viernes, 2 de agosto de 2013

XXX. En los subterráneos de la pagoda


Aquel pasaje subterráneo, ignorado ciertamente por el capitán y sus cipayos era estrechísimo, tanto compa para dejar apenas pasar un hombre, muy tortuoso y húmedo.
En vez de descender, después de pocos pasos subía, describiendo no obstante numerosas curvas, como si girase en torno al pantano o a la vieja pagoda ambos muy próximos a la cabaña del faquir. Los asquerosos insectos, penetrados por las fisuras del suelo, lo habían ya ocupado, seguros de gozar de una tranquilidad absoluta. A la luz de las antorchas de trecho en trecho se veían huir, espantados por aquella imprevista e inesperada invasión, escorpiones de todos los tamaños y de todos los colores, escolopendras, ciempiés de mil puntas venenosas, arañas negras, aterciopeladas, de grosor extraordinario e incluso algunos bis-cobra, especie de lagartos horribles, erizados de aguijones y con la lengua dividida en dos dardos córneos que destilan un veneno peligrosísimo.
Tremal-Naik manteniendo siempre estrechado a Bhârata por un brazo, después de haber recorrido alrededor de quinientos pasos, se detuvo en una pequeña caverna que parecía no tener ninguna salida.
—No se va más adelante —dijo al dandi y al viejo thug que lo habían alcanzado—. No diviso ningún pasaje.
—Esperemos a Windhya —respondió el thug—. Él sólo conoce estos subterráneos.
—He oído hablar de la vieja pagoda —dijo el dandi—. Yo, no creo que la galería deba terminar aquí.
—Si así fuese, sería la muerte para nosotros —dijo Tremal-Naik—. Los cipayos no tardarán en descubrir el pasaje.
En aquel momento divisaron a Windhya, que corría rápidamente para alcanzarlos.
—Está hecho —dijo apagando su antorcha—. Ahora estamos seguros de no ser más perseguidos.
—¿Por qué? —preguntó Tremal-Naik.
—La bodega está llena de agua y la plancha no se podrá más descubrir.
—¿Y adónde iremos nosotros ahora? —preguntó el dandi—. Aquí no hay más pasajes.
—Sé dónde se encuentran —respondió Windhya.
Había tomado una antorcha y estaba por examinar las paredes de la caverna, cuando una espantosa detonación se oyó resonar a lo lejos. La sacudida impresa al suelo fue tal que una considerable cantidad peñascos se separaron de la bóveda, desplomándose con gran fragor.
Afortunadamente los cuatro indios habían advertido a tiempo aquel desprendimiento y habían vuelto precipitadamente a la galería, arrastrando con ellos al prisionero.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Tremal-Naik—. ¿Habrán hecho estallar una mina?
—Yo creo que han hecho saltar mi casa —dijo Windhya que parecía haberse puesto inquieto—. Este es un golpe que no me esperaba.
—¿Se habrá desmoronado la galería? —preguntó el dandi.
—No lo creo, pero... ¡escuchen! ¿No oyen nada ustedes?
Tremal-Naik y sus dos compañeros contuvieron la respiración y se pusieron a escuchar. Hacia la oscura galería que habían recorrido, se oía avanzar un sordo bramido que se volvía no obstante rápidamente más claro.
Los cuatro indios se miraron a la cara con inquietud.
—¿Qué es este rumor que se acerca? —preguntó Tremal-Naik.
—No lo sé —dijo Windhya.
—Se diría que una corriente de agua irrumpe a través de la galería.
—¡De agua! —exclamó Windhya con acento aterrorizado—. Entonces han hecho saltar también la plancha de hierro que nos protegía.
—Huyamos —dijo el viejo thug—. ¡Pronto, busca el pasaje...!
Windhya se había lanzado hacia un ángulo de la caverna, donde sabía se encontraba una segunda plancha que comunicaba con el subterráneo de la vieja pagoda. Ya había divisado el botón que debía hacer saltar el muelle, cuando de la oscura galería se derramó una verdadera tromba de agua.
El choque de esta masa líquida fue tan violento, que los cuatro indios y el prisionero fueron arrojados contra la pared opuesta. Dos antorchas se apagaron pero el viejo thug había alzado prontamente la suya, a fin de que la oscuridad no fuese completa.
Por algunos segundos los desgraciados se sintieron arrastrar ahora adelante, ahora atrás por aquel furioso torrente que irrumpía, con bramidos pavorosos dentro de la caverna, amenazando con llenarla hasta la bóveda y de ahogarlos a todos.
El agua no encontraba desahogo, rebotaba contra las paredes, formando reales oleadas y crecía a vista de ojo volviendo extremadamente penosa la situación de aquellos cinco hombres.
—¡Muerte de Shivá! —exclamó Tremal-Naik, que había dejado ir a Bhârata.
—¡Nos estamos por ahogar...! ¿Qué ha ocurrido entonces?
—Se ha partido la placa de metal y el agua de la bodega y del pantano ha invadido la galería —dijo Windhya.
—¿Nos ahogaremos?
—No lo sé —respondió el faquir con angustia.
—Es necesario abrir un desahogo para el agua —dijo el viejo thug.
—Hay un pasaje pero ahora ya se encuentra sumergido.
—Tratemos de abrirlo.
—La galería permanecerá luego completamente seca y los cipayos nos darán caza.
—Mejor una persecución a una muerte cierta —dijo Tremal-Naik.
—¿Podremos luego pasar?
—¿Qué dices, Windhya?
—Que el agua se derramará en los subterráneos del templo y que se cerrará el pasaje.
—¿Son inmensos aquellos subterráneos...?
—Vastísimos.
—¿Dónde terminan...?
—En el Ganges.
—Entonces el agua encontrará un desahogo.
—Pero algunas galerías permanecerán sumergidas.
—Trataremos de atravesarlas a nado. Pronto, Windhya, busca la plancha o dentro de pocos minutos nos ahogaremos.
—Mantén alta la antorcha —dijo el faquir al viejo thug—, si se apaga estamos perdidos.
El agua continuaba irrumpiendo en la caverna con furia, pero siendo que ya la galería permanecía cubierta, las oleadas se habían calmado. No obstante el nivel se alzaba siempre y ya los cinco hombres se encontraban inmersos hasta el pecho. Algunos minutos más y el agua habría alcanzado sus barbas.
El faquir, después de haber mirado las paredes de la caverna, se había dirigido hacia un ángulo, luego de hacerse de una buena provisión de aire, se había resueltamente sumergido para hacer saltar el muelle de la plancha.
Tres veces se vio obligado a realzarse para respirar, a la cuarta inmersión encontró finalmente el botón y lo apretó con toda la fuerza de sus dedos. Casi de súbito, en aquel ángulo, se formó un pequeño remolino luego se oyeron los bramidos sordos que se hacían de momento en momento, más distinguidos.
El faquir, agarrándose a las protuberancias de las rocas se había alejado precipitadamente para no verse arrastrado por aquella corriente subacuática y arrollado en las galerías de desahogo.
—¡Estamos salvados...! —había gritado, alcanzando a sus compañeros—. ¡El agua huye por las galerías de la pagoda...!
—Era tiempo —murmuró Tremal-Naik—. Nuestro prisionero, que es de estatura más baja que nosotros, estaba por ahogarse.
El agua comenzaba a disminuir, lentamente todavía, ya que continuaba aún entrando por la galería que comunicaba con la habitación del faquir.
Antes de que la caverna quedase completamente seca era necesario esperar a que el pantano hubiera agotado su reservorio de agua no muy vasto, a decir verdad, sin embargo considerable.
—Deberemos esperar un par de horas —dijo Windhya a Tremal-Naik que lo interrogaba.
—¿Y después, adónde huiremos...?
—A los subterráneos de la pagoda.
—¿Los cipayos nos perseguirán?
—Eso temo. Viendo secarse el pantano, adivinarán el camino seguido por el agua y buscarán la galería.
—¿Crees que podremos huir a su caza...?
—Lo espero.
—Y Bhârata, ¿lo conduciremos con nosotros...? Temo que sea ya más un estorbo que de utilidad.
—Es verdad —respondió Windhya—. Sin embargo no podemos abandonarlo. ¿Quién sabe? Puede ser todavía necesario para mejor conocer los proyectos del capitán.
—Y luego puede convertirse en un rehén precioso —dijo el viejo thug—. Añadiendo que si lo dejamos aquí puede indicar a los cipayos el camino por nosotros tomado.
—Podemos matarlo —dijo el faquir.
—Sería un delito inútil —respondió Tremal-Naik—. Bhârata no es el capitán.
—Entonces lo conduciremos con nosotros —concluyó el viejo thug.
Mientras se intercambiaban estas palabras, el agua continuaba disminuyendo, encontrando quizá mayor desahogo en los subterráneos de la vieja pagoda. Al cabo de una media hora los cinco indios tenían agua solamente hasta la cintura.
El faquir, que era presa de una viva inquietud, temiendo la imprevista aparición de los cipayos, quiso aprovechar para hacer una rápida exploración en la galería que comunicaba con su bodega. Dio la antorcha a Tremal-Naik, invitó al dandi a seguirlo y se metió en el pasaje que ya había quedado medio descubierto.
La corriente se había vuelto menos impetuosa, signo evidente de que el reservorio de agua del pequeño pantano estaba por agotarse. Era por consiguiente probable que los cipayos, estupefactos por la fuga del agua, hubieran buscado las causas y hubieran conseguido descubrir la plancha metálica.
Procediendo lentamente por causa de la corriente que se rompía entre sus piernas, amenazando a veces con derribarlos y agarrándose a las protuberancias de las paredes para mejor resistir aquellos empujones, los dos faquires consiguieron recorrer más allá de trescientos pasos, llegando casi a medio camino.
Se detuvieron un momento para recuperar aliento, luego se apresuraron nuevamente adelante, sosteniéndose recíprocamente para vencer la corriente que ahora se volvía más fuerte teniendo la galería mucha pendiente.
Habían ya recorrido otros cincuenta o sesenta metros, cuando en la extremidad de la galería oyeron voces humanas. Ambos se detuvieron, tomándose estrechamente las manos.
—¿Oyes? —preguntó Windhya.
—Sí —respondió el dandi.
—Han descubierto la galería.
—¿Lo crees...?
—Calla: ¡escucha...!
Una voz que la galería transmitía distintivamente, había gritado con acento triunfante:
—¡Aquí está el pasaje...!
—Hemos sido descubiertos —murmuró el dandi.
—Y dentro de poco tendremos a los cipayos a las espaldas —respondió Windhya.
—Huyamos.
—Espera un momento. Si ya han encontrado la plancha, veremos sus antorchas.
Reanudaron la marcha procurando no hacer ruido y llegados a una curva de la galería, divisaron a ciento cincuenta pasos un vivo resplandor. Los hombres, cipayos estaban por entrar en el pasaje que habían descubierto.
—Atrás —dijo Windhya con voz sofocada—. Si los subterráneos de la vieja pagoda no están desalojados, dentro de pocos minutos estaremos presos.
Se lanzaron ambos a través de la galería, dejándose empujar por la corriente y en pocos instantes llegaron a la caverna donde los esperaban Tremal-Naik y el viejo thug, manteniendo estrechamente al prisionero.
—Huyamos —dijo Windhya.
—¿Somos perseguidos? —preguntó Tremal-Naik.
—Los cipayos han descubierto el pasaje.
—¿Vienen ya...?
—Sí, y pronto llegarán aquí.
Tremal-Naik extrajo el puñal y haciéndolo centellear delante de los ojos de Bhârata, dijo:
—Camina, o te mato.
La galería de desahogo que conducía a los subterráneos de la vieja pagoda había ya quedado media descubierta, siendo que el agua había disminuido bastante.
Los cinco indios allí se introdujeron, cerrando la plancha para retrasar un poco la marcha de los cipayos y se apresuraron resueltamente hacia adelante teniendo alta la antorcha.
Aquel segundo conducto subterráneo era bastante más espacioso que el primero, permitiendo el paso a tres y hasta a cuatro hombres juntos, y la bóveda era tan alta que la luz de la antorcha no alcanzaba a iluminarla.
La irrupción del agua había cesado estando cerrada la plancha metálica, pero se oían más adelante los sordos fragores que el eco de las galerías repercutía incesantemente.
Parecía que el torrente, siguiendo las pendientes de aquellos vastos subterráneos, continuase avanzando, precediendo a los fugitivos.
Se oían estrépitos, luego zambullidas sordas como si el agua se precipitase de cierta altura, gorgoteos, luego bramidos más lejanos que se perdían en aquellas negras cavernas y en aquellas amplias galerías extendidas bajo la vieja pagoda.
Windhya, que conocía aquellos tenebrosos pasajes, indicaba el camino. Había tomado la antorcha y avanzaba sin vacilar, ahora subiendo y ahora bajando. Ya el agua había desaparecido toda y caminaban sobre un suelo seco, habiendo la porosidad de la roca absorbido casi instantáneamente las últimas gotas.
Por una media hora él guió a sus compañeros a través de aquellas galerías que describían curvas y ángulos infinitos, luego llegó a un amplio subterráneo donde se veían erguir un gran número de extraños túmulos, quizá tumbas de antiguos rajás.
Las paredes de aquella caverna estaban cubiertas de esculturas gigantescas de naturaleza sagrada. Se veían las veintiún encarnaciones de Visnú, el dios conservador, representado por tortugas colosales, por gigantes, por monstruos espantosos, por caballos con las patas armadas de sables y escudos, por cabezas de elefante con las trompas alzadas y en el medio se elevaba una concha enorme del género de los cuernos de Amón, de color negro, que representa la famosa piedra shalágram, un símbolo precioso adorado por los secuaces del dios.
Windhya se había detenido, porque en la extremidad opuesta de la caverna se veía todavía una gran cantidad de agua.
—El camino está cerrado —dijo con un temblor en la voz—. La galería que debe guiarnos a la segunda caverna permanece sumergida.
—¿Estamos obligados a regresar? —preguntó Tremal-Naik.
—Sería nuestra muerte; los cipayos ya deben perseguirnos.
—¿No hay algún otro pasaje...?
—Ninguno —respondió el faquir con aire tétrico.
—¿Es larga la galería que se mete en el segundo subterráneo...?
—Alrededor de sesenta pasos.
—Yo soy un buen nadador.
—Y también nosotros —dijeron el viejo thug y el dandi.
—¿Qué quieres decir?
—Qué intentaremos pasar bajo el agua —respondió resueltamente Tremal-Naik.
—¿Y el prisionero?
—Nos seguirá, si no quiere ahogarse.
Levantó la mordaza que había puesto en los labios de Bhârata, diciéndole:
—Si quieres vivir, ven con nosotros. ¿Sabes nadar?
—Sí —respondió el sargento.
—Entonces síguenos.
En aquel momento se oyó a lo lejos una detonación que repercutió a lo largo de las galerías y en la amplia caverna.
—Han hecho estallar algún cartucho explosivo —dijo Windhya.
—¿Los cipayos? —preguntó Tremal-Naik.
—Habrán hecho saltar la segunda plancha para continuar la persecución.
—Apresurémonos.
Se dirigieron hacia la extremidad de la caverna, volviendo a sumergirse. Estando el suelo demasiado inclinado, el agua se había reunido en aquel lugar, obstruyendo enteramente la galería que debía comunicar con la segunda caverna.
—El pasaje está delante de nosotros —dijo Windhya.
—¿Es vasto...?
—Y también bastante alto. Yo pasaré primero.
—Vigilemos a Bhârata —dijo Tremal-Naik.
Los cinco hombres tomaron una buena provisión de aire, luego se zambulleron a la vez.
Después de cuatro brazadas llegaron al pasaje sumergido y se metieron dentro nadando vigorosa y rápidamente.
Durante aquella inmersión, dos veces Tremal-Naik intentó salir a flote, creyendo ya haber atravesado la galería y llegado a la segunda caverna, pero golpeó siempre contra la bóveda. Al tercer intento, su cabeza finalmente emergió.
Apenas hubo llenado los pulmones de aire, gritó:
—¿Windhya, dónde estás...?
—Cerca de ti —respondió el faquir.
—¿Y los otros...?
—Aquí estoy —respondió el viejo thug.
—Y yo también estoy aquí —dijo el dandi.
—¿Y Bhârata...?
Nadie respondió.
—¡Bhârata...! —repitió Tremal-Naik.
Incluso a aquella segunda llamada no hubo ninguna respuesta.
—¡Muerte de Shivá...! —gritó—. ¡El bribón ha desaparecido...!
—O se ha ahogado —respondió Windhya—. Dejemos a los muertos y pensemos en nosotros. ¡Si les apremia salvar el pellejo, síganme...!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Escolopendras: “Scolopendre” en el original, es el nombre común de varias especies de miriópodos de hasta 20 cm de longitud, con cuerpo brillante y numerosas patas dispuestas por parejas. Viven bajo las piedras y pueden producir dolorosas picaduras mediante dos uñas venenosas que poseen en la cabeza.

Bis-cobra: “Biscobra” en el original, es el nombre con el que en India se conoce al “varano de bengala” (Varanus benghalensis). Reptil de 175 cm que no tiene aguijones ni es venenoso.

Rajá: “Rajah” en el original, es el soberano índico. Viene del francés “rajah” y éste del sánscrito “raja”, rey.

Cuernos de Amón: “corni d’Ammone” en el original, nombre común utilizado para referirse al “amonites”, molusco fósil de la clase de los Cefalópodos, con concha externa en espiral, muy abundante en la Era Secundaria. Viene de “Amón”, sobrenombre de Júpiter representado con cuernos de carnero.

Shalágram: “Salagraman” en el original, es un tipo de piedra sagrada de la India, adorada por los visnuistas. Originalmente eran amonites fosilizados del río sagrado Gandaki (Nepal), pero actualmente se utiliza cualquier otra piedra de color negro que se consiga en dicho río.

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