martes, 18 de junio de 2013

XXIV. Las revelaciones del sargento


Ningún centinela velaba en el rellano.
Tremal-Naik, aún temblando por la emoción, pero decidido a todo para recuperar la libertad, subió silenciosamente los escalones y alcanzó una estancia oscura y desierta.
Permaneció un momento escuchando con profundo recogimiento, empuñó el revólver y poco a poco empujó la puerta, asomando con precaución la cabeza.
—Nadie —murmuró.
Abrió una segunda puerta, recorrió un corredor largo y oscurísimo y entró en una tercera estancia.
Era vastísima. Una luz brillaba en el fondo esparciendo un débil resplandor sobre una docena de literas, sobre las cuales roncaban sonoramente otros tantos hombres.
—¡Los cipayos! —murmuró Tremal-Naik, deteniéndose.
Estaba por volver atrás, cuando oyó en el corredor un paso cadencioso y un tintineo que parecía de espuelas. Se sobresaltó y alzó el revólver hacia la puerta. El hombre se acercaba; Tremal-Naik lo oyó detenerse un momento, luego pasar más allá.
—¡Si fuese el capitán! —exclamó.
Dejó la gran estancia y volvió al corredor. En el fondo vio una sombra apenas distinguible, que se iba desvaneciendo y oyó el tintineo de las espuelas.
Retomó el revólver y se le puso detrás, resuelto a alcanzarla.
Subió una gradería y ganó un segundo corredor caminando en puntas de pie. El hombre que lo precedía se detuvo; lo oyó girar una llave en una cerradura, lo vio abrir una puerta y desaparecer.
Alargó el paso y se paró delante de la misma puerta que no había sido cerrada.
Una lámpara iluminaba mal la gran estancia. Sentado delante de una mesa, a la sombra de una columna, había un hombre que no terminaba bien de distinguir. Sospechó que era el capitán Macpherson; a aquella sospecha sin saber por qué, sintió los miembros temblar y una vaga inquietud lo asaltó. Le parecía haber recibido como una puñalada al corazón.
—Es extraño —pensó—. ¿Tendré miedo?
Empujó ligeramente la puerta que se abrió sin hacer ruido y entró, moviéndose con pasos de tigre hacia la mesa. Por mucho que su paso fuese silencioso, fue advertido por aquel hombre que se alzó bruscamente.
—¡Bhârata! —exclamó Tremal-Naik—. ¡Ah...!
Apuntó rápidamente el revólver hacia él.
—¡Ni un grito, ni un paso —le dijo—, o estás muerto!
El indio viéndose delante del prisionero que lo tenía en la mira, había hecho un movimiento para lanzarse sobre su pistola que había depuesto en una silla. A la intimación brutal, hecha con un tono que no ponía en duda la amenaza, se había detenido, rechinando los dientes como una pantera presa del lazo.
—¡Tú...! ¡Saranguy! —exclamó, rayando con las uñas la mesa.
—No Saranguy, sino Tremal-Naik, el cazador de serpientes de la jungla negra —respondió el indio sin bajar el arma.
Bhârata lo miró, pero más sorprendido que asustado.
—¿Pero cómo es que estás aquí? —preguntó.
—Es mi secreto. No se aprisiona a un thug.
—¿Entonces no me había equivocado?
—Parece que no.
—¿Y qué vienes a hacer aquí?
—A matarte.
Bhârata, aún cuando fuera valiente, tenía miedo.
—¡Ah! —exclamó con los dientes apretados—. Tú vienes para asesinarme.
—Quizá.
—¿Puedo salvar mi vida?
—Sí.
—Habla.
—Siéntate y charlemos.
Bhârata obedeció. Tremal-Naik se apoderó de todas las armas, cerró con llave la puerta y se sentó de frente al sargento, diciéndole:
—Te advierto que al primer grito que arrojes, te costará la vida. Tengo seis tiros para mandarte al encuentro de Brahma o Visnú.
—Habla —repitió el sargento, que iba recuperando su sangre fría.
—Tengo que cumplir una misión terrible.
—No te entiendo.
—Yo he jurado a los thugs matar al capitán Macpherson.
Tremal-Naik miró a Bhârata para ver qué impresión hacían en él aquellas palabras, pero el rostro del indio permaneció impasible.
—¿Has comprendido, Bhârata? —le preguntó.
—Perfectamente.
—¿Pues bien?
—Prosigue.
—Es necesario que yo tenga en mi mano la cabeza del capitán Macpherson.
El sargento rompió en un trueno de risa.
—Loco, ¿no sabes que el capitán no está más aquí? —Tremal-Naik se alzó.
—¡El capitán no está más aquí! —exclamó con desesperación—. ¿Dónde ha ido?
—No te lo diré.
—¿Pero no sabes entonces, que yo he jurado llevar a los thugs su cabeza?
—No lo hagas.
—¡No, Bhârata, no...! ¡Es necesario que cumpla mi misión! ¿Dónde está el capitán...? Deseo saberlo, aunque tenga que rebuscar toda la India del Himalaya al cabo Comorín.
—No seré ciertamente yo el que dirá donde está él.
—¡Ah...! —exclamó Tremal-Naik—. ¿Tú lo sabes?
—Lo sé.
Tremal-Naik alzó el revólver apuntando al indio en la frente.
—Bhârata —le dijo con voz furiosa—. ¡Habla!
—Puedes matarme, pero de mi boca no saldrá una sílaba. ¡Soy un cipayo!
—Cuidado, Bhârata, que no se regresa más, una vez descendido en la tumba.
—Mátame si quieres.
—¿Es tu última palabra?
—La última.
Tremal-Naik había extendido el brazo armado. Ya el cañón se había detenido a pocos pasos de la frente del sargento, ya estaba por disparar, cuando de afuera resonó un silbido que se repitió tres veces.
—¡Nagor! —exclamó Tremal-Naik, que había reconocido la señal de los thugs.
Repuso en el cinturón el revólver, aferró a Bhârata tapándole con una mano la boca, y lo arrojó al suelo.
—No hagas un gesto —le dijo—, o te mato de veras.
Lo ató sólidamente con una cuerda, lo amordazó, luego corrió a una ventana, alzó la persiana y respondió a la señal con tres silbidos diferentes.
Detrás de un matorral se alzó una forma humana que se arrastró ágilmente en dirección del bungalow. Se detuvo justo bajo la ventana, alzando la cabeza.
—¡Nagor! —cuchicheó Tremal-Naik.
—¿Quién es? —preguntó el thug, después de unos instantes de indecisión.
—Tremal-Naik.
—¿Debo subir?
Tremal-Naik miró a derecha y a izquierda con atención y aguzó la oreja.
—Sube —dijo luego.
El thug arrojó el lazo que se paró en un gancho de la ventana, y en un instante llegó al alféizar.
Era un hombre bastante joven, poco más que un veinteañero, alto, delgado, dotado de una agilidad extraordinaria y, al parecer, de un coraje a toda prueba. Estaba casi desnudo, untado recientemente con aceite de coco, tatuado como los otros sectarios y armado de puñal.
—¿Estás libre? —preguntó.
—Ya ves —respondió Tremal-Naik.
—¿Los cipayos?
—Durmiendo.
—¿El capitán?
—Aquel indio me ha dicho que no está más aquí.
—¿Habrá sospechado algo? —preguntó el thug, con los dientes apretados.
—No lo creo.
—Necesitamos saber a dónde ha ido. El hijo de las sagradas aguas del Ganges quiere su cabeza.
—Pero el sargento no habla.
—Hablará, lo verás.
—Ahora que lo pienso, estos hombres me han hecho tragar una bebida que me emborrachó y me hizo hablar.
—Alguna limonada desde luego —dijo el thug sonriendo.
—Sí, era una limonada.
—Se la haremos beber al sargento.
Brincó a la habitación, arrojó una mirada a Bhârata que esperaba tranquilamente su suerte, tomó un vaso lleno de agua y preparó la misma limonada que el capitán Macpherson había hecho beber a Tremal-Naik.
—Traga esta bebida —le dijo al sargento, después de haberle quitado la mordaza.
—¡Nunca! —respondió Bhârata, que ya había adivinado de lo que se trataba.
El thug le tomó la nariz entre los dedos y se la apretó fuerte. El sargento, para no morir asfixiado, se vio forzado a abrir los labios. Bastó aquel momento, para que la limonada le fuera vertida en la boca.
—Ahora sabrás todo —dijo Nagor a Tremal-Naik.
—¿Tienes miedo de los cipayos? —le preguntó el cazador de serpientes.
—¡Yo! —exclamó el thug, riendo.
—Ponte delante de la puerta y haz fuego sobre el primer hombre que intente subir la escalera.
—Cuenta conmigo, Tremal-Naik. Nadie vendrá a interrumpir tu interrogatorio.
El thug tomó un par de pistolas, miró si estaban cargadas y salió poniéndose de centinela delante de la puerta.
El sargento comenzaba entonces a reír y a hablar sin detenerse un solo instante.
Tremal-Naik, sorprendido, escuchaba aquel torrente de palabras, y recogió al vuelo el nombre del capitán Macpherson.
—Bravo sargento —dijo él—. ¿Dónde está el capitán?
Bhârata al oír aquella voz, se había detenido. Miró a Tremal-Naik con dos ojos que centelleaban y preguntó:
—¿Quién me habla...? Me parece de haber oído la voz de un thug... ¡ah...! ¡ah...! No habrá más thugs en breve. El capitán lo ha dicho... y el capitán es un hombre de palabra... un gran hombre que no tiene miedo. Los asaltará en sus propias cuevas... Los destruirá con las bombas... Será bello verlos escapar con el agua en los talones... ¡ah...! ¡ah...! ¡ah...!
—¿E irás también tú a verlos? —preguntó Tremal-Naik, que no perdía palabra.
—¡Sí que iré y vendrás también tú...! ¡Ah...! ¡ah...! será un espectáculo bellísimo.
—¿Y sabes tú dónde está su cueva?
—Sí que lo se. Lo ha dicho Saranguy.
—¡Ah...! ¡miserables...! —exclamó Tremal-Naik—. Pero también yo sabré algo de ti.
—Él había bebido la limonada —retomó el sargento— y contó todo.
—¡Y estaba el capitán, cuando Saranguy habló! —preguntó Tremal-Naik, estremecido.
—Pero sí, y partió de súbito para sorprenderlos en la cueva.
—¿Para Rajmangal quizá?
—¡No, no! —exclamó vivamente el sargento—. Los thugs son fuertes y se necesitan muchos hombres para golpearlos con contundencia.
—¿Ha ido a Calcuta?
—¡Sí, a Calcuta, al fuerte William...! Y armará un navío... y embarcará mucha gente... y muchos cañones... ¡ah...! ¡ah...! que espectáculo bellísimo.
El sargento calló. Sus ojos se cerraban, se abrían, pero volvían a cerrarse por cuanto hiciese por tenerlos abiertos. Tremal-Naik comprendió que el opio poco a poco hacía su efecto.
—Sé cuanto quería saber —murmuró—. ¡Y ahora, a Rajmangal!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Litera: Cada una de las camas estrechas y sencillas que se usan en los barcos, trenes, cuarteles, dormitorios, etc., y que, por economía de espacio, se suelen colocar una encima de otra.

Cadencioso: Que tiene cadencia (serie de sonidos que se suceden de un modo regular).

Cabo Comorín: “Capo Comorin” en el original, es el punto más al sur de la India. Es un promontorio rocoso ubicado al final de la cordillera de los Ghats occidentales.

Alféizar: Vuelta o derrame que hace la pared en el corte de una puerta o ventana, tanto por la parte de adentro como por la de afuera, dejando al descubierto el grueso del muro.

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