viernes, 26 de julio de 2013

XXIX. La emboscada


La noche siguiente, Tremal-Naik, Windhya y el thug, dejaron silenciosamente la cabaña dirigiéndose hacia el pequeño promontorio. El primero estaba armado con una carabina, los otros dos con sus lazos y puñales. Pasada la vieja pagoda subieron la gradería desde cuya cima se podía dominar un inmenso trecho del sagrado río, sentándose entre los escombros que habían caído de lo alto de aquella enorme construcción.
Un silencio casi absoluto reinaba en las orillas del río gigante. No se oía más que el leve gorgoteo de la corriente, rompiéndose contra los tallos de loto y contra las raíces de los árboles acuáticos.
Ninguna barca se divisaba, sobre el espejo, vuelto centelleante por una espléndida luna, que se extendía entre las dos orillas; ningún grito de barquero o de pescador resonaba por el aire. A un lado y al otro del Ganges todos dormían.
Windhya, subido a un pedazo de columna, se había puesto a observar, procurando discernir hacia el sur algún punto o alguna línea oscura que indicase el acercarse de alguna chalupa, mientras Tremal-Naik, que parecía excitadísimo, se había puesto a pasear en medio de las ruinas girando y dando vueltas alrededor de una enorme estatua que representaba a Mojini, hijo de Visnú, transmutado en una mujer para seducir a los gigantes que infestaban el mundo y arrebatarles el amrita, el precioso licor que daba la inmortalidad.
—Nada —dijo de pronto el faquir, descendiendo de su observatorio—. Sin embargo, medianoche no debe estar lejos.
—¿No vendrá pues aquel hombre? —preguntó Tremal-Naik con sorda ira—. Siento, en este momento, un deseo furioso de matar o morir.
—Vendrá —dijo el faquir, con voz tranquila—. El capitán no dejará escapar la ocasión para tener tan valiosa delación.
—El purrun-hungse no se ha hecho ver más y por eso temo que tu proyecto se haya hecho humo. ¿Dónde están nuestros hombres...?
—Escalonados en el río —dijo el viejo thug.
—Ni siquiera ellos han visto nada entonces.
—Te engañas, Tremal-Naik —dijo el faquir—. Veo un hombre que se acerca corriendo.
—¿Uno de los nuestros...?
—No lo sé.
Tremal-Naik había brincado sobre la columna que había servido de observatorio a Windhya y había dispuesto la mirada sobre la orilla del río. Un hombre avanzaba corriendo con todo aliento, como si fuera perseguido por alguien o tuviera alguna urgente noticia que comunicar. Debía ser un dandi, porque tenía en una mano un bastón adornado con un pañuelo ondeante.
Aquel indio, en vez de seguir la sinuosidad de la orilla pasó en medio de grupos de plantas que surgían a poca distancia del río, giró alrededor de la casucha de Windhya, luego continuó la carrera dirigiéndose hacia el templo.
—Es un mensajero de Nimpor —dijo el viejo thug—. Nos trae por cierto alguna buena nueva.
El dandi, ya que era efectivamente un faquir perteneciente a aquella casta de santones muy venerados en India especialmente por los ricos indios que abren sus jardines a estos pedigüeños, permitiéndoles saquearlos, subió rápidamente la gradería y se detuvo delante de Windhya diciéndole con voz afanosa:
—¡Viene...!
—¿Quién? —preguntaron todos a una voz.
—El capitán.
—¡Muerte de Shivá...! —gritó Tremal-Naik—. ¡Ese hombre es mío...!
—¿Está sólo? —preguntó el faquir.
—No, está acompañado por seis hombres.
—¡Aunque esté entre mil cipayos, lo mataré...! —exclamó el cazador de serpientes con exaltación.
—¿Quiénes son los hombres que lo acompañan? —preguntó el viejo thug.
—Seis cipayos.
—¿Armados...?
—Parece.
—¿Así pues ha creído en la delación...?
—Si viene, debe haber creído al hombre que ha ido donde él.
—Vamos a esperarlo a la cabaña —dijo el faquir—. Será allí que nosotros lo matemos.
—No ustedes, yo solo —dijo Tremal-Naik.
—Esperemos a que la barca se divise —sugirió el viejo thug—. La cabaña está cerca y haremos rápido en preparar la emboscada.
—¡Miren, viene...! —exclamó el dandi.
Tremal-Naik, el viejo thug y Windhya se habían lanzado sobre la gradería, mirando hacia el río.
A la pálida luz de la luna, una sutil línea negra se veía separar la superficie centelleante del Ganges. En torno a ella se veían las aguas espumarse bajo los golpes de los remos.
Mirando con mayor atención, Tremal-Naik pudo distinguir seis personas.
Debían no obstante estar todos armados de fusiles, porque se veían brillar sutiles astas que parecían de plata.
—Vengan —dijo él, con acento terrible—. Brahma, Shivá, Visnú, denme la fuerza para cometer este último delito para salvar a la infeliz Ada.
—A la cabaña —dijo el viejo thug.
—¿Y tus hombres? —preguntó el faquir.
—A esta hora deben haber comenzado a replegarse. Los alcanzaremos pronto.
Los cuatro indios dejaron la gradería de la pagoda y en pocos minutos llegaron a la cabaña del faquir.
—Concertémonos —dijo Windhya—. Seré yo quien finja hacer al capitán las prometidas revelaciones.
—¿Y nosotros? —preguntaron Tremal-Naik y los otros dos.
—Ustedes se esconderán allí, detrás de aquellas esteras, teniendo listo los lazos. Cuando me oigan toser brinquen fuera.
En aquel instante los seis thugs de la ballenera entraron diciendo:
—Están por arribar.
—Buenísimo —dijo Windhya—. A sus puestos.
Mientras Tremal-Naik, el viejo thug y el dandi se ocultaban detrás de las esteras, el faquir se volvió hacia los hombres de la ballenera, diciéndoles:
—Vayan a emboscarse alrededor de mi casa, entre las cañas del pantano y no se muevan si antes no oyen un tiro de pistola.
Los seis thugs desaparecieron rápidamente, dispersándose alrededor de la casucha.
—Ahora a lo nuestro, capitán —murmuró el faquir, mientras un relámpago feroz le animaba la mirada sin vida—. Será muy bravo si esta vez consigue huir al lazo vengador de los sectarios de Kali.
Se había dispuesto hacia el umbral de la puerta y miraba atentamente hacia la pagoda, siendo de ahí que debía venir la víctima. Tendiendo los oídos, oyó un batir de remos, luego los golpes sordos producidos quizá por los choques de la chalupa contra la gradería de piedra del templo. Poco después vio una forma blanca delinearse, en el fondo de la avenida de los tamarindos. Parecía que el capitán, para no ser reconocido, llevaba puesto un traje típico indio.
De hecho Windhya distinguió alrededor de aquel hombre una amplia dupatta de tela blanca y sobre la cabeza una especie de turbante de gran tamaño que debía cubrirle buena parte del rostro.
El capitán se detuvo a cincuenta pasos de la casucha, mirando a derecha e izquierda como si temiese ser espiado o caer en alguna emboscada luego, tranquilizado quizá por el silencio que reinaba en aquel lugar, se movió directamente hacia el faquir que había salido.
A diez pasos volvió a detenerse, luego de retirada del cinturón una pistola y apuntada hacia Windhya le preguntó con voz amenazante:
—¿Quién eres...?
—El hombre que debe hablar al capitán Mcpherson.
—¿Tu nombre...?
—Windhya.
—Entra en tu casucha y cuidado que si has tenido intención de tenderme una emboscada, tengo dos pistolas en mi cinturón y la primera bala será para ti.
—Yo no soy un traidor.
—De un delator se puede sospechar todo.
—¿Desconfías de mí...?
—Quizá.
—Entonces, puede regresar a su chalupa, capitán. Yo soy un hombre leal.
—Lo veremos luego.
—¿Ha traído el dinero...?
—Tengo conmigo las cinco mil rupias que pides por tu delación.
—Entra, sin temor.
El capitán se adelantó, mirando una última vez a derecha, izquierda y detrás de sí, luego entró resueltamente en la casucha.
El faquir había ya entrado y había encendido una lámpara. Apenas la llama iluminó la estancia, un grito de estupor y de rabia le salió de la garganta.
El hombre que hasta entonces había creído que era el capitán, era un bengalí robusto, de forma regordeta, de facciones audaces y de mirada orgullosa. Había dejado caer al suelo la amplia dupatta mostrando el uniforme blanco y rojo de los cipayos indios.
—Pareces estupefacto —dijo el bengalí, con una sonrisa irónica—. ¿Por qué?
—¿Y me lo preguntas...? —respondió el faquir que a duras penas frenaba la rabia que le hervía en el pecho—. Yo he creído hablar con el capitán Macpherson mientras ahora veo que tengo delante un sargento de los cipayos.
El bengalí se encogió de hombros.
—¿Creías tú que mi capitán era tan ingenuo como para venir aquí...?
—¿Quizá tiene miedo?
—No tiene miedo: es prudente.
—Ha hecho mal.
—¿Por qué?
—Porque no hablaré más. Era a él solo que quería hacer la delación.
—Yo soy Bhârata, el hombre de confianza del capitán, un enemigo despiadado de los thugs, por consiguiente puedes decirme a mí lo que querías dar a conocer a él. Tú nada perderás, porque te pagaré y no comunicaré a nadie, excepto a mi amo, lo que me hayas contado.
El faquir tuvo un instante de indecisión, luego indicando al sargento una silla que se encontraba a breve distancia de las esteras que servían de escondite a Tremal-Naik y a sus dos compañeros, dijo:
—Siéntate y escúchame.
Dio una vuelta por la estancia, miró hacia afuera como si temiese ser espiado, luego cerró la puerta, asegurándola con una barra.
—¿Qué haces? —preguntó el sargento, con un ligero tono de inquietud.
—Tomo mis precauciones —respondió el faquir con voz tranquila.
—Y yo tomaré entonces también las mías —dijo Bhârata, retirando del cinturón las dos pistolas y poniéndoselas sobre las rodillas.
—Yo estoy inerme.
—También un hombre desarmado puede ser un traidor —respondió el sargento—. Ahora puedes hablar.
—Quiero hacerte una pregunta primero.
—Habla.
—¿Es verdad que el capitán está por emprender una expedición contra Rajmangal?
—Muy cierto.
—¿Con una nave?
—Ya se está armando la Cornwall, una buena fragata que lleva numerosos cañones y puede embarcar media compañía de cipayos.
—¿Partirá pronto?
—Tan pronto como se pueda —respondió Bhârata—. El capitán está impaciente por destruir la cueva de aquellos malditos sectarios.
—Pero él debe ignorar dónde se encuentra la entrada de los subterráneos.
—Si lo hubiera sabido, no habría venido aquí con cinco mil rupias. Sabe sólo que se encuentra en la isla de Rajmangal.
—Yo no obstante lo guiaré —dijo el faquir, afectando una sonrisa feroz—. Esos malditos me han hecho tanto mal y yo me vengaré. Pero deseo hablar con el capitán.
—Él no está lejos de aquí y si tus revelaciones son importantes te conduciré luego donde él.
—¿Y por qué no viene aquí?
—Te he dicho que él es prudente.
—¿Está acompañado?
—Sí, y de una buena escolta.
El faquir hizo un imperceptible gesto de rabia, pero de pronto su frente se serenó como si hubiera tomado una rápida resolución.
—Escúchame —dijo luego—. Como te dije, yo odio a los thugs y especialmente a su jefe, el despiadado Suyodhana. Hasta hace pocos días yo era parte de su secta; ahora estoy decidido a romper la pesada cadena que me ligaba a ellos, para vengarme de tantos malos tratos que me han hecho sufrir.
—¿Qué te han hecho?
—Es inútil que te lo diga, por ahora. He estado varios años en Rajmangal y quizá nadie conoce mejor que yo los Sundarbans y las cavernas inmensas que sirven de refugio a los devotos de la monstruosa divinidad que nada en la sangre humana. Yo te diré ahora cómo deberá hacer el capitán para sorprenderlos y... —el faquir se había bruscamente interrumpido, mientras una viva inquietud se había repentinamente dibujado sobre su rostro.
Afuera, en dirección del pantano, había oído resonar el alarido lamentable y triste de un chacal. Sabiendo que estos animales no frecuentaban estos parajes tan próximos a la ciudad india, había sido golpeado por aquel grito que podía también ser una señal de los hombres de la ballenera.
—Hay algún peligro en el aire —pensó—. Necesitamos darnos prisa y por ahora contentarnos con este hombre.
El sargento parecía que no había hecho caso del alarido del chacal, creyendo quizá que se tratase realmente de uno de aquellos animales.
—Continúa —había dicho, viendo que el faquir se había detenido.
—Sí, continúo —dijo Windhya—. Si el capitán tiene la intención de sorprender a los thugs en su cueva, deberá tomar las más grandes precauciones para no hacerse descubrir y dar la alarma. Si debiera desembarcar en pleno día, no encontraría por cierto ni siquiera un hombre en los subterráneos.
En aquel momento, un segundo alarido, más largo y más triste que el primero, se escuchó afuera. No era posible engañarse: era una señal de peligro. Windhya fingió no prestarle atención y continuó:
—Tú dirás al capitán que no arribe a Rajmangal, sino que se vaya a ocultar al canal Gosaba. En aquel lugar las islas no faltan y podrá establecer un cómodo campamento, para luego...
Se interrumpió por segunda vez, tosiendo fragorosamente.
Casi de súbito, volviendo lentamente la cabeza, vio las esteras agitarse imperceptiblemente, luego abrirse. El sargento dando la espalda a aquel ángulo de la estancia no se había dado cuenta de nada. Escuchaba atentamente el relato del delator.
—Para luego caer repentinamente sobre Rajmangal —prosiguió el faquir.
—¡Como nosotros caemos sobre ti! —gritó repentinamente una voz a espaldas del sargento.
Este había hecho un rápido gesto para empuñar las pistolas que tenía sobre las rodillas, pero seis robustas manos lo aferraron, lo desarmaron y lo arrojaron a tierra junto a la silla.
El desgraciado vio sobre sí tres puñales listos para traspasarlo.
—¡Traidores...! —exclamó, intentando, pero sin éxito, liberarse de aquellos apretones.
Luego un grito de estupor y de cólera se le escapó.
—¡Tú...! ¡Tremal-Naik...!
—Yo, Bhârata —respondió el cazador de serpientes.
—¡Miserable...!
—Te había dicho que mi misión no había acabado.
—¡Que el infierno te trague...!
—¡Calla...! Estás ahora en nuestro poder; es pues inútil que te desahogues en insolencias.
—¿Pero qué quieres de mí...? Si necesitas mi vida, tómala; el capitán más tarde me vengará o mejor dicho, muy pronto.
—No tan pronto como crees —dijo Tremal-Naik—. En vez de amenazar, responde a nuestras preguntas, si te oprime la vida.
—A mi pellejo no lo quiero más; he sido dos veces tan estúpido como para caer en tus manos: puedes por eso matarme.
—Yo deseo en cambio perdonártelo: eres un rehén demasiado precioso para sacrificarte. Pero quiero que tú me digas dónde se encuentra tu amo.
—Para matarlo, ¿verdad...? —preguntó Bhârata con ironía.
—Eso no te concierne. Dime dónde está.
—¿Dónde está...? Abre aquella puerta y lo verás.
—¡Él está aquí...! —exclamaron Tremal-Naik, los dos faquires y el viejo thug.
—Sí, mis queridos, y no espera mas que una señal mía para entrar con sus cipayos, atraparlos y colgarlos.
—¡Muerte de Shivá...! —gritó Tremal-Naik, palideciendo.
—¡Ah...! ¡Ah...! —continuó el sargento riendo—. ¡Ustedes lo creían tan ingenuo como para caer en una emboscada...! No, canallas, es él quien les ha tendido una emboscada y quien dentro de pocos minutos los atrapará.
—Tú mientes —dijo Windhya—. Tú quieres espantarnos.
—¡Abre aquella puerta entonces...!
Tremal-Naik había empuñado las dos pistolas del prisionero y había hecho acto de lanzarse hacia la puerta; Windhya y el viejo thug estuvieron listos para detenerlo.
—¿Qué locura quieres cometer? —le preguntó el faquir.
—Quizá ahí está el capitán —dijo Tremal-Naik.
—¿Y cuántos hombres están con él...? ¿Lo sabes tú...?
—Bhârata pudo haber mentido.
—Y pudo en cambio haber dicho la verdad. ¿No has oído por dos veces el alarido del chacal...? Nuestros hombres escondidos en el pantano nos han señalado un peligro.
—¿Y qué quieres hacer ahora...?
—Resignarnos y esperar una mejor ocasión para reintentar el golpe.
—¿Estamos cercados?
El faquir alzó los hombros.
—Aunque fuesen mil, nosotros huiríamos igualmente: espérame.
El indio estaba por ir a la estancia contigua, cuando se oyó golpear sonoramente a la puerta, mientras una voz amenazadora gritaba:
—¡Abran o daremos fuego a la casa...!
—¡Mis camaradas! —había exclamado Bhârata.
—Que nadie responda —había dicho el faquir—. Amordacen al prisionero y síganme en silencio.
—¿Adónde vamos...? —preguntó Tremal-Naik.
—Huimos.
—¿Y el capitán...? ¿Deberé perderlo otra vez...?
—Si te oprime la vida, ven —respondió el faquir—. Más tarde, empeñaremos con él una nueva partida; pero por ahora no nos queda más que hacernos a la mar.
Bhârata había sido prontamente amordazado y ligado. A una seña del faquir Tremal-Naik se lo puso entre los brazos, luego todos pasaron a la estancia contigua, mientras la voz de antes repetía con mayor fuerza:
—Abran o los asaremos a todos.
El faquir alzó una estera de fibra de coco que cubría el pavimento, después una piedra, luego una placa de metal y apareció una estrecha y oscura gradería.
—Tomen las antorchas —dijo al viejo thug y al dandi.
Los dos indios se apoderaron de las dos ramas resinosas, gruesas como el brazo de un hombre y las encendieron rápidamente.
—Avancen —exclamó Windhya. Descendió la estrecha gradería y se detuvo en una especie de bodega, poco vasta y bastante húmeda, habiendo sido excavada a breve distancia del pantano.
Dió alrededor una rápida mirada, luego dijo al dandi:
—Sube sobre aquel pedazo de columna que ves en aquel ángulo.
El indio obedeció.
—¿Hay una plancha de hierro encastrada en la pared...?
El dandi lanzó un poderoso puñetazo y oyó un sordo estruendo metálico.
—La plancha está aquí —dijo.
—Hay un botón en el medio, ¿lo ves...?
—Sí, lo he encontrado.
—Aprieta fuerte.
El dandi hizo fuerza y enseguida se vió a la plancha saltar de golpe, dejando ver un pasaje oscurísimo.
—¿Oyes algo? —preguntó Windhya.
—No, absolutamente nada.
—Suban todos.
—¿Y tú? —preguntó el viejo thug.
—Yo los alcanzaré pronto.
Tremal-Naik, el dandi y el thug se metieron en aquel pasaje, llevando con ellos a Bhârata que no buscaba ni siquiera oponer la menor resistencia, sabiendo sin embargo que habría sido en vano.
Windhya esperó a que sus compañeros hubieran desaparecido, luego volvió a subir la escalera que conducía a su cabaña, poniéndose a escuchar.
Afuera se oían a los cipayos gritar, amenazando con mandar por el aire la casucha. Cansados ​​de esperar, comenzaron muy pronto a trabajar con las culatas de los fusiles para abatir la puerta.
—Nadie les contrarrestará el campo —murmuró el faquir con una sonrisa irónica—. Veremos si son capaces de descubrirnos en los tenebrosos subterráneos de la vieja pagoda.
Tomó una tercera antorcha, se metió en el cinturón un ancho y pesado cuchillo, luego volvió a descender a la bodega deteniéndose delante de la pared opuesta a aquella de la plancha.
Alzó la antorcha observándola atentamente por algunos instantes, luego empuñó el cuchillo y dio un golpe formidable.
Una gruesa placa de vidrio, ennegrecida por el tiempo, por el polvo y por la humedad, se quebró bajo aquel choque, luego un enorme chorro de agua irrumpió bramando en la bodega.
—El pantano quedará seco quizá, ¿pero qué importa? —murmuró el faquir—. Huyamos antes de que el agua llegue a la galería y nos ahogue a todos.
Mientras sobre su cabeza retumbaban las coces de los cipayos y el agua invadía rápidamente la bodega, alzándose a la vista del ojo, se lanzó sobre la columna y se metió en el corredor.
Buscó por algunos instantes sobre el estípite de la apertura y encontrada una saliente, presionó con ambas manos. Súbitamente se vio la gruesa plancha de hierro cerrarse con violencia.
—Ahora, alcáncennos —dijo el indio, riendo—. Entre nosotros y ustedes habrá una buena masa de agua.
Y se precipitó en el corredor para alcanzar a los compañeros ya muy lejos.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Mojini: “Moyeni” en el original, es uno de los 25 avatares o encarnaciones de Visnú.

Amrita: “Amurdon” en el original, es el néctar de los dioses. Es equivalente al concepto de ambrosía de los dioses griegos.

Gosaba: “Gona-Souba” en el original, río formado por la confluencia de los ríos Raimangal y Matla que forma un amplio estuario hacia el mar. En algunos mapas antiguos aparece como “Goua Souba” y “Guasuba”.

2 comentarios:

  1. Noto que en varios capítulos se traduce "de" en el sentido de "donde", como en la frase "—Si viene debe haber creído al hombre que ha ido de él."... Alguna razón?

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. El motivo fue que en el original decía "Se viene deve aver creduto all'uomo che si è recato da lui". Y traduje literal el "da" por "de". ¿Queda muy mal?

      Borrar