jueves, 8 de agosto de 2013

XXXI. La persecución


Seguir al faquir no era cosa fácil con aquella profunda oscuridad que reinaba en la segunda caverna, y estando ahora ya desprovistos de antorchas. Sus compañeros se encontraban en una condición extremadamente embarazosa, no sabiendo dónde dirigirse y siendo por demás obligados a nadar para mantenerse a flote, no habiendo encontrado ningún punto de apoyo.
El agua que se había lanzado a través de las galerías, se había acumulado en aquella caverna por causa de la inclinación del terreno y era todavía muy alta como para no permitir a los cuatro indios tocar el fondo.
—¿Adónde vamos? —preguntó Tremal-Naik que comenzaba a ponerse inquieto—. Me encuentro turbado.
—Procura seguirme —dijo Windhya—. Sé dónde se encuentra la galería que debe conducir al Ganges.
—¿La encontrarás con esta oscuridad...?
—Lo espero.
—¿Y estará sumergida también aquella?
—No, porque debe estar mucho más alta que la caverna.
—¿Y si no podemos descubrirla?
El faquir no respondió.
—Habla —insistió Tremal-Naik.
—Entonces para nosotros habrá terminado —dijo Windhya con resignación.
—Los cipayos nos alcanzarán, ¿es cierto...?
—No son los hombres del capitán lo que temo; la galería llena de agua que hemos apenas atravesado basta para protegernos. Es el agotamiento de nuestras fuerzas lo que me espanta.
—Yo comienzo ya a estar cansado —dijo el dandi que nadaba fatigosamente—. Si debiera resistir a flote todavía media hora me iría a pique.
—Ve a buscar la galería —dijo Tremal-Naik a Windhya—. Nosotros procuraremos seguirte.
El faquir se puso a nadar hasta que encontró la pared de la tenebrosa galería, luego se puso a seguirla para descubrir más fácilmente el pasaje.
Tremal-Naik y sus compañeros, guiados por el gorgoteo del agua removida por las piernas del nadador, se habían puesto a seguirlo, procurando mantenerse unidos a fin de no perderse.
Aún cuando fueran los cuatro valientes y resueltos, el oscuro retumbar de las aguas afectado por sus miembros y aquella profundísima oscuridad, causaban una gran impresión a sus ánimos. Incluso Tremal-Naik se sentía tomado, poco a poco, por una vaga sensación de terror que se hacía gigante.
Ya dos veces el faquir había dado la vuelta a la caverna sin haber encontrado nada. La desesperación, acrecentada por la oscuridad y por el temor de un peligro inminente estaba por atraparlo, cuando sus pies chocaron contra un obstáculo.
Alargó rápidamente una pierna y le pareció subir un escalón.
—¡Quizá estemos salvados! —exclamó con acento triunfante.
—¿Has encontrado la apertura? —le preguntó el dandi con voz angustiosa—. Yo no resisto más; me siento fallecer.
—He encontrado un punto de apoyo —respondió Windhya.
—¿Podemos estar también nosotros? —preguntó el thug—. También yo estoy agotado.
—Estamos cerca de la galería, hay un escalón debajo mío.
—Arribado —dijo Tremal-Naik.
El faquir alargó la mano y sintió cerca de sí los otros escalones, los agarró gritando:
—¡Vengan, entonces estamos salvados!
Otros escalones se encontraban sobre él. Comenzó a subir y en breve sus manos encontraron una abertura. Con un último impulso se irguió y se encontró delante de un pasaje.
—Ya estamos —dijo—. Vengan y llegaremos a las orillas del Ganges.
—¿Ves la luz? —preguntó Tremal-Naik.
—No todavía; deberemos pasar otras galerías y otras cavernas.
Sus tres compañeros, guiados por su voz, no tardaron en llegar cerca de la escalera.
Windhya ya se había metido en la galería y avanzaba a tientas, no sabiendo precisamente donde se encontraba.
Había recordado en aquel momento que en las cavernas existían otros pasajes pero que nunca habían sido explorados, por consiguiente ignoraba si el camino encontrado era aquel que conducía a las orillas del Ganges.
—Qué desgracia que nuestras antorchas se han ido a perder —murmuraba—. No sé si con esta oscuridad podremos salir del apuro.
De repente chocó contra un obstáculo que parecía que cerraba la galería.
A pesar de los estremecimientos que demostraba por causa del frío que reinaba en aquellos subterráneos y por la larga inmersión entre las aguas que habían invadido las galerías, se sintió bañar la frente de algunas gotas de sudor.
—¿Dónde estamos? —se preguntó con angustia—. ¿Nos habremos perdido en estos inmensos subterráneos de la pagoda?
—¿Qué tienes? —le preguntó Tremal-Naik que le había caído encima, no previendo aquella imprevista parada del faquir.
—El camino está cerrado —respondió Windhya.
—¿Entonces te has equivocado?
—Lo temo.
Por algunos instantes un silencio pavoroso reinó entre aquellos cuatro hombres.
Aquel inesperado obstáculo que les impedía de proseguir la fuga, los había aterrorizado.
—Comienzo a creer que estamos perdidos —había dicho luego Tremal-Naik, con sorda rabia—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Windhya respondió con un suspiro.
—Habla —respondió Tremal-Naik—. Yo no deseo morir, ¿me entiendes?
—No sé qué hacer —dijo el faquir—. Sin una antorcha no sabré dónde dirigirme.
—¿Qué es el obstáculo que cierra la galería?
—No sé si es una piedra o una puerta.
Tremal-Naik se quitó del cinturón una pistola, dio algunos pasos hacia adelante y con la culata del arma percutió repetidamente el obstáculo.
Un sonido metálico resonó en la tenebrosa galería.
—Es una puerta de hierro —dijo el cazador de serpientes—. Quizá haya algún modo de abrirla. Busquemos si se encuentra algún botón.
Hizo correr las manos en aquella gran plancha metálica, por arriba, por abajo, por los dos lados pero no encontró nada. Aquella puerta era perfectamente lisa, sin la menor escabrosidad.
—Nada —murmuró con voz rauca.
Apeló a todas sus fuerzas y probó empujar; esfuerzo inútil. Aquella puerta, que debía de ser maciza, no se movió.
—Para derribarla haría falta una mina —dijo.
—¿Este pasaje ha sido cerrado hace poco? —preguntó el viejo thug.
—No —respondió Windhya—. Quizá alguna vez comunicaba con la vieja pagoda y usted sabe que los subterráneos de los templos tienen las puertas de hierro.
—¿Esta por lo tanto no es la galería que desemboca en el Ganges?
—No es esta.
—Busquemos otra.
—¿En qué modo?
—Regresando a la caverna.
—Si no la hemos encontrado antes, dudo descubrirla ahora.
—Veamos —dijo Tremal-Naik—. ¿Estás seguro de que aquel pasaje no debe estar sumergido?
—Si estuviera cubierto de agua, aquí no habría más aire respirable.
—La observación es correcta —dijo el dandi.
—Vamos entonces a encontrarlo —aconsejó el viejo thug.
—¿Y si esperamos a que las aguas disminuyan? —preguntó el dandi—. El suelo de estas cavernas es poroso y no tardará en absorberla.
—¿Y los cipayos...? —dijo el thug—. ¿Has olvidado que estamos siendo perseguidos...?
—Hay una galería que nos protege.
Como para dar un mentís al dandi, en aquel momento se oyó, a breve distancia, un espantoso estallido, luego un relámpago luminoso se deslizó por la caverna iluminándola enteramente.
Las aguas, elevadas por el estallido de una poderosa mina, se derramaron sobre las paredes con rugidos ensordecedores, mientras de la bóveda se oían precipitar, con ruido sordo, los pedazos de roca.
Tremal-Naik, el dandi y el viejo thug habían enviado un alarido de terror creyendo que la caverna entera era arrasada; Windhya en cambio había enviado un alarido de triunfo.
A aquella rápida invasión de luz, había divisado una segunda pequeña escalera que subía hacia la bóveda y la había de súbito reconocido.
—¡El pasaje está descubierto! —había gritado—. ¡Pronto, a la caverna...!
Luego, sin ver si era seguido o no por sus compañeros, se había precipitado entre las aguas aún agitadas, nadando con supremo vigor.
—¡Windhya! —había gritado Tremal-Naik.
—Vengan —respondió el faquir con voz imperiosa—. ¡Los cipayos están por irrumpir en la caverna...!
Los tres indios, comprendiendo que estaban por ser sorprendidos por los soldados del capitán Macpherson, se arrojaron al agua tratando de seguirle.
De la parte de la galería comunicante con la primera caverna, se oyeron voces humanas. De vez en cuando los fugaces resplandores iluminaban las paredes y se reflejaban en las aguas.
Los cipayos, habiendo arrasado el pasaje a fin de desembarazarlo de la masa líquida que lo obstruía, impidiéndoles avanzar, se preparaban para invadir la caverna.
Mientras el faquir llegaba a la escalera que debía conducirlos al corredor comunicante con el río, se oyó una voz gritar:
—¡Adelante...!
Tremal-Naik había enviado un alarido de rabia.
—¡La voz de Bhârata...!
—Nos ha engañado y ahora nos da caza —dijo el viejo thug—. Si aquel villano recae en nuestras manos, no lo perdonaré más.
Los cipayos, a la orden dada por el sargento, se habían lanzado en la galería con la furia de un torrente. Eran quince o veinte, armados de fusiles y provistos de antorchas.
Cuando llegaron a la caverna se detuvieron teniendo el agua hasta el cuello.
—¡Aquí están! —se oyó gritar.
Windhya, Tremal-Naik y el viejo habían ya alcanzado la galería y se habían metido dentro, pero el dandi, más viejo que ellos y ya deshecho por las carreras y por los baños continuos, se encontraba todavía sobre el último escalón.
Viéndolo, algunos cipayos apuntaron rápidamente las armas y lo saludaron con una descarga.
El desgraciado faquir, acribillado por las balas, abandonó la escalera y se precipitó al agua sin enviar un grito.
Oyendo la zambullida producida por el cuerpo que se hundía, Tremal-Naik se había vuelto.
—El dandi está muerto —gritó.
—¡Adelante! —respondió Windhya—. ¡No es el momento de ocuparse de los muertos!
Los tres indios se lanzaron a través de la galería, mientras los cipayos avanzaban nadando para llegar a la escalera.
Recorridos doscientos metros, Windhya se detuvo un momento para dejar pasar a sus compañeros. Una gruesa puerta de hierro se encontraba en aquel lugar, pero estaba abierta.
—Este obstáculo bastará para retenerlos por algunos minutos —dijo. Y cerró la puerta detrás de sus espaldas con un estruendo sonoro.
—¿Adónde vamos? —preguntó Tremal-Naik.
—Siempre adelante —respondió el faquir.
—¿No hay obstáculos? No se ve nada.
—El río no está lejos.
Reemprendieron los tres la carrera, chocándose, empujándose, temiendo verse a espaldas de los cipayos del capitán. Corrían como locos, con las manos tendidas para no romperse la cara contra alguna pared o contra algún obstáculo, espoleados por el miedo.
De repente, al fondo de un largo corredor, comenzaron a discernir un destello de luz, mientras a sus oídos llegaba un sordo rumor que parecía producido por una lejana corriente de agua.
—¿Qué es este fragor? —preguntó Tremal-Naik.
—Es el Ganges —respondió Windhya.
Continuando la carrera llegaron poco después a una tercera y más amplia caverna que recibía un poco de luz de una estrecha abertura que se divisaba sobre la altísima bóveda. Su aparición en aquel último antro, fue saludada por un chirrido ensordecedor que venía de lo alto. Tremal-Naik y el thug, no sabiendo de dónde provenía, se habían detenido girando alrededor con miradas inquietas. Sólo entonces se dieron cuenta de que las paredes y la bóveda estaban tapizadas de grandes manchas negruzcas que se agitaban enviando sumisos chismorreos como de personas que cuchicheaban entre sí.
Eran millares y millares de badul, especie de asquerosos murciélagos, largos de más de un pie y con las alas muy amplias, midiendo a menudo más de un metro y con la cabeza y el cuerpo cubiertos de un pelaje moreno oscuro, atravesado por una franja amarillenta.
Viendo a los tres hombres, aquellos habitantes de la oscuridad comenzaron a agitarse y a protestar contra aquella violación de domicilio. Primero se reunieron estrechándose los unos sobre los otros, formando una gran colcha viviente y cuchicheante, luego comenzaron a volar por la caverna huyendo en todas direcciones, a lo loco, chocando contra los tres hombres y golpeando contra sus rostros las frías y gigantescas alas.
Tremal-Naik y sus compañeros pasaron corriendo entre aquel caos de aves despavoridas y llegaron a una nueva galería en la extremidad de la cual se oía un estruendo continuo anunciando la proximidad del río.
—Vengan —dijo Windhya—. ¡Ya estamos salvados...!
Recorrieron el último trecho de la galería cuya bóveda bajaba rápidamente y llegaron frente a una grieta a través de la cual se veía correr el agua.
—¿Pasaremos? —preguntó Tremal-Naik.
—Basta sumergirse —respondió Windhya.
Dio unos pasos adelante y se encontró con el agua hasta los muslos. El piso de la galería descendía rápidamente, siguiendo la inclinación de la ribera y terminaba un metro bajo el nivel del río.
El faquir, que continuaba sumergiéndose, estaba por lanzarse resueltamente en el Ganges, cuando fue visto retroceder rápidamente, haciendo un gesto de rabia.
—¿Qué tienes? —preguntó Tremal-Naik.
—¡El río está protegido por los cipayos...!
—¡Maldición...!
—¡Observa...!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Badul: Es como se conoce en la India al murciélago “zorro volador de la India” (Pteropus giganteus). Su cuerpo mide 30 cm de longitud y llega a tener una envergadura de 120 cm. Pesa en promedio 800 g. Tiene tonos castaño rojizos, pardos y negruzcos y se alimenta de fruta.

Pies: 1 pie = 0,3048 m.

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