lunes, 10 de junio de 2013

XXII. La limonada que desata la lengua


Tremal-Naik a aquel grito se había alzado sobre sus rodillas, presa de una viva inquietud. Al disparo de fusil había seguido otra explosión, luego una tercera y finalmente una cuarta. En el bungalow se alzó un gran griterío que hizo estremecer al cazador de serpientes.
—¡Mira hacia la jungla! —gritaba una voz.
—¡A las armas! —gritaba otra.
—¡Al elefante! ¡Al elefante!
—¡Fuera todos!
Se oyeron relinchos de caballos, un pataleo precipitado, un pisoteo y un barrito formidable que cubrió todos los diversos ruidos.
Tremal-Naik con la frente regada por gruesas gotas de sudor, escuchaba conteniendo la respiración.
—¡Corre, Negapatnan! ¡corre! —murmuró como si el fugitivo estuviera cerca para oírlo—. Si te capturan, estamos los dos perdidos.
Con un esfuerzo desesperado se alzó y se puso a saltar, tanto como le permitían las cuerdas, hacia la tronera. Un pisoteo apresurado que venía de la escalera lo detuvo.
—Abajo —murmuró, arrojándose rápidamente por tierra—. Aquí necesito sangre fría y audacia. Quién sabe, quizá Negapatnan consiga alcanzar a Kougli.
Se puso a debatirse, fingiendo liberarse de las ataduras y echando gritos estrangulados. Era el momento.
Bhârata descendía los escalones de cuatro en cuatro. Se precipitó en la bodega arrojando un alarido terrible.
—¿Huido...? ¿Huido...? —gritó, desgarrándose el pecho con las uñas. Brincó como un tigre hacia la tronera. Un segundo alarido irrumpió de los estremecidos labios.
—¡Ah! ¡Miserable!
Arrojó alrededor una mirada turbada. Vio a Tremal-Naik que se contorcía por tierra emitiendo sordas imprecaciones. En un instante estuvo cerca.
—¡Vivo...! —exclamó, arrancándole la mordaza.
—¡Malditos thugs! —aulló Tremal-Naik con voz estrangulada—. ¿Dónde está...? ¿Dónde está ese perro? ¡que le desgarro el corazón!
—¿Qué ha pasado...? ¿Cómo huyó...? ¿Cómo estás atado? Habla Saranguy, habla —dijo Bhârata fuera de sí.
—Estábamos jugando. ¡Poderoso Brahma! ¡He caído en la emboscada como un estúpido!
—Pero explícate, dilo, que no tengo más sangre en las venas. ¿Cómo consiguió evadirte? ¿Quién cortó los barrotes de la tronera?
—Ellos.
—¿Quiénes ellos?
—Los thugs.
—¿Los thugs?
—Sí, todo estaba preparado para hacerlo huir.
—No entiendo nada. Es imposible que los thugs hayan venido aquí.
—Sin embargo han venido. Los he visto yo, con mis propios ojos y por poco no me estrangulan como a aquel pobre cipayo.
—¿Han estrangulado a un cipayo?
—Sí, aquel que debía subrogarme en la guardia.
—Narra, despáchate, Saranguy, cómo sucedió todo.
—El sol se había puesto —dijo Tremal-Naik—, yo estaba sentado delante del prisionero que no despegaba sus ojos de los míos. Pasaron tres horas, sin que hiciéramos un movimiento. De pronto sentí mis párpados volverse pesados ​​y un entorpecimiento, una somnolencia irresistible, se apoderó de mí. Negapatnan sufría la misma somnolencia y bostezaba en modo tal que daba miedo. Luché por largo tiempo, luego, sin saber cómo, caí de espaldas y me adormecí. Cuando reabrí los ojos estaba atado y amordazado y los barrotes de la tronera yacían por tierra. Dos thugs estaban estrangulando al pobre cipayo. Traté de debatirme, de aullar, pero me fue imposible. Los thugs, cumplido el asesinato, treparon por la tronera y desaparecieron.
—¿Y Negapatnan?
—Había huido primero de todos.
—¿Y no sabes la causa de aquella irresistible somnolencia?
—No sé nada.
—¿No se introdujo algo en la bodega?
—No vi nada.
—Ellos te han adormecido con flores que desprenden un potente narcótico.
—Así debe ser.
—Pero capturaremos a ese Negapatnan. He puesto sobre sus rastros a bravos hombres.
—Yo también soy un valioso buscador de huellas.
—Lo sé, y harás bien en ponerte enseguida en campaña. Es necesario capturarlo a cualquier precio o al menos traer a cualquier otro thug.
—Me encargo yo.
Bhârata le había desatado las ataduras. Subieron las escaleras y salieron del bungalow.
—¿Qué camino ha tomado? —preguntó Tremal-Naik, que se había armado de un fusil de dos tiros.
—Se ha internado en la jungla. Camina derecho por aquel senderito y encontrarás los rastros. Ve y corre, porque el bribón debe estar muy lejos.
Tremal-Naik se arrojó el fusil en bandolera y partió a la carrera dirigiéndose hacia la jungla. Bhârata lo siguió con la mirada, con la frente fruncida, como preso de un profundo pensamiento.
—¿Y si fuera verdad? —se preguntó de repente. Una rápida contracción turbó su cara que había asumido un aire tétrico.
—¡Nysa! ¡Nysa! —gritó.
Un indio que estaba cerca de la tronera, examinando atentamente las huellas, acudió.
—Aquí estoy, sargento —le dijo.
—¿Has examinado bien las huellas? —le preguntó Bhârata.
—Sí, y muy atentamente.
—Ahora bien, ¿cuántos hombres han salido de la bodega?
—Uno solo.
Bhârata hizo un gesto de sorpresa.
—¿Estás seguro de no haberte equivocado?
—Segurísimo, sargento. Negapatnan solo ha salido.
—Está bien. ¿Ves aquel hombre que corre hacia la jungla?
—Sí, es Saranguy.
—Síguelo: es necesario que sepa adonde va.
—Confíe en mí —respondió el indio.
Esperó a que Tremal-Naik hubiera desaparecido detrás de los árboles, por tanto partió rápido como un ciervo, procurando mantenerse escondido detrás de los matorrales de bambú. Bhârata, satisfecho, regresó al bungalow y alcanzó al capitán que caminaba por la terraza con paso agitado, desahogando su cólera con sordas imprecaciones.
—¿Pues? —preguntó, apenas vio al sargento.
—Hemos sido traicionados, capitán.
—¡Traicionados...! ¿por quién...?
—Por Saranguy.
—¡Por Saranguy...! ¡Por un hombre que me salvó la vida...! ¡Es imposible...!
—Tengo pruebas.
—¡Habla!
Bhârata en pocas palabras lo informó de lo que había ocurrido y de lo que había visto. El capitán Macpherson estaba al colmo de la sorpresa.
—¡Saranguy traidor! —exclamó—. ¿Pero por qué no huyó con Negapatnan?
—No lo sé, capitán, pero lo sabremos en breve. Nysa acompañará al bandido.
—Si es verdad esto, lo hago fusilar.
—Usted no hará nada, capitán.
—¿Por qué?
—Porque será necesario hacerlo hablar. Ese hombre sabrá tanto como Negapatnan.
—Tienes razón.
El capitán volvió a mirar a la jungla. Bhârata dirigió su mirada hacia el río, aguzando las orejas a los rumores del ancho.
Pasaron tres largas horas. Nadie había regresado, ni se había oído ningún grito, ni ninguna detonación.
El capitán Macpherson, impacientado, estaba por abandonar la terraza para marcharse a la jungla, cuando Bhârata arrojó un grito de triunfo.
—¿Qué es?
—Mire abajo, capitán —dijo el sargento—. Uno de los nuestros que regresa a la carrera.
—Es Nysa. Pero está solo. ¿Es que ha huido Saranguy?
—No lo creo. Nysa no regresaría.
El indio venía avanzando con la velocidad de una flecha, volviéndose con frecuencia hacia atrás, como temiendo ser seguido.
—¡Sube, Nysa! —gritó Bhârata.
—Apresúrate, apresúrate —dijo el capitán, que permaneció firme.
El indio enfiló, sin detenerse, a la escalera y arribó ansioso, jadeante, a la terraza. Sus ojos brillaban de alegría.
—¿Y bien? —preguntaron a la vez el capitán y el sargento, corriendo a su encuentro.
—Todo está descubierto. ¡Saranguy es un thug!
—¡Ah...! ¿No te engañas? —preguntó el capitán con voz sibilante.
—No, no me engaño: tengo pruebas.
—Narra, Nysa, quiero saber todo. Ese miserable las pagará también por Negapatnan.
—He seguido sus huellas hasta la jungla —dijo Nysa—. En aquel lugar las perdí, pero no tardé en encontrarlas cien metros más adelante. Apreté el paso y en breve tiempo lo vi. Caminaba rápidamente pero con precaución, volviéndose frecuentemente hacia atrás y apoyando a veces la oreja en tierra. Veinte minutos después lo oí enviar un grito y vi salir de un matorral a un indio. Era un thug, un verdadero estrangulador con el pecho tatuado y las caderas estrechadas por un lazo. No pude oír el diálogo que tuvieron, pero Saranguy, antes de separarse dijo fuerte al compañero: «Advertirás a Kougli que yo regreso al bungalow y que dentro de pocos días tendrá la cabeza». Se separaron tomando dos distintos caminos. Yo sabía bastante y aquí vine. Saranguy no debe estar muy lejos.
—¿Qué le decía yo, capitán? —preguntó Bhârata.
Macpherson no respondió. Con los brazos convulsivamente cruzados sobre el pecho, la cara sombría, la mirada llameante, pensaba.
—¿Quién es este Kougli? —preguntó de repente.
—Lo ignoro —respondió Nysa.
—Sin duda un jefe de los thugs —dijo Bhârata.
—¿De qué cabeza hablaba el miserable?
—No lo sé, capitán. Él no se explicó más.
—¿Aludiría a una de las nuestras?
—Es probable —dijo el sargento.
El capitán se volvió más sombrío.
—Tengo un extraño presentimiento, Bhârata —murmuró—. Hablaba de mi cabeza.
—Pero nosotros en cambio mandaremos la suya al señor Kougli.
—Eso espero. ¿Qué haremos con Saranguy?
—Será necesario hacerlo hablar.
—¿Y hablará?
—Con el fuego se consigue todo.
—Tú sabes que son más tercos que las mulas.
—¿Se trata de hacerlo hablar, capitán? —preguntó Nysa—. Me encargo yo.
—¿Tú...?
—Bastará darle de beber una limonada.
—¡Una limonada...! Estás loco, Nysa.
—¡No, capitán! —exclamó Bhârata—. Nysa no está loco. Yo también he oído hablar de una limonada que hace desatar la lengua.
—Es verdad —dijo Nysa—. Con unas pocas gotas de limón mezcladas con el jugo del soma y una bolita de opio, se hace hablar a cualquier persona.
—Ve a preparar esta limonada —dijo el capitán—. Si tienes éxito te regalo veinte rupias.
El indio no se lo hizo decir dos veces. Pocos instantes después regresaba con tres grandes tazas de limonada puestas sobre una bellísima bandeja de porcelana china. En una ya había hecho disolver la bolita de opio y el jugo del soma.
Era el momento. Tremal-Naik había aparecido en el borde de la jungla, seguido por tres o cuatro buscadores de pistas.
Por su aspecto, el capitán comprendió que Negapatnan no había sido apresado, ni descubierto.
—No importa —murmuró—, Saranguy hablará. Estemos en guardia, Bhârata, a fin de que el pícaro no sospeche nada, y tú, Nysa, haz poner inmediatamente los barrotes a la tronera de la bodega. Habremos de necesitarla dentro de poco.
Tremal-Naik llegaba entonces delante del bungalow.
—¡Eh! ¡Saranguy! —gritó Bhârata, inclinándose sobre el parapeto—. ¿Cómo estás? ¿Hemos descubierto al bribón?
Tremal-Naik dejó caer a lo largo del cuerpo los brazos, con un gesto de desaliento.
—Nada, sargento —dijo—. Hemos perdido las huellas.
—Sube con nosotros; debemos saberlo todo.
Tremal-Naik, que nada sospechaba, no se hizo repetir la invitación y se presentó al capitán Macpherson, que estaba sentado cerca de una mesita con la limonada enfrente.
—Ahora bien, mi bravo cazador —preguntó este con una sonrisa bondadosa—, ¿el pícaro no fue por lo tanto encontrado?
—No, capitán. Sin embargo, lo hemos buscado por todas partes.
—¿No han ni siquiera descubierto sus huellas?
—Sí, las habíamos descubierto y seguido por un buen tramo; luego no fue posible reencontrarlas. Parece que ese condenado Negapatnan ha atravesado la floresta, pasando de árbol en árbol.
—¿Y no quedó nadie en la floresta?
—Sí, cuatro cipayos.
—¿Hasta donde has ido tú?
—Hasta la extremidad opuesta de la floresta.
—Debes estar cansado. Bebe esta limonada, que te hará bien.
Y diciendo esto le ofreció la taza. Tremal-Naik la vació toda de un trago.
—Dime algo, Saranguy —retomó el capitán—, ¿crees tú que haya thugs en la floresta?
—No lo creo —respondió Tremal-Naik.
—¿No conoces tú a ninguno de esos hombres?
—¡Yo conocer... a esos hombres! —exclamó Tremal-Naik.
—¿Y por qué no? Tu has vivido mucho tiempo en los bosques.
—No es verdad.
—Sin embargo me dijeron que te han visto hablar con un indio sospechoso.
Tremal-Naik lo miró sin responder. Sus ojos poco a poco se fueron encendiendo y resplandecieron como dos carbones inflamados; su cara se había puesto de un color más oscuro y las facciones se le habían alterado.
—¿Qué tienes que decir? —preguntó el capitán Macpherson, con acento levemente burlón.
—¡Thugs! —balbuceó el cazador de serpientes, agitando locamente los brazos y rompiendo en un estrépito de risa—. ¿Yo hablar con un thug?
—Atento —murmuró Bhârata, al oído del capitán—. La limonada hace su efecto.
—Vamos, habla —apremió Macpherson.
—Sí, recuerdo, he hablado con un thug en el borde de la floresta. ¡Ah...! ¡ah...! Y creían que yo buscaba a Negapatnan. Qué estúpidos... ¡ah...! ¡ah...! ¿Yo perseguir a Negapatnan? Yo que tanto he trabajado para dejarlo escapar... ¡ah...! ¡ah...!
Y Tremal-Naik, presa de una especie de alegría febril, irresistible, reía como un idiota, sin saber lo que decía.
—¡Adelante, capitán! —exclamó Bhârata—. Sabremos todo.
—El miserable está perdido —dijo el capitán.
—Calma, capitán, y ya que está de humor para hablar, aguijonéelo.
—Tienes razón. Hola, Saranguy...
—¡Saranguy! —interrumpió bruscamente el pobre ebrio, siempre riendo—. No soy Saranguy yo... Qué estúpido que eres, amigo mío, al creer que yo llevo el nombre de Saranguy. Yo soy Tremal-Naik... Tremal-Naik de la jungla negra, el cazador de serpientes. ¿No has estado nunca en la jungla negra? Tanto peor para ti; no has visto nada bello. ¡Oh qué estúpido que eres, qué estúpido!
—Soy precisamente un estúpido —dijo el capitán, conteniéndose a duras penas—. ¡Ah! ¿Tú eres Tremal-Naik? ¿Y por qué has cambiado de nombre?
—Para alejar toda sospecha. ¿No sabes que yo quería entrar a tu servicio?
—¿Y por qué?
—Los thugs así lo querían. Me han perdonado la vida y me darán también a la virgen de la pagoda... ¿Conoces tú a la virgen de la pagoda? No, tanto peor para ti. Es bella sabes, muy bella. Haría enloquecer a Brahma, a Shivá y hasta a Visnú.
—¿Y dónde está esta virgen de la pagoda?
—Lejos de aquí, muy lejos.
—¿Pero dónde?
—No te lo digo. Tú podrías robármela.
—¿Y quién la tiene?
—Los thugs, pero me la darán como esposa. Yo soy fuerte, valiente. Haré todo lo que ellos quieran para tenerla. Negapatnan mientras tanto está libre.
—Debes quizá cumplir con algo más...
—¿Cumplir...? ¡Ah...! ¡ah...! Debo... comprendes, llevar una cabeza... ¡ah...! ¡ah...! Me haces reír como un loco.
—¿Por qué? —preguntó Macpherson, que caía de sorpresa en sorpresa, al escuchar aquellas revelaciones.
—Porque la cabeza que debo cortar... ¡ah...! ¡ah...! ¡Es la tuya...!
—¡La mía! —exclamó el capitán, saltando en pie—. ¿Mi cabeza?
—Pero... sí... sí... ¡A Suyodhana!
—¿Quién es este Suyodhana?
—¿Cómo? ¿No lo conoces tú? Es el jefe de los thugs.
—¿Y sabes dónde tienen su escondite?
—Sí que lo se.
—¿Dónde?
—En... en...
—Habla, dímelo —chilló el capitán saltándole encima y estrechándole furiosamente las muñecas.
—¿Tan curioso eres tú?
—Sí, tengo curiosidad de saberlo.
—¿Y si no quisiera decírtelo? —El capitán, presa de una tremenda excitación, lo aferró por la mitad del cuerpo y lo alzó.
—Abajo está el río —le dijo—. Si no me lo dices te lanzo abajo.
—Tú quieres burlarte de mí. ¡Ah...! ¡ah...!
—Sí, es verdad, quiero burlarme de ti. Dime dónde está Suyodhana.
—Qué estúpido que eres. ¿Dónde quieres que esté, si no es en Rajmangal?
—¡Ah...! ¡Repítelo...! ¡repítelo...!
—En Rajmangal te he dicho.
El capitán Macpherson arrojó un grito, luego recayó sobre la silla murmurando:
—¡Ada...! ¡Oh! ¡mi Ada! ¡Estás a salvo finalmente...!

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

La nueva traición quedó al descubierto. ¿Se enterará Tremal-Naik que tiene que asesinar a su futuro suegro? Cometido el crimen, ¿Ada lo aceptará como esposo? Los thugs juegan sucio...

Nysa: El nombre del cipayo podría corresponderse con el de una antigua ciudad griega y romana en Caria en el sudoeste de Turquía. También existe una ciudad al sudoeste de Polonia con el mismo nombre.

Soma: “Youma” en el original, si bien el término “youma” aparece por primera vez en el capítulo 7 como la hoja de una planta con fines curativos, en este su uso es diferente. Soma es el narcótico divino de la antigua India cuya naturaleza se mantuvo como un misterio a lo largo de varios miles de años. Se cree que se produce a partir de la hoja de cannabis indica, entre otros.

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