jueves, 4 de octubre de 2012

I. El asesinato


El Ganges, famoso río celebrado por los indios antiguos y modernos, cuyas aguas son consideradas sagradas por estos pueblos, después de haber cruzado las nevadas montañas del Himalaya y las ricas provincias de Srinagar, Delhi, Oudh, Bihar, Bengala, a doscientas veinte millas del mar se divide en dos brazos, formando un delta gigantesco, intrincado, maravilloso y tal vez único.
La imponente masa de agua se divide y subdivide en una multitud de riachuelos, canales y canalizos que alteran en todas las formas posibles la inmensa extensión de tierra estrecha entre el Hugli, el verdadero Ganges, y el golfo de Bengala. De aquí que se formen una infinidad de islas, islotes, bancos, los cuales, hacia el mar, reciben el nombre de Sundarbans.
Nada es más angustiante, extraño y espantoso que la vista del Sundarbans. Ni ciudades, pueblos, cabañas, ni un refugio cualquiera; de sur a norte, de este a oeste, no se divisan más que inmensos plantíos de bambúes espinosos, apretados unos contra otros, cuyas altas cimas ondean al soplo del viento, apestado por emanaciones insoportables de miles y miles de cuerpos humanos en descomposición en las envenenadas aguas de los canales.
Es raro ver a un baniano elevarse por encima de las gigantescas cannas, aún más raro es ver un grupo de mangos, yaca o nagesar surgir entre los pantanos, o intentar oler el dulce aroma del jazmín, de la champa o de la mussaenda, asomando tímidamente entre el caos de las plantas.
Durante el día, un silencio enorme, fúnebre, que infunde terror en los más audaces, reina soberano: en la noche en cambio, lo hace un estruendo terrible de gritos, rugidos, aullidos y silbidos que hiela la sangre.
Dígale a un bengalí que ponga los pies en el Sundarbans y se rehusará; prométale cien, doscientas, quinientas rupias y no modificará su inquebrantable decisión.
Dígale a un malangi que vive en el Sundarbans, desafiando el cólera y la peste, las fiebres y el veneno del aire pestilente, que entre en las junglas y al igual que el bengalí se rehusará. El bengalí y el malangi no se equivocan; avanzar en las junglas, es ir al encuentro de la muerte.
De hecho es allí, entre los grupos de los espinos y bambúes, entre los pantanos y aguas amarillas, donde los tigres ocultos espían el paso de los botes e incluso naves, para arremeter sobre el puente y rasgar al barquero o marinero que atreven a mostrarse; es allí donde nadan y espían su presa horribles y gigantescos cocodrilos, siempre ávidos de carne humana, es allí donde vaga el formidable rinoceronte que a todos hace sombra y se irrita hasta la locura; y es allí donde viven y mueren numerosas variedades de serpientes indias, incluyendo la rudiramandali cuya mordedura hace sudar sangre y la pitón que aplasta entre sus anillos un buey; ¡y por último a veces se encuentra al thug indio, esperando ansiosamente la llegada de un hombre cualquiera para estrangularlo y ofrecer la vida a su terrible divinidad!
Sin embargo, en la tarde del 16 de mayo de 1853, un fuego gigantesco ardía en el Sundarbans meridional, y precisamente a unos trescientos o cuatrocientos pasos de las tres bocas del Mangal, fangoso río que se separa del Ganges y descarga en el golfo de Bengala.
Aquel resplandor, se destacaba vivamente en el fondo oscuro del cielo, con efecto fantástico, iluminando una vasta y sólida cabaña de bambú, a cuyos pies dormía, envuelto en una gran dupatta de chintz estampado un indio de atlética estatura, cuyos miembros fuertemente desarrollados y musculosos, denotaban una fuerza poco común y una agilidad de cuadrumano.
Era un hermoso tipo de bengalí, de unos treinta años, de piel amarillenta y extremadamente lustrosa, untada recientemente con aceite de coco, tenía hermosos rasgos, labios carnosos sin ser grandes y que dejaban ver una admirable dentadura; nariz bien formada, frente alta, surcada por líneas de cenizas, signo particular de los sectarios de Shivá. En conjunto expresan una energía poco común y un coraje extraordinario, del que generalmente carecen sus compatriotas.
Como se dice, dormía, pero su sueño no era tranquilo. Gruesas gotas de sudor regaban su frente, a veces fruncía el ceño, se ofuscaba; y su amplio pecho se elevaba violentamente, descomponiendo la dupatta que lo envolvía; sus manos pequeñas como las de una mujer, se cerraban convulsivamente y se movían con frecuencia a la cabeza, rasgando el turbante y descubriendo el cráneo cuidadosamente rapado.
Palabras truncadas, frases estrafalarias, de vez en cuando salían de sus labios, pronunciadas en un tono de voz dulce y apasionado.
—Aquí —dijo sonriendo—. El sol se pone... desciende detrás del bambú... el pavo real calla, el marabú se eleva, el chacal grita... ¿Por qué no se muestra...? ¿Qué he hecho? ¿No es este el lugar...? ¿No es la mussaenda de pétalos de sangre...? Ven, ven, oh dulce aparición... Sufro, tú sabes, sufro y anhelo el momento de verte. ¡Ah...! Aquí está, aquí está... sus azules ojos me miran, sus labios sonríen... ¡Oh! ¡es divina esa sonrisa! Mi celestial visión, ¿por qué permanece en silencio delante de mí? ¿Por qué estás así...? No tengas miedo de mí: soy Tremal-Naik, el cazador de serpientes de la jungla negra... Habla, habla, déjame oír tu dulce voz... El sol se pone, la noche cae como cuervos sobre el bambú... no desaparezcas, no desaparezcas, no quiero, ¡no! ¡no! ¡no!
El indio emitió un agudísimo grito y en su rostro se dibujó una viva angustia.
A este grito, salió de la cabaña, corriendo, un segundo indio. Era de estatura mucho menor que el que dormía y muy delgado, con piernas y brazos que parecían palos nudosos cubiertos de cuero. De tipo feroz, con aspecto sombrío, el corto languti que cubría las caderas, los pendientes colgando de sus orejas, lo identificaban a primera vista como un maratí, pueblo guerrero de la India occidental.
—Pobre amo —murmuró, mirando al durmiente—. Quién sabe qué terrible sueño lo perturba.
Reavivó el fuego y se sentó al lado de su amo, agitando dulcemente un pankah de bellísimas plumas de pavo real.
—¿Cuál es el misterio? —retomó el dormido con la voz quebrada—. ¡Creo que veo manchas de sangre...! Dulce visión sal de ahí... sangrada. ¿Por qué todo rojo...? ¿Por qué todos aquellos lazos? ¿Quiere estrangular a alguien, entonces? ¿Cuál es el misterio?
—¿Qué dice? —se preguntó el maratí, sorprendido—. ¿Sangre, visiones, lazos...? ¡Qué sueño!
De repente el dormido se sacudió; abrió los ojos, centelleantes como dos negros diamantes y se levantó para sentarse.
—¡No...! ¡No...! —exclamó con voz ronca—. ¡No lo haré...!
El maratí lo miró con ojos compasivos.
—Amo —murmuró él—. ¿Qué le pasa?
El indio parecía volver en sí. Cerró los ojos y luego los reabrió, mirando a la cara al maratí.
—¡Ah! ¡eres tú, Kammamuri! —exclamó.
—Sí, amo.
—¿Qué estás haciendo acá?
—Cuido de ti y te espanto los mosquitos.
Tremal-Naik aspiró fuertemente el aire fresco de la noche, pasándose varias veces las manos por la frente.
—¡Dónde están Hurti y Aghur! —preguntó, después de un momento de silencio.
—En la jungla. Ayer por la noche encontraron las huellas de un gran tigre y han ido a darle caza.
—¡Ah! —dijo débilmente Tremal-Naik.
Frunció el ceño y un profundo suspiro que parecía un rugido sordo, vino a morir en sus secos labios.
—¿Qué le pasa amo? —preguntó Kammamuri—. Está enfermo.
—No es verdad.
—Sin embargo, se quejaba mientras dormía.
—¿Yo...?
—Sí, amo, hablaba de extrañas visiones.
Una amarga sonrisa tocó los labios del cazador de serpientes.
—Sufro, Kammamuri —dijo con rabia—. ¡Oh! pero sufro mucho.
—Lo sé, amo.
—¿Cómo lo sabes?
—Hace quince días que lo observo y veo en su frente profundas arrugas, y está melancólico, taciturno. Antes no estaba tan triste.
—Es verdad, Kammamuri.
—¿Qué dolor puede afligir a mi amo? ¿Tal vez estará cansado de vivir en la jungla?
—No digas eso, Kammamuri. Es aquí, entre estos desiertos de espinas, entre estos humedales, la tierra de los tigres y las serpientes, que nací y crecí y aquí, en mi amada jungla moriré. ¡Es una mujer, una visión, un fantasma!
—¡Una mujer! —exclamó Kammamuri sorprendido —¿Una mujer ha dicho?
Tremal-Naik movió la cabeza en sentido afirmativo y se presionó fuertemente la frente entre las manos, como si sofocara algún triste pensamiento.
Durante varios minutos entre los dos reinó un fúnebre silencio, apenas roto por el gorgoteo de la riada que rompía contra la orilla y los gemidos del viento acariciando la inmensa jungla.
—¿Dónde ha visto a esta mujer? —preguntó al fin Kammamuri—. ¿Dónde, porque la jungla tiene sólo a los tigres por habitantes?
—La vi en la jungla, Kammamuri —dijo Tremal-Naik con voz hueca—. ¡Fue una noche, oh no olvidaré más, aquella noche, Kammamuri! Yo estaba buscando serpientes en la orilla de un arroyo, allí, justo en lo más espeso del bambú, cuando a veinte pasos de mí, en medio de una mancha de mussaenda, de pétalos de sangre, apareció una visión, una mujer bella, radiante, soberbia. Nunca creí, Kammamuri, que existiese sobre la tierra una criatura tan bella, ni que los dioses del cielo fueran capaces de crearla. Tenía negros y vivaces ojos, blancos dientes, oscura piel y pelo castaño oscuro, balanceándose sobre sus hombros, con un dulce perfume que embriagaba los sentidos. Ella me miró, emitió un gemido largo, desgarrador, y luego desapareció de mi vista. Fui incapaz de moverme, me quedé allí con los brazos extendidos, en las nubes. Cuando volví en mí y fui a buscarla, la noche había caído en la jungla, y no vi ni oí nada. ¿Quién era esa aparición? ¿Una mujer o un espíritu celestial? Todavía no lo sé. —Tremal-Naik se quedó en silencio. Kammamuri notó que temblaba tan violentamente que temió que tuviera fiebre.
—Esa visión fue fatal —contestó Tremal-Naik, con rabia—. Desde esa noche se produjo en mí un extraño cambio; me pareció haberme convertido en otro hombre; ¡y aquí, en el corazón, he desarrollado una terrible llama! Parece que la aparición me ha hechizado. Si estoy en la jungla, la veo danzar ante mis ojos; si estoy en el río la veo nadar delante de la proa de mi barca; pienso, y mi pensamiento se dirige a ella; duermo y en mi sueño se me aparece siempre ella. Me parece que estoy enloqueciendo.
—Eso temo, amo —dijo Kammamuri, con una mirada de miedo a su alrededor—. ¿Quién era esa bella criatura?
—No sé, Kammamuri. ¡Pero era bella oh sí! ¡muy bella! —exclamó Tremal-Naik con énfasis apasionado.
—¡Tal vez un espíritu!
—Puede ser.
—¿Tal vez una divinidad?
—¿Quién pudiera decirlo?
—¿Y no la ha visto?
—Sí, la he visto una y muchas, muchas veces. La noche siguiente, a la misma hora, sin saber cómo, me encontraba en la orilla del arroyo. Cuando la luna se alzó detrás de los oscuros bosques del norte, esa soberbia criatura reapareció en medio de las mussaendas. ¿Quién es usted? Le pregunté. Ada, me respondió. Y desapareció emitiendo el mismo gemido. Me pareció que se hundió en la tierra.
—¡Ada! —exclamó Kammamuri—. ¿Qué clase de nombre es ese?
—Un nombre que no es indio.
—¿Y no añadió otra palabra?
—Ninguna.
—Es extraño; yo no habría vuelto.
—Y yo volví. Había una fuerza irresistible, potente que me empujaba contra mi voluntad a ese lugar; varias veces intenté escapar y me faltaron fuerzas para hacerlo. Te dije que me parecía estar embrujado.
—¿Y cómo se sintió en su presencia?
—No lo sé, pero mi corazón latía fuerte fuerte.
—¿Nunca, antes, había experimentado esa sensación?
—Nunca —dijo Tremal-Naik.
—¿Y ahora sigue viendo a esta criatura?
—No, Kammamuri. La vi diez noches seguidas; a la misma hora apareció ante mis ojos, me miró en silencio, y luego desapareció sin hacer ruido. Una vez le hice un gesto, pero no se movió; otra vez abrí los labios para hablar, y ella se llevó un dedo a la boca invitándome a callar.
—¿Y no la siguió nunca?
—Nunca, Kammamuri, porque esa mujer me asusta. Hace quince días, se me apareció vestida toda de seda roja y me miró más de lo habitual. La noche siguiente en vano la esperé, en vano la llamé: no la vi más.
—Es una aventura extraña —murmuró Kammamuri.
—Es terrible, sin embargo —dijo Tremal-Naik en voz baja—. No estoy bien, no soy el hombre que fui una vez; me siento afiebrado y con un anhelo furioso desde que esa visión me embrujó.
—Así que ama a esa visión.
—¡Amor! No sé qué significa esa palabra.
En ese momento, a una gran distancia, en las inmensas marismas del sur, se hizo eco de algunas notas estridentes. El maratí se levantó de un salto y se puso pálido.
—¡El ramsinga! —exclamó, con terror.
—¿Qué temes? —preguntó Tremal-Naik.
—¿No escuchó el ramsinga?
—Bueno, ¿qué significa esto?
—Es señal de una desgracia, amo.
—Tonterías, Kammamuri.
—Nunca he oído el sonido del ramsinga en la jungla, excepto la noche en que fue asesinado el pobre Tamul.
A ese recuerdo una profunda arruga surgió de la frente del cazador de serpientes.
—No te angusties —dijo, tratando de parecer tranquilo—. Todos los indios saben tocar el ramsinga y sabes que a veces algunos cazadores se atreven a poner los pies en la tierra de los tigres y las serpientes.
Acababa de terminar de hablar, cuando se oyó el lamentable grito de un perro y un poco después un potente maullido que podría considerarse un verdadero rugido. Kammamuri se estremeció de la cabeza a los pies.
—¡Ah! ¡amo! —exclamó—. Incluso el perro y el tigre reportan una desgracia.
—¡Darma! ¡Punthy! —gritó Tremal-Naik.
Un soberbio tigre de Bengala, alto, de formas vigorosas, con manto naranja y rayas negras, salió de la cabaña y miró a su amo con dos ojos que lanzaban un terrible rayo. Detrás de él apareció, un momento más tarde, un perrazo negro, con una larga cola, orejas puntiagudas, y el cuello armado con un gran collar de hierro erizado de púas.
—¡Darma! ¡Punthy! —repitió Tremal-Naik.
El tigre recogido sobre sí mismo, dejó escapar un sordo gruñido y con un salto de quince pies vino a caer a los pies de su amo.
—¿Qué tienes, Darma? —le preguntó, pasando sus manos por la robusta espalda de la fiera—. Estás inquieto.
El perro en lugar de dirigirse hacia el amo se plantó en cuatro patas estiró la cabeza hacia el sur, olfateó durante algún tiempo el aire y ladró lastimeramente tres veces.
—¿Les habrá ocurrido alguna desgracia a Hurti y a Aghur? —murmuró el cazador de serpientes, con ansiedad.
—Eso temo, amo —dijo Kammamuri, lanzando miradas temerosas a la jungla—. A esta hora deberían estar aquí, y en cambio no dan ningún signo de vida.
—¿Has oído alguna detonación, durante el día?
—Sí, una a media tarde, después nada.
—¿De dónde venía?
—Del sur, amo.
—¿Has visto alguna persona sospechosa vagando en la jungla?
—No, pero Hurti dijo haber visto unas sombras en la noche en las riberas de la isla Rajmangal y Aghur de haber oído extraños ruidos provenientes del baniano sagrado.
—¡Ah! ¡del baniano! —exclamó Tremal-Naik—. ¿Has oído algo también?
—Puede ser. ¿Qué hacemos, amo?
—Esperar.
—Pero se puede...
—¡Silencio! —dijo Tremal-Naik, agitando el brazo lo suficiente para detener la sangre.
—¿Qué ha oído? —murmuró el maratí, castañeteando los dientes.
—Mira hacia allá, ¿no te parece que el bambú de la jungla se movió?
—Es verdad, amo.
Punthy dejó oír por tercera vez su lastimero grito, que fue seguido por las notas agudas del misterioso ramsinga. Tremal-Naik extrajo del cinturón de piel de tigre una larga y rica pistola con incrustaciones de plata y la cargó.
En ese momento un indio, alto, medio desnudo, armado sólo con un hacha, salió del bambú corriendo a toda velocidad hacia la cabaña.
—¡Aghur! —exclamaron al unísono Tremal-Naik y el maratí.
Punthy se lanzó hacia él aullando lúgubremente.
—¡Amo!... ¡A... mo! —jadeó el indio.
Vino como un rayo delante de la cabaña, se tambaleó como si hubiera sido golpeado por una repentina enfermedad, giró sus ojos, lanzó un grito ahogado como un jadeo y cayó en la hierba como un árbol arrancado por el viento.
Tremal-Naik se precipitó encima. Una exclamación de sorpresa se ​​le escapó.
El indio parecía moribundo. Tenía en los labios una espuma sangrienta, toda la cara desgarrada y manchada de sangre, los ojos desorbitados y dilatados enormemente y jadeaba emitiendo roncos suspiros.
—¡Aghur! —exclamó Tremal-Naik—. ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde está Hurti?
El rostro de Aghur, ante ese nombre se retorció horriblemente y con las uñas levantó rabiosamente la tierra.
—¡Amo... a... mo! —balbuceó con profundo terror.
—Continúa
—¡So... focado... yo corrí... ah! amo.
—¿Fue envenenado? —murmuró Kammamuri.
—No —dijo Tremal-Naik—. El pobre diablo ha galopado como un caballo y está sofocado; en unos minutos volverá en sí.
En efecto Aghur comenzó a volver en sí, y a respirar libremente.
—Habla, Aghur —dijo Tremal-Naik, después de unos minutos—. ¿Por qué has vuelto solo? ¿Por qué tanto terror? ¿Qué le pasó a tu compañero?
—¡Ah! amo —balbuceó el indio tembloroso—. ¡Qué desgracia!
—El ramsinga lo había anunciado —murmuró Kammamuri, suspirando.
—Vamos, Aghur —instó el cazador de serpientes.
—Si lo hubiera visto al pobre... estaba allí, tendido en el suelo, rígido, con los ojos desorbitados...
—¿Quién...? ¿quién...?
—¡Hurti!
—¡Hurti muerto! —exclamó Tremal-Naik.
—Sí, lo asesinaron a los pies del baniano sagrado.
—Pero ¿quién lo asesinó? Dímelo, voy a vengarlo.
—No lo sé, amo.
—Narra todo.
—Habíamos partido a la caza de un gran tigre. A seis millas de aquí, ubicamos a la fiera que, herida por la carabina de Hurti, huía hacia el sur. Seguimos por cuatro horas su pista y lo encontramos cerca de la orilla, frente a la isla Rajmangal, pero no pudimos matarlo, porque apenas nos vio saltó al agua llegando a los pies del gran baniano.
—Bien, ¿y después?
—Yo quería volver, pero Hurti se negó diciendo que el tigre estaba herido y por lo tanto era una presa fácil. Cruzamos el río a nado y llegamos a la isla Rajmangal, donde nos separamos para explorar los alrededores.
El indio se detuvo castañeteando los dientes de terror y se puso pálido.
—Caía la noche —prosiguió con voz hueca—. Bajo el bosque comenzaba a oscurecer y reinaba un silencio fúnebre que daba miedo. De repente una nota aguda, de ramsinga, retumbó. Miro a mi alrededor y mis ojos se encuentran con los de una sombra que se detuvo a veinte pasos de mí, semi escondida en un arbusto.
—¡Una sombra! —exclamó Tremal-Naik—. ¿Una sombra has dicho?
—Sí, amo, una sombra.
—¿Quién era? ¡Dime, Aghur, dime!
—Me pareció una mujer.
—¡Una mujer!
—Sí, estoy seguro de que era una mujer.
—¿Bella?
—Estaba demasiado oscuro como para distinguirla.
Tremal-Naik se pasó una mano por la frente.
—¡Una sombra! —repitió, varias veces—. ¡Una sombra allí! ¿Si fuera mi visión...? Sigue adelante, Aghur.
—Esa sombra me miró por un momento, luego se acercó a mí, invitándome a alejarme inmediatamente. Sorprendido y asustado obedecí, pero no había hecho un centenar de pasos, cuando un grito desgarrador llegó a mis oídos. Ese grito lo reconocí de inmediato: ¡era Hurti!
—¿Y la sombra? —preguntó Tremal-Naik, presa de una extrema agitación.
—Ni siquiera me volví para ver si seguía allí, o había desaparecido. Me precipité a través de la jungla con la carabina en la mano, y llegué bajo la gran higuera, al pie del cual, tendido de espaldas, vi al pobre Hurti. Lo llamé y no me respondió. Lo toqué, ¡estaba todavía caliente pero su corazón no latía más!
—¿Estás seguro?
—Segurísimo, amo.
—¿Dónde estaba golpeado?
—No vi en su cuerpo herida alguna.
—¡Es imposible!
—Lo juro.
—¿Y no viste a nadie?
—A nadie, ni oí ningún ruido. Tenía miedo, me lancé al río, lo atravesé perdiendo la carabina y alcancé nuestra jungla. Creo haber hecho seis millas sin respirar, tan grande era mi espanto. ¡Pobre Hurti!

NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE SALGARI

Malangi: Malangi se llaman los habitantes del Sundarbans. Son hombres pequeños, gráciles, negros, consumidos por las fiebres y por el cólera, enfermedades causadas por las pestilentes exhalaciones de las pútridas vegetaciones y de los cadáveres que los indios arrojan al Ganges.

Ramsinga: Larga trompa formada por cuatro tubos de sutilísimo metal, cuyo sonido se oye a una gran distancia. Es necesario, para quien la toca, que tenga un pecho robustísimo.

ACLARACIONES DE LA TRADUCCIÓN

Este primer capítulo contiene bastante vocabulario para comentar, incluso palabras para las cuales no encontré traducción. Así que agradeceré cualquier ayuda al respecto. Siempre intenté hacer una traducción lo más fiel posible, recurriendo a diversas fuentes como ser Wikipedia y el Diccionario de la lengua española, entre otras. Las notas al pie de página de Salgari son la traducción de las notas originales de la novela.

El año original de comienzo de la novela es 1855 y no 1853. Lo modifiqué para darle coherencia a la historia que continúa en los próximos libros.

Tremal-Naik en su delirio dice que Ada tiene ojos azules y posteriormente, cuando se la describe a Kammamuri, tiene ojos negros. ¿Estaría soñando con la misma mujer?

En los capítulos correspondientes a la versión original de la novela, Salgari invierte el uso del “dhoti” (“dootèe” en el original) y “dupatta” (“dubgah” en el original). Describe al “dhoti” como una especie de capa y al “dupatta” como una falda. Por lo tanto, lo corregí.

Ganges: “Gange” en el original, es un importante río que recorre el oeste de India de norte a sur. Nace en el Himalaya y desemboca formando el mayor delta del mundo, en el golfo de Bengala. Considerado sagrado, a sus aguas suelen arrojarse los cuerpos enteros de personas, lo que genera gran contaminación.

“...provincias de Srinagar, Delhi, Oudh, Bihar, Bengala...”: “...provincie del Sirinagar, di Delhi, di Odhe, di Bahare, di Bengala...” en el original. En la época de la India Británica (1613-1947) el territorio se dividía en provincias, sin embargo, algunos de los nombres que da Salgari no corresponden a las mismas, sino a ciudades importantes. Srinagar y Delhi pertenecen a Provincias Unidas de Agra y Oudh. Asimismo, es complicado establecer correctamente esta información por los múltiples cambios producidos en el tiempo.

Millas: 1 mi = 1,609344 km. Por lo tanto, 220 mi equivalen a 354,06 km; 6 mi equivalen a 9,66 km.

Hugli: “Hugly” en el original, es un río que conforma el tramo final del Ganges, hasta la desembocadura en el golfo de Bengala.

Sundarbans: “Sunderbunds” en el original, es parte del golfo de Bengala y constituye el bosque más grande de manglar (hábitat formado por árboles tolerantes a la sal) del mundo. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1997. Se extiende a través de Bangladés y la India abarcando 139.500 ha.

Baniano: “Banian” en el original, es el nombre común del Ficus benghalensis. También llamado higuera de Bengala, es un árbol importante dentro de la religión hindú. De pequeños frutos rojos, se caracteriza por tener múltiples troncos suplementarios, nacidos de raíces provenientes de sus ramas.

Canna: Único género de la familia de las cannáceas. Son hierbas con grandes hojas y flores rojas.

Yaca: “Giacchieri” en el original, es el Artocarpus heterophyllus, también conocido como Árbol de Jaca, Jack o Panapén, produce la fruta nacional de Bangladés. Su sabor es similar al mango.

Nagesar: “Nagassi” en el original, es el nombre en bengalí del árbol Mesua ferrea (también conocido en hindi como nag champa).

Champa: “Sciambaga” en el original, es el nombre común de la Magnolia champaca (anteriormente clasificada como Michelia champaca), perteneciente a la familia de las magnoliáceas. Es un árbol de hoja perenne con tronco largo de hasta 40 m y flores blancas o amarillas de un perfume muy fuerte.

Mussaenda: “Mussenda” en el original, es un género de plantas con flores rosadas.

Rupia: Moneda utilizada en India, Pakistán, Sri Lanka, Nepal, Mauricio y Seychelles.

Malangi: “Molango” en el original, es una tribu que habita en el Sundarbans. También se los refiere como “trabajadores de la sal”.

Rudiramandali: “Rubdira mandali” en el original, es la especie de serpiente venenosa, más conocida como “víbora de Russell” (de hasta 166 cm de longitud), responsable de la mayor cantidad de casos de mordeduras y muertes en el mundo. Su veneno genera hemorragia en encías y orina. El nombre hace referencia a “rudra mandali” o “guirnalda de Rudra” (dios védico asociado al viento o la tormenta y a la caza, que lleva puesta una guirnalda).

Thug: Miembros de la fraternidad secreta de los estranguladores, adoradores de la diosa Kali.

Mangal: Hace referencia al río Raimangal que desemboca en el golfo de Bengala. No encontré documentos donde se lo llamara así, pero no lo modifiqué para diferenciarlo de la supuesta isla de Rajmangal.

Dupatta: “Dootèe” en el original, cuya traducción literal es dhoti, prenda de ropa típica de los hombres en la India que se enrolla en la cintura. Sin embargo, Salgari lo define como un manto, o sea una dupatta, chal típico de la vestimenta femenina en la India.

Chintz: “Chites” en el original, es el plural de “chint”, fue en su origen un tejido calicó (tela delgada de algodón) fuerte y brillante procedente de la India, estampado con flores, frutas, pájaros y otros diseños en diferentes colores, típicamente sobre un fondo liso claro, su lustrosa apariencia se debía a la finísima capa de cera que lo recubría para proteger el tejido y el dibujo. Deriva de la palabra sánscrito “chitra”, moteado o brillante.

Cuadrumano: Se dice de los animales mamíferos en cuyas extremidades, tanto torácicas como abdominales, el dedo pulgar es oponible a los otros dedos.

Shivá: “Siva” en el original, es el dios destructor del hinduismo.

Marabú: Nombre vulgar con el que se conoce a los leptoptilos, género de aves ciconiformes. Son carroñeras que se distribuyen por zonas tropicales de Asia y África.

Tremal-Naik: Seguramente Salgari tomó este nombre del segundo tomo de “Il costume antico e moderno ovvero storia del governo, della milizia, della religione delle arti, scienze ed usanze di tutti i popoli antichi e moderni” (Giulio Ferrario, 1829). Dicho nombre proviene de Thirumalai Nayak, rey de Madurai (ciudad india del estado Tamil Nadu) entre 1623 y 1659.

Languti: Franja de tela, generalmente de algodón, de anudado a la cintura, que se utiliza en la India desde la antigüedad, en las categorías inferiores.

Maratí: “Maharatto” en el original y traducido generalmente como “maharata”. La mejor traducción que encontré fue “maratí” (pero puedo haberme equivocado, acepto sugerencias), que para el Diccionario de la lengua española significa: Se dice de la lengua índica septentrional hablada en el Estado de Maharashtra, en la India.

Amo: “Padrone” en el original, lo traduje de esta forma, ya que tanto se hace referencia por parte de Kammamuri como de su tigre y perro. Si traducía como patrón no quedaba correctamente para estos últimos.

Pankah: “Dubgah” en el original. Hay un error, ya que “dubgah” en realidad, hace referencia a una prenda de vestir y no a un abanico. En realidad el “pankah” (Salgari lo escribe como “punka” o “punya”) es la palabra hindi para referirse al abano, o sea, aparato en forma de abanico que, colgado del techo, sirve para hacer aire. En este caso particular, es un abanico.

Riada: “Fiumana” en el original, es avenida, inundación, crecida.

Ramsinga: También llamado “taré”, es una trompeta de dos metros de largo, compuesta de cuatro piezas o tubos que encajan entre sí y terminan en pabellón estrecho. Produce sonidos graves y fúnebres y se destina por esta condición a los entierros.

Pies: 1 pie = 0,3048 m. Por lo tanto, 15 pie equivalen a 4,57 m.

Tigre de Bengala: “Tigre reale” en el original, también conocido como tigre de Bengala real o tigre indio es la subespecie más grande.

Rajmangal: No encontré ninguna referencia a esta supuesta isla, sin embargo, el nombre está tomado del río Raimangal —llamado Mangal en las novelas—. Según la edición de las novelas de Sandokan, se puede encontrar el nombre Rajmangal o Raimangal. Me decidí por el primero, más que nada, para no confundirlo con el nombre del río.

Carabina: Arma de fuego similar al rifle, pero generalmente más corta y con menor potencia de fuego, a un fusil o mosquete.

8 comentarios:

  1. Muy buen laburo che, no se muy bien que es lo que te motiva a hacerlo, pero de todas formas te felicito, esta muy bueno leer algo asi hecho con tanto cariño, con un glosario tan completo. Espero ansioso otras entregas!
    Un saludo.

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  2. Fer, EXTRAORDINARIO mis más sinceras Felicitaciones. Esta traducción es no sólo completa pero me conoces, y para mi es Exquisita ! Gracias por este esfuerzo enorme y más allá de lo que te motive te digo que conozco gente que cree, y no está mal por supuesto, que deben en su vida; plantar un arbol, escribir un libro y tener un hijo. Bueno Fer, ya estas cumpliendo con uno y nos alegra mucho. Te mando un gran abrazo. Fernando Komel.

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  3. “...provincias de Srinagar, de Delhi, de Oudh, de Barh, de Bengala...”: Srinagar no debe ser la de Cachemira, sino la ciudad del mismo nombre sobre el río Ganges, en el actual Distrito de Pauri Garhwal (estado de Uttarakhand, antiguas Provincias Unidas de Agra y Oudh)

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    1. Muchas gracias por la aclaración, no me había dado cuenta. Ya actualicé la entrada para que quede bien.

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    2. si pudieras realmente que lo pusieras todo en un pdf sería fantástico, de todas maneras tu trabajo es loable :)

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  4. Muchas gracias Juan! Aunque no sé si PDF sería el formato más adecuado para leer en dispositivos electrónicos. El PDF es más para armar la edición para imprimir.

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  5. Navegando me encuentro con este laburo y de un conocido, IM-PRE-SIO-NAN-TE, te felicito Fer.

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