martes, 25 de junio de 2013

XXV. Asediados


Tremal-Naik no había aún terminado de hablar, que en el corredor de abajo retumbaron dos tiros de arma de fuego, seguidos, súbitamente después, por el alarido de un hombre que moría.
Sin pensar en el peligro al que se exponía, se precipitó fuera de la puerta, dando brincos de tigre y gritando:
—¡Nagor! ¡Nagor!
Nadie respondió a su llamado. El estrangulador, que pocos minutos antes velaba ante la puerta, no estaba más. ¿Adónde había ido? ¿Qué había pasado?
Tremal-Naik, inquieto, pero resuelto a salvar al compañero, se lanzó hacia la escalera. Un hombre, un cipayo yacía en medio del corredor, contorsionándose en los últimos anhelos. Del pecho le salía un chorro de sangre y formaba, en el terreno, un charco que lentamente se ampliaba.
—¡Nagor! —repitió Tremal-Naik.
Tres hombres aparecieron en el fondo del corredor corriendo hacia la puerta de la gran estancia. Casi en el mismo instante, se oyó la voz de Nagor gritar:
—¡Ayuda! ¡Desfonda la puerta! —Tremal-Naik descendió precipitadamente la escalera y descargó uno tras otro dos tiros de revólver. Los tres indios que avanzaban huyeron.
—Nagor, ¿dónde estás? —preguntó el cazador de serpientes.
—Aquí en la gran estancia —respondió el thug—. Derriba la puerta; me han encerrado dentro. Tremal-Naik, con un furioso golpe de hombro quebró las tablas. El estrangulador, todo contuso y ensangrentado, se precipitó fuera de la prisión.
—¿Qué has hecho? —preguntó Tremal-Naik.
—¡Huye! ¡huye! —gritó Nagor—. Tenemos a los cipayos en los talones.
Los dos indios volvieron a subir la escalera y corrieron a encerrarse en la estancia del sargento. En el corredor atronaron tres o cuatro tiros de fusil.
—Saltemos por la ventana —gritó Nagor.
—Es demasiado tarde —dijo Tremal-Naik, encorvándose sobre el alféizar.
Dos cipayos se habían apostado a doscientos metros del bungalow. Viendo a los dos indios, apuntaron las carabinas e hicieron fuego, pero las balas no golpearon más que las esteras de cocotero.
—Estamos atrapados —dijo Tremal-Naik—. Hagamos una barricada en la puerta.
Esta, afortunadamente, era bastante gruesa y provista de sólidos pestillos. Los dos indios, en pocos instantes, acumularon detrás los muebles de la estancia.
—Carga tus pistolas —dijo Tremal-Naik a Nagor—. Dentro de poco vendrán a asaltarnos.
—¿Eso crees?
—Los cipayos saben que somos solamente dos. ¿Pero qué has hecho? ¿Por qué todo aquel alboroto?
—Yo he obedecido tus instrucciones —dijo el estrangulador—. Viendo dos cipayos avanzar por el corredor, he disparado y mandado a uno a rodar por tierra, el otro huyó a la gran estancia y yo lo perseguí, pero caí y cuando me volví a alzar encontré las puertas cerradas. Sin ti estaría todavía prisionero.
—Has hecho mal en disparar tan aprisa. Ahora no sé cómo acabará.
—Permaneceremos aquí.
—Y mientras tanto Rajmangal caerá.
—¿Qué has dicho?
—Que Rajmangal está amenazada.
—¿Quién te lo dijo?
—El sargento.
—¿Dónde está el sargento?
—Ahí está durmiendo.
—¿Y te dijo que Rajmangal está amenazada? Es una broma quizá.
—Te digo la verdad. Los ingleses han descubierto nuestra cueva.
—¡Es imposible!
—El capitán Macpherson está en el fuerte William y prepara una expedición para asaltar Rajmangal.
—¡Pero entonces corremos un grave peligro!
—Ciertamente.
—Es necesario alcanzar al maldito y matarlo.
—Lo sé.
—Esto es asunto tuyo.
—También esto lo sé.
—Si no lo matas, la virgen de la sagrada pagoda no será nunca tu esposa.
—Calla, no la nombres —dijo Tremal-Naik, con voz sorda.
—¿Qué quieres hacer?
—Huir de aquí y alcanzar el fuerte William.
—Estamos asediados.
—Lo veo.
—¿Y por lo tanto?
—Escaparemos.
—¿Cuándo?
—Esta noche.
—¿Cómo?
—Es asunto mío.
—¿Cuántos hombres hay en el bungalow?
—Eran dieciséis o dieciocho. Pero...
Aferró una mano del thug y la apretó fuertemente.
—¿Oyes? —preguntó, señalándole la puerta.
—Sí —dijo el thug—. Alguien camina en el corredor.
—Son los cipayos.
—¿Que intentan un asalto?
Las tablas del corredor gemían, signo cierto de que alguien caminaba. Poco después dieron un golpe a la puerta.
—¿Quién vive? —preguntó Tremal-Naik.
—Un thug —respondió una voz.
—Intentan engañarnos —murmuró Tremal-Naik al oído de Nagor.
—Abre que me siguen —repitió la misma voz.
—¿Quién es tu jefe? —preguntó Tremal-Naik.
—Kali.
—Eres un cipayo. Tenemos cien tiros para disparar; si no te alejas eres hombre muerto.
Las tablas del corredor gimieron más fuerte que antes.
—Tienen miedo —dijo Tremal-Naik—. No intentarán nada contra nosotros.
—Pero nos tienen prisioneros —respondió Nagor, poniéndose inquieto.
—Esta noche escaparemos, te he dicho.
—¡Calla! —Un tiro de carabina atronó afuera seguido del grito:
—¡El tigre...! ¡El tigre...!
Tremal-Naik se lanzó hacia la ventana y miró.
Los dos cipayos que se mantenían emboscados detrás del matorral, estaban de pie con las carabinas en mano y enviaban gritos de espanto.
Delante de ellos, a doscientos pasos, maullaba un gran tigre.
—¡Darma! —gritó Tremal-Naik.
El tigre dio un brinco de varios metros, amenazando con asaltar a los dos cipayos que lo tenían en la mira.
—¡Huye, Darma! —ordenó el cazador de serpientes viendo que otros cipayos acudían en ayuda de sus compañeros.
La inteligente fiera vaciló, como si comprendiese el peligro que corría su amo, luego se alejó con rapidez fulmínea.
—Brava bestia —dijo Nagor.
—Sí, brava y fiel —añadió Tremal-Naik— y esta noche nos ayudará a huir. —Regresaron detrás de la barricada y esperaron pacientemente a que la noche bajase.
Durante el día, varias veces los cipayos se acercaron a la puerta, intentando forzarla, pero un tiro de revólver bastaba para ponerlos en fuga.
A las ocho el sol se puso. Sucedió un breve crepúsculo, luego caló rápido la oscuridad. La luna no debía surgir hasta dentro de algunas horas.
Hacia las once Tremal-Naik se asomó a la ventana y vio confusamente a los dos cipayos. Buscó al tigre, pero no lo vio.
—¿Nos vamos? —preguntó Nagor.
—Sí.
—¿Por cuál parte?
—Por la ventana. No tiene de altura más que cuatro metros y el suelo no es duro.
—¿Y los cipayos? —dijo él—. Apenas saltemos, dispararán sobre nosotros.
—Haremos antes descargar sus armas.
—¿De qué modo?
—Lo verás.
Tremal-Naik tomó las alfombras, todas las vestimentas que fue capaz de encontrar, las almohadas del lecho y formó un fantoche del tamaño de un hombre.
—¿Estás listo? —preguntó a Nagor.
—Cuando quieras, salto por la ventana. ¿Y el sargento?
—Duerme y lo dejaremos dormir. Estate atento, ahora: los dos cipayos están a cincuenta pasos de nosotros.
—Lo sé.
—Yo dejo caer el fantoche. Los dos cipayos lo tomarán sin duda por uno de nosotros y descargarán sus carabinas.
—Buenísimo.
—Nosotros aprovechamos para saltar abajo y escapar. ¿Comprendes ahora?
—Eres valiente y astuto —dijo Nagor—. Con un hombre semejante se puede hacer de todo. Qué desgracia que tú no seas un thug.
—Prepárate para saltar abajo.
Tomó el lazo y dejó caer el fantoche por la ventana haciéndolo ondear. Los dos cipayos hicieron fuego gritando:
—¡Alerta...!
Tremal-Naik y Nagor se precipitaron por la ventana con los revólveres empuñados. Cayeron, se levantaron de nuevo y partieron rápidos como dos saetas.
—¡Sígueme! —dijo Tremal-Naik redoblando la carrera.
—Detrás de ellos se oían a los centinelas dar la alarma; fueron disparados algunos tiros de fusil pero no alcanzaron el blanco.
—Tremal-Naik entró como una bomba en una empalizada. Un caballo estaba tendido por tierra. Con un puñetazo lo hizo saltar en pie.
—Sube detrás de mí —gritó al thug.
Los dos fugitivos brincaron al arzón, apretaron las rodillas, se agarraron a las crines y lanzaron al caballo a través de la llanura.
—¿Adónde vamos? —preguntó Nagor.
—De Kougli —respondió Tremal-Naik, martillando los flancos del caballo con la culata del revólver.
—¡Caeremos entre los cipayos!
—¿Está asediado quizá Kougli?
—Cuando lo dejé, había cipayos en el bosque.
—Iremos cautos. Ten listas las armas. —El caballo, un bello animal de capa negra, hendía el espacio saltando acequias y matorrales, a pesar de la doble carga.
Ya el bungalow había desaparecido en la oscuridad y la floresta aparecía, cuando de entre una mata de bambú una voz gritó:
—¡Eh...! ¡Alto...!
Los dos fugitivos se volvieron alzando las armas.
La luna que ahora surgía, les mostró una decena de hombres tendidos por tierra que apuntaban las carabinas sobre el caballo.
—¡Espoléalo! —gritó Nagor.
Un gran relámpago rompió la oscuridad seguido de varias detonaciones, a las cuales respondieron aquellas secas de los revólveres.
El caballo saltó hacia adelante, dio un relincho sofocado y cayó arrastrando a tierra a aquellos que lo montaban.
Los cipayos se arrojaron fuera del matorral prorrumpiendo en altos alaridos de alegría, pero estos se cambiaron de repente en alaridos de terror.
Una sombra gigantesca había brincado fuera de un grupo de bambú, emitiendo un ronco rugido. El comandante de los cipayos fue derribado por un zarpazo.
—¡Darma! —gritó Tremal-Naik, realzándose prontamente.
—¡El Tigre...! ¡El tigre...! —aullaron los cipayos huyendo en todas direcciones. El inteligente animal en pocos brincos alcanzó al amo.
—Bravo Darma —dijo, acariciando afectuosamente a la inteligente fiera—. Tú no me abandonas nunca.
—Apresurémonos, Tremal-Naik —sugirió Nagor—. Aquí no se respira un buen aire para nosotros. Los cipayos no tardarán en regresar.
Los dos indios se arrojaron en medio del bosque hundiendo las malezas que les hacían de obstáculo y mirando alrededor por temor a caer en alguna emboscada.
Después de media hora de carrera desenfrenada, ellos arribaron a la cabaña habitada por los thugs. Nagor se detuvo afuera con el tigre y Tremal-Naik entró. Kougli estaba tumbado por tierra, ocupado en descifrar algunas cartas en sánscrito. Apenas lo vio saltó en pie, moviéndose a su encuentro.
—¡Libre! —exclamó, no disimulando su sorpresa y su alegría.
—Ya ves —dijo Tremal-Naik.
—¿Y Nagor?
—Permanece afuera.
—Dame la cabeza.
—¿Qué cabeza?
—La del capitán Macpherson.
—Hemos sido batidos, Kougli.
El indio dio tres pasos hacia atrás.
—¡Batidos! ¡Nosotros batidos! ¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Quiero decir que el capitán Macpherson está aún vivo.
—¡Vivo...!
—No he podido matarlo.
—¡Habla!
—Ha dejado el bungalow sin que yo lo supiese.
—¿Y adónde ha ido?
—A Calcuta.
—¿A hacer qué?
Tremal-Naik no respondió.
—¡Habla!
—El capitán se prepara para asaltar la cueva de los thugs. Él sabe que Rajmangal es vuestra sede.
Kougli lo miró con terror.
—¡Pero tú has enloquecido! —exclamó.
—Tremal-Naik no está loco.
—¿Pero quién nos traicionó?
—Yo.
—¡Tú...! ¡Tú...!
El estrangulador se lanzó sobre Tremal-Naik con el puñal en mano. El cazador de serpientes como un relámpago le aferró la mano y le torció la muñeca con tal violencia que los huesos se molieron.
—No hagas locuras, Kougli —dijo, con rabia mal frenada.
—¡Pero habla, condenado indio, habla! —aulló el estrangulador—. ¿Por qué nos has traicionado? ¿Pero no sabes que tu Ada está siempre en nuestras manos? ¿No sabes tú, que las llamas la aguardan?
—Lo sé —dijo Tremal-Naik con ira.
—¿Y pues?
—Los he traicionado involuntariamente. Me habían hecho beber el soma.
—El soma.
—Sí.
—¿Y tú has hablado?
—¿Quién se resiste al soma?
—Nárrame cuanto te ha sucedido.
Tremal-Naik en breves palabras le relató lo que le había ocurrido en el bungalow.
—Has hecho mucho —dijo Kougli—, pero tu misión aún no ha terminado.
—Lo sé —dijo Tremal-Naik, suspirando.
—¿Por qué suspiras?
—¿Por qué...? ¿Y tú me lo preguntas...? No he nacido yo para asesinar vilmente a la gente. ¡Es horrible, sabes, eso que yo debo cometer, es monstruoso!
Kougli alzó los hombros.
—Tú no sabes lo que es el odio —dijo.
—¡Lo sé, no temas, Kougli! —exclamó Tremal-Naik con acento salvaje—. ¡Si tú supieras cuánto los odio!
—¡Cuidado, Tremal-Naik...! Tu prometida está siempre en nuestra mano.
El infeliz inclinó la cabeza sobre el pecho y sofocó un sollozo.
—Volvamos al capitán —dijo el estrangulador.
—Habla, ¿qué debo hacer?
—Es necesario impedir, ante todo, que el maldito vaya a Rajmangal. Si llega a nuestra cueva, tu Ada estará perdida.
—¿Es otra condena que me golpea entonces? —preguntó Tremal-Naik con amargura—. ¿Tiene menos piedad, que los tigres?
—No es una condena. Ay de nosotros, si aquel hombre desembarca en Rajmangal.
—¿Qué debo hacer?
Kougli no respondió. Se había tomado la cabeza entre las manos y pensaba.
—Hay —dijo de repente.
—¿Has encontrado algún medio?
—Creo que sí.
—Habla.
—El capitán, por cierto, escogerá la vía fluvial para llegar a Rajmangal.
—Es probable —dijo Tremal-Naik.
—En Calcuta y en el fuerte William tenemos afiliados en el ejército y en sus navíos de guerra ingleses. Alguien ocupa una posición brillante.
—¿Pues bien?
—Irás al fuerte William y ayudado por nuestros afiliados te embarcarás en su navío de línea.
—¿Yo?
—¿Tienes miedo?
—Tremal-Naik no sabe todavía lo que es el miedo. ¿Pero crees tú que el capitán no me reconocerá?
Una sonrisa rozó los labios de Kougli.
—Un indio puede convertirse en un malayo o un birmano.
—Suficiente. ¿Cuándo debo partir?
—Enseguida o arribarás demasiado tarde.
—¿Está libre el camino que lleva al río?
—Los cipayos que nos asediaban han sido expulsados ​​del bosque.
Kougli acercó los dedos a los labios y silbó.
Un thug acudió.
—Que seis hombres de buena voluntad y de un experimentado coraje se preparen para partir. ¿La ballenera está siempre en la orilla?
—Sí —respondió el thug.
—Vete.
Kougli se quitó de un dedo un anillo de oro, de una forma especial, con un pequeño escudo sobre el cual veíase grabada la misteriosa serpiente, y se lo dió a Tremal-Naik.
—Basta que tú lo muestres a uno de nuestros afiliados —le dijo—. Todos los thugs de Calcuta se pondrán a tu disposición. —Tremal-Naik se lo pasó por un dedo de la mano derecha.
—¿Tienes algo más que decirme? —le preguntó.
—Que nosotros velamos por tu Ada.
—¿Además?
—Que si tú nos traicionas, la daremos a la llamas.
Tremal-Naik lo miró con ojos torvos.
—Adiós —le dijo bruscamente.
Salió y se acercó a Darma que lo miraba con inquietud, como ya adivinando que el amo volvía a abandonarlo.
—Pobre amigo —dijo con voz triste y al mismo tiempo conmovida—. Nos volveremos a ver no temas, mi Darma. Nagor cuidará de tí.
Dirigió a otro lugar la cabeza y alcanzó a los thugs.
—Condúzcanme a la barca —ordenó.
Los siete hombres se dispusieron en fila india y se metieron en la floresta teniendo los fusiles bajo el brazo para estar listos para operarlos a la primera alarma.
A las dos de la mañana llegaron a la orilla del río y precisamente a una pequeña rada, en la cual, escondida bajo un montón de bambú, se divisaba una esbelta embarcación, una especie de ballenera.
Los remos estaban en su sitio, y había también un mástil provisto de una pequeña vela. No faltaba más que embarcarse.
—¿Se ve a alguien? —preguntó Tremal-Naik.
—Nadie —respondieron los thugs.
—A la barca.
Los siete hombres subieron a bordo y se hicieron a la mar.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Este capítulo tiene varios recortes importantes en su versión castellana (muchos diálogos y la partida final de Tremal-Naik hacia Calcuta). Además la traducción une este capítulo con el siguiente: “La fragata”.

Saeta: Arma arrojadiza compuesta de un asta delgada con una punta afilada en uno de sus extremos y en el opuesto algunas plumas cortas que sirven para que mantenga la dirección al ser disparada.

Arzón: Parte delantera o trasera que une los dos brazos longitudinales del fuste de una silla de montar.

Batido: Allanamiento, que por sorpresa realiza la Policía, de locales donde se supone que se reúnen maleantes u otras personas para efectuar actos ilegales, como juego, consumo de drogas, prostitución, etc.

Navío de línea: “Vascello” en el original, el que por su fortaleza y armamento puede combatir con otros en batalla ordenada o en formaciones de escuadra.

Malayo: Se dice del individuo de piel muy morena, cabellos lisos, nariz aplastada y ojos grandes, perteneciente a un pueblo que habita en la península de Malaca, de donde se le cree oriundo, en las islas de la Sonda, y en otras áreas cercanas.

Birmano: Natural de Birmania, hoy Myanmar.

Ballenera: “Baleniera” en el original, es un bote o lancha auxiliar que suelen llevar los barcos balleneros.

Rada: Bahía, ensenada, donde las naves pueden estar ancladas al abrigo de algunos vientos.

2 comentarios:

  1. Un pequeño error: escribiste "contorcionándose en los últimos anhelos", es "contorsionándose"

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