jueves, 14 de marzo de 2013

XIII. La tortura


Lo peor había pasado. Sólo quedaba ahora hacer hablar al prisionero, cosa no tan fácil siendo los indios más tercos que los pieles roja de América del Norte. Pero, los dos cazadores de serpientes poseían medios potentes para soltar la lengua hasta a un mudo.
Extendido el prisionero en medio de la cabaña, encendió a poca distancia de sus pies un gran fuego, y aguardó pacientemente que regresara en sí, para comenzar la prueba.
No pasó mucho tiempo que el indio dio signos de estar todavía vivo.
Su pecho se alzó impetuosamente dilatándose, agitó los miembros, se sacudió y finalmente abrió los ojos fijándolos en el cazador de serpientes que estaba inclinado por encima.
Enseguida una profunda maravilla se descubrió en su rostro y súbitamente después sus facciones se alteraron demostrando desprecio, terror y rabia.
Sus dedos se contrajeron rayando con las uñas el terreno y una risa burlona feroz rozó sus labios, mostrando dos hileras de dientes puntiagudos como los de un tigre.
—¿Dónde estoy? —preguntó con voz sorda. Tremal-Naik acercó el rostro al suyo.
—¿Me reconoces? —preguntó, frenando a duras penas la ira que le bullía en el pecho—. ¿Me reconoces?
—Si no me engaño, usted es el hombre que debía ahogar —dijo—. Qué estúpido que fui, al dejarme atrapar.
—¿No te parece que la emboscada ha sido exitosa?
—No lo niego. Debía esperármelo.
—¿Tiemblas ante mí?
—¡Yo temblar! —exclamó el estrangulador, sonriendo—. Manciadi solo tiene miedo de Kali.
—¡Kali! ¿Quién es esta Kali? He oído otra vez este nombre.
—Sí, lo has oído la noche que caíste bajo el puñal de Suyodhana. ¡Ah...! ¡ah...! ¡qué bello golpe fue aquel...!
—Tan bello que estoy todavía vivo.
—Es una desgracia que tú estés vivo.
—Es verdad —dijo Tremal-Naik, con ironía—. Si hubiese descendido bajo tierra, no regresaría a Rajmangal para exterminar a los asesinos.
Una risa burlona contorsionó los labios del estrangulador.
—Tú no conoces a Suyodhana —dijo.
—Lo conoceré, Manciadi, te lo prometo y quizá antes de mañana por la noche.
—¿Debo creerte?
—Debes creerme; Tremal-Naik es un hombre de palabra.
—¡Ah! ¡ah! —dijo Manciadi—. No darás un paso hacia las costas de Rajmangal, que tendrás cien lazos en el cuello.
—Dejemos a Suyodhana y los lazos, ahora, hablemos de cosas más importantes.
—Como quieras.
—Pero ten cuidado, Manciadi, que si no dices la verdad, te hago sufrir mil torturas.
—Manciadi es fuerte.
—Lo dirás más tarde. Escúchame y responde y tú Kammamuri reaviva el fuego que quizá nos haga falta.
Un estremecimiento pasó por el rostro amarillento de Manciadi, se quedó mirando angustiosamente las llamas que se alzaban y bajaban, iluminando extrañamente las ahumadas paredes de la cabaña.
—Manciadi —prosiguió Tremal-Naik—. ¿Quién es esta divinidad que tú llamas Kali y que exige tantas víctimas?
—No hablaré.
—Comienzas mal, Manciadi. Me obligas a torturarte.
—Manciadi es fuerte.
—Pasemos a otra cosa. Necesito saber cuántos hombres se encuentran en Rajmangal.
—Lo ignoro yo mismo. Sé que somos muchos y que obedecemos todos Suyodhana, nuestro jefe.
—Manciadi, ¿conoces tú a la virgen de la pagoda sagrada?
—¿Y quién no la conoce?
—Bien, háblame de Ada Corishant.
Un relámpago de alegría feroz se deslizó en los ojos de Manciadi.
—¡Hablarte de Ada Corishant! —exclamó, riendo sarcásticamente—. ¡Jamás!
—¡Manciadi! —dijo Tremal-Naik, furioso—. Ten cuidado que te haré sufrir mil torturas si te obstinas en callar. ¿Dónde se encuentra Ada Corishant?
—¡Quién sabe! Quizá en Rajmangal, quizá en el norte de Bengala, quizá en el mar. Quizá aún esté viva y quizá esté agonizante.
Tremal-Naik emitió un grito de rabia.
—¡Quizá agonizante! —exclamó, mordiéndose las manos—. Dices cualquier cosa. ¡Oh! hablarás, sí hablarás, tendré que quemarte las piernas.
—Quémame también los brazos hasta los hombros, Manciadi no hablará. Lo juro por mi diosa.
—Pero, miserable, ¿nunca has amado, entonces?
—No he amado más que a mi diosa y a mi fiel lazo.
—¡Oíme, Manciadi! —gritó Tremal-Naik fuera de sí—. Yo te liberaré, te daré hasta la última rupia que poseo, te daré todas mis armas, me convertiré si quieres en tu esclavo, pero dime dónde se encuentra la pobre Ada, si está viva o muerta, dime, si hay esperanza de salvarla. Estoy sufriendo atrozmente, Manciadi, no me hagas sufrir de más, no me mates. ¡Habla, o te hago pedazos con mis dientes!
Manciadi permaneció mudo, mirándolo sombríamente.
—¡Pero habla, monstruosa criatura, habla! —aulló Tremal-Naik.
—¡No...! —exclamó el indio con inquebrantable firmeza—. No saldrá una palabra de mi boca.
—¿Pero tienes un corazón de hierro, tú?
—Sí, de hierro y colmado de odio.
—¡Por última vez, habla, Manciadi!
—¡Jamás! ¡jamás!
Tremal-Naik le retorció las muñecas.
—¡Miserable! —le aulló al oído—. Te voy a asesinar.
—Asesíname, pero no hablaré.
—¡Kammamuri, a mí!
Aferró al prisionero por los brazos y lo arrojó violentamente a tierra. El maratí agarró los pies y los acercó a la llama. La dura piel de las plantas se ennegreció al contacto con los carbones ardientes y crepitó. Un nauseabundo olor a quemado se dispersó por la cabaña.
Manciadi se sobresaltó gimiendo como un tigre y sus ojos se inyectaron de sangre.
—Tenlo firme, Kammamuri —dijo Tremal-Naik.
Un alarido desgarrador irrumpió del pecho del torturado.
—Basta... basta —repitió con voz estrangulada.
—¿Hablarás? —le preguntó Tremal-Naik.
Manciadi rechinó los dientes luego se mordió los labios y ferozmente negó, aún cuando el fuego continuase mordiéndolo y calcinándole la carne.
Pasaron todavía dos o tres segundos. Un segundo alarido, aún más desgarrador que el primero, salió de sus labios.
—¡Basta...! —agonizó—. ¡Es demasiado...!
—¿Hablarás ahora?
—Sí... hablaré... basta... ¡Ayuda...!
Tremal-Naik con un violento tirón lo alejó del brasero.
—¡Habla, miserable! —le gritó.
Manciadi lo miró al rostro con dos ojos que daban miedo. Con un esfuerzo desesperado se alzó para sentarse, pero recayó enviando un ronco gemido y permaneció inmóvil con la cara horriblemente trastornada por los espasmos y la boca torcida.
—¿Está muerto? —preguntó Kammamuri despavorido.
—No, solo se desmayó —respondió Tremal-Naik.
—Hay que tener cuidado, amo. Si se muere antes de haber confesado, será una gran desgracia.
—No morirá tan pronto, te lo aseguro.
—¿Hablará?
—Es necesario que hable. Has oído tú, ¿que Ada está quizá agonizante? Es necesario que sepa todo, aunque tenga que extraerle toda la sangre de sus venas, gota por gota.
—No lo creo, amo. El miserable pudo haber mentido.
—Shivá desea que sea así. Si mi Ada muere, siento que no la sobreviviré. ¡Mira qué destino cruel! Amarla, ser correspondido y no poder hacerla mía. ¡Oh! pero lo será, lo juro sobre todas las divinidades de la India.
—Calma, amo. He aquí que nuestro hombre comienza a dar signos de vida.
El estrangulador volvía en sí. Un temblor agitó sus miembros que parecían endurecidos, alzó lentamente la cabeza surcada por gruesas gotas de sudor, sus facciones poco antes horriblemente alteradas se recompusieron y finalmente abrió los ojos fijándolos en el cazador de serpientes. Abrió la boca como si quisiera hablar, pero la lengua no emitió sonido alguno; solamente una sorda queja, una especie de gemido sofocado, que le resonó en el fondo de la garganta.
—¡Manciadi, habla! —dijo Tremal-Naik.
El torturado no respondió.
—¿Ves aquel fuego? Si tú no sueltas la lengua, recomienzo la tortura.
—¿Hablar? —rugió Manciadi —Me has... arruinado... no podré caminar más... Asesíname si quieres... pero no hablaré.
—Manciadi no me irrites, porque no tendré ninguna piedad.
—Te odio... pero tu Ada... la mujer que tú amas... ¡morirá...! Qué alegría, al pensar... que probará mi mismo tormento... Me parece oír sus aullidos... verla allí... atada sobre la ardiente pira... Suyodhana ríe burlonamente... los thugs danzan alrededor... Kali sonríe... He aquí la llama que la envuelve... ¡Ah! ¡ah! ¡ah...!
El miserable prorrumpió en un satánico estrépito de risa, que se hizo eco del primer trueno de un relámpago, que sacudió la cabaña hasta los cimientos.
Tremal-Naik se arrojó, como un desatinado, sobre el indio.
—Mientes —aulló—. ¡No es posible! ¡no es posible!
—Es verdad... tu Ada será quemada...
—¡Dime todo! ¡Lo deseo, te lo ordeno!
—¡Nunca!
Tremal-Naik, loco de rabia y de desesperación, volvió a aferrarlo para arrastrarlo junto al fuego. Kammamuri intervino.
—Amo —le dijo deteniéndolo—, este hombre no podrá sufrir una segunda tortura y morirá. El fuego es insuficiente para hacerlo hablar, probemos el hierro.
—¿Qué quieres decir?
—Déjeme a mí; hablará, lo verá.
El maratí pasó a la estancia contigua y poco después reapareció trayendo una especie de trépano en cuya extremidad tenía aplicada dos espirales opuestas, de acero templado, con dos puntas, alejadas una de la otra, un centímetro.
—¿Qué es esa cosa? —preguntó Tremal-Naik.
—Una baqueta de estopa —respondió el maratí—. Ahora me verá usarla y le juro que ningún hombre, por muy fuerte y testarudo que sea, puede resistir semejante prueba. El maratí así lo quiere.
Aferró el pie derecho del prisionero y aplicó sobre el dedo pulgar las dos puntas de la espiral.
—Atento, Manciadi, que comienzo.
Las dos espirales se hundieron en la carne. El maratí miró el rostro del torturado, todo cubierto de un gélido sudor.
—¿Debo continuar? —le preguntó.
Manciadi dio un sobresalto.
Kammamuri reanudó la tortura.
El torturado, sacudido por una terrible conmoción, envió un alarido desesperado.
—Confiesa o prosigo —dijo el maratí.
—No... no prosigas... Confieso todo...
—Ya sabía que ibas a hablar. Despacha, si no quieres que recomience con el otro pie. ¿Dónde está la virgen de la pagoda sagrada?
—En el... subsuelo —murmuró con voz semi apagada Manciadi.
—Júrame sobre tu divinidad que no nos engañas.
—Lo... juro... sobre... Kali.
—Adelante ahora. ¿Qué peligro corre? Dilo todo.
—Me habían ordenado... ¡Ah! perros...
—Sigue adelante.
—Una condena pesa... sobre Ada... Kali la ha condenado a morir... Tu amo la ama... ella lo corresponde... Pues bien, uno de los dos... tiene que morir. Me habían mandado... aquí para asesinarlo... He fallado el golpe...
—¡Adelante! ¡Adelante! —exclamó Tremal-Naik, que no perdía una sílaba.
—No me verán... adivinarán la suerte que... me ha tocado... sabrán que tú... estás aún vivo... Pues bien, uno de los dos... tiene que morir... Ada está en nuestra... mano... morirá... abrasada... Kali la ha condenado.
—¡Horror! ¡Pero yo la salvaré...!
Una sonrisa irónica agitó los labios del torturado.
—Los thugs son... poderosos —balbuceó.
—Pero Tremal-Naik será más poderoso que ellos. Oíme, Manciadi. Yo sé que el baniano sagrado conduce al subsuelo; es necesario que sepa el secreto para descender.
—He hablado... demasiado. Pueden asesinarme, ya que... estoy agonizante... pero no... diré más. Déjenme morir...
—¿Debo recomenzar? —preguntó Kammamuri.
—Sé cuanto necesito —dijo Tremal-Naik—. ¡Parto!
—¿Esta misma noche?
—¿No has oído tú...? Mañana podría ser demasiado tarde.
—La noche es oscura y tempestuosa.
—Tanto mejor; arribaré sin ser visto.
—Amo, ir a Rajmangal es como ir al encuentro con la muerte.
—En esta noche, Kammamuri, no me detendrán ni siquiera los rayos del cielo. ¡Darma!
El tigre, que estaba acurrucado en la estancia contigua, se alzó gimoteando y vino a colocarse cerca del amo.
—Vamos al bote, buena bestia, y prepara tus garras.
—¿Y yo, amo, qué debo hacer? —preguntó Kammamuri.
Tremal-Naik pensó algunos instantes y luego dijo:
—Este hombre está todavía vivo y probablemente no morirá; velarás por él. Quién sabe, tal vez podría sernos todavía útil.
—¿Y partirá sin mí?
—Ya lo ves, no puedes seguirme. Si dejamos solo a este hombre, mañana estará muerto. Te aguardo en el bote.
Tremal-Naik se armó de la carabina, la pistola y la cuchilla, se municionó con una amplia provisión de pólvora y de balas y salió con rápidos pasos. El tigre se le puso detrás brincando a derecha y a izquierda, vertiendo sus rugidos al aullido del viento y al estruendo de los truenos.
—La noche no es buena —dijo Tremal-Naik, mirando las tempestuosas nubes—, pero nada me detendrá. ¡Ah! podré llegar a tiempo para salvarla. ¡Pobre Ada!
De repente una seca detonación llegó a sus oídos, seguida del ladrido lúgubre de Punthy.
—¿Qué es esto? —se preguntó Tremal-Naik, sorprendido.
Miró hacia la cabaña y vio a Kammamuri que venía a su encuentro corriendo. Estaba armado hasta los dientes y sobre los hombros llevaba los remos del bote.
—¿Qué ha pasado? —preguntó el cazador de serpientes.
—Kammamuri ha vengado a Aghur —respondió el maratí.
—¿Has asesinado a Manciadi, acaso?
—Sí, amo, con un pistoletazo. Aquel hombre era un estorbo; y ahora al menos podré seguirlo.
—Kammamuri, ¿sabes que quizá no regresemos nunca más a la jungla?
—Lo sé, amo.
—¿Sabes que en Rajmangal nos aguarda la muerte?
—Lo sé, amo. Usted va a desafiarla para salvar a la mujer que ama y yo lo seguiré. Mejor morir a su lado que sólo en la jungla.
—¡Ahora bien, mi valiente Kammamuri, sígueme! Punthy velará por nuestra cabaña.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Terrible capítulo, no estaba traducido, sino que, modificado todo su contenido, era parte del anterior en la versión en castellano.

Trépano: Instrumento que se usa para horadar el cráneo u otro hueso con fin curativo o diagnóstico.

Baqueta de estopa: “Cava stoppacci” en el original. En italiano, el “cavastoppacci” es una variación del “cavastracci” (baqueta) con estopa o guata. La baqueta es una vara delgada y ancha en un extremo, que se introduce por el cañón de un arma de fuego para limpiarlo, o, antiguamente, para compactar la pólvora, taco y proyectil antes del disparo.

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