad.
—¡Esos perros continuarán la caza...! —exclamó, con sorda rabia—. Dentro de poco los tendremos otra vez en los talones.
—Y Bhârata estará a la cabeza —dijo Tremal-Naik.
—Vengan —dijo el brahmán.
Mientras los cipayos luchaban con gran empeño por alcanzar la orilla opuesta, para explorarla, el brahmán y los dos fugitivos atravesaron rápidamente el matorral de mangos y se metieron en medio de un arrozal.
Al otro lado, entre el verde oscuro de los cocoteros y de los pipal, de los nim y de las palmeras tara que formaban un pequeño bosque, se veían erguirse las agujas ligeras de una pagoda, rematadas por bolas de metal que el sol hacía centellear como si fueran de oro fundido.
El brahmán guió a sus huéspedes a través del arrozal y del boscaje y se detuvo delante de una modesta pagoda formada por una grande y altísima cúpula rematada por cuatro agujas y por un asta de hierro sosteniendo una gruesa serpiente de cobre; probablemente la Adishesha, aquel gigantesco reptil que los gigantes de la antigüedad, por consejo de Visnú, sacaron del océano de leche para circundar el monte Meru y procurarse el amrita, o sea, el licor de la inmortalidad.
El brahmán subió rápidamente la gradería, empujó la gruesa puerta de la pagoda cubierta de placas de bronce verdoso y los introdujo al interior, cerrando luego la entrada con un enorme cerrojo.
—Están en el templo dedicado a la cuarta encarnación de Visnú —dijo—. Ningún indio osará entrar aquí sin mi permiso.
—Los cipayos están al servicio del gobierno inglés —observó Tremal-Naik.
—Pero siguen siendo indios —respondió el sacerdote.
El templo estaba casi despojado de ornamentos, pero en medio surgía un monstruoso animal de metal dorado mitad hombre y mitad león que representaba a Visnú en su cuarta encarnación, esto es cuando asumió aquella forma para combatir al gigante Jirania Kashipú que había obtenido de Brahma el privilegio de no poder ser asesinado ni por los dioses, ni por los hombres, ni por los animales.
El brahmán se arrimó al monstruo, hizo saltar un muelle que se mantenía oculto en el vientre del monstruoso animal y se abrió una ventanilla capaz de dejar pasar a un hombre, empujó dentro a los dos indios, diciéndoles:
—Allí estarán seguros; nadie los descubrirá.
El interior de aquel león de cabeza humana estaba vacío y tenía tanto espacio como para contener cómodamente a seis personas. De los ojos del monstruo, grandísimos y compuestos de una sustancia transparentísima, se filtraba luz suficiente para iluminar aquel escondite.
Los dos indios se pusieron de pie, se arrimaron a aquellos ojos y pudieron distinguir muy bien no sólo las paredes de la pagoda sino también la puerta que se abría sobre la gradería. El viejo thug hizo un gesto de satisfacción.
—Podremos observar lo que sucederá en el interior de la pagoda —dijo.
—¿Quizá por desconfiar del brahmán? —preguntó Tremal-Naik.
—No —respondió el thug—. Los brahmanes odian a los ingleses porque son los opresores de la India y odian a la par a los cipayos que han aceptado el yugo vergonzoso, hasta haberse convertido en aliados de la maldita raza blanca. Él ha prometido salvarnos y aun cuando ignore los motivos de nuestra fuga, mantendrá escrupulosamente la palabra.
—¿Y crees tú que los cipayos nos dejarán tranquilos?
—No tengo esa esperanza. Si fueran capaces de descubrir nuestras huellas, bloquearán la pagoda y quizá también osarán entrar para buscarnos.
—Corremos peligro de ser atrapados.
—¡Uf...! ¿Quién supondrá que nosotros estamos escondidos en el cuerpo de este animal?
—Pueden tener alguna sospecha y destripar la encarnación de Visnú.
—¡Ellos...! ¡Los indios...! ¡Oh...! No cometerían tal sacrilegio.
—Tanto así, pero si bloquean la pagoda nos impedirán salir —dijo Tremal-Naik.
—Terminarán por cansarse.
—Y el capitán mientras tanto partirá para Rajmangal.
El thug fue golpeado por aquella observación.
—Es verdad —murmuró luego—. Y si parte será la ruina de todos los secuaces de Kali.
—Y quizá la muerte de la niña que amo —dijo Tremal-Naik con un suspiro sofocado—. No, aquel hombre no debe partir: es necesario que lo mate para arrancar de la muerte a la virgen de la pagoda.
—Quizá retrase su partida hasta el regreso de sus cipayos.
—¿Quién te lo asegura?
—Nadie, supongo.
—¿Y si en cambio partiese?
El viejo thug había permanecido silencioso, no sabiendo qué responder. Pero de repente se golpeó la frente exclamando con tono triunfante:
—¡Nos hemos olvidado del purrun-hungse...!
—¿El faquir del brazo anquilosado?
—Sí, Tremal-Naik.
—¿Y qué concluyes...?
—Que aquel hombre puede quizá salvarnos.
—¿En qué modo?
—No lo sé, pero tengo una gran confianza en el viejo Nimpor. Él es un faquir temido y respetado, que sabe hacerse obedecer por todas las otras sectas de faquires y por los encantadores de serpientes y que todo lo puede. Advirtámosle de nuestra peligrosa situación y verás que él encontrará el modo de hacernos salir de aquí y de conducirnos a salvo.
—¿Y quién se encargará de advertirle?
—El brahmán.
—¡Ah!
En aquel instante un golpe sonoro retumbó en la pagoda, despertando el eco de la gran cúpula.
—¡Los cipayos...! —exclamó el viejo thug, con un estremecimiento.
—Silencio —dijo Tremal-Naik.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

“...a la casta de los Chatrias (guerreros)”: La primera es la de los brahmanes y es la más noble, la segunda es la de los guerreros, la tercera de los cultivadores y la cuarta de los siervos y de los artesanos.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Brazas: 1 ftm = 1,8288 m. Por lo tanto, 200 ftm equivalen a 365,76 m; 150 ftm equivalen a 274,32 m.

Ghil: No encontré definición ni traducción para este término.

Pulgadas: 1 in = 2,54 cm. Por lo tanto, 3 in equivalen a 7,62 cm; 4 in equivalen a 10,16 cm.

Acamana: “Achumunu” en el original, es el acto de purificación en el que se lavan las manos antes de una ceremonia.

Minio: Óxido de plomo en forma de polvo, de color rojo algo anaranjado, que se emplea como pintura antioxidante.

Chatrias: “Kotteri” en el original, en la India, individuo perteneciente a la segunda casta, o sea noble, guerrero.

Monte Meru: “Montagna Mandoraguire” en el original, es una montaña sagrada en varias culturas. Para el hinduismo tiene un pico en forma de cono truncado de 450.000 km de altura; probablemente haga referencia a la cordillera del Pamir, una de las más altas del mundo y vinculada al Himalaya.

“Visnú en su cuarta encarnación”: Es el cuarto avatar de Visnú llamado “Narasinja” (hombre león) y era, como describe Salgari, mitad hombre y mitad león.

Jirania Kashipú: “Ereniano” en el original, era el hermano de Jirania Akshá, asesinado por Varaja (tercer ávatar de Visnú con forma de jabalí). En venganza decide matar a Visnú obteniendo poderes místicos. Dichos poderes fueron otorgados por Brahma como relata Salgari. Posteriormente Narasinja lo mató.

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