jueves, 11 de julio de 2013

XXVII. El faquir


Arrojada una rupia sobre la mesa, los tres indios salieron de la miserable taberna, volvieron a cruzar las squares que entonces comenzaban a despoblarse a causa del calor que devenía excesivo y se pusieron a costear las orillas del Ganges, manteniéndose a la sombra de los grandes árboles que formaban espléndidas hileras.
Sobrepasada la parte central y más populosa de Calcuta, la llamada Ciudad Blanca, remontaron la orilla hacia el norte, metiéndose en la ciudad india, la más sucia y la más miserable, sin embargo, también la más pintoresca, encontrándose en aquel lugar las más bellas pagodas dedicadas a Brahma, a Shivá, a Visnú, a Krishna, a Párvati y a las muchas otras divinidades adoradas por los hindúes.
En aquel lugar nada de espléndidos coches, nada de palanquines de cortinas de seda, nada de palacios, ni calles anchas y limpias: un caos en cambio de tugurios, casuchas, barracas sombreadas por alguna planta y callejuelas fangosas, desfondadas, malolientes, donde se envolvían como animales inmundos cientos de chicos desnudos y donde paseaban gravemente los grandes marabúes argala, esos grandes pájaros sarnosos, de pico gigantesco y que están encargados de la limpieza de la calle.
El viejo thug, después de haber recorrido algunas de aquellas calles, se detuvo delante de una plaza que se erguía soberbia entre tanta miseria, una gran pagoda empinada de cúpulas, de estatuas bizarras representando a todas las encarnaciones de Visnú, de cabezas de elefantes con las trompas monstruosas tensas, de arcadas magníficas adornadas de garabatos y de dentellados que parecían ligeros como si fueran de encaje. Moh subió la espaciosa gradería que conducía a la entrada de la pagoda y se detuvo delante de un indio que estaba sentado sobre el último escalón, diciendo a Tremal-Naik y a Hider:
—Aquí está el faquir. —Al verlo, Tremal-Naik no había sabido frenar un gesto de repugnancia.
Aquel miserable indio, aquella víctima del fanatismo religioso y de la superstición india, daba realmente horror. Era más que un hombre, un esqueleto. Su rostro apergaminado, estaba cubierto de una barba, espesa, inculta que le llegaba bajo la cintura y cubierto de bizarros tatuajes rojos y negros representando generalmente bien o mal serpientes, mientras que su frente estaba emplastada de ceniza. Sus cabellos igual de largos y que quizá nunca hubieran conocido el uso de los peines y de las tijeras, formaban como una especie de crin, pululada desde luego por insectos. El cuerpo, espantosamente flaco, estaba casi desnudo, no llevando más que un pequeño taparrabo ancho de apenas cuatro dedos.
Pero aquello que despertaba repugnancia, era el brazo izquierdo. Aquel miembro, reducido a piel y huesos, permanecía constantemente alzado, tampoco se podía más bajar estando ya desecado y anquilosado.
En la mano, estrechamente ligada con correas y cerrada a modo de formar un recipiente, el fanático había depositado tierra, plantándole un pequeño mirto sagrado que poco a poco había crecido como si se encontrase en una maceta.
Las uñas, no pudiendo encontrar desahogo, se habían primero encorvado, luego habían traspasado la mano y ahora salían, como garras de una bestia feroz, a través de la palma.
Aquel desgraciado no era sin embargo un faquir común, como tantos otros en India: los sanniasines, que son verdaderos bribones, más ladrones que santones; los dandi que viven a espaldas de los ricos indios, saqueándoles los jardines; los nanakpanthi que son de índole tranquila y que para distinguirse de las otras castas llevan un solo zapato y una sola patilla y los bishnois que pueden compararse, más o menos, con nuestros monjes.
Aquel faquir era un purrun-hungse, hombres que según la superstición india son de origen celeste, que viven mil años sin jamás tomar el más pequeño nutrimento y que aunque arrojados en el fuego y en el agua no perecen, de allí por todos venerados como seres sobrenaturales y respetados.
—Nimpor —dijo el viejo thug, inclinándose hacia el faquir que conservaba una inmovilidad absoluta, como si no hubiera advertido la presencia de los tres hombres—. Kali tiene necesidad de tí.
—Mi vida pertenece a la diosa —respondió el faquir sin alzar los ojos—, ¿quién te envía...?
—Suyodhana.
—¿El hijo de las sagradas aguas del Ganges...?
—Sí.
—¿Qué quiere...?
—Que tú nos ayudes.
—¿A hacer qué?
—Descubrir a un hombre que es nuestro mortal enemigo y que debemos matar, o destruirá a nuestros hermanos de Rajmangal.
Un temblor pasó por el rostro impasible de Nimpor.
—¿Quién es que osa ir a Rajmangal?
—El capitán Macpherson.
—¡Él...! ¿Tanto osa aquel hombre fatal?
—Sí, Nimpor.
—¿Y tú quieres saber dónde se encuentra el capitán?
—Es necesario que lo sepamos.
—¿Para cuándo?
—Para esta noche.
—¿No se encuentra en su palacete...?
—Nadie lo sabe —dijo Moh.
—¡Ah...! Si se encuentra en aquel lugar lo veremos.
—¿De qué modo?
—Esta noche estén delante del palacete.
—¿Y después...?
—El resto no te concierne. Nimpor manda a todos, hasta a los sapwala.
—¿Qué pasa con los encantadores de serpientes...?
—Lo sabrán a su tiempo: salgan. Visnú me llama a la plegaria.
El faquir se alzó haciendo un esfuerzo, luego sin mirar a nadie entró en la pagoda, teniendo siempre en alto su brazo.
—¿Dónde nos reencontraremos? —preguntó Hider, cuando el faquir hubo desaparecido—. Es necesario que yo regrese a bordo.
—Iremos a pedir hospitalidad a Windhya —dijo el viejo thug—. Mientras permanezcamos en Calcuta, permaneceremos con él. ¿Cuándo te volveremos a ver...?
—Mañana, después del mediodía. Antes será imposible, habiendo mucho para trabajar a bordo. ¿Sabe que dentro de unos días partiremos?
—¿Adónde va la Devonshire...?
—A Ceilán.
—Lamento no tenerte de compañero en esta difícil empresa.
—No partiremos tan pronto. Adiós: ¡Hasta mañana...!
Una vez solos, Tremal-Naik y el viejo thug regresaron a la ciudad europea, siguiendo otra vez las orillas del Ganges y alcanzando a sus compañeros que permanecían en guardia de la ballenera.
—A lo de Windhya —dijo simplemente el viejo thug. Se sentó a popa, junto a Tremal-Naik y la ligera embarcación se hizo a la mar, remontando la corriente del Ganges.
El cazador de serpientes, abandonado el timón al compañero, miraba con viva curiosidad las dos riberas del sagrado río que parecían desfilar a derecha y a izquierda de la ballenera con sus espléndidas graderías de piedra y sus árboles con hojas empenachadas.
Palacios soberbios pasaban delante de los ojos estupefactos del salvaje hijo de la jungla, bungalows bellísimos, pagodas majestuosas cargadas de garabatos, de columnas, de cabezas de elefante, de divinidades monstruosas esculpidas en mármoles variopintos; luego suntuosas moradas de ricos hindúes, cándidas como si fueran apenas construidas y adornadas con encajes, con columnitas sutiles que parecían tener que romperse bajo la simple presión de la mano, sin embargo habían desafiado los siglos. Luego detrás de aquellas primeras líneas de palacios y de templos, un caos de cúpulas centelleantes de oro, de agujas, de campanarios, de terrazas, de altas murallas verdes sobre las cuales se veían dormitar largas filas de cigüeñas, de busardos, de cuervos, de milanos y sobre todo de marabúes argala, altos como hombres y con la cabeza sarnosa abandonada entre las alas y el monstruoso pico medio escondido entre las plumas del pecho.
En la base de las inmensas graderías y bajo los árboles que se curvaban sobre las aguas del río, se alzaban en cambio en gran cantidad torbellinos de humo que el viento empujaba en medio de la corriente y se veían arder grandes fuegos y se oían resonar, a intervalos, los fúnebres taré, esas largas trombas de latón que se usan en los funerales.
Gigantescos montones crepitaban, enviando al aire torbellinos de chispas, mientras alrededor danzaban y aullaban enjambres de bailarinas y de chicos, entre un estrépito ensordecedor y en lo alto haciendo volteretas los ávidos busardos, listos para precipitarse sobre las sobras de los pobres muertos, escapadas de las llamas.
De vez en cuando, las arquetas hechas con madera perfumada conteniendo los restos de los cadáveres quemados, se despegaban de la orilla y se hacían a la mar descendiendo la corriente sagrada, el camino al paraíso, según la superstición india, mientras los brahmanes recitaban los versos de los Vedas y los parientes plantaban un árbol en memoria del muerto o levantaban astas embanderadas.
A veces en cambio se veía a los moribundos, rodeados de parientes, esperar a orillas del sagrado río la muerte. Un indio que no llega golpeado por una muerte fulminante no pasa por alto el hacerse llevar a las proximidades del Ganges, para estar también listo para ir al Kailash de Brahma. Se hace poner cómodo a la sombra de alguna planta, sobre la tierna hierba y espera resignado y tranquilo, a que el alma se le escape del cuerpo, mientras los parientes le rocían el rostro con el agua del río y lo embadurnan de fango y el brahmán le esparce hojas de albahaca y otros preparan la pira donde será quemado.
La ballenera, después de haber recorrido otras dos millas, pasando delante de los nuevos templos, de los nuevos chalés de los ricos ingleses y de un indeterminado número de viviendas de la ciudad india, se detuvo en una lengua de tierra baja, sombreada de cocos y de latanias y que en aquel momento estaba desierta.
El viejo thug ordenó atar la ballenera, luego brincó a tierra diciendo a sus hombres:
—Los esperamos en lo de Windhya.
Hizo una señal a Tremal-Naik de seguirlo y se dirigió hacia un caserío agrupado en torno a una vieja pagoda medio arruinada, aunque de dimensiones gigantescas.
Atravesó algunos callejones fangosos y sucios, flanqueados de hortalizas, se detuvo delante de una casucha de muro, con techado de hojas de cocotero que se erguía aislada sobre el margen de un estanque pantanoso. Un indio, ya viejo, arrugado, estaba sentado delante de la casucha, teniendo en mano un manojo de hojas secas espolvoreadas con cenizas como acostumbran hacer los faquires pertenecientes a la casta de los ramanandíes, o sea adoradores de Rama, la divinidad creadora.
Como aquellos faquires llevaba cabellos muy largos y embadurnados de fango rojizo, pero enrollados alrededor de la cabeza en modo de formar una masa enorme parecida a una peluca; su barba estaba afeitada, pero bajo el mentón había dejado crecer una sutil perilla que ya se había hecho tan larga de tocar casi el suelo. Más que una perilla parecía cola de cerdo, estando los pelos retorcidos.
Llevaba además tres signos en la frente hechos con ceniza y estiércol de vaca, otros tres en la cavidad del pecho, y otros tantos en los brazos y sobre la rodilla tenía un pañuelo húmedo para refrescarse.
El viejo thug se acercó a aquel ser espantoso y le dijo bruscamente:
—Nosotros tenemos necesidad de ti, Windhya.
El ramanandi miró al indio luego respondió:
—El enviado de Kali es bienvenido: Estoy dispuesto a obedecer.
—Tengo necesidad de tu casa.
—Es tuya.
—De tus consejos.
—Estoy dispuesto a dártelos.
—Tenemos hambre.
—Mis víveres son suyos.
—Entremos.
—Te precedo.
El ramanandi se alzó con una rapidez que no se hubiera nunca supuesto en un viejo de su edad, arrojó fuera el manojo de hojas y entró en la casucha. El thug y Tremal-Naik se encontraron en una pequeña estancia en planta baja, con las paredes tapizadas de hojas de bananos que mantenían una deliciosa frescura y con el pavimento cubierto de esteras de cocotero.
Los muebles faltaban completamente. No había más que grandes vasijas de barro conteniendo probablemente los víveres del faquir, algunas khas khana o sea cajitas de paja donde se conservaban normalmente las raíces olorosas y esteras enrolladas que debían servir de lecho en la noche, y de asientos de día. El thug hizo señas a Tremal-Naik de acomodarse, luego condujo al faquir a un ángulo, habló largo con él, en voz baja. Cuando hubo terminado lo condujo delante de Tremal-Naik, diciendo:
—He aquí el hombre que Suyodhana te recomienda.
—Estoy dispuesto a obedecerle —respondió el ramanandi.
—Windhya sabe todo —dijo luego el thug a Tremal-Naik—. Es hombre prudente y sabio, astuto y decidido y nos dará valiosos consejos.
—Está bien —dijo Tremal-Naik, con un suspiro reprimido.
El ramanandi fue a cerrar la puerta, luego de una vasija retiró tres tazas y una bella botella dorada y ofreció a sus huéspedes arrack, exquisito licor que los indios obtienen del azúcar y de la corteza aromática de un árbol llamado jagara.
—Ahora puede hablar —le dijo al viejo thug.
—Tú sabes ya de lo que se trata: esperamos tu consejo para lograr nuestro propósito. ¿Crees tú que Nimpor sabrá descubrir el lugar donde se encuentra el capitán...?
—Sí —dijo el ramanandi—. Nimpor tiene relaciones por todas partes y puede poner en campaña a un ejército de espías.
—Descubrirlo no significa matarlo —dijo Tremal-Naik—. Y es la vida de ese hombre que me es necesaria para salvar a la niña que amo.
—Tu eres valiente y lo matarás.
—¿De qué manera...? El capitán Macpherson habrá tomado sus precauciones para no dejarse sorprender.
—Le tenderemos una emboscada.
—Es demasiado prudente para dejarse capturar.
Una sonrisa despuntó en los labios del ramanandi.
—Lo veremos —dijo luego—. Cuando se trata de revelaciones, los ingleses no se hacen rogar para acudir.
—¿Qué quieres decir...?
—Estoy estudiando un plan.
—Habla.
—No ahora: esperemos a saber dónde se encuentra el capitán.
—Te he comprendido: tú esperas atraerlo a una emboscada.
—Es probable.
—No será tan imprudente.
—Lo será —respondió el ramanandi con inquebrantable convicción.
—Él no sabe por cierto dónde se encuentra la entrada de los subterráneos de Rajmangal y se atreverá a todo para intentar el golpe con final feliz.
—La entrada no la conoce, es verdad —dijo Tremal-Naik—. Solo sabe que la cueva de los thugs se encuentra en Rajmangal, nada más.
—Que intente descubrirla, si es capaz —dijo el viejo thug, con acento irónico—. Puede recorrer la isla un mes entero sin encontrar nada.
—Entonces vendrá aquí.
—¡¿Aquí...?! —exclamó Tremal-Naik, mirando al faquir con estupor.
—Sí, aquí.
—¿Y quién lo hará venir?
—Yo.
—¿De qué modo?
—Prometiéndole revelaciones.
—No vendrá solo.
—¿Qué importa?
—Habrá una buena escolta con él.
—Que conduzca incluso dos regimientos de cipayos si desea, a nosotros no nos darán fastidio.
—No te comprendo: si debo matarlo, los cipayos se apresurarán a vengarlo.
—Si son capaces de encontrarnos —dijo el ramanandi con una risita misteriosa—. La pagoda está cerca y se comunica con mi casa.
Luego cruzando los brazos sobre el pecho, dijo:
—Kali es grande y protege a sus fieles y Windhya es uno de sus más ardientes adoradores. El capitán Macpherson nos ha hecho un gran mal, ahora desea destruirnos pero será él quien muera antes que el hijo de las sagradas aguas del Ganges.
—Sí —murmuró Tremal-Naik, tomándose la cabeza entre las manos y comprimiéndola con un acto desesperado—. Lo mataré porque solo su muerte me devolverá a mi Ada.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

“...por todos venerados como seres sobrenaturales y respetados.”: Estas creencias están arraigadas en el pueblo hindú. Creen firmemente que estos faquires no comen nunca porque no lo hacen en público. En su caso, no obstante, es otra cosa, se entiende.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Seguimos con nuevo vocabulario. La historia ahora parece desviarse un poco en este primer capítulo introducido en la versión de 1903.

Krishna: “Crisna” en el original, según el hinduismo es una de las encarnaciones de Visnú.

Emplastar: Embadurnarse o ensuciarse con algo pegajoso.

Mirto: También llamado arrayán, es un arbusto de la familia de las Mirtáceas, de dos a tres metros de altura, oloroso, con ramas flexibles, hojas opuestas, de color verde vivo, lustrosas, pequeñas, duras y persistentes, flores axilares, solitarias, pequeñas y blancas, y bayas de color negro azulado.

Sanniasines: “Saniassi” en el original, son monjes que practican meditación yoga y oraciones según su concepción de Dios. Renuncian a los pensamientos y deseos mundanos.

Dandi: “Dondy” en el original, es un tipo particular de ascetas de la tradición goswami y shivaísta que llevan un “danda” (bastón).

Nanakpanthi: “Nanek-punthy” en el original, son miembros del sijismo, religión monoteísta fundada por el gurú Nanak en la India en el siglo XVI, que combina elementos del hinduismo y del islamismo.

Bishnois: “Biscnubi” en el original, proviene del hindi “bisnawi” o “veintinueve”, seguidores de los 29 principios dados por el gurú Jambheshwar. Dichos principios buscan preservar el medio ambiente.

Purrun-hungse: “Poron-hungse” en el original, no encontré referencias actualizadas sobre estos tipos de faquires. Salgari los describe según los libros de la época.

Sapwala: “Sapwallah” en el original, son los encantadores de serpientes.

Ceilán: “Ceylon” en el original, a partir de 1972 pasó a llamarse Sri Lanka. Por su forma y cercanía a la India se la conoce también como la “lágrima de la India”.

Arquetas: “Cassettine” en el original, es arca o caja pequeña, hecha con materiales nobles, en la que se guardan reliquias, tesoros u otros objetos de valor.

Vedas: Los cuatro textos más antiguos de la literatura india, base de la desaparecida religión védica (previa a la religión hinduista).

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 2 mi equivalen a 3,22 km.

Ramanandi: “Ramanandy” en el original, fundada por Ramananda, se distingue por su tolerancia social y religiosa y admiten en sus filas a personas de todas las castas e incluso extranjeros y mahometanos. Es la primera secta que atribuye a Rama el lugar de dios supremo.

Perilla: “Pizzo” en el original, es la porción de pelo que se deja crecer en la punta de la barba.

Khas khana: “Kaskpanayas” en el original. “Khana” significa casa en hindi. “Khas” o “khus” es como se conoce en India a la raíz de la planta vetiver que se considera refrescante estomacal y astringente, además de antídoto contra venenos, etc. También ahuyenta polillas y otros insectos y desprende un agradable olor que purifica el ambiente.

Arrack: “Arak” en el original, bebida alcohólica destilada producida a partir del fermento de flores de coco, caña de azúcar, granos o fruta, dependiendo del país o región. No debe confundirse con otra bebida alcohólica llamada “arak” o “araq”, de la familia del anís.

Jagara: “Jagra” en el original, es el nombre en portugués que deriva del malayo “cakkara” y del sánscrito “sarkara”, con que se conoce al azúcar. En realidad el árbol al que hace referencia Salgari es la caña de azúcar. Utilicé la palabra en portugués, la más cercana al original.

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