viernes, 2 de noviembre de 2012

III. El vengador de Hurti


Los banianos, también llamados aalmaram o higueras de las pagodas, son los árboles más extraños y gigantescos que se pueda imaginar.
Tienen la altura y el tronco de nuestras más grandes y gruesas encinas y de las innumerables ramas, tendidas horizontalmente, descienden finísimas raíces aéreas que apenas tocan la tierra, se hunden y engrosan rápidamente, infundiendo nuevo sustento y más vigorosa vida a la planta.
Así es, que las ramas se extienden cada vez más, generando nuevas raíces y luego nuevos troncos cada vez más distantes, de manera que un árbol sólo cubre una extensión vastísima de terreno. Se puede decir que forman un bosque con el apoyo de cientos y cientos de extrañas columnas, sobre las cuales los sacerdotes de Brahma colocan sus ídolos. En la provincia de Guyarat existe un baniano llamado Kabirvad muy venerado por los indios y al que no dudan en darle tres mil años de edad; tiene una circunferencia de dos mil pies y no menos de tres mil columnas o raíces si se prefiere. Antiguamente era mucho más grande, pero parte del mismo fue destruido por las aguas del Nerbudda, que royeron parte de la isla en la que crece.
El baniano bajo el cual los dos indios iban a pasar la noche, era uno de los más gigantescos, formado por más de seiscientas columnas, sosteniendo inmensas ramas cargadas de pequeños frutos rojos y con un tronco muy grande, pero que a cierta altura estaba cortado.
Tremal-Naik y Kammamuri, después de haber examinado escrupulosamente columnata por columnata para asegurarse que detrás no se escondía nadie, se sentaron en el tronco uno junto al otro, con la carabina cargada, descansando sobre las rodillas.
—Alguien vendrá —dijo el cazador serpientes, en un susurro.
—Mala suerte para el primero que se ponga a tiro de mi carabina.
—¿Cree que los seres misteriosos que asesinaron a Hurti, vengan aquí? —preguntó Kammamuri.
—Estoy segurísimo. Ya verás, maratí, que antes de mañana, sabremos algo.
—Nos apoderaremos del primero que venga y lo mataremos.
—Según las circunstancias. Vamos, ahora silencio, y los ojos bien abiertos.
Sacó de su bolsillo una hoja similar a la de la hiedra, conocida en India con el nombre de betel de un sabor algo amargo y un poco punzante, la unió con un pequeño trozo de nuez de areca y un poco de cal y empezó a masticar esta mezcla que conforta el estómago, fortalece el cerebro, preserva los dientes y cura la halitosis. Pasaron dos horas largas como dos siglos, durante las cuales ningún ruido perturbó el silencio que reinaba bajo la densa sombra del gigantesco árbol. Debía de ser medianoche o un poco menos, cuando Tremal-Naik, que tenía buen oído, creyó oír un ruido extraño. Se diría que un estruendo, similar a uno de los que preceden a veces a los terremotos, pero mucho más sordo. Tremal-Naik se sintió invadido por una vaga inquietud.
—Kammamuri —murmuró con un hilo de voz—, ponte en guardia.
—¿Qué ha visto? —preguntó el maratí, sobresaltado.
—Nada, pero oí un ruido que para mí es nuevo.
—¿Dónde?
—Parecía venir de debajo de la tierra.
—¡Es imposible, amo!
—Tremal-Naik tiene los oídos demasiado agudos como para ser engañado.
—¿Qué piensa que es?
—Lo ignoro, pero lo sabremos.
—Amo, aquí hay algún terrible misterio.
—¿Tienes miedo?
—No, soy maratí.
—Entonces develaremos todo.
En ese momento, bajo tierra, se oyó claramente repetirse el misterioso estruendo. Los dos indios se miraron a la cara con sorpresa.
—Pareciera como si debajo sonara un enorme tambor, el dhak por ejemplo —dijo Tremal-Naik.
—No puede ser de otra manera —respondió Kammamuri—. ¿Pero cómo es que viene de debajo de la tierra? ¿Tienen su asilo debajo de la jungla, estos seres misteriosos?
—Así debe ser, Kammamuri.
—¿Qué hacemos, amo?
—Permaneceremos aquí: alguna persona saldrá de alguna parte.
—¡Tykora! —gritó una voz.
Los dos indios se pusieron de pie simultáneamente. Era extraño, increíble: la voz se pronunció tan cerca de ellos, que creyeron que la persona que la había emitido estaba detrás de ellos.
—¡Tykora! —murmuró Tremal-Naik—. ¿Quién pronunció este nombre? —Miró a su alrededor, pero no vio a nadie; miró hacia arriba, pero no vio más que las ramas del baniano, confusas en la oscuridad.
—¿Habrá alguien escondido entre las ramas?
—No —dijo Kammamuri, temblando—. La voz se oyó detrás de nosotros.
—Es extraño.
—¡Tykora! —exclamó la misma voz misteriosa.
Los dos indios volvieron a mirar a su alrededor. Ya no era posible engañarse; alguien estaba cerca de ellos, pero para su sorpresa y seamos sinceros, terror, no estaba visible.
—Amo —murmuró Kammamuri—, estamos tratando con algún espíritu.
—Yo no creo en los espíritus —respondió Tremal-Naik—. A este ser que se divierte asustándonos lo descubriremos.
—¡Oh...! —exclamó el maratí, dando tres o cuatro pasos hacia atrás, como borracho.
—¿Qué ves Kammamuri?
—¡Mira allá arriba... amo! ¡Cuidado...!
Tremal-Naik alzó los ojos hacia el baniano y vio un haz de luz salir del tronco cortado. A pesar de su extraordinario coraje, sintió que se le congelaba la sangre en las venas.
—¡La luz! —balbuceó, asustado.
—¡Escapemos, amo! —suplicó Kammamuri.
Bajo tierra se oyó por tercera vez el misterioso estruendo y del tronco del baniano salió la aguda nota del ramsinga. En la distancia haciendo eco otras notas similares.
—¡Escapemos, amo! —repitió Kammamuri, loco de terror.
—¡Nunca! —exclamó Tremal-Naik, resueltamente.
Se puso el puñal entre los dientes y aferró la carabina por el cañón para usarlo como una maza. De pronto cambió de idea.
—Ven, Kammamuri —dijo—. Antes de iniciar la batalla, será mejor ver con quién vamos a luchar.
Arrastró al maratí a unos doscientos pasos del tronco del baniano y se escondieron detrás de tres o cuatro columnas unidas que permitían a los dos indios ver sin ser descubiertos.
—Ni una palabra, ahora —dijo—. En el momento apropiado actuaremos.
Del colosal tronco del baniano salió una última nota agudísima que despertó todos los ecos del Sundarbans. El haz de luz que salía de la cima del árbol se murió y en su lugar apareció una cabeza humana, cubierta por una especie de turbante amarillo.
Giró a su alrededor por un instante, como para asegurarse de que ninguna persona se encontraba a los pies del gigantesco árbol, luego se levantó, y un hombre, un indio a juzgar por el color, salió, aferrándose a una de las ramas. Detrás de él salieron otros cuarenta indios que se dejaron deslizar hacia abajo a través de las columnas, hasta el suelo.
Estaban todos casi desnudos. Solo un dhoti, especie de falda, de un amarillo sucio, cubría sus caderas y en sus pechos se podían ver tatuajes extraños que eran letras en sánscrito y justo en el medio se veía una serpiente con la cabeza de una mujer.
Un delgado cordón de seda, que parecía un lazo pero que tenía una bola de plomo en el extremo, daba varias vueltas alrededor del dhoti y tenían un puñal pasado por el extraño cinturón.
Los seres misteriosos, se sentaron silenciosamente en la tierra, formando un círculo en torno a un viejo indio de brazos desmesurados, y mirada brillante como de un gato.
—Hijos míos —dijo con voz grave—. Nuestra potente mano golpeó al desdichado que se atrevió a pisar este suelo consagrado a los thugs e inviolable para cualquier extranjero. Es una víctima más para añadir a las otras caídas bajo nuestro puñal, pero la diosa aún no está satisfecha.
—Lo sabemos —respondieron a coro los indios.
—Sí, hijos libres de la India, nuestra diosa demanda más sacrificios.
—Que nuestro gran jefe mande y nosotros todos partiremos.
—Lo sé, que son bravos hijos —dijo el viejo indio—. Pero el tiempo no ha llegado todavía.
—¿Qué esperamos entonces?
—Un gran peligro nos amenaza, hijos. Un hombre ha puesto los ojos en la virgen, que vela la pagoda de la diosa.
—¡Horror! —exclamaron los indios.
—Sí, hijos míos, un hombre audaz osó mirar a la cara de la bella virgen, y si ese hombre no cae bajo el rayo de la diosa, perecerá bajo nuestro infalible lazo.
—¿Quién es este hombre?
—A su tiempo lo sabremos. Tráiganme a la víctima.
Dos indios se pusieron de pie y se dirigieron hasta el lugar donde yacía el cadáver del pobre Hurti. Tremal-Naik, que había asistido sin pestañear a la extraña escena, al ver que los dos hombres aferraban al muerto por el brazo arrastrándolo hacia el tronco del baniano, se alzó en un arrebato con la carabina en la mano.
—¡Ah! ¡maldición! —exclamó con voz ronca poniéndolos bajo la mira.
—¿Qué hace, amo? —cuchicheó Kammamuri, tomando el arma y bajándola.
—Deja que los mate, Kammamuri —dijo el cazador de serpientes—. Han matado a Hurti, es justo que me vengue.
—Quiere que perdamos ambos. Son cuarenta.
—Tienes razón, Kammamuri. Los golpearemos a todos a la vez.
Bajó su carabina y volvió a recostarse mordiéndose el labio para frenar la cólera.
Los dos indios habían arrastrado a Hurti hasta el centro del círculo y lo dejaron caer a los pies del viejo.
—¡Kali! —exclamó, alzando los ojos al cielo.
Tomó el puñal del cinturón y lo metió en el pecho de Hurti.
—¡Miserable! —gritó Tremal-Naik—. ¡Es demasiado!
Se arrojó fuera del escondite. Un relámpago desgarró la oscuridad seguido de una estrepitosa detonación y el viejo, golpeado en pleno pecho por la bala del cazador de serpientes, cayó sobre el cuerpo de Hurti.

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

Dhak: Enorme tambor indio que no se puede tocar sin el permiso del zamindar del distrito, que no lo otorga sino en ciertas fiestas mediante el pago de una determinada suma.

Sánscrito: Lengua muerta, con la que fueron escritas la mayor parte de los libros sagrados de los indios y se acerca, tanto por las palabras como por la forma al zendo, al persa, al griego, al latín, al teutónico, al gótico e incluso al islandés.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

¡Nuevo capítulo, y van! Por fin aparecieron los misteriosos antagonistas de esta historia. Por suerte tampoco hubo muchas dudas al traducir, pero sí información jugosa. Espero que sigan disfrutando de la aventura que cada vez se pone más interesante. Y recuerden, ¡cualquier ayuda o corrección es bienvenida!

Aalmaram: “Al moral” en el original, es el nombre en idioma malabar (del estado de Kerala, al sur de la India) del baniano. En idioma tamil (del estado Tamil Nadu, también al sur de la India) se lo conoce como “aalamaram” y en idioma canarés (del estado de Karnataka) como “aalada mara”. Cualquiera de los tres podría ser el nombre al que hace referencia Salgari; pertenecen a las lenguas drávidas. Sin embargo elegí el malabar por la cercanía fonética.

Higuera de las pagodas: Salgari erróneamente confunde al Ficus benghalensis (baniano) con el Ficus religiosa al que se lo llama también “higuera de las pagodas”, “higuera sagrada”, entre otros nombres. Posteriormente la descripción que hace del árbol se corresponde con el baniano, por eso mantuve este nombre.

Pagoda: Templo de las deidades en algunos pueblos de Oriente.

Encina: Árbol de la familia de las Fagáceas, de diez a doce metros de altura, con tronco grueso, ramificado en varios brazos, de los que parten las ramas, formando una copa grande y redonda.

Guyarat: Salgari lo denomina provincia de “Guzerate”. En realidad es un estado que en la época de la colonia británica pertenecía a la provincia de Bombay. Está al noroeste de India limitando con Pakistán, actualmente es su estado más industrializado después de Maharashtra. En la ciudad de Surat, se concentra un importante centro de comercio de diamantes.

Kabirvad: “Cobir bor” en el original, también encontrado como “Cubbern Burr”, es un baniano gigante ubicado en una isla del distrito de Bharuch, estado de Guyarat, en el río Narmada. El árbol está relacionado con el poeta, músico, místico, filósofo y santo Kabir del S.XV.

Pies: 1 pie = 0,3048 m. Por lo tanto, 2.000 pie equivalen a 609,6 m.

Nerbudda: Otro nombre con el que se conoce al río Narmada. Largo río que discurre por la parte central de India, el quinto más grande y considerado sagrado por los hinduistas.

Betel: Planta trepadora de la familia de las Piperáceas. Tiene cierto sabor a menta y estimula la producción de saliva. Es usado para prevenir diarreas y parásitos intestinales así como tos, asma y halitosis.

Nuez de areca: Semilla de la palmera Areca catechu. Contrae la pupila y aumenta las secreciones. Ayuda en la expulsión de parásitos intestinales.

Dhak: “Hauk” en el original, es un gran instrumento de membranófono del sur de Asia. Puede ser con forma casi cilíndrica o barril. La manera en que se estira la piel sobre la boca y el cordón también varían. Se cuelga del cuello, se ata a la cintura o se mantiene en el regazo o el suelo, y generalmente se toca con palos de madera. El lado izquierdo está cubierto para darle un sonido más pesado.

Tykora: Este supuesto nombre que escuchan dentro del tronco, según el libro “Il costume antico e moderno...” (Giulio Ferrario, 1829) es un instrumento indio formado por dos tambores, uno más grande que el otro.

“...en sus pechos se podían ver tatuajes extraños...”: No hay noticias de que los thugs se identificaran con tatuajes, más teniendo en cuenta que eran una sociedad secreta.

“...un lazo pero que tenía una bola de plomo en el extremo...”: El arma utilizada por los thugs era el rumal, un lazo o pañuelo amarillo, pero sin la bola de plomo.

Dhoti: “Dubgah” en el original, cuya traducción literal es dupatta, un chal típico de la vestimenta femenina en la India. Sin embargo, Salgari lo define como una falda, o sea, un dhoti, prenda de ropa típica para los hombres en la India. Consiste en una pieza rectangular de algodón que puede llegar a medir 5 metros de largo por 1,20 de ancho. Generalmente de color blanco o crema se enrolla en la cintura y se une por medio de las piernas.

Kali: “Kâlì” en el original. En el hinduismo es una de las diosas principales, considerada consorte de Shivá. Representa el aspecto destructor de la divinidad.

Zamindar: “Semidar” en el original, eran generalmente aristócratas que tenían grandes extensiones de tierra en India y gobernaban a los campesinos que vivían dentro.

Zendo: “Zend” en el original, lengua en que está escrito el Avesta. Pertenece al grupo iranio de las lenguas indoeuropeas y se habló antiguamente en la parte septentrional de Persia.

3 comentarios:

  1. : seguramente se trata del Ficus benghalensis en la lengua del sur asiático:

    En tamil: aalamaram (ஆலமரம்). En canarés: aalada mara. En malayalam: aalmaram

    ResponderBorrar
  2. "De no pude encontrar ninguna referencia a este supuesto nombre" : seguramente se trata del Ficus benghalensis en la lengua del sur asiático:

    En tamil: aalamaram (ஆலமரம்). En canarés: aalada mara. En malayalam: aalmaram

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Nuevamente: Muchas gracias! Ya actualicé la entrada con la variante que me pareció más próxima al original y agregué la definición correspondiente.

      Borrar